IX
LA BESTIALIDAD DEMENCIAL (1): LA HEREJÍA. EL CASO DE EPICURO. FARINATA DEGLI UBERTI
1. LA BESTIALIDAD DEMENCIAL Y LA HEREJÍA. EL CASO DE EPICURO
La crítica ha discutido mucho sobre el referente de la matta bestialitade, dado que malizia es el término que Virgilio utiliza también para englobar la violencia y el fraude, llegando algunos estudiosos a presumir que no posea una correspondencia precisa en el infierno dantiano. Sin embargo, otros, a mi juicio con razón, han opuesto a semejante tesis el carácter polisémico que el término malizia (lat. malitia) tenía en la época, hasta el extremo de que el propio Dante, en boca de uno de sus personajes, hace un juego de palabras basado precisamente en esa ambigüedad semántica que, como el latín malitia, denotaba con un valor genérico el concepto de ‘maldad’ y con otro, más concreto, el de ‘engaño’, ‘fraude’ o ‘astucia’. Por consiguiente, si excluimos la incontinencia, y malizia significa ‘astucia’, la matta bestialitade, o bestialidad demencial, sólo puede referirse, por exclusión, a las otras dos disposiciones que se penan en el interior de Dite: la herejía y la violencia, y no sólo a la violencia o sólo a la herejía, como algunos críticos han sostenido y aún sostienen (vid. supra caps. IV y V).
El hecho de que la estructura moral del infierno dantiano sea en gran parte aristotélica, y que Aristóteles no contemplase en su Ética la herejía, no implica que Dante no la incluyese entre los pecados de bestialidad demencial, basándose en los rasgos morales específicos de esta disposición: el responder a una pasión que no es «ni natural ni humana» (cfr. Aristóteles, Ética V 8 1136a). Fundamentalmente la herejía es un error respecto a una verdad de fe, o proclamada como tal, pero es evidente que Dante, al incluir entre los herejes también a un filósofo pagano como Epicuro, está considerando la herejía no sólo desde una óptica cristiana, sino también desde una perspectiva natural, estrictamente filosófica o racional:
Suo cimitero da questa parte hanno
con Epicuro tutti suoi seguaci,
che l’anima col corpo morta fanno (Inf. X 13-15).
Es obvio que a un pagano nacido antes de Cristo no se le podría responsabilizar de desviarse de las verdades contenidas en la revelación, dado que se habría tratado de un caso de ignorancia involuntaria. Muy probablemente Dante tuviese en cuenta lo que Isidoro de Sevilla dice de la herejía en sus Etimologías:
Herejía es palabra griega cuyo significado deriva de «elección», precisamente porque cada uno elige lo que le parece mejor, como los filósofos peripatéticos, académicos, epicúreos y estoicos; o como quienes, forjando en sus reflexiones un dogma erróneo, se apartaron de la Iglesia siguiendo sus propios criterios. Así, pues, herejía es un vocablo griego que tiene su origen en la idea de «elección», por la que cada uno, según su libre albedrío, elige qué ideología profesar o seguir (VIII 3 1-2).
Lo que Dante consideraría en la herejía, pues, sería esencialmente su carácter erróneo, y el error sí es tratado por Aristóteles en su Ética, como veremos, justificándose así que Epicuro sea condenado en la Comedia por negar la inmortalidad del alma, una verdad que tenía obligación de conocer en cuanto perteneciente a la revelación manifestada en la ley natural (vid. Cv. II VIII 8-12), válida tanto para los cristianos como para los paganos, y no relativa sólo a la revelación divina contenida en los dos Testamentos. Por lo tanto la cuestión hay que resolverla desde una óptica filosófica y no sólo teológica, únicamente aplicable a los otros condenados de los cantos X y XI, pero no a un filósofo pagano. Y en este orden de cosas, hay que señalar que para Dante la inmortalidad del alma era una verdad natural, no sólo de fe; y el no creer en ella le merecía la siguiente consideración: «Dico che intra tutte le bestialitadi quella è stoltissima, vilissima e dannosissima, chi crede dopo questa vita non essere altra vita» (Cv. II VIII 8). Y lo justifica en parte en la tradición filosófica, de la que excluye a Epicuro:
[P]erò che, se noi rivolgiamo tutte le scritture, sì de’ filosofi come de li altri savi scrittori, tutti concordano in questo, che in noi sia parte alcuna perpetuale. E questo massimamente par volere Aristotile in quello de l’Anima; questo par volere massimamente ciascuno Stoico; questo par volere Tullio, spezialmente in quello libello della Vegliezza; questo par volere ciascuno poeta che secondo la fede de’ Gentili hanno parlato; questo vuole ciascuna legge, Giudei, Saracini, Tartari, e qualunque altri vivono secondo alcuna ragione. Che se tutti fossero ingannati, seguiterebbe una impossibilitade, che pure a ritraere sarebbe orribili (Cv. II VIII 8-10).
Así mismo, en este capítulo del Convivio justifica el calificativo de bestialidad que aplica a la negación de la inmortalidad del alma, dado que quien la rechaza se está equiparando a los otros animales (irracionales, es decir, bestias o brutos), que al ser «interamente» mortales, no gozan de la esperanza en la otra vida:
Aristotile l’afferma quando dice nel duodecimo de li Animali che l’uomo è perfettissimo di tutti li animali. Onde con ciò sia cosa che molti che vivono interamente siano mortali, sì come animali bruti, e siano sanza questa speranza tutti mentre che vivono, cioè d’altra vita; se la nostra speranza fosse vana, maggiore sarebbe lo nostro difetto che di nullo altro animale […] e così seguiterebbe che lo perfettissimo animale, cioè l’uomo, fosse imperfettissimo –ch’ è impossibile– e che quella parte, cioè la ragione, che è sua perfezione maggiore, fosse a lui cagione di maggiore difetto […]. Ancora, seguiterebbe che la natura contra se medesima questa speranza ne la mente umana posta avesse, poi che detto è che molti a la morte del corpo sono corsi, per vivere ne l’altra vita; e questo è anche impossibile (Cv. II VIII 10-12).
Pero volviendo al carácter «erróneo» de la herejía, me parece fundamental para justificar el que esté incluida entre los pecados de bestialidad demencial, aunque separada de los de violencia, considerar lo que Aristóteles dice de los actos voluntarios y de los involuntarios:
[E]l actuar injustamente radica, absolutamente, en hacer daño voluntariamente a alguien, sabiendo a quién, con qué y cómo se hace el daño (Ética V 9 1136b).
Es este el caso de los violentos y de los fraudulentos, que hacen daño voluntariamente, «sabiendo a quién, con qué y cómo»; pero no el de los herejes, que hacen daño, sí, pero a consecuencia de un error, es decir, involuntariamente. Y a propósito de los actos involuntarios dice Aristóteles:
De los actos involuntarios, unos son perdonables y otros no. Cuantos errores se cometen no sólo con ignorancia, sino también por ignorancia, son perdonables; pero, cuando la ignorancia no es la causa, sino que es debida a una pasión que no es ni natural ni humana, no son perdonables (Ética V 8 1136a).
Tomás de Aquino comenta así el pasaje:
Dice que entre las faltas involuntarias unas son veniales, es decir, dignas de venia, y otras no. Las faltas dignas de venia son las que cometen los hombres no sólo ignorando, o sea, teniendo una ignorancia concomitante, sino también en razón de la ignorancia, cuasi teniendo ignorancia causante, lo cual acontece a aquéllos que después de conocer sienten dolor. En cambio, no son dignas de venia las faltas cometidas no en razón de la ignorancia causante, sino ignorando en razón de una pasión, de una pasión que no es ni natural, ni humana ni con recta razón. En tales casos la pasión causa ign...