El secreto de la sanción emocional y el crecimiento personal
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El secreto de la sanción emocional y el crecimiento personal

  1. 176 páginas
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El secreto de la sanción emocional y el crecimiento personal

Descripción del libro

Al mismo tiempo que debemos cuidar el cuerpo, debemos cuidar la vida interior para tener una vida plena y feliz. Por ello, este libro explica la naturaleza de la sanación emocional y el crecimiento personal. Su fuente son los aprendizajes y experiencias obtenidos en consulta, los psicoencuentros, confrontaciones que el psicoterapeuta Ricardo Silva ha podido recopilar en su experiencia.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9786074525205

Los cuatro factores que inducen al sufrimiento


El sufrimiento es tan antiguo como el origen del ser humano. Desde siempre, las personas sufrimos porque somos humanos y tenemos la capacidad para reaccionar como todos los seres vivos. Es así como el dolor y el sufrimiento, que no son lo mismo y lo aclararé más adelante, son inherentes y exclusivos de la especie humana.
En cuanto a la historia de la sanación, sabemos de una gran cantidad de métodos curativos para todos los gustos y necesidades. Siempre han existido personas que buscan sanar esas heridas emocionales por medio de pociones curativas, rituales, amuletos, y limpias. En conclusión, tratan de evitar el sufrimiento y el dolor. El budismo, por ejemplo, propone el no sufrimiento a través del desapego a las cosas materiales y humanas para alcanzar el nirvana.
Hay una gran cantidad de personajes interesantes en el arte de sanar las heridas emocionales: brujos, chamanes, iluminados, sabios, santos… y psicoterapeutas, últimamente.
Ha sido tan grande la necesidad de sanación que años a.C., existió una comunidad que se dedicaba exclusivamente a la sanación física y del alma, se les conocía como “los terapeutas” y eran capaces de sanar y resucitar muertos. Pertenecían a una comunidad derivada o seccionada del pueblo hebreo a quienes les llamaban los esenios. Al parecer el propio Cristo, durante su desaparición de las Sagradas Escrituras a la edad de 12 años aproximadamente, emigró a esta comunidad, donde se dice aprendió el arte de sanar milagrosamente y el arte de la resucitación. Mismos que puso en práctica a partir de su aparición pública a los 33 años.
Trataré de contribuir al arte de la sanación emocional desde un enfoque psicológico, filosófico y antropológico pues he concluido que la sanación emocional tiene mil caminos. Uno de ellos es saber qué es lo que provoca y mantiene abiertas las heridas emocionales y psicológicas. Si logramos entender su naturaleza y origen, podremos emprender el camino hacia la sanación.
No sé si existirá un “felizómetro” pero si lo hubiera vería mos que existen culturas que sufren menos que otras y no precisamente por cuestiones económicas. Esto tiene que ver con la diferencia cultural y de costumbres, con su filosofía de vida y su lenguaje. La historia misma está hecha de formas colectivas de pensamientos, valores universales y creencias que guían el comportamiento de las personas.
He llegado a la conclusión de que muchas veces el dolor se produce por el apego a estas situaciones. Dentro de toda la gama de orígenes del dolor emocional he encontrado, a través de los años y de una gran cantidad de pacientes que han pasado por mi consultorio, que se pueden englobar en cuatro grandes ejes. Sobre éstos giran la gran mayoría si no es que todas las formas de sufrimiento. Algunos de ellos tienen su origen en la filosofía y las religiones y otros son producto de la sociedad misma; son generadores de dolor. Veamos cuáles son.

Creencia en lo permanente

La frase “nunca cambies, sé siempre así” se escucha con frecuencia, sobre todo en las despedidas, después de compartir tiempo con nuestros amigos o al finalizar un año escolar. Tal parece que deseamos que mantengan sus cualidades como seres humanos.
En las parejas o matrimonios es común escuchar las frases “ya no eres como antes” o “ya no me dices las cosas que me decías antes”. Hace tiempo, mientras autografiaba libros y platicaba con algunos de mis amigos actuales, se acercó una antigua amiga a saludarme y expresó, con cierto tono de reclamo, cómo es que yo había cambiado. Mi respuesta fue ¡gracias a Dios! Por supuesto que no le agradó y jamás he vuelto a verla.
Si la creencia está fuertemente instalada en la idea de lo permanente, entonces los cambios serán productores de dolor, frustración y sufrimiento. Es decir, a nadie le gusta que la gente cambie. Esta idea de lo permanente es auspiciado desde el seno familiar, lo refuerzan las escuelas, y lo cronifican las religiones.
Esta creencia tiene su origen en las primeras grandes manifestaciones de la filosofía, y posteriormente en formas de pensamiento común. 500 años a.C. Parménides proponía y hablaba de lo permanente de la esencia. Para él, los cambios sólo se daban de manera aparente, lo esencial no cambia. Después de cientos de años, esta teoría pasó al dominio popular de manera inconsciente y colectiva, desde la premisa de que “las cosas, inclusive la vida misma eran permanentes y eternas”. Nos enseñaron subliminalmente que todo debe permanecer como es. Así, aprendimos que las cosas son para siempre.
El matrimonio, los hijos o los padres son para siempre, el amor es para siempre. Por eso se han creado miles de posturas, dogmas y credos intentando fortalecer esta idea. Se ha hablado de pociones para la juventud eterna, de la resucitación, de la vida después de la vida y por si esto fuera poco, se postula la reencarnación: volver a nacer en alguna otra criatura viviente.
Otra situación que motiva a fortalecer la idea de lo permanente es la necesidad de seguridad. Todo parece indicar que las personas se niegan al cambio por el temor de perder su zona de confort aunque no sea lo suficientemente satisfactoria. Así se forman las fronteras de la familiaridad que postula la psicoterapia Gestalt, el refrán así lo reza: “Más vale malo por conocido que bueno por conocer”.
Por eso, si tienes muchos cambios en tu vida, ya sea de estado de ánimo o de empleo, eres un inestable. Si has tenido muchas parejas también lo eres (por eso yo sólo alcancé a tener 35 novias antes de casarme, cosa que siempre me cuestionaron). Los cambios son inevitables, y cuando tú los provocas siempre se dan en busca de la felicidad pero no siempre serán aceptados. Muchas veces, con el uso indiscriminado de los conceptos propios de los manuales de psicopatología, por tus cambios de estado de ánimo serás catalogado como bipolar o “depre”. El cambio es productor de dolor y sufrimiento por la creencia de que todo debe ser permanente.
Sin embargo, como todo en la vida tiene un opuesto, existe otra teoría también filosófica y a la par de las propuestas de Parménides, hecha por uno de sus contemporáneos: Heráclito de Éfeso, conocido como el filósofo del “devenir”. Este concepto conlleva la idea de que todo está por llegar, algo nuevo sucederá, o a cambiar de manera inevitable. Para el filósofo griego, todo está en movimiento de manera natural. Nada es permanente, ni la vida misma. Cientos de años después, un tlatoani azteca conocido como “el rey poeta” lo diría en uno de sus poemas: “no para siempre en la tierra, sólo un poco aquí” (Nezahualcóyotl).
Desde esta postura se concluye que lo único permanente es el cambio. Sin embargo, para eso no nos educan. Nunca nos dicen que desde el momento en que algo inicia ya se está terminando, y que como dice un poema “nunca nada ocurre dos veces”.
La verdad es que nunca nada puede ser igual dos veces, “nunca te bañas dos veces en el mismo río, pues nuevas aguas corren tras las aguas” (Heráclito). Ni el río ni tú son los mismos. Así como nadie puede hacer que amanezca, nadie puede evitar el cambio. De hecho nada termina, sólo cambia. El cambio es productor de dolor por la creencia de que algo se terminó, se acabó. Desde el momento en que naces ya caminas hacia la muerte, la vida no es otra cosa más que un proceso hacia dejar de ser. A los cambios, durante generaciones y en el sentido cultural, los hemos teñido con la idea de que son el “final de algo”, nos oponemos a ellos y el resultado es el dolor.
Entre más te opongas al cambio, más te duele. De hecho, he llegado a la conclusión de que tenemos miedo de soltar nuestros apegos emocionales como el sufrimiento, el resentimiento y la culpa por el temor de no saber quién voy a ser sin... El cambio es temido por desconocido, lo no conocido asusta, por eso alimentamos la idea de lo permanente. La vida es evolución pero también involución. Estamos programados para evolucionar, para mejorar cada día, pero sólo es posible mediante el cambio. Todo cambio es bueno por el simple hecho de ser un cambio. Nada puede permanecer sin movimiento sin que se corra el riesgo de que se atrofie. La única manera de evolucionar es aceptar la inevitabilidad del cambio; ver el cambio como algo positivo.
Un paciente se encontraba en un dilema, tenía una relación extramarital y muchos problemas con su esposa, estaba en proceso de tomar una elección. Un día me dijo que se había decidido por su novia y se iba a separar de su esposa. Me preguntó qué me parecía y le respondí que era buena idea. Pasó el tiempo y en una de las sesiones expresó haber cambiado de idea, iría a hablar con su esposa para que acudieran los dos a terapia y así poder estar bien con ella. Preguntó qué me parecía y contesté que era buena idea, si así lo había decidido. “¡Cómo! —vocifero— si me voy con mi novia me dices que es una buena idea, si decido quedarme con mi esposa también. No te entiendo”. Argumenté que las dos decisiones eran una buena idea porque de lo que se trataba realmente es de que hiciera algo diferente a lo que venía haciendo; que le faltaba un cambio en esos momentos de su vida y sería no sólo bueno sino necesario.
Si los resultados serán buenos o malos, eso lo sabrás hasta que hagas el cambio. Lo que era sano para él era moverse, salir del hoyo, desatorarse. Las aguas estancadas están condenadas a descomponerse.
En los cambios también intervienen intereses económicos. El sufrimiento vende, la felicidad no. Si la aceptación del cambio como parte inherente del ser conlleva a la sanación y a evitar tanto sufrimiento, y éste es lo que vende, entonces es lógico pensar que es posible que por conveniencia, los interesados oculten la sanidad del cambio y vendan de mil maneras la idea de que “lo sano es lo permanente”.
El arte, la música, la literatura trágica y victimezca son los que más venden. El sufrimiento humano es un buen negocio. Por eso, la labor de los terapeutas o psicólogos es desacreditada por los adictos al negocio y los defensores de la cruz: “no vayan con los psicólogos, están más locos que ustedes”.

Conceptos lacrimógenos

Pocas veces nos detenemos a sopesar el valor psicológico de los conceptos y palabras. No conozco mucho de otros idiomas pero se dice que el español es el que más variedad de palabras tiene para referirse a una sola cosa. Este idioma está plagado de conceptos hirientes, dolorosos, por eso les llamo “lacrimógenos” o generadores de lágrimas.
Como mencioné al inicio de este capítulo, según las investigaciones existen algunas culturas que sufren más que otras. Tengo la impresión de que esto tiene que ver con el lenguaje, con las palabras que se utilizan para describir una experiencia, con el nombre que se les da a esos actos de por sí dolorosos.
Se dice que los latinos somos más “emotivos”, de hecho, esto suele ser una crítica bastante conocida en el ámbito internacional. Los latinos, especialmente los mexicanos, somos más sensibles. En contrapartida, se dice que en algunos países europeos como Alemania, Inglaterra y España las personas son más “ecuánimes”, y así es. Gracias a mi profesión he tenido la oportunidad de trabajar con argentinos, uruguayos, españoles, estadounidenses y de manera indirecta con alemanes.
He sido testigo del choque cultural y emocional en los hijos de parejas formadas por un alemán y una mexicana. Mientras él es frío, estreñido emocionalmente, ella es sumamente emotiva, diarreica emocional. El desconcierto y la confusión recae en los hijos.
Sí, nuestro querido español mexicano es muy lacrimógeno. Basta recordar que los diminutivos ito/ita son de origen náhuatl. Así, se lee en el Nican mopohua (Aquí se narra), relato en náhuatl que narra las apariciones de la Virgen de Guadalupe: ”Ella, la virgen, se dirige a Juan “Dieguito” como “hijito”, el más “pobrecito”. (Nada de pobrecito, según los estudiosos, Juan Diego pertenecía a la realeza azteca por la forma como subía al tepetzintli o cerro, con la cara hacia la salida del sol).
El diminutivo mexicano es un derrame de ternura utilizado miles de veces. Es fácil darse cuenta que estos sufijos son “ternurígenos” (generadores de ternura).
Por ejemplo, llega una persona a cenar tacos en un puesto callejero, de esos que abundan en México. El taquero pregunta: “¿Qué le sirvo joven?”. “Me da por favor ocho taquitos, con bastante chilito y verdurita porque tengo mucha hambrita, —responde el comensal—, ahhh, y una cervecita bien heladita”. “Mire joven —responde el taquero— ¡si me vuelve usted a hablar en diminutivo le parto su madre!”. “Perdón, ya no quiero nada, aunque los tacos se ven “esquizos” he perdido el “apeto”.
Los mexicanos somos expertos en crear conceptos ternurígenos como son traición, abandono, desilusión, engaño, fracaso, decepción, humillación, pérdida e infidelidad.
El idioma español está plagado de estos conceptos. Trataré de resignificar algunos que surgieron de los participantes al correspondiente psicoencuentro.

Traición

Supone el hecho de que alguien que dijo iba a ser de tal o cual manera de repente ya no lo es; o algo que se acordó y de repente alguien dejó de hacerlo. Algunos ejemplos son:
  • Un amigo, considerado así, revela a alguien más algo que tú le pediste no contar a nadie.
  • Tu novia te dijo que sólo a ti te quería pero te enteras que todavía quiere a su “ex”.
  • Tu esposo o esposa, quien prometió ante el altar serte fiel en lo próspero y en lo adverso, amarte y respetarte ¡hasta que la muerte los separe! (por cierto, nadie tomó en cuenta la menopausia; según “Luigivi”, muchos divorcios coinciden con la aparición de esta etapa) decide no cumplir con el trato.
La traición es un concepto sumamente lacrimógeno. Una asistente a mi psicoencuentro reveló que su marido se fue con otra y que eso era una traición que la “recontraencabronaba” (léase recontradolía). Me preguntó qué otro concepto no lacrimógeno podía ponerle y escribí en el pizarrón: “en este mundo no hay traiciones, sólo libres elecciones”. Insistí que si quería revolcarse en los vidrios y seguir llorando sangre podía ponerle “traición”.
La sociedad concibió a la traición como una forma de castigo para todos aquellos que se revelan a lo que estaban obligados. Ciertamente, una traición es el hecho de dejar de cumplir con una obligación. Sin embargo, apegándonos a los derechos humanos, todos podemos dar marcha atrás a algo que nos está resultando dañino, en algunos casos para nosotros mismos o para las personas que queremos bien.
Puede ser que este concepto también sea autoaplicable, es decir, cuando no cumpliste con lo que te prometiste a ti mismo, entonces es posible que te flageles diciéndote “me traicioné a mí mismo”, a eso se le llama culpa.
Ya lo dice el refrán “es de sabios cambiar de opinión” pero la gente amante de las reglas le llama traición, para que duela y se mantenga abierta la herida.

Abandono

Son muchos los casos que he atendido donde el paciente se queja del “abandono” de su padre o madre, de su pareja o esposo, refiriéndose a que se fue de su casa.
El abandono es un concepto que conlleva la acción de “dejar desamparado”, de ya no ocuparse de la persona “abandonada”, hecho que seguro sucede pero que muchas veces no se da de esta manera, sino que sólo se piensa y se siente como tal.
El abandono es en sí mismo hiriente, duro y pesado. Aquí un ejemplo:
“Estoy harto de que mi papá me trate de controlar, de que me trate como su hijo cuando a los tres años me abandonó; nunca volví a saber de él hasta que apareció de nuevo en mi vida”, dijo. “¿Te abandono a ti, o sólo se fue de casa por problemas con su esposa?”, pregunté. “Supongo que se fue por problemas con mi mamá. Además, nunca dejó de estar al pendiente de nosotros, aunque estuviera lejos”. “Eso no es abandono —dije— y escribí en el pizarrón “no es lo mismo abandono que distanciamiento”. En realidad, tu papá sólo puso distancia de por medio”.
La persona que sufre el abandono piensa a la persona que tomó distancia como alguien sin sentimientos, a quien no le importa la suerte ni el sufrimiento de sus seres queridos.
La palabra abandono es cruel en su significado, dramática para quien la vive y flagelante para el “abandonador”. Por eso, lo considero un concepto lacrimógeno, generador de dolor y sufrimiento permanentes.
Sin embargo, el abandono también puede ser real. Si es así, es una oportunidad para darte cuenta de tu dependencia hacia qui...

Índice

  1. Agradecimientos
  2. Introducción
  3. El misterio de la sanación emocional
  4. Los cuatro factores que inducen al sufrimiento
  5. El dolor por lo que no es amor
  6. Naturaleza y origen del conflicto
  7. Nada es personal
  8. Presas y depredadores; el eterno juego de la naturaleza humana
  9. La presa y el depredador internos
  10. Codependencia
  11. Lo nutricio de lo tóxico y lo tóxico de lo nutricio
  12. El secreto del nutrimento emocional (que no es lo mismo que autodependencia emocional)
  13. El poder ignorado que todos llevamos dentro