El entorno digital
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El entorno digital

Breve manual para entender cómo vivimos, aprendemos, trabajamos y pasamos el tiempo libre hoy

Pablo J. Boczkowski, Eugenia Mitchelstein

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El entorno digital

Breve manual para entender cómo vivimos, aprendemos, trabajamos y pasamos el tiempo libre hoy

Pablo J. Boczkowski, Eugenia Mitchelstein

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Desde la foto que un padre o una abuela toman del recién nacido en la sala de maternidad, pasando por las experiencias que se comparten en redes sociales, las reseñas o calificaciones de películas, hoteles o restaurantes, el self-tracking que registra cuánto corrió una persona en una semana, hasta el activismo feminista, social o ambiental y las campañas políticas, todos y todas estamos cada vez más condicionados, directa o indirectamente, por los fenómenos que se dan en el entorno digital. Por eso, los autores de este libro sostienen que, si queremos entender de verdad el auge de lo digital en el mundo contemporáneo, no se trata de descomponerlo en aplicaciones o plataformas aisladas, sino de encararlo, al igual que la naturaleza o las ciudades, como un entorno que envuelve y moldea todos los aspectos importantes de la vida cotidiana.¿Cuáles son las principales características de este entorno? ¿Hasta qué punto nos viene dado "por completo" y cuáles son los márgenes para intervenir sobre él? Recuperando y sistematizando aportes de especialistas del Norte y del Sur globales, Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein muestran cómo las desigualdades de género, clase, educación, raza y etnicidad están inscriptas en el diseño y el funcionamiento de la tecnología, porque los algoritmos no son neutros, y describen prácticas emancipatorias que contrarrestan esos sesgos, incluido el uso de Twitter a través de hashtags como #BlackLivesMatter, #Mirá o #MeToo. Con evidencia empírica, riqueza narrativa y notable precisión conceptual, discuten la digitalización de la crianza, el trabajo, la escuela, las citas románticas; describen cómo los medios digitales reconfiguran nuestros hábitos de consumo de deportes, entretenimiento y noticias, y explican los desarrollos más innovadores en áreas claves de nuestro futuro digital: la ciencia de datos, la realidad virtual y la exploración espacial.Brillante introducción a los estudios sobre medios, comunicación y tecnología, y a la vez aguda radiografía de la subjetividad y la vida contemporánea, El entorno digital toma distancia de la celebración y de los enfoques apocalípticos para preguntarse qué pueden hacer los seres humanos en este lugar de la vida social y cómo pueden participar para volverlo más equitativo, justo e inclusivo.

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Información

1. Tres entornos, una vida
Durante los primeros meses de 2020, los habitantes de las ciudades de todo el mundo experimentaron algo que nunca había sucedido: una pandemia. Las medidas de cuarentena y aislamiento que se adoptaron para contenerla les hicieron trasladar aspectos importantes de su vida cotidiana de las calles a las pantallas. La vida no se detuvo, sino que se mudó a otro lugar.
La escala y el alcance de esta transformación no tienen precedentes. Las escuelas, los lugares de trabajo, los estadios deportivos, los teatros, las salas de baile, los lugares de culto, las tiendas, los centros comerciales y los gimnasios, entre otros tipos de locales, se vaciaron. Además, las visitas a los supermercados, a otros negocios esenciales y a los hospitales se vieron drásticamente alteradas. A cambio de este abandono de los espacios urbanos entre aquellos que podían permitírselo o cuyos trabajos lo permitían, hubo un tsunami de tiempo y energía dedicados a pantallas personales, a través de las cuales los individuos realizaban sus estudios, trabajo, entretenimiento, oración, ejercicio, socialización y citas. También acudieron a la pantalla a niveles mucho mayores que antes para comprar una amplia gama de productos, para consultar a sus proveedores de atención médica sobre cualquier cosa que no requiriera un tratamiento en persona, e incluso para darles la bienvenida a nuevos integrantes de la familia y despedir a los seres queridos. La vida empezaba y terminaba en la pantalla, la mayoría de las veces de forma metafórica, pero en ocasiones también de forma literal.
Aunque extraordinario en escala y alcance, este proceso no carecía de antecedentes. Por el contrario, se construyó sobre el avance constante hacia la digitalización de la vida cotidiana, que fue posible en parte por las innovaciones en las tecnologías de información y comunicación que han tenido lugar en las últimas décadas y se han acelerado desde el inicio del siglo XXI. De hecho, es en parte porque una proporción significativa de la población estaba tan acostumbrada a interactuar con amigos y familiares a través de mensajes de texto y redes sociales, a trabajar y estudiar en la computadora, a leer las noticias en formato digital y a ver películas en servicios de streaming, a encontrar pareja en aplicaciones de citas y a comprar en tiendas online, que el repentino cambio de la calle a la pantalla fue relativamente efectivo a pesar de su carácter radical y no planificado.
En nuestra opinión, la pandemia de covid-19 hizo más visible una tendencia en evolución según la cual la mayoría de las personas en las sociedades contemporáneas se desenvuelven en tres entornos: natural, urbano y digital. Mientras que los dos primeros existen desde hace mucho tiempo, el tercero es todavía nuevo y evoluciona rápidamente. Hemos escrito este libro para ofrecer una forma sencilla y original de dar sentido a sus principales dinámicas, tal y como se manifiestan en aspectos clave de la vida social. Para ello, hemos recurrido al trabajo de algunos de los principales especialistas que han estudiado las distintas dimensiones de estos aspectos y hemos destacado los rasgos comunes fundamentales que surgen de sus dispares programas de investigación.
Estos entornos están interconectados, como hemos visto cuando grupos de activistas organizan protestas tanto en las calles como en internet para luchar contra el calentamiento global. Además, un acontecimiento en el entorno natural (la aparición de un nuevo virus) hizo que los patrones de vida social que hasta entonces habían sido normales en los entornos urbanos se convirtieran en una amenaza para la vida, y llevó a quienes tenían ocupaciones que lo permitían y acceso a la infraestructura adecuada a buscar alternativas digitales para gran parte de sus interacciones sociales. Aunque los escenarios contrafácticos son siempre complicados, imaginemos por un momento qué habría pasado con la vida social si la misma pandemia hubiera tenido lugar apenas medio siglo antes. En esa época, la mayoría de los hogares urbanos estaban equipados con un teléfono fijo y con televisores y radios que transmitían un puñado de canales y emisoras cada uno. La vida social no se habría detenido del todo, pero con toda probabilidad se habría ralentizado y estrechado de manera considerable.
Este escenario contrafáctico también señala los diferentes patrones temporales de evolución de los entornos natural, urbano y digital. Durante cientos de miles de años, los seres humanos tuvieron una existencia nómada. Cazaban, pescaban y se alimentaban para subsistir, disfrutando de las bondades del entorno natural que también los condicionaba. La lluvia y la sequía, el calor y el frío afectaban la vida cotidiana de forma decisiva durante ese período. Hace aproximadamente diez mil años, el ser humano comenzó a desarrollar la agricultura y a adoptar un modo de vida más sedentario. Con el subsiguiente crecimiento de aldeas, pueblos y, posteriormente, ciudades, la vida cotidiana de un número cada vez mayor de individuos pasó a depender de la dinámica del entorno urbano. Desde entonces, el diseño y el crecimiento de las ciudades han ido configurando y siendo configurados por una variedad de cuestiones, como el comercio, la educación, el crimen, el ocio, la pobreza y las relaciones raciales y étnicas, entre otras.
Sin embargo, a pesar de todas estas interconexiones entre los tres entornos, vale la pena poner en primer plano el entorno digital y mantener en segundo plano sus conexiones con los entornos natural y urbano. Esto es posible, en parte, debido a que el entorno digital tiene una historia mucho más corta que sus contrapartes natural y urbana. Las tecnologías de medios, información y comunicación existen desde hace mucho tiempo. Pero hasta mediados del siglo XX, su desarrollo y evolución se produjeron principalmente en dos formatos. Por un lado, existían alternativas de comunicación uno a uno, como el correo, el telégrafo y el teléfono. Por otro lado, los llamados “medios de masas” –como los libros, los diarios y las películas, así como los programas de radio y televisión– ofrecían la posibilidad de comunicar de uno a muchos. Además, las diferentes tecnologías eran en gran medida independientes entre sí en cuanto a su infraestructura y funcionamiento y, lo que es más importante para los fines actuales, respecto a cómo las usaban y experimentaban las personas. Sin embargo, a mediados del siglo XX, una combinación de innovaciones tecnológicas y culturales puso en marcha cambios fundamentales que alterarían la vida social hasta décadas después.
La trayectoria de la informática moderna ha evolucionado desde los artefactos grandes y especializados de la primera mitad del siglo XX, representados en la cultura popular por inventos como la máquina Enigma, de Alan Turing, exhibida en la película de 2014 El código Enigma, hasta los diminutos y polifacéticos smartphones que miles de millones de personas de todo el mundo llevan todos los días en sus bolsillos. En 1945, la revista Atlantic Monthly publicó “As we may think” [Como podríamos pensar], uno de los ensayos más influyentes de la historia de la informática, escrito por Vannevar Bush, entonces director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico de los Estados Unidos. Bush presenta el concepto del Memex, un dispositivo que permitiría a cualquier individuo organizar y acceder a su propia biblioteca personal, y cambiante, de elementos de conocimiento interconectados. Lo que entonces era una visión futurista se ha hecho realidad en recursos en internet como Wikipedia, utilizada por cientos de millones de personas de forma regular.
El período en el que Bush escribió su ensayo fue también el punto de partida de una importante transformación cultural en la evolución de tecnologías de medios. Fred Turner, profesor de la Universidad de Stanford, expone en The democratic surround: Multimedia and American liberalism from World War II to the psychedelic sixties [El envoltorio democrático: Multimedia y liberalismo estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial hasta los psicodélicos años sesenta] que, a mediados del siglo XX, un grupo de intelectuales y artistas preocupados por el potencial autoritario de los medios de masas concibieron sistemas multimedia alternativos que rodearan a sus usuarios y les permitieran disfrutar de experiencias más democráticas. Este “envoltorio democrático” se plasmó por primera vez en las exposiciones de los museos en la década de 1950, se reimaginó en la contracultura de los años sesenta y setenta, se transformó en las primeras comunidades virtuales de los ochenta y noventa, y finalmente se manifestó en el diseño de las plataformas de redes sociales en los albores del siglo XXI. Bajo las diferencias entre las diversas mutaciones de esta noción envolvente subyace el hilo conductor de una comunicación de muchos a muchos, basada en saltos cuánticos de la potencia informática disponible, a través de dispositivos móviles, conectados en red, portátiles y casi omnipresentes.
El entorno digital ha surgido en la intersección de los desarrollos tecnológicos en la informática y los cambios culturales en la comunicación, que hicieron no solo posible sino también deseable la combinación de circulación de información de uno a uno, de uno a muchos y de muchos a muchos en la vida social. Este entorno tiene cuatro características definitorias: totalidad, dualidad, conflicto e indeterminación.
Las cuatro características del entorno digital
La idea de totalidad alude al hecho de que, aunque el entorno digital está conformado por artefactos discretos –desde dispositivos móviles hasta torres de servidores, y desde redes sociales hasta algoritmos de búsqueda–, la mayoría de las personas lo viven como un sistema global de posibilidades técnicas y sociales interconectadas que interviene, directa o indirectamente, en casi todas las facetas de la vida cotidiana. Muchas personas empiezan el día consultando sus teléfonos inteligentes no bien se despiertan y terminan maratoneando su programa favorito en una plataforma de video hasta que se quedan dormidas. En el medio, sus vidas están ocupadas por un amplio abanico de prácticas laborales, educativas, de ocio y relacionales llevadas a cabo mediante tecnologías digitales. Los individuos suelen entrar y salir de las múltiples aplicaciones disponibles en un conjunto de dispositivos de forma fluida, integrando estas diversas tecnologías en una experiencia holística. Esto no siempre fue así con tecnologías anteriores. Nick Couldry y Andreas Hepp, profesores de la London School of Economics and Political Science y de la Universidad de Bremen, respectivamente, muestran en The mediated construction of reality [La construcción mediada de la realidad] que esta totalidad es en parte el resultado de una profundización del proceso de mediatización que distingue a los medios digitales de sus homólogos mecánicos y eléctricos, en los que leer un periódico, enviar un telegrama, mirar la televisión e incluso utilizar un procesador de textos se experimentaban de manera más autónoma.
Esta totalidad es posible, en parte, porque el entorno digital no solo incluye nuevas opciones digitales, sino que también incorpora formas y lógicas mediáticas más antiguas y las remodela en un proceso semejante a la “remediación” que analizan Jay Bolter y Richard Grusin, profesores del Instituto Tecnológico de Georgia y la Universidad de Wisconsin en Milwaukee, respectivamente, en su libro sobre los nuevos medios. El teléfono inteligente es quizá el símbolo y facilitador por excelencia de este proceso. Lo utilizamos para escribir mensajes, leer las noticias, mirar videos, escuchar podcasts, jugar, realizar actividades laborales y escolares y comunicarnos con la familia, las amistades y los conocidos mediante voz, texto y video. Sin embargo, no realizamos estas prácticas desde cero, sino en relación con la forma en que solíamos escribir cartas y enviar telegramas; leer periódicos impresos; mirar programas de televisión; escuchar la radio; jugar a juegos de mesa; utilizar bolígrafo, papel, calculadoras y otras herramientas para la educación y el trabajo, y hablar con nuestros contactos a través de la telefonía fija.
La noción de dualidad señala que el entorno digital, al igual que su contraparte urbana, se construye y se mantiene en la vida cotidiana socialmente; pero a la vez se percibe como una entidad autosuficiente cuyo diseño e implementación tienen consecuencias más allá del control de las personas comunes. En su libro clásico La construcción social de la realidad, Peter Berger y Thomas Luckmann proponen que los individuos y los grupos crean rutinas y convenciones a través de sus interacciones y las justificaciones de sus acciones. Sin embargo, una vez que esas rutinas y convenciones se institucionalizan y se transmiten a las nuevas generaciones, se perciben como externas a las generaciones subsiguientes y, por lo tanto, capaces de influir en ellas de forma un tanto autónoma. Del mismo modo, el entorno digital es continua y socialmente construido, a la vez que es percibido por las personas como algo externo a ellas. Los dispositivos y las aplicaciones que lo componen no caen del cielo ni brotan de la tierra, sino que son producto del ingenio y el trabajo humanos. La corriente aparentemente constante de innovaciones y el incesante ritmo de cambio del último cuarto de siglo refuerzan aún más la centralidad del carácter socialmente construido del entorno digital. Sin embargo, la mayor parte del tiempo la mayoría de los individuos experimentan el entorno digital como un conjunto de tecnologías con limitaciones bastante fijas, que no pueden cambiar y que tienen consecuencias particulares en sus vidas sociales, a menudo reforzando patrones de desigualdad de larga data, como ha demostrado la profesora de la Universidad de Princeton Ruha Benjamin, en relación con cuestiones étnicas y raciales, en su libro Race after technology: Abolitionist tools for the new Jim Code [La raza después de la tecnología: Herramientas abolicionistas para el nuevo código Jim Crow].[2]
Esto se debe a que los individuos y los grupos no construyen el entorno digital en un vacío social, sino desde posiciones situadas dentro de formaciones estructurales ya existentes, moldeadas por factores como el género, la raza y la etnia, la edad, la clase social y el nivel educativo, entre otros. Estos factores suelen estar insertos en las tecnologías que dichos individuos y grupos construyen, dando forma a sus decisiones de diseño y a las suposiciones que hacen sobre sus usuarios y usuarias. Los algoritmos de los motores de búsqueda, por ejemplo, han ofrecido resultados moldeados por la discriminación racial, étnica y de género, como demuestra Safiya Umoja Noble, profesora de la Universidad de California en Los Ángeles, en Algorithms of oppression: How search engines reinforce racism [Algoritmos de opresión: Cómo los motores de búsqueda refuerzan el racismo]. Sin embargo, los creadores y usuarios de estas tecnologías tienen agencia para resistir estos diseños, adaptarlos de forma creativa y, en ocasiones, también reconstruirlos. Tal vez en ningún lugar haya sido esto más evidente que en la práctica de los hackers, como Gabriella Coleman, profesora de la Universidad de Harvard, analiza en Coding freedom: The ethics and aesthetics of hacking [Codificar la libertad: La ética y la estética del hacking]. Esta interacción entre la repetición de las formaciones estructurales y la fuerza compensatoria de la agencia –señalada por Anthony Giddens (profesor emérito de la London School of Economics and Political Science) como un aspecto fundamental de las sociedades modernas– es también constitutiva de las dinámicas de la dualidad del entorno digital.
Además, estas dinámicas están conectadas con la tercera característica del entorno digital: la centralidad del conflicto. Dado que el entorno digital suele ser construido por individuos y grupos con agendas específicas para promover sus intereses y utilizado por otros individuos y grupos que pueden tener agendas e intereses diferentes, y a menudo opuestos, el conflicto es simplemente inevitable. Esto no significa que la presencia y la intensidad del conflicto sean una característica constante de la vida social en el entorno digital; al contrario, hay variaciones entre comunidades, sociedades y períodos de tiempo. Pero sí implica que el conflicto no es algo que debamos erradicar, sino aceptar. Por eso somos testigos de la persistencia de muchos escenarios de discordia, a veces superpuestos, como la neutralidad de la red, la gestión de datos, los derechos de privacidad y propiedad intelectual, y la transparencia y responsabilidad algorítmica, entre otros.
Aunque lo mismo puede decirse del carácter endémico del conflicto en el entorno urbano, hay dos características únicas del entorno digital que lo hacen particularmente propenso al conflicto y también exacerban su intensidad. En primer lugar, el entorno digital está organizado en mercados en los que el ganador se lleva todo.
Como demuestra Matthew Hindman, profesor de la Universidad George Washington, en The internet trap: How the digital economy builds monopolies and undermines democracy [La trampa de internet: Cómo la economía digital construye monopolios y destruye la democracia], los mercados digitales están muy concentrados. Aunque hay cientos de millones de sitios web y aplicaciones disponibles, la atención de los usuarios se ha concentrado a lo largo del tiempo en unos pocos ganadores para cada categoría de contenido: compramos en Amazon, buscamos en Google, nos conectamos socialmente en Facebook, Instagram y Twitter, miramos videos en YouTube, y enviamos mensajes en WhatsApp y Messenger, entre otros. En segundo lugar, el discurso público en el entorno digital tiende a intensificar las posiciones preexistentes. Esto conduce a los efectos de fragmentación que Yochai Benkler, profesor de la Universidad de Harvard, y sus coautores denominan “polarización asimétrica” en Network propaganda: Manipulation, disinformation, and radicalization in American politics [Propaganda en red: Manipulación, desinformación y radicalización en la política estadounidense]: un sector de la vida social desarrolla una concepción radicalmente diferente de la del resto. Cuanto más se concentra la atención, más probable es que haya resentimiento hacia los ganadores; y cuanto más se radicalizan los puntos de vista, más probable es que haya un intenso debate en la sociedad.
Esta dinámica de poder está relacionada con la cuarta característica del entorno digital: la indeterminación. En los últimos años, académicos y comentaristas han expresado su preocupación por los futuros distópicos de la sociedad ligados al entorno digital: desde las noticias falsas que socavan la democracia hasta las redes sociales que influyen en las elecciones, y desde la proliferación de datos que amenaza la privacidad hasta la automatización que disminuye masivamente la mano de obra. Bajo la diversidad de estos problemas hay un denominador común: la certeza sobre las consecuencias sociales de la adopción de determinadas innovaciones. Sin embargo, la combinación de dualidad y conflicto sugiere que la agencia en la creación, distribución, apropiación y regulación de las nuevas tecnologías, así como las inevitables controversias derivadas de los intereses contrapuestos de los distintos individuos y grupos involucrados, hacen que los resultados difícilmente puedan establecerse de antemano. Por eso, a priori, lo que ocurrirá con la construcción y el uso de cualquier innovación en el entorno digital es indeterminado. Esto no significa que todas las opciones sean igualmente probables; algunas son más probables que otras. Pero el camino nunca está predeterminado por completo y siempre depende de las contingencias locales, y a menudo imprevisibles. Contra esta percepción generalizada, Andrew Chadwick, profesor de la Universidad de Loughborough, concluye en The hybrid media system: Politics and power [El sistema de medios híbrido: Política y poder] que, en la sociedad contemporánea, los ciudadanos de a pie tienen una mayor capacidad para influir en la opinión pública que cuando los periódicos y la radiodifusión dominaban a mediados del siglo XX. Esto hace que el tejido de la comunicación política sea más descentralizado y complejo, lo que, a su vez, aumenta la indeterminación.
Esquema del l...

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