La maldición de Tutankamón
El color «marrón momia» o «mummy brown» presenta una tonalidad variable dependiente del porcentaje de sus componentes, que actualmente consiste en una combinación de caolín, cuarzo, goethita y oligisto o hematite. Sin embargo, el pigmento se originó en el siglo XVI e inicialmente se obtenía mezclando restos de momias egipcias, mirra y resinas de trementina. Parece sorprendente, pero el rico tinte bituminoso tenía como ingrediente principal el polvo de momia, que consistía en harina de hueso y betún de embalsamar proveniente de los difuntos. En contra de lo que podríamos pensar, el producto tuvo un gran éxito y era muy apreciado por diferentes artistas, entre ellos un grupo de pintores ingleses que, en 1848 fundó en Londres la Hermandad Prerrafaelita. Esta sociedad fomentó una pintura luminosa y colorida, lo que influyó en la pintura inglesa hasta el siglo XX.
Desde el siglo XVI y a pesar de las restricciones legales, durante los siguientes cuatro siglos, la exportación legal o ilegal de momias egipcias resultó un negocio floreciente. Esta situación propició el saqueo de tumbas y la destrucción de material de gran valor documental, ya que muchas momias, antes de ser enviadas a Europa desde El Cairo y Alejandría, se fragmentaban en múltiples porciones para rentabilizar las transacciones.
Howard Carter (1873-1939) en febrero de 1926 rodeado de parte del equipo que estudió la momia de Tutankamón. El arqueólogo, a la izquierda de la imagen, sostiene una lupa en su mano derecha con la que pretende analizar los restos del faraón, después de realizar una incisión en las envolturas de la momia. (Library of Congress, Washington, D. C., USA).
Gran parte de las momias que se comercializaban, estaban destinadas a fabricar mumia vera, un medicamento al que se le atribuían cualidades omnipotentes para un amplio rango de enfermedades, y que durante siglos fue ampliamente utilizado en la medicina árabe y europea. La creciente demanda y el valor comercial de las momias egipcias reales, junto con la oferta cada vez más restringida, exteriorizó una alarmante preocupación de los mercaderes, y resultó en un incentivo para el fraude y la falsificación. Pronto, el catálogo se amplió con una enorme variedad de falsos sustitutos, que incluían cadáveres secos de esclavos llenos de asfalto, cadáveres secos de peregrinos a La Meca o de viajeros que perecieron en el desierto de Libia, e incluso de momias europeas, especialmente francesas. Estas últimas fueron particularmente abundantes y en general eran elaboradas con cadáveres de ajusticiados, por lo que se las empezó a conocer como mumia patibuli. De hecho, en 1582, Ambroise Paré, considerado el padre de la cirugía moderna, escribió:
La escasez de momia movía a algunos de nuestros boticarios franceses, hombres maravillosamente audaces y codiciosos, a robar de noche los cuerpos de los que estaban colgados y embalsamarlos con sal y drogados los secaban en un horno, para así venderlos como momias adulteradas.
En la mayoría de las ocasiones las falsificaciones eran burdas, ya que no existían protocolos que proporcionaran una descripción completa de los materiales y procesos utilizados por los egipcios en la momificación. Tan solo los griegos, Herodoto en siglo V a. C. y Diodoro de Sicilia en el siglo I a. C., habían listado, con relativo detalle, los materiales usados a lo largo del tiempo en el proceso de momificación. Entre estos materiales se incluían principalmente la mirra, el aceite de cedro, especias aromáticas, natrón o betún proveniente del mar Muerto. Este último, fue un ingrediente clave para producir el color «marrón momia». Lo cierto, es que el betún o asfalto del mar Muerto se convirtió en un elemento esencial de las prácticas de embalsamamiento en Egipto. El betún actuaba como un escudo protector externo del cuerpo, evitando el ingreso hacia el interior de insectos, hongos, bacterias o humedad, y por otra parte, tenía una potente acción biocida, lo que impedía que la carne se pudriera por efecto de los microorganismos. Además, en el año 2005 Connan propuso que el asfalto del mar Muerto era empleado para ennegrecer las momias, aportándoles un color asociado con Osiris, el dios egipcio de la muerte, símbolo de la fertilidad y la regeneración.
Aunque nos parezca insólito, en 1924, año en el que se celebraron los Juegos Olímpicos en París y se desarrolló la vacuna Calmette-Guérin contra la tuberculosis, la compañía farmacéutica E. Merck, de Darmstadt (Alemania), todavía ofrecía, a un precio desorbitado, Mumia vera Aegyptica en su catálogo.
Algunas de las momias más famosas de la historia han sido encontradas en las tumbas construidas en el Valle de los Reyes. Este valle es una necrópolis del Antiguo Egipto situado en las cercanías de Luxor y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. Su ubicación, remota y seca, ha contribuido a la preservación de los antiguos restos humanos momificados. En realidad, el valle se divide en dos valles en los que se localizan las aproximadamente 62 tumbas descubiertas hasta la fecha. Las tumbas localizadas en el valle este son distinguidas con la clave KV (King´s Valley), mientras que las emplazadas en el valle oeste u occidental, y también conocido por los nativos como Uadi el-Gurud que significa Valle de los Monos, son designadas con las siglas WV (West Valley). La tumba más grande del valle es la KV5, que fue construida para los hijos de Ramsés II, y que puede tener hasta 150 cámaras subterráneas, lo que la convierte en la tumba colectiva más grande del mundo. Al sudoeste del Valle de los Reyes, se encuentra el Valle de las Reinas. En este valle fueron enterrados príncipes y reinas emblemáticas como la gran Nefertari, segunda esposa real de Ramsés II, y cuya tumba (QV66) fue descubierta por Ernesto Schiaparelli en 1904.
Hacia 1912, Theodore Montgomery Davis, que explotaba el yacimiento del Valle de los Reyes, ante la falta de hallazgos importantes recientes, declaró que el valle estaba exhausto y agotado y abandonó la concesión. La excavación pasó a manos del aristócrata inglés George Edward Stanhope Molyneux Herbert, V conde de Carnarvon. Lord Carnarvon era un gran entusiasta de la egiptología, y contrató al arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter para continuar con las excavaciones en el Valle de los Reyes.
En 1922 los esfuerzos y perseverancia de Carnarvon y Carter fructificaron con el hallazgo de la icónica tumba KV62, correspondiente al faraón Tutankamón. Años más tarde, Harry Burton que había conducido las excavaciones entre 1912 y 1914, declaró que cuando Theodore Montgomery Davis abandonó su última excavación en el valle, estaba a solo dos metros de descubrir la entrada a la tumba KV62.
El 26 de noviembre de 1922 se abrió la tumba de Tutankamón en presencia de Howard Carter y varios miembros de la familia de lord Carnarvon. Pocos meses después de la apertura de la cámara real se sucedieron una serie de muertes en circunstancias inexplicables de personas vinculadas a la exhumación de la tumba. Estos acontecimientos avivaron la imaginación de la prensa, que transmitió la idea de que las extrañas muertes eran consecuencia de la profanación de la tumba de Tutankamón. La inflamable creencia de que las muertes eran debidas a un poder mágico inexplicable, prendió con facilidad y se extendió rápido en la sociedad. La propagación fue alentada por ilustres personajes públicos como sir Arthur Conan Doyle que, a pesar de ser el creador del racional detective Sherlock Holmes, era un fervoroso creyente de toda clase de sucesos fantasmagóricos. Su apoyo dio credibilidad y difusión popular a la historia. Al poco, gracias a los vigorosos esfuerzos parturientos de literatos y periodistas, la «maldición del faraón» o «maldición de Tutankamón» había nacido.
Los periódicos ingleses llegaron a atribuir hasta treinta muertes a la maldición del faraón, siendo la más notoria la de lord Carnarvon, que cuatro meses después de abrir la tumba, el 5 de abril de 1923, murió de neumonía en el hotel Continental Savoy de El Cairo. Con la muerte de Carnarvon continuaron los fallecimientos en extrañas circunstancias. Algunas de las muertes que le sucedieron fueron la de su hermano Aubrey Herbert en septiembre de 1923, y la de sir Archibald Douglas Reid, que había sido el encargado de radiografiar la momia de Tutankamón. Arthur Mace, que abrió la cámara real junto a Howard Carter, murió poco después en El Cairo, en circunstancias no aclaradas. El magnate norteamericano de los ferrocarriles George Jay Gould, que estuvo presente en la tumba, falleció por una neumonía al igual que Carnarvon. El secretario de Carter, el capitán Richard Bethell, murió de forma extraña en 1929. El padre y la mujer de Bethell se suicidaron. Alb Lythgoe del Museo Metropolitano de Nueva York murió víctima de un infarto. El egiptólogo George Benedite falleció de una caída en el Valle de los Reyes. Los directores del Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo, que habían intervenido en la exhibición de los restos de Tutankamón en París y Londres, murieron de sendas hemorragias cerebrales. A pesar de todo, Howard Carter siempre rechazó la teoría de la maldición, y a todo aquel que se lo insinuaba le replicaba: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas».
Según Carter, junto a él, había registrado la presencia de al menos 50 personas que habían presenciado la apertura de la tumba, la apertura del sarcófago, o incluso el descubrimiento de la cámara. Entre los presentes se encontraban familiares de Carnarvon, miembros del equipo de excavación del Museo Metropolitano de Arte, prensa, realeza, funcionarios y dignatarios británicos y expertos contratados por el Gobierno egipcio. De todos ellos, tan solo unos pocos habían muerto una década más tarde del descubrimiento de la tumba, lo que para Carter desdeñaba la posibilidad de que existiera una fatídica maldición, o al menos la consideraba poco efectiva. De hecho, Carter murió de muerte natural a los 64 años de edad, 17 años después de la apertura de la cámara de Tutankamon.
En teoría, la presunta maldición de Tutankamón comenzó con la muerte de lord Carnarvon. La explicación más aceptada es que Carnarvon murió de una septicemia bacteriana derivada de una erisipela. La erisipela es una enfermedad infecciosa aguda de la piel, producida por estreptococos, fundamentalmente Streptococcus pyogenes. Según parece, la infección se originó y extendió al cortarse, mientras se afeitaba, una picadura de mosquito que había sufrido pocos días antes en la mejilla.
No obstante, la conjetura no es aceptada totalmente, y algunos autores han atribuido su fallecimiento a una infección microbiana causada por hongos patógenos como Aspergillus niger, Aspergillus terreus o Aspergillus flavus. Estos hongos son capaces de formar esporas de resistencia que pueden permanecer viables durante siglos. Según algunas teorías, las esporas se encontraban en el interior de la tumba y con la apertura de la cámara y posterior entrada de Carnarvon en el lugar, fueron inhaladas por el aristócrata, penetrando en sus vías respiratorias y provocando una aspergilosis pulmonar de tipo invasivo. Esta enfermedad es una infección grave, que hoy en día sigue siendo una causa importante de morbilidad y mortalidad en pacientes inmunodeficientes severos. En Carnarvon, la situación podría haber desembocado en una neumonía, como consecuencia del sistema inmunitario debilitado que arrastraba desde que sufrió un grave accidente de coche unos años antes, y que repercutía en el padecimiento de infecciones pulmonares recurrentes.
En 1994, Ann Cox argumentó en contra de la teoría de la aspergilosis, desestimando cualquier vínculo entre la entrada de Carnarvon en la tumba y su muerte prematura. Sin embargo, estudios recientes realizados en 2010, 2011, 2015 y 2016, han encontrado, de forma ordinaria, diferentes especies del hongo Aspergillus viviendo de forma saprofítica sobre momias del Museo Arqueológico de Zagreb, sobre reliquias momificadas de San Marcian que se encuentran conservadas en Croacia, sobre restos humanos momificados de la familia Kuffner en una cripta de Sládkovicovo en Eslovaquia, e incluso sobre momias Chinchorro recuperadas del desierto de Atacama en Chile, y que son consideradas las momias artificiales más antiguas jamás encontradas. En realidad, Aspergillus y otros hongos acompañantes como especies de Penicillium suponen un alto riesgo para la preservación de la colección de momias ya que intervienen directamente en la biodegradación de los restos. Por tanto, la presencia constatada y generalizada de diversas especies de Aspergillus sobre diferentes tipos de momias presupone factible que tanto la cámara real como la momia de Tutankamón portaran esporas de este hongo, pudiendo infectar a los visitantes y manifestando una especial virulecia en los asistentes inmunocomprometidos como lord Carnarvon. Las esporas de Aspergillus pueden permanecer latentes durante largos períodos en los pulmones de personas con el sistema inmunológico debilitado, por lo que es concebible que lord Carnarvon no presentara síntomas de infección durante los 5 meses posteriores a su primera entrada en la tumba. Además, el 17 de marzo de 1923, el periódico The Times, informó que Carnarvon sufría de una dolorosa inflamación que afectaba a los ojos y a las fosas nasales, lo que concuerda con un proceso de sinusitis invasiva por Aspergillus con extensión a la órbita ocular, y aunque parece improbable que esta sintomatología derive en la neumonía que fue apuntada como la causa oficial de la muerte, lo cierto es que no es imposible.
A pesar que esta rocambolesca historia de la maldición del faraón pueda parecer singular, la tumba de Tutankamón parece no ser la única maldita. El 13 de abril de 1973, con el consentimiento del cardenal Wojtyla, arzobispo de Cracovia y que posteriormente s...