Emboscaduras y resistencias
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Emboscaduras y resistencias

  1. 236 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Emboscaduras y resistencias

Descripción del libro

«Solsticio, cielos rosas, anaranjados, azules intensos, nieblas... Climatología variable la tuya, la exterior y la interior, con ella te toca convivir, lo haces como puedes, pero no lo dejes, no te abandones, acuérdate de que lo tuyo es caminar a pesar de los pesares, por su causa tal vez.» «Estás equivocado, se trata de ser optimista por encima de la desolación y las contrariedades, y más que optimista, esperanzado.» «No puedes cercenarte la elemental alegría, esa del vagabundear por el espacio que te es propio. No puedes ponerles a los tuyos cara de perro, ni feroz ni apaleado… y me importa un carajo si de esto se ríen las fieras, eso ya no cuenta, cuenta el no emporcar el trozo de bosque que estás ocupando mientras estás con vida».

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Información

Editorial
Alberdania
Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788498687163
Emboscaduras
Raro es el día de caminata por alguno de los bosques de los alrededores –robles del país y robles americanos, hayas que el viento hace charlatanas, alerces sutiles, castaños muy castigados–, más sucios que limpios, que no me acuerde de Franz Werfel, cuando señalaba que Dante nos dejó a deber «el bosque», después de haberlo mentado en varios sitios, por ejemplo en La muerte de un pequeño burgués o en Secreto de un hombre, donde de manera enigmática dice:
aquel hombre que tal vez había nacido en Trieste, que era apoderado de la más espléndida casa de antigüedades, que sostenía una sucursal en Arosa con los artículos para deportes de invierno y que, vestido según el último figurín, solía cazar panteras en la selva de Dante (un letrero rezaba: «Selva oscura»). Pero no estaba solo. Enamorada iba de su brazo una muchacha joven con cara de vieja y pobre y cuyo nombre conocía: Margarita Maultasch.
Viendo todo eso me dormí.
La selva oscura, más interior que otra cosa, de la que no sabemos cómo salió el Dante, eso al menos es lo que leo en Forêts. Essai sur l’imaginaire occidental, de Robert Harrison, que se ocupa de buena parte de la mitología que hemos hecho crecer alrededor de los bosques y que vivimos de manera muy relativa, por mucho que los pongan de moda, cuando menos en los papeles: baños de bosque y demás japoneserías del mercado de la inquietud irrestañable que es mejor leer que poner en práctica. Frente al comedero y al bebedero tumultuario actual, el bosque tiene todas las de perder.
Hace ya tiempo me enteré de que llevo muchos años no merodeando por bosques, sino haciendo shinrin-yoku, que es y no es lo mismo, yo le llamaba dar una vuelta, pero por lo visto es algo japonés y se llama baños de bosque. Convendremos, por no reñir, y porque los bosques nos hacen pacíficos, pero como pavada, me parece mayúscula. Es fascinante la cantidad de estupideces con las que comulgamos boquiabiertos como papamoscas. Por no hablar del caminar como materia de farsante académico que encuentra en ello el paradigma de las libertades y hasta de la resistencia al sistema. He caminado mucho y nunca se me había ocurrido reflexionar sobre ello, ni haciendo mindfulness, es decir pensando reciamente sobre ello, en plan Ouspensky, porque bastante ocupado voy en poner los pies donde los pongo o en mirar una cosa u otra, como para hacer metateoría de barbecho.
El bosque más que atraer, tira para atrás, atemoriza, se evita. Es el escenario de miedos ancestrales: perderse, un anochecer, en un bosque tiene poca gracia, hay miedo a las alimañas pocas veces vistas, al jabalí, al perro asilvestrado y a ese no sé qué que creemos advertir detrás de los árboles, en los apriscos comidos de maleza; un ambiente que llevó con fortuna Arthur Rackham a sus dibujos de bosques y de duendes, sus habitantes. Pocas cosas más inquietantes que ver removerse la maleza y no saber qué es lo que la agita.
Franz Werfel, autor de Los cuarenta días del Musa Dagh, sobre el genocidio armenio, que en junio de 1940 –en un café de Bayona lo vio, sombrío, enfurruñado, el húngaro György Faludy******– escapó de acabar en el campo de concentración de, entre otros, los indeseables, los judíos y los republicanos españoles, el de Gurs (1939-1946), muy cerca del lugar donde ahora escribo, al otro lado de los montes que veo rojos de cinabrio al atardecer y escenario de la lucha por la supervivencia de gente que podía perder la vida si le daban caza. En el lugar donde estuvo el campo de la infamia, la administración francesa, que fue la que lo edificó y dirigió, plantó un bosque para hacer desaparecer las huellas de lo que allí hubo, sin conseguirlo. Un bosque sucio, a medias comido por la maleza, fuera de los espacios hoy rescatados por empeño de memoria. No todo lo relativo a los bosques y al emboscamiento es lirismo o mitología recreativa.
El bosque de los fuera de la ley: Hereward el Proscrito, poniendo en pie de guerra los pantanos de Ely; Fulk FitzWarin alborotado amotinador y reclamador sobre todo de derechos propios; el monje Eustache, mercenario, pirata y nigromante (fue en Toledo donde aprendió las artes de la magia negra), que combatían la injusticia padecida en sus propios bienes desde los bosques y los pantanos… Leyendas estas de la Vieja Inglaterra que tienen el bosque como escenario y una base real de rebeldías contra los abusos de la monarquía y de la nobleza feudal y que suscitan una simpatía popular hacia esos nobles rebeldes que no dudaban en levantar mesnadas en su favor o abusivos hombres de guerra de los que en la práctica eran deudores de tributos serviles.
Robin Hood y los proscritos, una leyenda en beneficio del bosque, y el bosque que de leyenda no tiene nada, el de los maquis de 1944, el de los contrabandistas de la larga posguerra, el de los asesinados de 1936, el de los cazadores furtivos de Agos, mundo perdido aquel, antes de que los bosques se fueran reduciendo para pasto o cultivos de aprovechamiento inmediato. Realidades y leyendas.
El bosque de Brocéliande donde está enterrado el mago Merlín, al menos en lo que se refiere a las leyendas artúricas, o donde la Dama del Lago, el hada Viviana, encerró a Merlín en un árbol, sugestiva versión esta, en una cueva o en una cárcel de cristal… ¿O fue en una cárcel de palabras de la que era imposible salir? En el fondo, fuera caverna, árbol o cárcel de cristal, de un hechizo se trataba.
Merlín que, horrorizado de una carnicería fratricida, se convierte en un Homo Silvester u Homo Selvaticus******* –«Se hace, en fin, hombre tan silvestre como si las espesuras le hubieran echado al mundo»–parapetado en un bosque desde el que lanza sus profecías y recluido durante el invierno en una extraña mansión de nombre Esplumeor habitada por escribas que recogen sus presagios. Es el horror y la violencia lo que empuja a Merlín a emboscarse y a desaparecer en la espesura. Es y no es un solitario. Como personaje literario se le ve demasiado acompañado, visitado, buscado, su desprendimiento del mundo no es total ni mucho menos y eso lo llevará a la muerte cuando pierda la cabeza por los favores de Viviana, la que le arrebatará sus poderes.
Encerrarse voluntariamente no en una cárcel, sino en un fortín de palabras, leídas o escritas, hacer de estas un bosque impenetrable ...

Índice

  1. A modo de prólogo
  2. Escenario/Argumento
  3. Viaje y tornaviaje
  4. El viaje de otoño
  5. Emboscaduras
  6. Yo me salvé escribiendo
  7. «¡Solitarios del mundo, uníos!»
  8. Brouillartas y borrascas
  9. Molestias del trato humano
  10. Resignaciones de confinados
  11. Casa, fortín, blocao… abrigos de la suerte.
  12. Aeterne pungit, cito volat et occidit
  13. Misantropías
  14. Derrotas y resistencias
  15. La luz nueva