1. ¿Qué es el populismo?
Cuando se habla del estudio del populismo, hay un cliché que se impone por sobre todos los demás, sin duda: los expertos no pueden acordar una definición del fenómeno, aunque en ello les vaya la vida. Esta disputa supuestamente insalvable en relación con el término, así como las afirmaciones respecto de su “falta de sentido”, cada cierto tiempo van acompañadas por la exigencia de que la noción sea abandonada o arrojada al basurero de los conceptos inútiles. El razonamiento es el siguiente: si los especialistas ni siquiera se ponen de acuerdo acerca del significado del concepto, ¿cómo puede resultar útil para alguien?
Como pasa con la mayoría de los clichés, este es cierto solo en parte. De hecho, existe un grado de acuerdo considerable entre los especialistas: muchos coinciden en que el fenómeno tiene como eje la división fundamental entre “el pueblo” y “la élite”. En otras palabras, existe consenso respecto de las características centrales del populismo. Algunos autores incluyen otros criterios –como el liderazgo personal (Weyland, 2017), el pronunciamiento de la crisis (Moffitt, 2015a; Rooduijn, 2014), la exclusión de un “otro” peligroso (Albertazzi y McDonnell, 2008)–, pero estas definiciones tienden, en su expresión mínima, a basarse en la brecha pueblo-élite. Es más, hay un grado de consenso significativo en cuanto a los casos más importantes de populismo: si bien los especialistas suelen adoptar diferentes definiciones del fenómeno, terminan por etiquetar a los mismos líderes, partidos o movimientos como populistas (pese a todo, como veremos más adelante, se observa un notable disenso en relación con otros casos).
En lo que los especialistas sin duda no concuerdan es en el tipo de fenómeno que constituye el populismo: si se trata de una ideología, una estrategia, un discurso o un modo de actuación política. Este desacuerdo no es nuevo: desde hace más de cincuenta años, se han multiplicado los debates acerca de qué tipo de fenómeno representa el populismo, como lo ejemplifican las diferentes definiciones propuestas en Populism. Its Meanings and National Characteristics (Ionescu y Gellner, eds., 1969), una compilación seminal que reunió los resultados de un congreso celebrado en 1967 en la London School of Economics bajo el título “Para definir al populismo”. No es necesario señalar que el congreso no alcanzó su objetivo. Pese a que muchos especialistas han intentado argumentar que la persistencia de estos debates en torno a la definición del populismo carece de relevancia o es fruto de un planteo excesivamente puntilloso –Mudde y Rovira Kaltwasser (2018: 1668) sostienen que “si bien cada uno de estos términos posee sus propias especificidades, las diferencias entre ellos son menores y no pertinentes a numerosas preguntas de investigación”–, en el presente capítulo se sostiene lo contrario. Dichos debates tienen valor e importantes ramificaciones y consecuencias para el estudio del populismo: qué clase de fenómeno consideren los autores que es el populismo tenderá a reflejar abordajes ontológicos, epistemológicos y metodológicos muy diferentes. Esas elecciones determinan los tipos de actores políticos que se estudian –partidos, líderes, movimientos, ciudadanos o seguidores–; cómo se los estudia –a partir de sus dichos, sus actos, los textos que producen u otros elementos–, y si se considera que el populismo es un concepto binario o gradacional, es decir, si la distinción entre populismo y no populismo es como la diferencia entre blanco y negro o si existen zonas grises. Es más, la elección refleja una división fundamental entre quienes piensan que el populismo es una propiedad o un atributo de un actor político (una ideología) y quienes creen que es algo que los actores políticos “hacen” (un discurso).
En este capítulo se desglosan esas diferencias delineando los enfoques más destacados de la bibliografía sobre populismo –el ideacional, tipificado por el trabajo de Mudde (2004, 2007, 2017a), Rovira Kaltwasser (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017), Hawkins (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017a y b) y Müller (2016); el estratégico, ejemplificado por la labor de Weyland (2001, 2017), Roberts (1995, 2003) y Jansen (2011); y el discursivo-performativo, representado por los estudios de Laclau (2005a), Mouffe (2018), Wodak (2015) y Ostiguy (2017)– y poniendo de relieve sus distinciones teóricas y metodológicas. En este recorrido, se presta especial atención al linaje intelectual de cada enfoque: se rastrea la influencia metodológica de la labor de Sartori (1970), Ragin (2000) y Tilly (2008) en el enfoque estratégico, y la influencia teórica del trabajo de Laclau y Mouffe (1985) en el enfoque discursivo-performativo. Asimismo, se describen las posturas epistemológicas que subyacen a cada enfoque, casi siempre inexploradas en los debates contemporáneos acerca de diferentes campos conceptuales. Y si bien el capítulo no se ocupa de todas las definiciones de populismo –existe, además, un floreciente corpus de trabajos en la bibliografía atinente a las comunicaciones políticas que concibe al populismo como un modo de comunicación o expresión (véase Aalberg y otros, eds., 2017), en cierto sentido diferente de la concepción del enfoque discursivo-performativo, aunque en otros similar–, las que aquí se analizan representan las tendencias más destacadas de la literatura contemporánea sobre el tema y brindarán al lector una buena orientación respecto del estado actual del debate conceptual.
El enfoque ideacional
El enfoque ideacional del fenómeno del populismo es, posiblemente, el más difundido en la literatura académica contemporánea. Este enfoque concibe al populismo como una ideología, un conjunto de ideas o una cosmovisión. Existen, por cierto, razones intuitivas para visualizarlo de esta forma: por tratarse de un fenómeno político cuyo nombre termina en “-ismo”, parece natural situarlo junto a otros “ismos” que resultan ser, en la mayoría de los casos, ideologías, como el liberalismo, el socialismo, el anarquismo, etc.
Es posible trazar un linaje bastante claro de estudiosos que concibieron el populismo como un fenómeno ideacional. Mudde (2017a: 27) señala que los estudios tempranos del US People’s Party –Partido del Pueblo de los Estados Unidos– (Ferkiss, 1957) y de los narodniki rusos (Pipes, 1960) se centraron en los contenidos ideacionales del partido y del movimiento. En su trabajo sobre el macartismo, Shils (1956: 100-101) identificó al populismo como “un fenómeno difundido […] que existe en todo aquel lugar donde impere una ideología del resentimiento popular contra el orden impuesto por una clase dirigente diferenciada y establecida, de la cual se cree que detenta el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo y la cultura”, mientras que MacRae (1969) sostuvo de manera explícita que el populismo debía conceptualizarse como una ideología. El influyente trabajo de Canovan sobre el tema también desarrolló una visión ideológica del populismo; en sus análisis más recientes, lo denominó “la ideología de la democracia” (Canovan, 2002: 25).
En la actualidad, la definición de populismo citada con más frecuencia en el marco de este enfoque es la de Mudde (2004: 543): “Una ideología delgada [thin-centered ideology] que considera que, en última instancia, la sociedad está separada en dos campos homogéneos y antagónicos, ‘el pueblo puro’ y ‘la élite corrupta’, y que sostiene que la política debe ser una expresión de la voluntad general del pueblo”. Otros autores, como Stanley (2008), Albertazzi y McDonnell (2008) y Rooduijn (2014), desarrollaron enfoques similares del populismo como ideología “delgada”, y si bien no lo describen de manera explícita con ese término, sugieren que el populismo no se sostiene solo como ideología y que siempre necesita combinarse con otras. Estas definiciones fueron aplicadas, en general, para entender los partidos populistas europeos (especialmente en Europa Occidental), aunque también se las adoptó en estudios recientes del populismo latinoamericano (véase Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017a). Esta concepción ideacional del populismo también se utilizó para medir actitudes populistas en las poblaciones (Akkerman, Mudde y Zaslove, 2014; Hawkins, Rovira Kaltwasser y Andreadis, 2018). Müller (2016: 19-20) elaboró una definición similar del fenómeno: si bien no asigna al populismo la denominación de “ideología”, se acerca mucho a la descripción de Mudde: “Una manera de percibir el mundo político que sitúa a un pueblo moralmente puro y totalmente unificado –pero, en última instancia, […] ficticio– frente a unas élites consideradas corruptas o de otra manera inferiores en el aspecto moral”. Ambos autores destacan:
- la brecha entre “el pueblo” y “la élite”, y
- la homogeneidad, unificación y “pureza” moral del “pueblo”.
En la base de los supuestos teóricos más amplios que subyacen al enfoque ideacional del populismo se sitúa el trabajo de dos autores fundamentales. El primero es Michael Freeden, de quien se toma la definición de qué es una ideología y cómo opera. En oposición a las visiones marxistas y gramscianas de la ideología como forma de falsa conciencia, este autor postula un abordaje “morfológico” que concibe a las ideologías como “configuraciones distintivas de conceptos políticos” que “crean patrones conceptuales específicos a partir de un conjunto de combinaciones indeterminadas e ilimitadas” (Freeden, 1996: 4). Al estudiar las ideologías desde este punto de vista, su objetivo reside en estipular cómo se definen y disponen esos conceptos y sacar a la luz las relaciones entre conceptos centrales y periféricos. Así, ese autor distingue entre ideologías “delgadas” y “densas”: las primeras no tienen más que “un núcleo restringido adosado a una variedad más reducida de conceptos políticos” y, por ende, son “limitadas en cuanto a sus ambiciones y alcance ideacionales” (Freeden, 1998: 750), mientras que las segundas ofrecen “un amplio menú de soluciones para los problemas sociopolíticos más relevantes” (Freeden, 2003: 96) y forman una “configuración de amplio alcance que atribuye significados despolemizados a una variedad de conceptos políticos que se definen mutuamente” (2003: 54).
Para los autores ideacionales, el populismo no es una ideología densa como sí lo son el liberalismo y el socialismo, sino que pertenece a la familia de las ideologías delgadas como el nacionalismo, el feminismo y las políticas verdes (Freeden, 1996, 1998). Esta caracterización del populismo como “delgado” o de “núcleo delgado” fue postulada por Mudde (2004) y Fieschi (2004) y desarrollada en mayor profundidad por Stanley (2008). En líneas generales, quienes trabajan dentro de la tradición ideacional han dado por sentada esta descripción. El atractivo de este enfoque, según los especialistas, radica en que permite comprender la “capacidad [del populismo] para convivir con otras ideologías, más abarcadoras” (Stanley, 2008: 100), como también entender la manera en que “el populismo aparece casi siempre asociado a otros elementos ideológicos, que resultan cruciales para la promoción de proyectos políticos que atraigan al gran público” (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 6); en otras palabras, de qué manera le resulta posible al populismo asociarse con otras ideologías de centro delgado o adoptar formas de izquierda o de derecha combinándose con ideologías densas como el socialismo o el conservadurismo. Desde esta perspectiva, resulta difícil imaginar cómo sería un populismo “puro”... pues necesita convivir con otras ideologías para tener sentido: en este aspecto, la división pueblo-élite solo puede “llenarse” con el contenido de otras ideologías; de otro modo, carece de significado.
Este enfoque ha sido objeto de significativas críticas (Aslanidis, 2016a; Moffitt, 2016), ninguna más condenatoria que la del propio Freeden (2017), quien argumenta que el populismo no es una ideología sino algo todavía más “delgado”, más similar a un discurso, un estilo o una modalidad discursiva. Según señala, el populismo es
sencillamente demasiado endeble para ser siquiera delgado. […] Una ideología de centro delgado implica que existe potencialmente algo más que un centro, pero el núcleo populista es todo lo que hay, no es un centro potencial de algo más amplio o inclusivo: es raquíticamente delgado, más que de centro delgado (2017: 3).
En ese espíritu, sostiene que el populismo carece de cohesión interna; que no tiene el potencial para convertirse en una ideología “completa” o “densa” (a diferencia de otras ideologías delgadas como el feminismo o el ecologismo), y que no encaja en ninguna “familia” ideológica. Dados esos atributos, sugiere que incluirlo en la familia de “ideologías delgadas” es un error: al fin de cuentas, el populismo “carece no solo de un carácter abarcativo sino también de una especificidad sutil en lo que efectivamente ofrece” (Freeden, 2017: 10), con lo cual quiere decir que otorgarle el estatus de ideología, sea delgada o densa, es un craso error.
La segunda influencia metodológica fundamental (aunque menos explícita) en el desarrollo del enfoque ideacional del populismo proviene de Giovanni Sartori (1970, 1976), un teórico cuya labor en la formación de conceptos es seminal en el campo de las ciencias políticas. Este autor argumentó sólidamente en favor de los conceptos dicotómicos del tipo “o… o…”, que considera necesario desarrollar antes de distinguir grados (valoraciones del tipo más o menos) o subtipos de determinada noción. Como resultado, para muchos defensores de este enfoque, el populismo es, ante todo, un concepto binario: los partidos, los líderes y los movimientos son populistas o bien no lo son. Decir que son “algo populistas” no encaja en su enfoque: hay que poder etiquetar a los actores políticos como decididos populistas y no necesariamente medir su populismo de manera “gradualista” (para emplear el término de Sartori). También muchos siguen a Sartori en la construcción de una definición clásica y mínima del concepto: al restringirse a las características centrales y esenciales del populismo, logran construir taxonomías provechosas de subtipos, como se ha visto en relación con las divisiones entre populismo excluyente e inclusivo (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013) o entre populismo de derecha y de izquierda. Los autores ideacionales sostienen, además, que este tipo de definiciones mínimas dan respuesta al “problema del estiramiento conceptual” (Sartori, 1970: 1033), pues no son solo específicas de un período histórico o de una zona geográfica, sino que pueden trascender y “cruzar” esos límites.
Más allá de que este enfoque fue adoptado por varios teóricos (Abts y Rummens, 2007; Müller, 2016; Rovira Kaltwasser, 2014), su influencia se sintió con mayor fuerza en el campo de la política partidaria y la política comparada, por diversos motivos. Si bien los teóricos ideacionales afirman que “hay muchos autores que emplean un enfoque ideacional, aunque le rehúyan al uso del término ‘ideología’” (Mudde, 2017a: 28), entre quienes incluyen a aquellos que conciben al populismo como un discurso, un estilo, un lenguaje o una práctica comunicativa, muchos de los autores asociados con esos enfoques han sido en realidad críticos del abordaje ideacional (Aslanidis, 2016a; De Cleen, Glyn...