El Estado y los partidos políticos en México
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González Casanova, Pablo

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El Estado y los partidos políticos en México

González Casanova, Pablo

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Esta recopilación de ensayos, ampliada y revisada desde su quinta edición, cubre ahora un lapso que va de 1976 a 1985. De esta manera, contiene una dimensión de largo alcance que amplía el ciclo que se había iniciado con el libro pionero del mismo González Casanova: {La democracia en México}.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2013
ISBN
9786074452822

El partido del Estado y el sistema político

1. POLÍTICA Y PODER

El Estado y los partidos políticos en México presentan una vinculación visible. Cuando no se percibe, la posibilidad de comprehensión del fenómeno se pierde. Esta relación existe en todos los países; pero en aquéllos donde más se ha desarrollado el análisis de la vida partidaria y electoral no es tan fuerte el apremio por vincular su análisis al del Estado. Ello tiene ciertamente implicaciones que no se advierten de inmediato. Ahí donde se ha desarrollado ampliamente un sistema de partidos y una vida parlamentaria, la política parece cobrar autonomía legítima. Para que se pierda es necesaria una crisis que al acabar con el sistema de partidos y el régimen parlamentario, haga aparecer en un primer plano la cuestión del poder y del Estado. Fue lo que ocurrió en la Alemania y la Italia prefascistas y fascistas. Más recientemente es lo que ha ocurrido en Chile, una de las pocas naciones de América Latina, donde partidos y parlamento parecieron cobrar durante décadas esa vida autónoma y propia que hasta la crisis y caída de la Unidad Popular, hizo olvidar la cuestión del poder y el Estado. Hoy mismo en algunos países europeos, como Francia, Italia o España la lucha partidaria y parlamentaria tiene tal fuerza y presenta tanta vitalidad y riqueza, que incluso los más sagaces críticos acuerdan importancia relativamente menor al análisis de los partidos políticos y el poder. El problema del poder aparece ciertamente en los análisis marxistas sobre la lucha política y el Estado; pero se vincula más al problema de la hegemonía de las clases gobernantes como poder, que a la relación partido-grupo de choque, partido-ejército-y-fuerzas represivas, lucha legal partidaria-y-lucha ilegal por encima de los partidos, orden constitucionaí-y-orden de fuerza. La relación partido-Estado, se contempla más en el orden político que en el del poder, en el de la lucha democrática que en el de la ruptura de esa lucha. Las fuerzas progresistas y revolucionarias se preparan teórica y prácticamente para esa lucha. Su teoría y práctica de la ruptura del orden constitucional, del sistema parlamentario y de partidos son generalmente pobres; revisten para ideólogos y organizaciones menor interés. Corresponden a preocupaciones relegadas. La hipótesis predominante se basa en la idea de un desarrollo progresivo de la lucha partidaria y parlamentaria, ideológica y electoral, política y de derecho. En cambio en los países dependientes de la periferia del capitalismo otros problemas se plantean de manera constante. Sus luchas partidarias y parlamentarias se ligan en forma cotidiana a las inmediaciones violentas, a las presiones económicas, militares o insurreccionales que determinan cambios de dirigentes y regímenes políticos. Si algunas organizaciones partidarias y sus ideólogos llegan en ocasiones, e incluso durante periodos relativamente largos, a atribuir vida propia a partidos y parlamentos, pronto encuentran que el espacio político legal es reducido, en un tiempo legal también precario. La cuestión de las fuentes reales del poder, de los grupos de poder, de las fuerzas represivas, y de la dominación de clase o facción al margen del parlamento y los partidos aparecen y reaparecen por todas partes todo el tiempo. En ellos la vida parlamentaria y partidaria equivale a una crisis permanente. Política y poder se distinguen con nitidez. Las elecciones son siempre el anuncio o la consecuencia de un golpe de Estado. Tras ellas está el Estado que asegura su realización, regulándola, o la elimina con la de los partidos. También puede estar una insurrección, una revolución y cualquier otro tipo de movimiento que impone por la fuerza el derecho y el deber de las elecciones y los partidos. En las guerras civiles, sólo en las zonas dominadas por una de las partes contendientes, se realizan elecciones y hay vida partidaria. Ésta se extiende cuando el control militar se ha ampliado y ha impuesto sus leyes con la fuerza popular u oligárquica que lo respalda. De ese modo, incluso cuando las crisis políticas logran ser superadas y se imponen sistemas partidarios y parlamentarios de alguna duración se advierte con claridad su vinculación al Estado. Es lo que ha ocurrido en México, país donde la última rebelión que intentó romper el orden constitucional con éxito ocurrió en 1920, y donde la última rebelión contra un proceso electoral ocurrió en 1929. En México la vida partidaria y electoral que existe desde hace tanto tiempo se percibe y entiende ligada estrechamente a la historia del Estado y al Estado. Por supuesto la misma perspectiva exige el análisis de etapas anteriores. Sin el estudio del Estado es imposible la comprensión de los partidos políticos.

2. PARTIDO ÚNICO Y PARTIDO DEL ESTADO

El fenómeno de los partidos políticos en México no es claro. Hay una fuerte mitología que vela la realidad. Y la teoría es pobre. Si la mitología es parte del problema la teoría ayuda poco a resolverlo. En general sigue las pautas de investigación que más pueden distraer. Usa modelos, o como decían los clásicos, “sistemas”. Su método predominante consiste en ver hasta qué punto el modelo de la democracia representativa, o el “sistema” de Montesquieu, se da o no en el país, o hasta qué punto se da una política de poder que existió en algún país de Europa, algo así como una monarquía absoluta republicana, o como un bonapartismo permanente. El método ayuda a confrontar las formas legales con la realidad social y política. Es usado como elemento crítico contra la simulación. Pero en el terreno del análisis resulta incapaz para desentrañar el movimiento histórico y político. No estudia éste a partir de la vida nacional, de las clases y sus facciones, de las instituciones de poder real y sus expresiones jurídicas, normativas. Los modelos y sistemas no aparecen como resultado del movimiento, y el movimiento no es tampoco el principal objeto del análisis. En esas condiciones todo se va en denunciar lo formal y clasificar lo real. Es el camino sin fin de las definiciones de conceptos. Se busca aplicar el mejor a la realidad, y se gasta un esfuerzo enorme en ajustes, discutiendo los de otros autores y proponiendo el propio.
En las antípodas de la clasificación se encuentra un procedimiento más, también de moda en los países de la América Latina y el Tercer Mundo. Consiste en buscar lo característico o típico del país, eso que le da su estilo, su sentido unívoco, su especificidad. Dentro de tales enfoques se encuentra el afán por saber en qué consiste la rareza mexicana del sistema político. Más que teoría, semejantes exploraciones reconstruyen el mito como eco apologético o como escepticismo metafísico. Son tautologías de conformistas o de renegados. En sus expresiones más brillantes integran ensayos con intuiciones verdaderas, aisladas siempre del movimiento histórico y su posible evolución política.
La necesidad de ir a la historia concreta del país no lleva al aislamiento. El sistema de los partidos políticos en México y su vinculación a la historia del Estado mexicano corresponden a un proceso universal en el que se dan dos fenómenos parecidos: el de un partido único o predominante en las naciones de origen colonial, y el del partido del Estado, el partido del bloque hegemónico y su gobierno. Ambas características se dan en México, donde no existe un partido único, sino un partido predominante, y donde éste es el partido del Estado. El movimiento histórico y político que lleva a la construcción del sistema se inscribe en el movimiento más complejo del desarrollo de los sistemas políticos en los antiguos países coloniales, hoy dependientes, donde la construcción del Estado y la nación domina al sistema político. Dentro de esa historia más vasta, el movimiento concreto obedece a las características del propio país. Sobre ellas querríamos detenernos.

3. POLÍTICA DE MASAS

El Estado mexicano y el tipo de vida política que lo caracteriza corresponden a una estructuración de la política de poder y la política de masas sobre la que existe memoria local en los grupos gobernantes. Algo semejante ocurre en los países metropolitanos, sin que el poder, la política de masas y la memoria gobernante destaquen como fenómenos locales. Más bien existe la idea de que son datos universales de la historia moderna, lo cual es falso. Muchas naciones-estados de origen colonial no logran estructurar un poder y una política de masas. No tienen conciencia o memoria de la experiencia de un Estado fuerte frente a otras potencias y en el dominio de la población nacional, de clases y facciones, de razas y minorías dominadas. Los estados son aparentes. La soberanía falsa. La hegemonía pobre. La estabilidad precaria. La política de masas inexistente. Sólo cuando los Estados se estructuran como poder frente a otros Estados y como dominación interna a la vez represiva y consensual empiezan a aparecer las experiencias, la memoria y la conciencia de una política de masas. Esta política está ligada a la historia de la independencia, de las luchas por la liberación. En ellas las coaliciones o alianzas de clases y facciones juegan un papel importante. Abarcan prácticamente todo el universo de los países de origen colonial.
Coaliciones y clases siguen el más variado movimiento de la hegemonía y el poder. Se funden y confunden como hegemonía. Se distinguen y contrarían como represión. Pero ello no ocurre en forma unívoca. En la coalición no sólo hay hegemonía sino represión. El poder no está sólo hecho de represión sino de mitos. Dos circunstancias, entre muchas, destacan por su oscuridad: la importancia y características de las coaliciones y las clases, y el sentido vario de los fenómenos hegemónicos. Las coaliciones y clases del mundo dependiente operan en un ámbito internacional dominado por “fuera” y “dentro”. Las coaliciones se forjan para enfrentar la dominación de fuera y provocan una dominación interna. En ésta resulta muy significativa la clase o facción dominante, y la forma en que reconstruye la dependencia con la propia coalición originalmente liberadora. El movimiento no se puede entender sin el de las coaliciones y las clases. Privilegiar una u otras es un fenómeno concreto, que varía, sin que ambas dejen de tener significación constante como hegemonía y represión.
La conciencia y memoria del poder se vincula a la historia y experiencias de coaliciones y clases. Pero ambas son objeto de distorsiones y mistificaciones, producto de una lucha por la hegemonía cuyas características varían según distintas formas de la enajenación de las masas, primitivas o modernas, según las mitologías coloniales, nacionales, populares y obreras, y según la evolución de la opinión pública. La “sociedad civil” de los países dependientes tiene mitos, enajenaciones, opiniones con una variadísima gama de culturas y subculturas arcaicas, coloniales, modernas, de clases. Entre los mitos opera el de la dominación de fuera para ocultar la de dentro y las múltiples formas hegemónicas internas.
El Estado mexicano se caracteriza por una experiencia y una cultura del poder. Ésta ocurre en una historia de origen colonial y dependiente. En ella aparece una vocación dé poder, una lógica del poder y una cultura del poder, que están particularmente ligadas a una política de masas y de coaliciones de masas. Por ello dos hechos tienen particular relieve: el de la persuasión y el de las alianzas. A la historia del poder y de la cultura del poder en México se añade la historia de las masas como parte de la historia del Estado, y de las alianzas liberadoras y dominantes. El Estado y los partidos surgen en relación con la política de poder y con la política de masas. Se hacen de alianzas en que los mitos motores y la persuasión son parte del poder y de la vida de las masas. Al mismo tiempo, en el movimiento histórico real se insertan dos fenómenos, el de la represión y la cultura autoritaria, oligárquica, y el de las clases dominantes, el de las burguesías de origen colonial y sus relaciones de dominación y explotación con trabajadores colonizados que van desde las formas de trabajo servil, o semiesclavo a formas de trabajo asalariado. Las clases dominantes reproducen o rehacen formas de dominación y explotación de minorías nacionales y raciales, de poblaciones superexplotadas, sometidas como trabajadores o como comunidades. La dominación y explotación evolucionan de las relaciones esclavistas y señoriales del capitalismo colonial hasta las monopólicas más modernas. Las clases dominadas varían en formas desiguales y combinadas que corresponden a distintos modos de producción, y más recientemente a una política de estratificación de las clases trabajadoras característica del neocapitalismo. En la compleja estructura se desarrollan el Estado y los partidos políticos. De ella querríamos destacar la política de poder, la política de masas, la política de alianzas, y la política autoritaria. O dicho de otro modo, la política que va más allá de las formas, la de persuasión y mitos, lai de coaliciones de grupos y clases, y la represiva u oligárquica. La historia de su combinación es la del Estado y del sistema político en México.

4. LOS PROLEGÓMENOS DE LA ESPECIFICIDAD

Es falso que la especificidad mexicana provenga del legado de Huchilobos —el cruel dios nativo. La herencia viene de Felipe II. Los aztecas dejaron pocas costumbres y artes de gobierno. Son los conquistadores y su cultura los que sobreviven hasta en los rebeldes. Sus tradiciones e invenciones adquieren una importancia criolla, que estalla como estilo desde el siglo XVIII,. Para entonces la Nueva España ya se distingue del resto de las colonias ibéricas porque ahí se han desarrollado mucho más que en cualquiera otra las fuerzas productivas. La Nueva España contribuye con las dos terceras partes de los ingresos coloniales de la España peninsular. Minería, agricultura y ganadería cobran un auge que impresiona a todos y que Humboldt exalta. La oligarquía mexicana exige desde entonces respeto a su riqueza y poder. Pero su rapacidad y orgullo no son lo más original de la colonia. Lo es en cambio la fuerza y el carácter que con el desarrollo de las fuerzas productivas cobran lo que hoy podríamos llamar las capas medias coloniales. El ranchero en el campo, y el intelectual en las ciudades y villas, alimentan desde entonces un proyecto de poder. A diferencia de otras colonias americanas, se sienten lo suficientemente fuertes para jugar su suerte con las masas. Desde la rebelión popular contra el virrey Gálvez (a fines del siglo XVIII) advierten en el pueblo una fuerza utilizable. Los intelectuales registran el orgullo del criollo rico frente al peninsular e inician la elaboración del mito colectivo sobre “La Grandeza Mexicana”. Bien vistos por la oligarquía colonial, sientan desde entonces las bases de una política de persuasión popular. A diferencia de los peruanos, como ha observado David Brading, exaltan las virtudes del pasado indígena. Se convierten en sus defensores para apoyarse en quienes se sienten sus herederos, indios o mestizos.
Desde fines del siglo XVIII existe en germen la política de poder y persuasión que se va a renovar y enriquecer en luchas sucesivas. A principios del siglo XIX, con la Constitución de Cádiz y las primeras elecciones de consejeros municipales y diputados a Cortes, se dan los elementos de la creación y memoria de manipulaciones y trampas electorales. El autoritarismo se expresa como realidad y “representación” en aquellas primeras experiencias democráticas a que se ven obligadas las autoridades coloniales. Los viejos mandones se escandalizan, al verse reducidos a gobernar con críticas permitidas y trampas imprescindibles. La “Constitución” no sólo provoca las primeras reacciones contra los nuevos mitos democráticos sino las primeras prácticas de quienes piensan que para triunfar es necesario manipular las elecciones en forma autoritaria.
La segunda gran experiencia de la creación y la memoria política ocurre durante la guerra de independencia contra España que encabezan los curas Hidalgo y Morelos, apoyados en algunos militares. Es una guerra de masas con movilizaciones de cientos de miles de hombres que luchan en los campos de batalla. A diferencia de la mayoría de las guerras sudamericanas, sus líderes no son militares de alta graduación, sino curas. Sus ejércitos no son convencionales, sino populares. De Haití se diferencian porque los líderes haitianos eran del pueblo y éstos son de las clases medias —de religiosos y rancheros—. De Uruguay se distinguen porque el líder era un latifundista, y ahí la guerra no se planteó como en México entre “la clase proletaria” y la “clase propietaria”, para emplear las expresiones que usó un ideólogo conservador de entonces, don Lucas Alamán.
La guerra de independencia en México permitió profundizar en materia de coaliciones y alianzas populares. También en la persuasión con viejas formas de terror y nuevas formas de esperanza. Los curas usaron a la virgen de Guadalupe como bandera, a Fernando VII destronado por los franceses como pretexto, y leyes y promesas de libertad a los esclavos y de expropiación de tierras en favor de los campesinos, como programa. La contrarrevolución y la independencia real —que quedó en manos de la oligarquía— crearon las bases de una experiencia común a los demás pueblos latinoamericanos: la del cuartelazo y el golpe militar.
La tercera gran experiencia ocurrió entre la Independencia (1820) y la Intervención de los franceses (1863), pasando por la guerra con los Estados Unidos y la guerra de Reforma. En esa época las capas medias de rancheros e intelectuales hicieron el máximo número de combinaciones imaginables en materia de alianzas, sistemas de gobierno y formas de lucha. La pérdida de la mitad del territorio nacional en manos de los Estados Unidos marcó la conciencia política de la nación hasta nuestros días. En la guerra contra Napoleón III se fortaleció la conciencia nacional, ya como experiencia de triunfo. De las combinaciones intentadas en materia de alianzas la principal resultó ser con el pueblo en armas y las guerrillas. De las experiencias en materia de poder, la más significativa consistió en descubrir que ninguna lucha nacional o democrática podía hacerse con éxito sin librar una guerra a muerte, popular y armada. También se tuvo la experiencia de contar con el apoyo militar y político del Norte “Yanqui” contra “el Sur” esclavista y contra Europa colonialista. Se adquirió la experiencia de manejar las luchas entre potencias.
La vieja oligarquía latifundista y minera, con el clero y los militares conservadores —anticonstitucionalistas—, configuraron a un conjunto de enemigos capaces de recurrir a todas las armas antes de darse por vencidos. La guerra de Reforma terminó en guerra nacional contra la intervención extranjera. Las leyes de Reforma y las constituciones liberales de 1824 y 1857 fueron impuestas por las armas, y por las armas fueron derogadas. En las elecciones de los breves periodos constitucionales apareció siempre la fuerza como antecedente y la asonada como consecuencia. Los partidos políticos mostraron ser reflejo de grupos reales de poder que los armaban: de latifundistas, clero, militares. ‘Partidos y grupos no podían imponer su hegemonía. Se quedaban en germen de Estado como parcialidades y facciones. No podían hacer un Estado, no podían imponer un ejército ni una alianza hegemónica.
Con la República Restaurada (después de la intervención francesa) se inició la cuarta gran experiencia. Tras las alianzas populares estallaron las diferencias de clase. Las clases aliadas chocaron. Los gobernantes liberales se desempeñaron dando prioridad a la lógica del poder, pero procurando mantener la de la persuasión. Sus contradicciones se manifestaron en las elecciones y las reelecciones, así como en el control de artesanos y trabajadores. En las elecciones apareció nuevamente la cultura oligárquica de la manipulación y el fraude. En las reelecciones de los gobernantes apareció la dificultad oligárquica del relevo, del cambio de personal político. La libertad a los artesanos y operarios derivó en huelgas e insurrecciones. La lucha por mejores condiciones de trabajo los llevó a luchar por un poder distinto, a veces con las armas en la mano.
Juárez triunfante y su sucesor Lerdo enfrentaron el problema de mantenerse en el poder. En sus gobiernos se dio la política electoral, la reelección, y la represión de trabajadores para regular sus demandas, o impedir el éxito de sus proyectos subversivos. En el gobierno liberal nuevamente se plantearon las dificultades de imponer el equilibrio de poderes, y el federalismo. Apareció la necesidad de un ejecutivo fuerte, como hecho y deseo contradictorio. Frente a los grandes caciques de la tierra y los nuevos jefes militares se plantearon otra vez los viejos problemas hegemónicos que todos los presidentes y jefes de Estado habían tenido, en gobiernos liberales y conservadores. Expropiados los bienes del clero...

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