Ortega y Gasset
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Ortega y Gasset

La aventura de la verdad

  1. 192 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Ortega y Gasset

La aventura de la verdad

Descripción del libro

Una excepcional introducción a la vida y la obra de Ortega y Gasset de la mano del principal especialista en el pensamiento del filósofo español.

José Ortega y Gasset (1883-1955) es la figura más importante del pensamiento español del siglo XX. En este nuevo libro, Javier Zamora Bonilla –exdirector del Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación José Ortega y Gasset - Gregorio Marañón y coordinador de la edición crítica de las Obras completas del filósofo– presenta una síntesis de muchos años de investigación sobre la biografía y la obra del filósofo, entrelazando ambas en el contexto histórico donde se desarrollaron.
Al hilo de la biografía de Ortega y Gasset, se expone su filosofía de la razón vital e histórica y su pensamiento político, así como la actuación pública del que fuera uno de los mayores intelectuales del siglo XX, un filósofo que puso los fundamentos de la filosofía contemporánea en España con una obra fecunda en ideas innovadoras. Formado en las principales universidades alemanas, supo absorber las grandes corrientes del pensamiento europeo y reelaborarlas en una síntesis personal y propia.
De esta síntesis surgieron sus concepciones acerca del lugar del ser humano en el mundo y en la historia, concretadas en el raciovitalismo, una visión de la razón no como instancia abstracta y descamada, sino integrada en el devenir de la existencia. Con La rebelión de las masas mostró el profundo cambio producido en las sociedades modernas, que afectaba a toda su producción cultural. Y su elaboración de la fenomenología, imprimiéndole un sesgo histórico, contribuyó a enriquecer esta corriente señera del pensamiento contemporáneo.
La presente obra sitúa la filosofía de Ortega y Gasset contra el telón de fondo de su convulsa época histórica (una república, dos dictaduras, el exilio). No podía ser de otra forma tratándose del filósofo de la razón vital.

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Información

Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788413611457

El intelectual errante

La segunda navegación quedó varada por el estallido de la Guerra Civil a la espera de que la mar belicosa permitiera el reposo necesario para la reflexión. Aunque su preocupación por la marcha de la política en España y en Europa era grande desde hacía años, ni de lejos pudo Ortega imaginar el giro dramático que la circunstancia provocó ni cómo le iba a afectar en su vida. La guerra y la dictadura posterior le obligaron a errar por el mundo durante el resto de su vida, primero en Francia, Holanda y Portugal, luego en Argentina, y nuevamente en Portugal. Aunque a partir de 1945 volvió a entrar en su país e hizo algunos intentos de recuperar su voz como intelectual, pronto se desesperó de una España que no se parecía en nada a la que él había soñado en su juventud. No dejó de trabajar, aunque pasó enfermedades graves y etapas de depresión que lo paralizaron durante un tiempo. Escribió algunos textos magníficos en los que mostró la mucha filosofía que había asimilado y la mucha que podía producir. Impartió también algunos cursos importantes en Buenos Aires, Lisboa, Madrid y varias ciudades alemanas como Hamburgo, Múnich y Hannover. Su éxito internacional en los años 40 y 50 fue rotundo, pero se fue de esta vida sin culminar ninguno de los grandes libros que se propuso como puertos de arribada de su segunda navegación.

El exilio

Nada más enterarse del golpe de Estado, Ortega y su familia abandonaron el chalet que habían comprado dos años antes en la Colonia del Viso, entonces una zona retirada del centro de Madrid, y se marcharon a casa de su suegro, en la calle Serrano, donde habían vivido antes. Al día siguiente se refugiaron en la Residencia de Estudiantes invitados por su director, Alberto Jiménez Fraud. Pensaron que la presencia allí de alumnos internacionales evitaría que las milicias entrasen. El filósofo temía por su vida en el Madrid republicano. Algunos amigos como Julián Besteiro, catedrático de Lógica y prohombre socialista que recibía entonces las críticas y amenazas del sector bolchevizante del PSOE, y el decano de la Facultad de Filosofía, Manuel García Morente, le mandaron recados para que se escondiese. Ortega pensaba que en cualquiera de las dos zonas en que enseguida se dividió España su vida corría peligro. Las críticas del antiguo amigo Luis Araquistáin, a la cuarta edición de España Invertebrada, publicada en 1934, habían sido muy duras desde la revista Leviatán que dirigía. En dos artículos de diciembre de 1934 y enero de 1935, le acusó de ser un «profeta del fracaso de las masas», aunque, en el fondo, con su simplista división de minorías y masas, afirmaba Araquistáin, Ortega lo que quería era «vengar» en las masas «su propio fracaso» de «pequeño burgués con un complejo de inferioridad social». Ortega era, según el director de Leviatán, un «paladín de la contrarrevolución y de la antirrevolución», un pensador conservador que gustaba a las burguesías norteamericana y europea —Araquistáin no había digerido bien el éxito internacional de La rebelión de las masas—, y que no era ni mucho menos el revolucionario que creía ver en él la burguesía española. Solo en un «sarampión» pasajero, aseveró, se había aproximado a los socialistas y a los republicanos. El otrora viejo amigo afirmó que Ortega se había alejado del neokantismo porque llevaba al socialismo y, en cambio, se había entregado a la filosofía vitalista de Nietzsche, Simmel y Scheler, aunque ocultaba sus fuentes para parecer original. Su filosofía, según el intelectual socialista, no era «más que petulante profetismo, no muy superior a los augurios que de un año para otro suelen hacer los charlatanes y “videntes” profesionales». Araquistáin terminó su último artículo invocando a un cambio de actitud del viejo amigo, al que decía valorar, para que dejase de estar «entretenido en bagatelas seudofilosóficas, que malgastan su talento y su hombría», y viera la luz del socialismo revolucionario. El intelectual socialista era uno de los principales asesores de Francisco Largo Caballero, con el que colaboró en el Ministerio de Trabajo durante los primeros gobiernos republicanos. También fue embajador en Berlín y, entonces, aún se preocupaba de organizarle conferencias a Ortega en Alemania, aunque este no llegó a impartirlas. Allí le alcanzó el triunfo de Hitler en 1933. Pensaba, ya antes del comienzo de la guerra, que el único camino para hacer frente al fascismo era la dictadura del proletariado.
En el otro bando, entre los falangistas, hubo muchos admiradores de Ortega, incluyendo a José Antonio Primo de Rivera, pero no es baladí que «El Gran Inquisidor» lanzara su primer «Auto de F. E.», en la revista F. E., contra el filósofo, al que calificó de «la figura más noble, importante y peligrosa del heterodoxismo español antifascista». Las críticas de los intelectuales católicos eran aún más duras contra Ortega por su proclamado «acatolicismo», aunque había intentado evitar algunos de los artículos más duros contra la Iglesia en la Constitución republicana, por ejemplo la prohibición de que las órdenes religiosas pudieran dedicarse a la enseñanza, y no, como hemos visto, porque le gustase su pedagogía, sino porque pensaba que la República no tenía capacidad inmediata para sustituir todos esos colegios por otros públicos.
Fotografía de María Zambrano
La pensadora María Zambrano, excelente prosista, fue discípula de José Ortega y Gasset en la Universidad Central de Madrid.
En 1936 el filósofo estaba gravemente enfermo, con problemas biliares y hepáticos que arrastraba de tiempo atrás. En esta situación, recibió en la Residencia la visita de un grupo de escritores jóvenes, vestidos de milicianos y algunos armados, que querían que él y otros intelectuales mayores firmasen un manifiesto a favor del Gobierno de la República. El texto era una proclama pro revolucionaria que Ortega no compartía. Su discípula María Zambrano, que era su ayudante en la cátedra de Metafísica y estaba entre los jóvenes que visitaron al filósofo, y su hija Soledad, que acompañaba a su padre en aquel momento, mediaron. Al final, Ortega, Marañón, Menéndez Pidal, Pérez de Ayala y algunos más firmaron un escueto manifiesto apoyando al Gobierno republicano: «Los firmantes declaramos que, ante la contienda que se está ventilando en España, estamos al lado del Gobierno de la República y del pueblo, que con heroísmo ejemplar lucha por sus libertades». Ortega contó luego que le habían obligado a firmar aquel escrito «bajo las más graves amenazas» (IV, 524). Su posición no gustó a los intelectuales antifascistas, los cuales nunca le perdonaron que no expresase un mayor compromiso con la República y se distanciase de ella tan pronto. El filósofo pensaba que aquel régimen ya no era el que él había contribuido a traer en 1931 y por el que aún había gritado «¡viva!» en 1933. El antifascismo no hacía demócratas a los que no lo eran.
En cuanto pudo, Ortega salió de España. Lo hizo a finales de agosto de 1936, acompañado de su familia, gracias a las gestiones de la Embajada francesa y de Vicente Iranzo, hijo. Que Ortega hubiese sido condecorado con la Legión de Honor facilitó que les concedieran a todos el visado para ingresar en Francia. La salida de Madrid no fue fácil. Huyeron en tren a Alicante y de allí en barco a Marsella. Los escoltó hasta la estación de tren su hermano Eduardo, que se hizo acompañar de milicianos del Colegio de Abogados. Eduardo fue miembro del Partido Radical Socialista y fiscal de la República; gozaba de un cierto respeto entre los combatientes republicanos porque unos meses antes del estallido de la guerra sufrió un atentado falangista en su casa, afortunadamente sin víctimas. Una vez en Francia, Ortega se instaló junto a su familia durante unos meses cerca de Grenoble antes de trasladarse a París, donde pasaron buena parte de la guerra desde finales de aquel año, salvo algunas estancias en Holanda, invitado por el filósofo e historiador Johan Huizinga en 1937, y Portugal. En la capital francesa fue operado a vida o muerte en 1938 para que le extirpasen la vesícula biliar. Sus amigos Gregorio Marañón y Teófilo Hernando, ambos médicos, también exiliados en París, insistieron al cirujano Gosset y al internista Abrahmí para que interviniesen a pesar de que los dos médicos franceses pensaban que introducir el bisturí en aquel cuerpo casi inánime era hacer una autopsia. Salió con vida.
La familia Ortega y Gasset pudo sobrevivir durante los primeros años del exilio gracias al dinero que le enviaron sus amigas bonaerenses Victoria Ocampo y Elena Sansinena de Elizalde, que lo recaudaron entre algunas amistades argentinas, un dinero que el filósofo devolvió en cuanto pudo. En París se instalaron en un piso de la rue Gros, en la ribera del Sena, no demasiado lejos de la Torre Eiffel. El filósofo tuvo que alquilar también el de arriba porque llegaron a ser dieciséis a dormir y diecinueve a comer, según se iban sumando familiares y amistades que huían de la guerra.
Ortega no se sentía identificado con ninguno de los dos bandos. Que el republicano le cesara de catedrático tras el verano de 1936, aunque había alegado que estaba fuera de España enfermo y que, por eso, no podía reincorporarse a la Universidad, no solo lo distanció del mismo, sino también de su discípulo José Gaos, que había aceptado el rectorado. Con Gaos era, entre los compañeros y tertulianos, con quien Ortega había tenido más trato durante los últimos años. A menudo iban a pasear juntos por la sierra del Guadarrama o por los descampados de Vicálvaro. Como Gaos ha contado, su maestro lo utilizaba como receptor más bien pasivo de sus meditaciones. Ahora la guerra lo había emponzoñado todo. Los dos hijos de Ortega decidieron ir al frente a luchar con el bando franquista, Miguel como médico y José como soldado raso. Esto inclinó aún más la balanza de la posición de su padre hacia el bando franquista, aunque no quiso hacer ninguna manifestación pública a favor del mismo, y aceptó sin ningún entusiasmo y con mucha preocupación la decisión de sus hijos. A la condesa de Yebes le decía por carta en octubre de 1936, poco después de huir de la España republicana, cuando esta le contó que su marido se había enrolado en el ejército nacional, que lo que él sentía era no poder ir al frente. Más allá de manifestaciones privadas, no quiso adherirse a ninguno de los manifiestos que durante el conflicto se difundieron por uno y otro bando. Cuando los servicios secretos franquistas en Londres intermediaron para que Soledad pudiera establecerse en Inglaterra y dar allí clases que le permitieran obtener unos ingresos que les eran necesarios, Ortega se comprometió a mandar artículos a favor del bando franquista, pero el primero que envió fue un largo ensayo sobre el pacifismo para mostrar el desconocimiento en que unas naciones vivían de otras. Se lo había solicitado una revista tiempo atrás y luego lo incorporó al «Epílogo para ingleses» de La rebelión de las masas. Para nada cumplía con las expectativas de agitación y propaganda que esperaban de él los fascistas. Sus interlocutores, entre ellos Luis Calvo, querían artículos cortos que pudieran colocar en diarios de gran difusión. Ahí acabó la cosa. Ortega no volvió a enviar ningún artículo más.
Durante la guerra era raro el día que no se recibía alguna mala noticia. Soledad Ortega cuenta en Imágenes de una vida la anécdota de que llegaron a la casa de París dos amigas de tía Rafaela, Enriqueta y Pepita Martínez Sierra. El golpe militar les había cogido separadas y cada una había vivido la experiencia de un bando distinto durante aquellos primeros meses terribles del conflicto. Una y otra pujab...

Índice

  1. Prólogo
  2. Advertencia y agradecimientos
  3. Una filosofía para seguir pensando y entendiendo
  4. «Yo» y «circunstancia»
  5. Filosofía de la razón vital e histórica
  6. El intelectual errante