IV
1
El segundo documento era bastante aterrador pero más clásico, se parecía bastante a las representaciones tradicionales del diablo. El nombre escrito en la base también le decía algo, le parecía recordar que Éliphas Lévi era un ocultista del siglo XIX, extrañamente un amigo de la militante socialista Flora Tristan, a su vez abuela de Gauguin, en fin, todo aquello no parecía tener mucho sentido. Del tercer documento no comprendió nada. En cualquier caso, su padre había presentido una relación entre estos tres elementos y durante unos diez minutos Paul los examinó atentamente, los colocó uno junto al otro y no descubrió ninguna. Si esta relación se encontraba escondida en los meandros ahora inaccesibles del cerebro paterno, no era fácil que Paul la descubriese. Lo único que podía hacer era informar a Martin-Renaud. Le dejó un mensaje diciendo escuetamente que había descubierto «algo raro» en los expedientes de su padre. Martin-Renaud le llamó diez minutos más tarde y Paul le explicó la situación.
–¿Quiere que le envíe por email los documentos? –propuso.
–Ni se le ocurra. Usted está cerca de Mâcon, ¿verdad?
–En Belleville-en-Beaujolais, exactamente.
–Voy a ir a recogerlos. Puedo estar allí a media tarde, creo.
Después colgó, dejando a Paul desconcertado.
Madeleine llegó un poco después de mediodía, como había previsto Leroux, empujando la silla de ruedas de Édouard. Cécile le explicó que había buey a la borgoñona, navarín de cordero y también sopas, solo había que calentarlos en el microondas, y además había preparado algunos postres. Nada más llegar, ella había guardado los platos en la nevera de la sala común, donde comían los residentes, al menos los que eran capaces de alimentarse sin gastrostomía, eran unos diez en la unidad. A Paul le impresionó el estado de su padre, parecía claramente más en forma, tenía la cara relajada, casi morena, hasta le pareció que su mirada era más viva. Tras haberle besado en ambas mejillas, se inclinó para decirle al oído:
–Papá, después de comer tengo que hablarte de un asunto relacionado con tu trabajo. Esta tarde vendrá a visitarte uno de tus antiguos colegas.
Édouard pestañeó claramente, a Paul le pareció que con energía, pero acaso se lo imaginaba. Después de comer se recluyeron en la habitación, y Paul sacó la carpeta.
–Papá, ¿te acuerdas de estos documentos?
Édouard parpadeó afirmativamente.
–¿Los encontraste en casa de alguien?
El padre permaneció inmóvil.
–¿Entonces los sacaste de internet? ¿Los cuatro?
El padre tampoco se movió.
–Pero ¿tuviste la impresión, la intuición de que había una relación entre ellos?
Édouard parpadeó rápidamente, dos veces.
–¿Crees que podrás explicar tu intuición a tu colega, cuando venga esta tarde?
Paul tuvo la extraña sensación de que su padre titubeaba, de que un leve estremecimiento recorría sus párpados, pero al final se quedó inmóvil.
Martin-Renaud llegó un poco después de las tres de la tarde, en el asiento trasero de un DS conducido por un militar.
–Me sorprende que haya venido tan rápido... –le dijo Paul.
–La base aérea de Ambérieu-en-Bugey no está lejos y siempre hay aviones disponibles en Villacoublay.
–Quería decir que me sorprende que se haya desplazado usted mismo, que haya considerado que era algo urgente.
Él sonrió.
–No se equivoca, quizá sea un uso exagerado de los recursos del Estado. Es cierto que no se trata de una urgencia nacional, pero este asunto empieza a exasperar a todo el mundo, no solo en Francia, por cierto. Y además hay otra cosa mucho más difusa, y es que tengo la sensación de que esto no va a terminar pronto. Hace seis meses que nos desafían, que se burlan de nosotros; en mi opinión, esto no se va a detener aquí.
Con muchos menos fundamentos, Paul pensaba exactamente lo mismo. Se sentaron en dos butacas en la entrada de la clínica, silenciosa y apacible. Después de escucharle atentamente, Martin-Renaud sacudió la cabeza, incrédulo.
–Satanistas, ahora... Sinceramente, compadezco a Doutremont. Si esto sigue así, va a pedirme una baja médica.
–Pero hasta ahora no es tan grave. Bueno, quiero decir que es extraño, pero no ha habido ninguna catástrofe.
–Depende. Desde el punto de vista de la seguridad informática es probablemente la mayor catástrofe que hemos conocido desde la aparición del ordenador. Lo único que evita que cunda el pánico es que no haya víctimas.
Paul pensó que había estado a punto de decir «por el momento», porque él también, sin ningún motivo, acababa de tener la misma idea. Meditaron un rato sobre esta perspectiva.
–Voy a ver a Édouard, ¿de acuerdo? –pidió finalmente Martin-Renaud.
–¿Va a interrogarle? Bueno, por decirlo así.
–No, no tengo la intención de interrogarle, solo de saludarle. De todos modos, creo que usted lo ha hecho muy bien; ha hecho exactamente las preguntas adecuadas. Quizá usted también podría haber trabajado en nuestros servicios.
–Creo que a él le habría gustado.
–Ah... –Martin-Renaud sonrió de nuevo antes de levantarse de la butaca–. Comprende todo lo que le dicen pero no puede responder, ¿no es eso? –Paul lo confirmó moviendo la cabeza–. ¿Solo puede parpadear para decir sí cuando le hacen una pregunta?
Paul asintió de nuevo. Martin-Renaud se dirigió al pasillo.
Subió a su coche dos horas más tarde, en dirección a la base militar de Ambérieu.
–¿Es el colega de papá, o sea, su antiguo colega? –indagó Cécile. Paul lo confirmó–. Me los imaginaba exactamente así –observó.
–Sí, de hecho las series de la tele a veces están bien hechas... –concluyó Hervé.
La cena fue animada, la aparición de los servicios secretos les había sobreexcitado a todos y estaban eufóricos. Paul se dijo que la vida profesional de su padre quizá hubiese sido apasionante, nada que ver con la suya, una vida aburrida de funcionario. Vale, exageraba un poco, su vida se había vuelto más interesante desde la entrada de Bruno en el juego político, pero de todas formas la economía era una disciplina siniestra y el ministerio un lugar pasablemente cargante.
Aurélien fue informado de los acontecimientos. Por su parte les anunció que todo había ido bien con la empresa de transportes, habían embalado todo y al día siguiente sería almacenado y puesto a la venta en los primeros días de la semana próxima.
Estaban reunidos, pensó Paul, los hermanos y la hermana estaban reunidos por primera vez ¿desde hacía cuánto tiempo? Se separaron muy tarde, los tres bastante achispados, hasta Aurélien, al parecer, había participado, era la primera vez que Paul le veía beber; sin embargo, minutos después de haberse acostado, le asaltó una angustia atroz, la certeza de que la reunión había sido ilusoria, de que era la última vez, o casi la última, que habían estado juntos, pronto las cosas seguirían su curso, todo iba a descomponerse, a disolverse de nuevo, y de pronto tuvo una horrible necesidad de Prudence, de la tibieza del cuerpo de Prudence, hasta el punto de que se levantó y salió en pijama al corredor acristalado que llevaba a la casa principal. Se paró bruscamente, su respiración se calmó poco a poco al llegar a la altura del jardín de invierno. Había luna llena, distinguía perfectamente las viñas y las colinas. No, se dijo, no era una buena idea, había que dejar que ella tomara la iniciativa, le correspondía a ella recorrer aquel trayecto. Al mismo tiempo, ¿estaba realmente seguro? En la religión wicca a veces parecía que el dios tenía algo de conquistador, de viril; no lo sabía, no lo sabía realmente. Con Raksaneh no habría dudado, se dijo súbitamente; sin hablar siquiera de la etíope. Se dijo que decididamente la habían cagado, en alguna parte lo habían jodido colectivamente. ¿De qué servía instalar el 5G si simplemente ya no lograba entrar en contacto y ejecutar los movimientos esenciales, los que permiten reproducirse a la especie humana, los que permiten también, a veces, ser felices? Volvía ser capaz de pensar, su reflexión adquiría incluso un sesgo filosófico o político, constató asqueado. A no ser que todo esto dependa de la biología, o de nada en absoluto, finalmente iba a volver a acostarse, su reflexión estaba condenada a no llevar a ninguna parte, se sentía como una lata de cerveza aplastada bajo los pies de un gamberro británico, o como un bistec abandonado en el cajón de las verduras de un frigorífico de gama baja, total, no se sentía bien. Para colmo, las muelas empezaban a dolerle de nuevo; ¿era psicosomático todo esto, a la postre?
Curiosamente, a pesar del persistente malestar anímico, se durmió casi en el acto, en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. Del mismo modo se despertó al momento cuando oyó el ruido, no obstante muy ligero, de la puerta de su cuarto. Ella había venido aún más pronto que la víspera, debía de ser lo más profundo de la noche, tenía la sensación de haber dormido diez minutos. Esta vez no fingió que dormía, se dio la vuelta inmediatamente y acercó la boca a la de ella, probablemente era lo que hubiese hecho un dios porque ella reaccionó bien, sus respectivas lenguas volvieron a fusionarse. Sin embargo, cuando le posó una mano en las nalgas, notó que ella se ponía rígida; interrumpió al instante el contacto. Se repitió que había que ser paciente, había que tomarse todo el tiempo, pero a decir verdad tomarse tiempo era agradable y hasta vertiginoso, porque sin la menor duda acabarían cayendo en los brazos del otro, el conjunto de sus vidas se estaba transformando en una caída a cámara lenta, interminable y deliciosa. Ahora estaba bien ponerle la mano en las nalgas, eran menos magras, menos huesudas de lo que se había temido, había tenido la sensación de empalmarse, bueno, de que algo sucedía en esa zona, pero esto también lo había olvidado un poco, ¿desde hacía cuánto, para ser exacto? ¿Ocho, diez años? Parecía una enormidad, pero seguramente era así, en efecto, los años a veces pasan deprisa. Quizá debería proceder de una forma distinta, empezar por ir a ver a una puta, solo para recuperar las sensaciones y los reflejos, las putas estaban para eso, para devolvernos a la vida. De momento se contentó con deslizar una mano por debajo del pijama para acariciarle los pechos. Ella reaccionó bien, siempre le había gustado que le acariciase los pechos. Más abajo, evidentemente, era más complicado.
Se juntaron después de la comida del domingo, un poco como un grupo de suplicantes, alrededor del coche de Aurélien para despedirle, como si se dispusiera a ascender al calvario, y algo de eso había, ciertamente. Tenía una cita en Romainville por la mañana del día siguiente, naturalmente tenía que irse y dormir en el chalé de Montreuil, era la mejor solución, la solución razonable. La gente, en general, está sometida a su destino, la propia Cécile siempre lo había estado y en el fondo solo había tenido que felicitarse. Sin embargo, ella se dijo, sin duda por primera vez en su vida, que quizá era preferible, en determinados casos, una actitud de rebeldía; en la situación de Aurélien ella habría dormido en cualquier sitio, en un hotel Ibis de Bagnolet o en otra parte, cualquier cosa antes que volver a Montreuil. Estuvo a punto de decírselo, vaciló, se abstuvo, pero lo lamentó mucho tiempo, después de que el coche de su hermano hubiera desaparecido en la última curva rumbo a Villié-Morgon.
Aurélien no le había dicho nada a Cécile, pensaba que ya le había hablado suficientemente de sus cuitas, pero aquella misma noche tenía el propósito de anunciarle a Indy que quería el divorcio; estaba citado con un abogado al día siguiente, justo después de ver al galerista, no era posible aplazarlo más tiempo. Y además estaba el precio de las obras, de eso también tenía que hablarle, en suma se esperaba una velada abominable en todos los sentidos. Había contado más o menos con los embotellamientos para reflexionar, pero extrañamente la autopista estaba desierta, a pesar de que había terminado el período de vacaciones escolares, o quizá no, ya no se acordaba. Godefroy, por ejemplo, ¿estaría de vacaciones? No tenía la más mínima idea.
Llegó a Montreuil un poco antes de las ocho de la tarde y le costó mucho aparcar, acabó encontrando un sitio a quinientos metros del chalé. Tenía su llave. Indy se había instalado en el sofá del salón, veía el final de C Politique y no se levantó para recibirle. Meses antes todavía intentaba fingir un poco; eso se había acabado. A él no le gustaba la televisión en general, y aún menos los programas políticos que ella veía con asiduidad, considerando quizá que formaba parte de su trabajo, pero C Politique inspiraba a Aurélien una aversión especial y le sumía invariablemente en la desesperación. Toda aquella gente reunida en la pantalla, el presentador malicioso, el historiador calvo, la encuestadora provocativa le parecían otras tantas marionetas maléficas, no conseguía convencerse de que aquella gente vivía como él, respiraba como él, que pertenecía al mismo mundo, a la misma realidad que él. Había también en la pandilla siniestra una especie de encargada de las entrevistas, seguramente era con ella con la que se identificaba Indy, es decir, con la que trataba de identificarse, la mayor parte del tiempo debía de asfixiarla la humillación presenciando la prestación televisiva semanal de la mujer a la que ni siquiera podía considerar una rival, de tan alto que volaba en las alturas mediáticas que serían para siempre inaccesibles a Indy, y que hasta tal punto le recordaba a cada instante que no era más que una periodista fracasada, que además pertenecía a la prensa escrita. Era quizá la peor de todas con su aspecto preocupado, su autosatisfacción, su evidente conciencia de pertenecer al bando del Bien, la rapidez con que se achantaba ante cualquier vip de su mismo gremio. Indy compartía todas estas características, al menos la autosatisfacción, forzosamente.
Aurélien estuvo rebuscando un rato en la cocina, procurando hacer el mayor ruido posible. En vano: no había nada de beber, tampoco de comer, no tenía hambre pero le vendría muy bien una botella de vino. Volvió al salón, ahora la invitada era una especie de escritora pésima cuyo nombre había olvidado, Indy había subido tanto el volumen que resultaba casi insoportable.
–¡No hay...