El encuentro de cuatro imperios
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El encuentro de cuatro imperios

El management de españoles, aztecas, incas y mayas

  1. 442 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El encuentro de cuatro imperios

El management de españoles, aztecas, incas y mayas

Descripción del libro

Cuando los españoles llegaron a América en 1492 hallaron los dos inmensos imperios de aztecas e incas involucrados en guerras civiles y de expansión. Los mayas habían sido hasta poco antes otros jugadores importantes. Esos tres pueblos desarrollaron sistemas de gobierno, formación, selección, crecimiento organizativo, etc. que no han sido estudiados hasta ahora de forma sistemática.España es, por su parte, una de las naciones europeas más antiguas e intelectualmente más profundas. Las primeras universidades consolidaron y desarrollaron conocimientos antropológicos, jurídicos, éticos, psicológicos y sociológicos que culminaron en la Escuela de Salamanca (s. XVI). En esos hontanares siguen inspirándose muchos en la actualidad sin ser plenamente conscientes. Ahí bebe también la ciencia del gobierno de personas y organizaciones (el management).Javier Fernández Aguado presenta en esta original y extraordinaria investigación las aportaciones de españoles, aztecas, incas y mayas al liderazgo.

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Información

Editorial
Kolima Books
Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788418811739
Edición
1
Categoría
Gestión

PRIMERA PARTE

CONTEXTO Y CONQUISTA

Illustration
Mapa de América de 1632. Fuente: Shutterstock.

EL ARCHIVO GENERAL DE INDIAS

Pocas vicisitudes históricas se encuentran tan documentadas como las que vamos a examinar. Los reyes españoles, tan clara era su conciencia de estar realizando un buen trabajo, desplegaron gran interés en que se escribieran y archivaran leyes, careos, juicios o controversias. Primero, entre otros lugares, en Simancas (Valladolid) y luego en Sevilla.
El 14 de octubre de 1785, a las 16:45 h, llegaban a la lonja del comercio de Sevilla veinticuatro carretas arrastradas por mulos desde Simancas, tras haber transitado por Despeñaperros, La Carolina, Córdoba y Écija. El peso transportado fueron mil novecientas nueve arrobas de papeles históricos cuidadosamente almacenados en doscientos cincuenta y siete cajones protegidos por hule. Carlos III, el ministro malagueño José de Gálvez y Juan Bautista Muñoz, cosmógrafo, fueron los responsables de una memorable decisión: la fundación del Archivo General de Indias. En los casi diez kilómetros de estanterías de ese gran registro universal se halla la documentación coherente, objetiva y organizada de los hombres del Descubrimiento y sus avatares. Toda una fronda estructurada primordialmente de manuscritos que plasman eventualidades de los territorios e instituciones americanistas. La práctica totalidad de los legajos y pliegos figuran con su lugar y fecha.
El 29 de agosto del mismo 1785 fueron nombrados los funcionarios que cuidarían del repertorio: el superintendente, el archivero y los oficiales. Como máximo responsable fue elegido un clérigo trabajador, honesto y eficaz, Antonio de Lara y Zúñiga. Era chantre de San Ildefonso e inquisidor del Santo Oficio. El nombramiento de archivero recayó sobre Gregorio Fuentes, buen conocedor de las colecciones documentales de la Casa de la Contratación. Manuel Suazo fue el oficial mayor, previamente comisionado del Consulado de Comercio de Sevilla. El segundo de a bordo fue Ventura Collar y Castro, del Consejo de Indias, que acopiaba profundo conocimiento de las instituciones y oficinas generadoras de los papeles indianos. Francisco de Ortiz de Solórzano e Hipólito Ruiz de la Vega fueron los oficiales tercero y cuarto. Ellos habían preparado el traslado desde Simancas.
Entre los innumerables datos que avalan la preocupación de las autoridades por gestionar con honradez y empuje todo lo referido a las Indias puede espigarse un dato: los costes precisos para sostener las armadas que protegían a las flotas de Indias procedían de un impuesto sobre las importaciones y exportaciones denominado derecho de avería. Su administración correspondió durante largo tiempo a los tres oficiales de la Casa de Contratación (fundada en 1503), a quienes ayudaba un receptor de avería. En 1573 fue creado el cargo de diputado contador, encargado de la recaudación de esa tasa y de la auditoría de las expensas. En 1580 fue nombrado un contador de avería, gestor de la llevanza y organización de los libros. Dieciséis años más tarde, eran cuatro los garantes. Con ellos se formó el Tribunal de la Contaduría de Averías. Por decisión del Consejo de 1597, se les encargaron los balances correspondientes a los diversos ramos y operaciones, excepto la Real Hacienda y Bienes de Difuntos, que permanecieron a cargo de un probo contador específico hasta 1616. En octubre de 1557, Felipe II, con el objetivo de incrementar la dignidad y autonomía, creó el cargo de presidente.
Encontramos también allí las ordenanzas promulgadas por Felipe II el 24 de septiembre de 1571. Al igual que las Leyes Nuevas, recomiendan como objetivo cardinal de la colonización la conversión y buen trato de los indios, e inciden en la perentoria necesidad de que el Consejo, para la buena tutela del Nuevo Mundo, disponga de descripciones actualizadas de su geografía e historia. A Juan de Ovando se deben dos orientaciones que contribuyeron a que el Consejo dispusiese de un profundo conocimiento y proveyese para la mejor organización de Las Indias: la Instrucción para la descripción geográfica, que las autoridades americanas debían complementar, y las del Orden que se ha de tener en los nuevos descubrimientos, poblaciones y pacificaciones. Ambas forman parte del Libro Segundo de la Gobernación Temporal de la recopilación de Ovando y fueron promulgadas en 1573.
En la documentación queda una y otra vez verificado el papel de la Iglesia en América. Su relevancia se debió no solo a la expansión de la fe, sino también porque vehiculizó la inculturación. Aparecieron catecismos, apólogos y sermonarios en lenguas vernáculas. Los misioneros se esforzaron con denuedo por dominar idiomas autóctonos y calar en las culturas indígenas. La Iglesia erigió innumerables colegios tanto para nativos como para colonos. Fray Pedro de Gante, concluida la conquista de México, fundó una escuela para los naturales en el convento de San Francisco. En 1536 arrancó para hijos de los caciques el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, promovido por el obispo mexicano fray Juan de Zumárraga bajo el patrocinio del virrey Antonio de Mendoza, que también fue el motor de un centro de formación para mestizos, nominado San Juan de Letrán (1547). Mendoza siempre confío más en la preparación intelectual que en la imposición.
Aquel primer virrey llegó investido por poderes casi absolutos. Así rezaba la Real Cédula de 17 de abril de 1535 en la que Carlos V le hacía ostentar su representación y los cargos de gobernador y presidente de la Real Audiencia: «Por cuanto la forma que se ha tenido hasta aquí y al presente se tiene en la Gobernación de la Nueva España y tratamiento de los naturales de ella, y gratificación de los pobladores y conquistadores, ha habido y hay diferentes pareceres y por ser esto tan importante al servicio de Dios y nuestro, y descargo de nuestra real conciencia, y a la conservación de dicha tierra en nuestra sucesión y Corona Real de Castilla, deseamos acertar en lo más sano y seguro a todo ello y por estar tan lejos y ser las cosas de dicha provincia tan diferentes de estos reinos. Confiando de vuestra fidelidad y conciencia y celo que tenéis a vuestro servicio, he acordado de encomendarlo acometer a vos. Por ende, yo os mando y encargo que informado muy bien y certificado de la disposición y estado de dicha tierra y naturales, conquistadores y pobladores de ella, en nuestro servicio y sucesión, proveáis todo lo que de presente o adelante se ofreciere o acaeciere, aquello que viereis que más conviene para dichos fines y efectos, sin embargo, de cualquier provisiones o instrucciones que por nosotros estén dadas. Y pues veis la cosa de cuán gran importancia (es) y por la confianza que tengo de vuestra persona, la encomiendo a vos solo y no a otro alguno, os mando y encargo mucho que sin respeto de particularidad alguna, uséis de esta comisión en caso necesario y no en otra manera alguna, guardando en vos el secreto que la calidad del negocio veis que requiere, porque de publicarse tenemos que nacerían mayores inconvenientes».
De su bonhomía es testimonio el encarecimiento del perulero Juan de Matienzo: «Quiero advertir a los gobernadores que tomen ejemplo de aquel famoso virrey don Antonio de Mendoza, luz y espejo de todos los que fueren, que era tan amigo de hombres virtuosos que no veía recogimiento ni otro oficio, sino los que él sabía que lo eran y tenían la fama, lo cual fue causa de que todos los que pretendían oficios de justicia u otros cargos procurasen de vivir virtuosamente, para le contentar y para ser proveídos, y nunca a hombre por el proveído en la Nueva España, donde él gobernó, dejó de mejorarla en el cargo, habiéndolo hecho bien en el primero, y con esto convidaba a los hombres a vivir bien no tenía respeto –como otros lo han tenido– que fuesen sus criados u amigos, sino a que fuesen idóneos cuáles para semejantes cargos y oficios requerían, y concluyendo, digo que un hombre virtuoso y buen cristiano nunca yerra».
Teniendo en cuenta la cantidad ingente de hojarasca que, por culpa de la cretina ignorancia o la mala fe de no pocos anti españoles y anti católicos, será preciso desbrozar para hallar la verdad, resulta ineludible atender a la importancia de las palabras y la comunicación, que responden siempre a intenciones de fondo, como iremos rastreando. Sirva a modo de ejemplo una chanza:
Al ser preguntado por un amigo, un ingeniero responde sobre su actividad:
–Estoy haciendo un trabajo sobre el tratamiento acuatérmico de la porcelana, vidrio y metales en un ambiente de tensión controlada.
Impresionado por la respuesta, le fue solicitada una explicación más detallada:
–Estoy lavando platos, vasos y cubiertos bajo la supervisión de mi mujer.
Merece la pena, en fin, formalizar en los umbrales de este texto una concisa cata comparativa con otros colonialismos.

BREVE ANÁLISIS COMPARATIVO

Los ingleses nunca trataron de convertir a los aborígenes al cristianismo. Su objetivo era controlar y explotar territorios, y poco importaba si para ello tenían que aniquilar a poblaciones enteras. Un buen ejemplo es la Compañía Británica de las Indias, una desalmada sociedad privada que, sin control alguno, esquilmó buena parte de lo que hoy son la India y Pakistán, e incluso llegó a disponer de un ejército más numeroso que el británico. A comienzos del cercano siglo XIX, Thomas Jefferson, segundo presidente de EE. UU., recomendada exterminar a los indios o deportarlos. Algo parecido a la propuesta hitleriana de enclaustrar a los judíos europeos en Madagascar. Un siglo más tarde, Theodore Roosevelt se hacía eco de las palabras de Jefferson al enunciar: «No voy a decir que un buen indio es un indio muerto, pero, en fin, esto es lo que ha sucedido con nueve de cada diez de ellos y no voy a perder mi tiempo con el décimo». Bien puede hablarse de holocausto norteamericano en lo referente a la matanza de locales, según han explicitado diversos autores contemporáneos como David Stannard. Solo los obtusos o los iletrados pueden afirmar algo semejante sobre lo realizado por los españoles. De calificarse como genocidio, también habría que aplicarse ese término a la peste negra que arrasó media Europa de 1346 a 1353.
En el norte del continente fueron poco frecuentes las grescas formales. Lo habitual fue que los militares aplicasen una estrategia genocida, con la destrucción sistemática de corceles, viviendas y bastimento. Y con asqueante asiduidad se produjeron matanzas de civiles como en Sand Creek (1864) o en Wounded Knee (1890).
¿Qué podría decirse del exterminio del pueblo armenio, con más de 1.200.000 asesinados, entre 1915 y 1922, a manos del Imperio otomano, en pleno siglo XX? ¿Y del Ejército británico, que provocó en un solo día, el 2 de octubre de 1898, en la guerra en Sudán 11.000 muertos, 16.000 heridos y 4.000 prisioneros, sin mencionar la masacre de mujeres, niños y ancianos que acudían a socorrer a los descalabrados?
La identidad nacional de los australianos se construyó sobre la eversión de los pueblos indígenas. Los originarios fueron expulsados de sus tierras, desposeídos de sus medios de producción alimentaria y forzados a adaptarse para sobrevivir renunciando a su cultura. Los anglosajones llegados a Australia se escudaron en que nadie tenía derecho a vivir de los frutos de la naturaleza, sino que era necesario cultivar. Este peculiar axioma llevó a presuntos honrados funcionarios del Estado británico y a los ya incardinados a apoyar una solución final para los aborígenes. La destrucción de la sociedad autóctona trató inútilmente de ocultar el racismo aberrante y rampante.
La legislación británica estableció que Australia no pertenecía a nadie, pues la propiedad de la tierra se basaba en su cultivo. En un cochambroso y egotista tranco lógico se dilucidó que solo ellos, los recién desembarcados, serían válidos terratenientes. Ningún derecho vernáculo se perpetuó más allá de ese momento. Con otra pirueta ridícula se impuso que los locales, como no creían en una divinidad única, ¡no podían ser testigos en juicios ni prestar juramento!
Illustration
El fuerte de Kute Rih en Alasland, 14 de junio 1904. Fotografía de Henricus Marinus Neeb. Fuente: Wikimedia Commons por el National Museum of World Cultures.
Los holandeses fueron devastadores en sus colonias. Entre otras, en Sumatra. Del 8 de febrero al 23 de julio de 1904, el teniente coronel Van Daalen incursionó contra los oriundos. La operación trocó en carnicería, arrasando aldeas y diezmando. Más de 2.900 personas, de las cuales 1.150 eran mujeres, fueron sañudamente finiquitadas. Permanecen para el recuerdo terribles imágenes tomadas por el fotógrafo holandés Neeb, que brindan testimonio de aquellas carnicerías. En las láminas se observa a los militares que posan relajados ante el objetivo. En algunas un soldado coloca su pie sobre un cadáver nativo como si se tratase de la captura de una fiera durante un safari.
La conquista de la India por parte de los británicos comenzó en 1757 y se prolongó durante más de un siglo. Constituyó la mayor entidad colonial del planeta, un mosaico cultural que solo llegó a conocerse tras la independencia en 1947. Los despropósitos de los marrulleros invasores llevaron a que el 13 de julio de 1810 se publicase la siguiente circular del Gobierno general de Bengala: «Recientemente la atención del Gobierno se ha visto atraída de manera particular por los abusos y los actos de opresión perpetrados por los europeos que se han establecido como propietarios de plantaciones de índigo (añil) en diferentes partes del país.
Los delitos comprobados formalmente, cometidos por los plantadores identificados pueden ser clasificados en los apartados siguientes:
1. Actos de violencia que, aunque no responden a la definición legal de asesinato, han ocasionado la muerte de indígenas.
2. Detención ilegal de indígenas, especialmente sometidos a encarcelamiento, con el fin de recuperar sumas supuestamente adeudadas o por otras causas.
3. Formación de grupos de empleados de las añilerías y de gente de fuera para realizar agresiones y enfrentamientos violentos entre plantadores.
4. Castigos corporales ilegales infligidos a cultivadores y otros indígenas».
Jaleaba a tomar disposiciones para verificar sin demora la existencia de cárceles ilegales y de castigos corporales.
Un recaudador colonial del distrito de Fardipur (Bengala) atestiguó: «Ni una sola caja de añil llega a Inglaterra que no esté manchada de sangre humana».
El cruel episodio de la Gran rebelión de 1857 –o Motín de los cipayos– en la que centenares de insurgentes que habían formado parte de las tropas de la Compañía Británica de Las Indias fueron ahorcados o atados a la boca de un cañón y desintegrados tuvo como consecuencia la abolición de la East India Company y el paso de la India a la soberanía directa de la Corona británica. En un plano formal, el principal, simbólico y epidérmico requiebro fue la sustitución de la oficina de control de la compañía por un ministerio cuyo titular era miembro del gabinete. Tampoco debe olvidarse la responsabilidad del Gobierno británico, con confiscaciones forzosas por presuntas razones bélicas en, por ejemplo, las hambrunas de 1943 en Bengala, donde murieron, según las cifras más prudentes, cerca de un millón...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. Presentación
  7. Introducción
  8. Primera parte. Contexto y conquista
  9. Segunda parte. Aztecas
  10. Tercera parte. El imperio inca
  11. Cuarta parte. Mayas
  12. Epílogo
  13. Agradecimientos
  14. Glosarios de términos
  15. Mapas de los imperios azteca, inca y maya
  16. Anexo
  17. Bibliografía