Tratado de la oración y meditación
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Tratado de la oración y meditación

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Tratado de la oración y meditación

Descripción del libro

La meditación es el medio para llegar a la contemplación. Aunque el camino resulte duro y exija esfuerzo, es mucho el fruto que obtiene quien la practica. Tras ponderar sus ventajas, el autor ofrece dos series de meditaciones para cada día de la semana sobre la fe y la Pasión de Cristo. Luego expone con lucidez las partes de la oración, algunos consejos para obtener fruto y los obstáculos que suelen presentarse. El Tratado contiene gran parte de su doctrina espiritual.

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Información

Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788432161469
Edición
1
Categoría
Cristianismo
PRIMERA PARTE
1.
DEL FRUTO QUE SE SACA DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN
PORQUE ESTE TRATADO breve habla de oración y meditación, será bien decir en pocas palabras el fruto que de este santo ejercicio se puede sacar, porque con más alegre corazón se ofrezcan los hombres a él.
Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que el hombre tiene para alcanzar su última felicidad y bienaventuranza, es la mala inclinación de su corazón, y la dificultad y pesadumbre que tiene para bien obrar; porque a no estar esta de por medio, facilísima cosa le sería correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin para que fue criado. Por lo cual dijo el apóstol[1]: Huélgome con la ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley e inclinación en mis miembros, que contradice a la ley de mi espíritu. Y me lleva tras sí cautivo a la ley del pecado. Esta es, pues, la causa más universal que hay de todo nuestro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad y facilitar este negocio, una de las cosas que más aprovechan es la devoción. Porque (como dice santo Tomás) no es otra cosa devoción sino[2] una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual despide de nuestra ánima toda esa dificultad y pesadumbre y nos hace prontos y ligeros para todo bien. Porque es una refección espiritual, un refresco y rocío del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo y un afecto sobrenatural; el cual, de tal manera regla, esfuerza y transforma el corazón del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos muestra la experiencia de cada día, porque al tiempo que una persona espiritual sale de alguna profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por Él; y, finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma.
Y si me preguntas por qué medios se alcanza ese poderoso y tan notable afecto de devoción, a esto responde el mismo santo doctor diciendo: que por la meditación y contemplación de las cosas divinas; porque de la profunda meditación y consideración de ellas redunda este afecto y sentimiento en la voluntad, que llamamos devoción, el cual nos incita y mueve a todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado este santo y religioso ejercicio de todos los santos; porque es medio para alcanzar la devoción, la cual, aunque no es más que una sola virtud, nos habilita y mueve a todas las otras virtudes, y es como un estímulo general para todas ellas. Y si quieres ver cómo esto es verdad, mira cuán abiertamente lo dice san Buenaventura (en De vita Christi) por estas palabras:
Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás, y defenderte de sus engaños, seas hombres de oración. Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente, si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe la unción y gracia del Espíritu Santo, la cual enseña todas las cosas. Y demás de esto, si quieres subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejercítate en la oración, porque este es el camino por donde sube el ánima a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Ves, pues, de cuánta virtud y poder sea la oración? Y para prueba de todo lo dicho (dejado aparte el testimonio de las Escrituras Divinas), esto basta ahora por suficiente probanza que habernos oído y visto, y vemos cada día muchas personas simples, las cuales han alcanzado todas estas cosas susodichas y otras mayores mediante el ejercicio de la oración.
Hasta aquí son palabras de san Buenaventura. Pues ¿qué tesoro, qué tienda se puede hallar más rica, ni más llena que esta? Oye también lo que dice a este propósito otro muy religioso y santo Doctor [3], hablando de esta misma virtud:
En la oración —dice él— se alimpia el ánima de los pecados, apaciéntase la caridad, certifícase la fe, fortalécese la esperanza, alégrase el espíritu, derrítense las entrañas, purifícase el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, renuévanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella no faltan centellas vivas de deseos del cielo, entre los cuales arde la llama del divino amor. ¡Grandes son las excelencias de la oración! ¡Grandes son sus privilegios! A ella están abiertos los Cielos. A ella se descubren los secretos, y a ella están siempre atentos los oídos de Dios.
Esto basta ahora para que en alguna manera se vea el fruto de este santo ejercicio.
2.
DE LA MATERIA DE LA MEDITACIÓN
VISTO DE CUÁNTO FRUTO sea la oración y meditación, veamos ahora cuáles sean las cosas que debemos meditar. A lo cual se responde, que por cuanto este santo ejercicio se ordena a criar en nuestros corazones amor y temor de Dios, y guarda de sus mandamientos, aquella será más conveniente materia de este ejercicio que más hiciere a este propósito. Y aunque sea verdad que todas las cosas criadas y todas las espirituales sagradas nos muevan a esto; pero, generalmente hablando, los misterios de nuestra fe, que se contienen en el Símbolo, que es el Credo, son los más eficaces y provechosos para esto. Porque en él se trata de los beneficios divinos, del juicio final, de las penas del Infierno y de la gloria del Paraíso, que son grandísimos estímulos para mover nuestro corazón al amor y temor de Dios, y en él también se trata la Vida y Pasión de Cristo nuestro Salvador, en la cual consiste todo nuestro bien. Estas dos cosas señaladamente se tratan en el Símbolo, y estas son las que más ordinariamente rumiamos en la meditación, por lo cual con mucha razón se dice que el Símbolo es la materia propiísima de este santo ejercicio, aunque también lo será para cada uno lo que más moviere su corazón al amor y temor de Dios.
Pues, según esto, para introducir a los nuevos y principiantes en este camino (a los cuales conviene dar el manjar como digesto y masticado), señalaré aquí brevemente dos maneras de meditaciones para todos los días de la semana, unas para la noche, y otras para la mañana, sacadas por la mayor parte de los misterios de nuestra fe, para que así como damos a nuestro cuerpo dos refecciones cada día, así también las demos al ánima, cuyo pasto es la meditación y consideración de las cosas divinas. De estas meditaciones, las unas son de los Misterios de la Sagrada Pasión y Resurrección de Cristo, y las otras de los otros Misterios que ya dijimos. Y quien no tuviere tiempo para recogerse dos veces al día, a lo menos podrá una semana meditar unos Misterios y otra los otros, o quedarse con solos los de la Pasión y Vida de Jesucristo (que son los más principales), aunque los otros no conviene que se dejen a principio de la conversión, porque son más convenientes para este tiempo, donde principalmente se requiere temor de Dios, dolor y detestación de los pecados.
Sígueme las primeras siete meditaciones para los días de la semana.
EL LUNES
Este día podrás entender en la memoria de los pecados, y en el conocimiento de ti mismo, para que en lo uno veas cuántos males tienes, y en lo otro cómo ningún bien tienes que no sea de Dios, que es el medio por donde se alcanza la humildad, madre de todas las virtudes.
Para esto debes primero pensar en la muchedumbre de los pecados de la vida pasada, especialmente en aquellos que hiciste en el tiempo que menos conocías a Dios. Porque si lo sabes bien mirar, hallarás que se han multiplicado sobre los cabellos de tu cabeza, y que viviste en aquel tiempo como un gentil, que no sabe qué cosa es Dios. Discurre, pues, brevemente por todos los diez mandamientos y por los siete pecados mortales, y verás que ninguno de ellos hay en que no hayas caído muchas veces, por obra o por palabra o pensamiento.
Lo segundo, discurre por todos los beneficios divinos, y por los tiempos de la vida pasada, y mira en qué los has empleado; pues de todos ellos has de dar cuenta a Dios. Pues dime ahora, ¿en qué gastaste la niñez? ¿En qué la mocedad? ¿En qué la juventud? ¿En qué, finalmente, todos los días de la vida pasada? ¿En qué ocupaste los sentidos corporales y las potencias del ánima que Dios te dio para que lo conocieses y sirvieses? ¿En qué se emplearon tus ojos, sino en ver la vanidad? ¿En qué tus oídos, sino en oír la mentira, y en qué tu lengua, sino en mil maneras de juramentos y murmuraciones, y en qué tu gusto, y tu oler, y tu tocar, sino en regalos y blanduras sensuales?
¿Cómo te aprovechaste de los Santos Sacramentos, que Dios ordenó para tu remedio? ¿Cómo le diste gracias por sus beneficios? ¿Cómo respondiste a sus inspiraciones? ¿En qué empleaste la salud y las fuerzas, y las habilidades de la naturaleza, y los bienes que dicen de fortuna, y los aparejos y oportunidades para bien vivir? ¿Qué cuidado tuviste de tu prójimo, que Dios te encomendó, y de aquellas obras de misericordia que te señaló para con él? ¿Pues qué responderás en aquel día de la cuenta, cuando Dios te diga[4]: Dame cuenta de tu mayordomía, y de la cuenta que te entregué; porque ya no quiero que trates más en ella? ¡Oh árbol seco y aparejado para los tormentos eternos! ¿Qué responderás en aquel día, cuanto te pidan cuenta de todo el tiempo de tu vida y de todos los puntos y momentos de ella?
Lo tercero, piensa en los pecados que has hecho y haces cada día, después que abriste más los ojos al conocimiento de Dios, y hallarás que todavía vive en ti Adán con muchas de las raíces y costumbres antiguas. Mira cuán desacatado eres para con Dios, cuán ingrato a sus beneficios, cuán rebelde a sus inspiraciones, cuán perezoso para las cosas de su servicio, las cuales nunca haces ni con aquella presteza y diligencia, ni con aquella pureza de intención que debías, sino por otros respetos e intereses del mundo.
Considera cuán duro eres para con el prójimo, y cuán piadoso para contigo, cuán amigo de tu propia voluntad, y de tu ca...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. PRESENTACIÓN
  6. PRIMERA PARTE
  7. SEGUNDA PARTE
  8. TEXTOS ESPIRITUALES
  9. AUTOR