Capítulo 1
La creatividad: imaginarse el mundo tal como Dios lo ve y quiere que sea
En la primera de una serie de conferencias en la Universidad de Yale entre 1871-1874, Henry Ward Beecher dijo: «El primer elemento sobre el cual la predicación de ustedes en gran parte dependerá para tener fuerza y éxito, quizá se sorprendan, es la creatividad, la que considero el más importante de todos los elementos que forman a un predicador». G. Campbell Morgan complementó esto diciendo que «la creatividad es la obra suprema de la preparación [de un sermón]». Dado el paso del tiempo, es prudente considerar si dicho consejo ha sido tomado en cuenta y si la creatividad es evidente en la predicación del día de hoy. Burghardt nos da una respuesta inicial:
En los últimos años he sostenido que hay cuatro problemas que impiden que la predicación de hoy sea mejor que el sermón de ayer: temor a la Sagrada Escritura, ignorancia de la teología contemporánea, desconocimiento de la oración litúrgica y falta de preparación adecuada. La lista tiene una laguna lamentable. He omitido la falta más seria de todas: la creatividad. Sin creatividad el predicador cojea dando brincos con una sola pierna.
Junto con esto, Peterson describe el legado de una era obsesionada con la tecnología y la información. Escribe al respecto: «Un mal mayor y muy poco notorio en nuestro tiempo es la degradación sistemática de la creatividad. La creatividad es una de las principales cualidades de la humanidad… Ahora mismo, uno de los elementos fundamentales del ministerio cristiano para nuestro mundo en ruinas es la recuperación y el ejercicio de la creatividad». A la luz de este desafío, esta investigación propone que el ministerio de la predicación sea una respuesta importante a la falta de creatividad, dado que durante un sermón la mayor parte del pueblo de Dios está expuesto a los efectos del estudio y aplicación de la Biblia.
Esta «degradación sistemática de la creatividad» logró ser identificada desde un principio por D. H. Lawrence, quien escribió lo siguiente para un periódico en octubre de 1928:
Ahora el tremendo y fatal fruto de nuestra civilización, aquella que se basa en conocimiento, y hostil a la experiencia, es el aburrimiento. Están aburridos porque no experimentan nada. Y no experimentan nada porque el sentimiento de admiración se ha esfumado. Y cuando aquel sentimiento de asombro se haya marchado del ser humano, este está muerto.
Las preguntas inquietantes que nos planteamos son las siguientes: ¿La predicación de hoy en día está contribuyendo a la «degradación de la creatividad» o a la «recuperación y el ejercicio» de la misma? ¿La predicación contemporánea es parte del «gran aburrimiento total»? ¿La predicación de hoy carece de experiencia y, por lo tanto, carece de admiración? ¿Cómo puede la predicación convertirse en «uno de los elementos fundamentales del ministerio cristiano para nuestro mundo en ruinas»? En la medida en que los comentarios de Peterson y Lawrence son aplicables a la práctica de la predicación, las respuestas a tales preguntas se hallan en la manera en que manejen la Biblia durante la preparación de sermones. Este capítulo toma en cuenta el lugar que ocupa la creatividad y el método exegético histórico-crítico en la preparación de sermones.
No podemos exagerar la importancia de la Biblia para la formación de la iglesia, ni tampoco la necesidad de abordar la Biblia de una forma sana. El evangelio de Juan comienza con una formula dramática y reveladora de la encarnación: el Verbo divino se hizo hombre (Jn 1.1-5, 14). La Palabra de Dios no es simplemente tinta y papel, es también carne y huesos. Desde entonces, ha sido responsabilidad de la iglesia cristiana estudiar e interpretar la Biblia de una manera sana, que anime y rinda honor a la encarnación. En particular, la iglesia ha sostenido la esperanza razonable de que sus dirigentes estudien, presenten y lleven a la práctica la Biblia de manera precisa, integral, dinámica, relacional y reveladora. Esto requiere una buena exégesis y una creatividad dirigida por el Espíritu. Goldingay dice al respecto: «Necesitamos entender la Biblia históricamente. Pero también necesitamos estar dispuestos a creer en los saltos inesperados de una creatividad inspirada». Recuperar la creatividad en la predicación significa que «en la vida moderna de la ciudad, nuestro sentimiento de admiración, la creatividad que Dios nos ha dado, debe cultivarse conscientemente mediante cualquier medio posible y auténtico».
Es hora de que estudiemos la Biblia para preparar sermones de una manera que produzcan interés y comuniquen sinceridad. Peterson expone el caso con vehemencia: «¡Es hora de que seamos enérgicos, es tiempo ya de que las comunidades cristianas reconozcan, respeten y encarguen a sus pastores a que se conviertan en expertos de la creatividad, a que formen parte del grupo de nuestros poetas, cantantes y narradores de cuentos en calidad de compañeros del testimonio evangélico!» Gracias a la invocación de Peterson, han aparecido recientes y esclarecedoras contribuciones que ofrecen cierta dirección y el contexto necesario para plasmar una respuesta. Por ejemplo, Steinmetz ha demostrado inesperadas similitudes entre Martín Lutero e Ignacio de Loyola en la manera que usan una exégesis creativa para la predicación; la práctica religiosa y el pedido que Schneiders hace para que se fusionen la espiritualidad católica y las técnicas de estudio bíblico protestantes; la recomendación que Quicke plantea para que los predicadores se sumerjan en la Biblia recurriendo a la lectura orante; la deuda que Heisler tiene para con Haddon Robinson por facilitar un renacimiento de la predicación expositiva y un llamado a los evangélicos para que promuevan más la obra del Espíritu dentro de ese contexto; y el ejemplo útil de Loader, que ha proporcionado lecturas creativas y exegéticas del Nuevo Testamento.
Al lograr una descripción operativa respecto a la creatividad aplicada a la predicación, es útil tener en cuenta las contribuciones de figuras del siglo xix como: George MacDonald y el Cardenal John Henry Newman. Ambos ofrecen ideas útiles ya que en el segundo milenio y hasta el siglo xix, «se trató a la creatividad como si fuera una tonta Cenicienta que debía quedarse en la miseria de su cocina». El romanticismo del siglo xix fue el «hada madrina» que logró recobrar la creatividad, y ese cambio impactó a la teología. Los escritos de MacDonald y Newman eme...