
- 384 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El pastor y el Supremo Dios de los cielos
Descripción del libro
El pastor y el supremo Dios de los cielos es un compendio de reflexiones acerca de una de las doctrinas centrales de la Iglesia: la cristología; son pensamientos seleccionados de algunas de las mentes cristianas más ilustres de Estados Unidos. Esta obra contiene ensayos escritos por más de veinte reconocidos pastores y teólogos, entre los que figuran: John MacArthur, Mark Dever, Albert Mohler, Miguel Núñez y Ligon Duncan. Cada estudio no solo aclara un aspecto de la persona y obra de Cristo, sino que también demuestra cómo se aplica todo ello a la vida de la Iglesia.
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Información


Prefacio
John MacArthur
Hace algunos años, me pidieron que escribiera un libro sobre mi pasaje favorito de las Escrituras. Sin embargo, elegir un texto así es difícil, ya que considero como favorito cualquiera de los versículos sobre los que predico. Pero como me pusieron contra la pared, para que me decidiera al respecto, escogí el versículo que define más claramente la santificación. A este punto, la elección y la justificación son temas del pasado. La glorificación pertenece al futuro. Entre nuestra justificación y nuestra glorificación está el constante trabajo de Dios en nosotros, que nos separa del pecado y aumenta nuestra semejanza a Cristo. Esto es santificación y es la presente obra de Dios en cada creyente hasta que alcancemos la gloria. El versículo que mejor revela esta obra del Espíritu Santo es 2 Corintios 3:18: «Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu».
No estamos bajo el carácter sombrío, velado y desvanecido del pacto mosaico. Vivimos bajo el nuevo pacto, iniciado por la muerte y la resurrección del Señor Jesucristo. La luz ha brillado y nuestros velos se han eliminado. El misterio del antiguo pacto ahora se revela en Cristo. Al contemplar la revelación del Señor Jesucristo desde Mateo hasta Apocalipsis, tenemos una visión clara de la gloria de Dios reflejada en su rostro. La Escritura afirma que el Espíritu Santo nos está transformando en forma continua y creciente en esa gloria. Esa es la esencia y el meollo de lo que significa ser santificado. Al observar la majestuosidad de la revelación de Jesucristo, la plenitud de Cristo llena su mente y cautiva su alma, y el Espíritu de Dios usa la realidad de ese entendimiento para moldearle a su imagen. Cuanto más conoce a Cristo, más lo refleja. Por tanto, conocer a Cristo es crucial para nuestra existencia como cristianos.
Todo en Él está más allá de explicación humana alguna. Todo en Él es sorprendente, admirable, impactante y extraordinario. Todo en Él me llena de asombro. Él es la persona más magnífica, la más hermosa, la más noble y la más maravillosa que uno pueda conocer, y mucho más cuando hablamos de conocerlo en persona. Siempre me fascina cada detalle sobre Jesucristo. Él se convierte en el propósito de todo estudio de la Biblia, el objetivo de toda predicación y el poder de toda la vida cristiana.
Al reflexionar en mi vida, en todos los años de estudio y en las miles de horas que he pasado en las Escrituras, me doy cuenta de que —sea que esté escribiendo libros o preparando sermones, escribiendo notas para una Biblia de estudio o un análisis teológico—, todos mis esfuerzos por comprender la Palabra de Dios no terminan con ese entendimiento. Mi objetivo nunca ha sido conocer los hechos de la Biblia. Ese no es el final; es solo el medio para alcanzar un fin. Quiero conocer a Cristo. Pablo afirmó: «Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo» (Filipenses 3:8). La alegría de mi vida es contar todo como pérdida por conocer a Cristo en las Escrituras. Cuanto más estudio la Biblia, más glorioso es Cristo para mí. Cuanto más entiendo a Jesucristo, más completo es mi amor, mi obediencia, mi adoración y mi servicio a Él.
El objetivo de las Escrituras es revelar a Dios y al Señor Jesucristo para que usted sea limpiado. La revelación de nuestro Señor tiene tal poder que el creyente debe experimentar lo que el escritor de himnos llamó «estar absorto en admiración, amor y alabanza».
Santificación no es conocer la Biblia. Más bien es conocer a Cristo. No conocerlo bien impide que lo adoremos, por lo que ninguna cantidad de música y ninguna cantidad de melodramas que afecten el estado de ánimo pueden producir una verdadera adoración, dado que la adoración solo puede manifestarse por una abrumadora atracción hacia Cristo.
No hay forma de que yo pudiera haber buscado el conocimiento de Cristo como lo hice en el ministerio, si no me hubiera comprometido con la exposición bíblica. La alegría de profundizar en cada texto no es para que los sermones sean mejores, sino para buscar el conocimiento de Dios a través de la gloriosa revelación de Cristo. En realidad, predicar sermones no es lo que me atrae del ministerio. Lo que me cautiva es la búsqueda del conocimiento y la plenitud de Cristo.
Es mi responsabilidad abrir cada escondrijo, cada rendija que pueda hallar, y declarar cada expresión que Dios nos haya entregado acerca de la majestad de su Hijo, de modo que podamos contemplar su gloria resplandeciendo en su rostro y ser transformados a su imagen, al ser movidos de un nivel glorioso a otro por medio del Espíritu Santo.
Es con ese fin que se escribió este libro. Cada uno de los colaboradores exalta y ensalza una faceta exclusiva del diamante que es Cristo. Oro para que cada capítulo le haga contemplar la gloria de nuestro supremo Rey del cielo y genere una transformación inevitable en esa misma imagen.

1. El Verbo eterno: Dios el Hijo en la eternidad pasada
Michael Reeves
Juan 1:1-3
«En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir» (Juan 1:1-3).
A menudo las frases populares nos son familiares por lo poderosas que son o por la forma en que han transformado al mundo. Se conocen por el modo en que se definen, eso es lo que vemos en el primer capítulo del Evangelio según San Juan. Esas palabras son revolucionarias. Hacen que la cristiandad se distinga gloriosamente de cualquier otro sistema de creencias.
El Verbo eterno
Lo que el apóstol Juan hace es interpretar simplemente lo dicho en Génesis 1. Ahí, en el mero principio, en Génesis 1, vemos cómo el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. ¿Por qué hacía eso? Por la misma razón que un tiempo más tarde revoloteó sobre las aguas del Jordán, cuando Jesús fue bautizado. El Espíritu estaba allí para ungir al Verbo cuando este salió a hacer su obra. En la creación y en la salvación, en la creación y en la nueva creación, el Espíritu unge al Verbo; así es que Dios habla y, con su soplo divino, su Verbo o Palabra se difunde. Y cuando esto ocurre, surgen la luz, la vida y toda la creación.
No es que el Verbo vino a existir, en el principio, cuando empezó la creación (Juan 1:3). No, Él no es una criatura. Aquí está el Verbo que estaba con Dios y que era Dios. Ahora, eso solo nos dice algo distintivo, extraordinario y simplemente encantador acerca de este Dios. Porque no es simplemente que aquí hay un Dios que habla (se dice que los dioses de la mayoría de las religiones hablan en algún momento). No, esta es una demanda diferente.
Por propia naturaleza, Dios tiene Verbo, con Él habla. Él no puede existir sin palabras, porque la Palabra o el Verbo es Dios. Él no puede estar sin su Palabra. Es un Dios que no puede ser otra cosa que comunicativo, afectuoso, extrovertido. Puesto que Dios no puede estar sin esta Palabra, tenemos un Dios que no puede estar solo.
Esta Palabra resuena por la eternidad, nos habla de un Dios incontenible, un Dios exuberante, sobreabundante, desbordante, que no necesita de nada ni de nadie; un Dios que es supremamente pleno: un glorioso Dios de gracia. Un Dios al que le encanta entregarse a sí mismo.
Lo que dominaba la mente de Juan, cuando escribió estos versículos iniciales, es Génesis 1. «En el principio»; «Esta luz resplandece en las tinieblas» (Juan 1:1, 5). Esto nos ayuda a ver que la idea bíblica de Juan sobre lo que significa «palabra» es de origen hebreo. No es una adaptación helenística de la fe.
Sin embargo, para apreciar con mayor profundidad lo que Juan quiso decir al escribir sobre la «Palabra», vale la pena considerar algo más del Antiguo Testamento en lo que parece haber estado pensando. Sin dudas, el primer capítulo de Génesis es predominante. Pero en el versículo 14 de su primer capítulo, Juan escribe que el Verbo «se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria». Aquí, Juan escoge un vocablo inusual para expresar lo que quiere decir.
Él escribe, un poco más literalmente, que la Palabra «armó su tienda» (es decir, habitó) entre nosotros. Además, al mencionar la gloria, parece claro que Juan está pensando en el tabernáculo, la tienda donde el Señor vendría y estaría con su pueblo en el desierto, y donde se vería su gloria. Así como los israelitas vieron la resplandeciente nube de gloria que llenaba el tabernáculo, también nosotros vemos la gloria de Dios en...
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