Álvaro Obregón
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Álvaro Obregón

Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana

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Álvaro Obregón

Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana

Descripción del libro

Centrada sobre todo en la gestión de Obregón como líder triunfante, como presidente y como caudillo, esta biografía profundiza en temas como los conflictos políticos internos y externos que él tuvo que enfrentar. Inteligencia, astucia, voluntad de mando y momento histórico decisivo se juntan en la figura de Álvaro Obregón para construir una biografía apasionante que hacía mucha falta.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2013
ISBN del libro electrónico
9786074450965

•1•

El amanecer del caudillo

–Oye, Ronco [cochero de Hermosillo], ¿leíste ya mis Ocho mil kilómetros en campaña?
–¿Para qué?
–Para ilustrarte, hombre, y para que al menos, sepas lo que han hecho tus paisanos.
–¡Bah! Si Villa te hubiera pegado, él los habría escrito.
Francisco Castillo Nájera
“Detrás de ti va al pueblo; delante de ti, Dios.” Así terminó su oda al general Álvaro Obregón un anónimo bardo pueblerino. Ese descreído conductor de hombres nació el 17 de febrero de 1880 en Siquisiva, distrito de Álamos, Sonora. Hijo del modesto agricultor Francisco Obregón y de Cenobia Salido, último de una prole de diecisiete, creció en Huatabampo, caserío de adobe y madera de dos o tres calles, del tipo tan común en los poblados de los estados fronterizos de México.1 En ese entonces era solamente un asentamiento de lejana promisión, una congregación de indígenas mayos pacificados y de blancos en las riberas de los ríos Álamos y Bachoca, fundado sobre las ruinas de una misión franciscana en 1882. En Huatabampo todo estaba por construirse, así que muchas cosas faltaban a sus habitantes. Ni siquiera había una iglesia en forma, aunque sí feligreses entre los que las mujeres hacían mayoría, porque la religión en esas lejanías de Dios no era cosa de hombres.
Francisco Obregón falleció cuando varios de sus hijos eran todavía muy pequeños –Álvaro contaba con apenas nueve meses–, quedando la responsabilidad familiar en los hermanos mayores José y Lamberto, auxiliados por Dolores, Rosa, María y Cenobia. En la geografía de Huatabampo, ignorada y presa por los cuatro horizontes, en un país en busca de sí mismo, el más joven de los Obregón Salido se educaba como cualquiera de por allí con sus precarios medios, y aprendía el idioma de los mayos, tan útil en momentos de su carrera política, militar y empresarial. Sus hermanas mayores, profesoras de párvulos, fueron las responsables de su instrucción básica. Siguiendo su ejemplo, Álvaro incursionaría en el magisterio en la escuela primaria de Moroncárit, pero pronto su ambición tuvo la necesidad de nuevos rumbos, más lucrativos.
Para cooperar con el sustento de la familia, el adolescente Álvaro Obregón ejercía oficios modestos, o trabajaba por su cuenta. En una parcela sembraba tabaco, picado luego en cigarrillos para su venta en los estanquillos del pueblo; ahorraba, vendía lo posible, compraba varia mercancía, cinturones, zapatos para su venta en las cercanías. Su inteligencia notable le hacía aprender cosas diversas, y muy rápido. Se habilitó como mecánico y trabajó en la hacienda Tres Hermanos, propiedad de unos tíos suyos, Jesús, Martín y José María Salido, por los rumbos de Navolato, Sinaloa. En 1904 se casó con Refugio Urrea, de cuyo matrimonio resultaron José, Álvaro, Humberto y Refugio, los dos primeros fallecidos a muy corta edad. En un afán de independizarse y tener mejores ingresos, se convirtió en arrendatario de tierras de la hacienda El Naranjo, y en 1906 compró un pequeño rancho cerca de Huatabampo, al que bautizó como La Quinta Chilla, mofándose con este nombre de sus escasos caudales. Luego inventó una eficiente cosechadora de garbanzo, vendida a los agricultores ansiosos por paliar la escasez crónica de mano de obra en la región.
Dedicado al cuidado de su familia y a sus negocios fue un espectador de la decadencia del régimen de Porfirio Díaz y del estallido de la Revolución mexicana en 1910. Es imaginable el género de contrariedades sufridas por este pequeñoburgués en progreso constante, y cuando mejor le iba, aparecían de nuevo los obstáculos, pero ahora más difíciles. A Huatabampo le llegó su hora de conocer la lucha armada cuando el presidente municipal José Tiburcio Otero huyó del lugar ante el avance de la columna rebelde. Y Obregón era un “pacífico” más, contemplando con azoro la entrada de hombres de a caballo con cananas y rifles. Años después, en su libro Ocho mil kilómetros en campaña, trataría de lavar la mancha que significó mantenerse pasivo frente al esfuerzo de echar al presidente Porfirio Díaz del poder. Así, al entrar a su pueblo los revolucionarios, relató que al verlos “en estado tan lastimoso, después de un prolongado periodo de privaciones”:
Empecé a sentirme poseído de una impresión intensa, la que poco a poco fue declinando en vergüenza, cuando llegué al convencimiento de que para defender los sagrados intereses de la patria, sólo se necesita ser ciudadano; y para esto, desoír cualquiera voz que no sea la del deber. Encontraba superior a mí a cada uno de aquellos hombres.2
Obregón pretendía disipar cualquier suspicacia respecto a sus orientaciones políticas de aquellos momentos, por lo que fue más explícito:
el partido maderista o antirreeleccionista se dividió en dos clases: una compuesta de hombres sumisos al mandato del Deber, que abandonaban sus hogares y rompían toda liga de familia y de intereses para empuñar el fusil, la escopeta o la primera arma que encontraban; la otra, de hombres atentos al mandato del miedo, que no encontraban armas, que tenían hijos, los cuales quedarían en la orfandad si perecían ellos en la lucha, y con mil ligas más, que el Deber no puede suprimir cuando el espectro del miedo se apodera de los hombres. A la segunda de esas clases tuve la pena de pertenecer yo.3
Esta expresión se negaría con otra, muy desconcertante, de muchos años después. Se le oía decir que el único defecto del general Díaz era el haber envejecido, y lo afirmaba con toda sinceridad.4
Al firmarse en 1911 los Tratados de Ciudad Juárez, en virtud de los cuales Porfirio Díaz abandonó el poder y se consagró el triunfo de las tropas de Madero –entre las que se encontraban las de Benjamín Hill en Álamos–, todo parecía indicar que la paz regresaría a la región.5 Obregón volvió al cultivo de sus tierras de La Quinta Chilla, mientras su hermano José se convirtió en presidente municipal de Huatabampo. Seguramente le tomó amor al puesto, tanto que convenció a su hermano de sucederlo. Después de mucho pensarlo, Álvaro Obregón aceptó competir en los comicios municipales con Pedro Zubarán, con la ayuda de las huestes “mayoritarias” del jefe mayo Juan “Chito” Cruz, conducidas en carrusel a las urnas para cruzar las boletas por su candidato. La maniobra no fue tan exitosa como se pensó en un principio, pues los zubaranistas acusaron a Obregón de realizar un fraude a través de la manipulación de “seres inconcientes y de nula cultura cívica” como eran los mayos, amén de otras irregularidades en las que la política mexicana tenía una respetable trayectoria. Llevada la protesta al Congreso local de Sonora, última autoridad en cuestiones electorales en ese tiempo, el líder de la mayoría Adolfo de la Huerta logró que la balanza se inclinara por ese conocido suyo. Con la oposición de Flavio Bórquez, Rodolfo Garduño y otros, De la Huerta emprendió una lucha decidida a favor de su nuevo amigo. Bórquez acusó a Obregón de haber delatado a los Talamante –“mártires” locales de la causa maderista– y ser un “traidor” al movimiento revolucionario. Adolfo refutó los cargos, apoyado en una investigación del asunto, concluida a favor de Obregón. Así, el congreso de Sonora reconoció su triunfo y el ayuntamiento favorable a Zubarán debió rectificar su posición y permitir la instalación en su puesto del recién elegido presidente municipal.6 Éste sería el inicio de una larga relación política y personal, una de las más interesantes y de mayores consecuencias en la historia de la Revolución mexicana.
El flamante alcalde Álvaro Obregón tenía poco tiempo en sus labores municipales cuando un acontecimiento sacudió a Sonora: Pascual Orozco, artífice con Francisco Villa de la victoria maderista, volvió sus armas contra su antiguo jefe, con el apoyo de los hacendados de Chihuahua. Sonora era un objetivo prioritario del orozquismo, por su posición estratégica y porque lo gobernaba José María Maytorena, uno de los más connotados jefes revolucionarios. Escaso de hombres y fondos, Maytorena convocó a los alcaldes a formar tropas irregulares de emergencia para repeler la invasión, y el de Huatabampo acudió de inmediato a la capital del estado acompañado de su hermano José, de Fermín Carpio y de Severiano Talamantes. A su paso hacia Hermosillo, entre las estaciones Pitahaya y Mapoli, un grupo de yaquis alzados asaltó el convoy en que viajaba, y escuchó por vez primera las desmandadas cargas de fusilería, su bautizo de fuego. Con los fondos municipales levantó un núcleo de trescientos hombres en la región del río Mayo, con los que formó el Cuarto Batallón Irregular de Sonora. Se puso al frente de la corporación, y entre sus capitanes se encontraban Chito Cruz, Antonio Guerrero (con el tiempo, poderoso empresario y latifundista en Chihuahua) y Eugenio Martínez (uno de los integrantes del Grupo Sonora a la hora de la victoria militar).7 Estos y muchos otros hombres de Huatabampo por el momento eran más bien una cáfila de paisanos mal vestidos, armados con viejas pistolas y carabinas. Nada de qué impresionarse.
El 19 de marzo de 1912 Maytorena le confirió a Obregón el grado de teniente coronel, y días más tarde fue enviado a Chihuahua a formar parte de la columna sonorense comandada por el general federal Agustín Sanginés. Aquí figuró como comandante de infanterías el mayor Salvador Alvarado, antiguo empleado de farmacia, pequeño comerciante de Guaymas y veterano maderista. Obregón participó destacadamente en el combate de la hacienda de Ojitos, enclavada en un páramo barrido por el cierzo, en Chihuahua, a cuarenta kilómetros de la línea divisoria con Sonora. En vísperas de la batalla, el general Sanginés le hizo una advertencia premonitoria: “Prepárese, pues, mi teniente coronel, para servir en el ejército cuatro o cinco años, porque este indio de [Victoriano] Huerta va darnos un dolor de cabeza”. Se refería al jefe del Ejército Federal, vencedor en Bachimba y en Rellano sobre las fuerzas de Orozco, y del que se hablaría mucho en el futuro. Él y Obregón se encontrarían en la pequeña estación del Sabinal. Huerta le miró atentamente, con sus ojos escondidos tras sus siniestras gafas oscuras y le extendió la mano, mientras decía a Sanginés: “Ojalá que este jefe sea una promesa para la patria”.8
La batalla de Ojitos fue una escaramuza en descampado, pero pasó a la historia por ser la primera de muchas en que brillaron las extraordinarias habilidades bélicas de Obregón. En junta de guerra propuso la excavación de “loberas”, idea adoptada por Sanginés contra la opinión de Salvador Alvarado, resultando en un éxito completo sobre la caballería del enemigo.9 La lobera se convirtió en parte de la leyenda guerrera de esos días, recurso extraordinario por su sencillez, parte de la tradición bélica de los yaquis: “Una excavación a manera de foso, con capacidad suficiente para que un soldado quede en ella a cubierto de los fuegos y pueda de allí dirigir los suyos a discreción”.10 Así, en julio de 1912 fueron derrotados los orozquistas bajo el mando de José Inés Salazar.11
Obregón pronto tendría una nueva oportunidad de mostrar sus dotes militares: el 19 de septiembre hizo morder el polvo una vez más al general José Inés Salazar y sus seiscientos hombres en el rancho de San Joaquín, obligándole a retirarse. En ese momento, recién ascendido por Maytorena a coronel, se inició el crepúsculo del orozquismo. Eran evidentes las cualidades de Obregón como militar: poseía un golpe de vista rápido y sangre fría. Su mirada en un momento barría el paisaje y su cerebro grababa sus elementos principales. Objetos, números, caras, nombres: nada escapaba a su fina retentiva, con un método mnemotécnico o instintivo cuyos secretos se llevó a la tumba.
Liquidado el orozquismo en enero de 1913, Obregón obtuvo su retiro del servicio de las armas y regresó a Huatabampo para reanudar sus actividades agrícolas.12 Pero la paz fue breve, demasiado breve. En febrero de ese año el general Victoriano Huerta dio un golpe de Estado y asesinó al presidente Madero y al vicepresidente Pino Suárez. Sonora lo repudió, así que Obregón fue llamado una vez más por el gobernador Maytorena, ahora para tomar a su cargo la comandancia militar de la capital. Dejó en casa a sus hijos Humberto y Refugio al cuidado de las tías María, Cenobia y Rosa, y se dirigió a asumir su nueva responsabilidad. Todo Sonora era un hervidero de ánimos preparándose para una nueva guerra. Benjamín Hill concentró fuerzas irregulares para defender la capital, entre ellas las de Juan G. Cabral y Alvarado, mientras en Nacozari se aprestaron Bracamonte y Macías; en Agua Prieta, el comisario Plutarco Elías Calles; en Fronteras, Aniceto Campos; en Cananea, el presidente municipal Manuel M. Diéguez.13
Una nueva revolución estalló en Sonora en febrero de 1913, cuando aún se desconocía la actitud del resto de la República hacia el gobierno del general Victoriano Huerta. En Coahuila el gobernador Venustiano Carranza fue el único que de manera inmediata y pública repudió el ascenso del dictador militar y tomó providencias para derrocarlo. El gobernador sonorense Maytorena titubeó peligrosamente en el peor momento, paralizado entre sus compromisos y amistad con personeros del nuevo régimen, sus dudas respecto al futuro del nuevo movimiento y, por qué no, ante la posibilidad de poner en riesgo sus haciendas y demás bienes. Optó por una licencia de seis meses para ausentarse del cargo, aduciendo razones de salud, y fue sustituido en forma interina por el general Ignacio L. Pesqueira. Ahora el sistema político sonorense contaba con una nueva realidad: el grupo militar-civil encabezado por Obregón era un factor decisivo de poder. Se opuso a este cambio de gobernador, pero ante la insistencia de Maytorena lo aceptó a regañadientes.14 Bajo la presión de este bloque, el 5 de marzo Pesqueira desconoció al gobierno de Huerta y nombró a Obregón jefe de la Sección de Guerra, con unos cuatro mil hombres bajo su mando, nada que ver con el Cuarto Batallón Irregular de Sonora de un año antes. Era inocultable la existencia de un gobierno de facto en Sonora, con los militares Obregón, Hill, Calles, Cabral, Diéguez, Alvarado y Bracamonte, y los civiles Adolfo de la Huerta, Roberto Pesqueira, Flavio B...

Índice

  1. Title Page
  2. Copyright
  3. Índice
  4. Prefacio
  5. 1. El amanecer del caudillo
  6. 2. La antesala del poder
  7. 3. La hegemonía sonorense
  8. 4. Los partidos políticos y los movimientos de masas
  9. 5. Obregón entre la cultura y la memoria
  10. 6. Obregón y los convenios de Nueva York y Bucareli
  11. 7. Fin del Triunvirato
  12. 8. Obregón enfrenta una rebeldía armada
  13. 9. Obregón entre la agricultura y la política
  14. 10. El ocaso del caudillo
  15. 11. Muerte en La Bombilla y después
  16. Fuentes