
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Como pocos, este libro pone en claro un retrato de la composición social, política, económica del México de Porfirio Díaz, que permite al lector comprender con toda transparencia los sucesos que comenzaron a manifestarse a partir del 20 de noviembre de 1910. Así, {De Díaz a Madero} resulta una introducción indispensable para quien quiera entender los orígenes del proceso revolucionario y el subsiguiente estallido. El autor no pocas veces toma distancia, sitúa el fenómeno de la revolución en el contexto internacional y nos permite entenderla a la luz de las relaciones interamericanas, así como contrastarla con otras revoluciones para encontrar sus peculiaridades y enriquecer nuestra percepción.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a De Díaz a Madero de Katz, Friedrich en formato PDF o ePUB. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Editorial
Ediciones EraAño
2014ISBN del libro electrónico
9786074451153Luis XV, el último rey francés que terminó pacíficamente su reinado antes de la revolución francesa de 1789, tenía claros presentimientos de la tormenta que se avecinaba. La famosa frase, “Après moi le déluge”, con la que transmitió tal legado a su sucesor, expresa un cierto malicioso regocijo.
Pero en México muy pocos miembros del gobierno de Porfirio Díaz, y él mismo menos aún, tenían algún presentimiento sobre la revolución mexicana de 1910 unos meses antes de su estallido; y nadie entonces podría haber adivinado la magnitud del diluvio que se avecinaba. Karl Bünz, embajador alemán en México, escribió a su gobierno, ya en vísperas de la revolución: “Considero, al igual que la prensa y la opinión pública, que una revolución general está fuera de toda posibilidad”.1 Es indudable que todavía en su ánimo pesaban los ostentosos festejos con que el gobierno mexicano acababa de celebrar el centenario de la independencia, pero su opinión era compartida por la mayoría de los observadores extranjeros y nacionales. Incluso la pequeña minoría de disidentes que abrigaban esperanzas de derrocar a Díaz, entre ellos Francisco Madero, quien encabezaría la próxima revolución, tenían muy escasa noción de que estaban gestando una revolución social.
No se puede afirmar que todos estaban ciegos y sordos. Con muy pocas excepciones, ninguna de las innumerables “revoluciones”, que habían caracterizado la política latinoamericana ante el resto del mundo desde que ese continente se independizó de España, había representado genuinas transformaciones sociales. Incluso la propia revolución mexicana siguió siendo durante muchos años un caso aislado de auténtica revolución social en América Latina. ¿Qué antecedentes fueron los que favorecieron acontecimientos tan inusitados e imprevistos en México? Hablando en términos muy generales: el impacto de ciertos procesos ocurridos hacia fines del siglo XIX, que de hecho modificaron el rostro de la mayor parte de América Latina, pero que estaban llamados a tener un efecto muy especial en México, dadas las singulares características del panorama social mexicano.
En las décadas finales del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX, los países latinoamericanos fueron absorbidos en grado cada vez mayor por el frenético desarrollo del capitalismo mundial. Hacia 1914, 7 567 millones de dólares de capital extranjero habían inundado las economías latinoamericanas, y no se le veía fin a esta ola de inversiones.2 Pero esto en ningún sentido transformó a dichos países en sociedades industriales análogas a las de Estados Unidos o Europa occidental. Por el contrario, ello sirvió para consolidar la dependencia respecto del extranjero y acentuar las características de subdesarrollo que aún quedaban como herencia del régimen colonial español y portugués. La exportación de materias primas baratas, la importación de productos industriales caros, el control de compañías extranjeras sobre algunos de los sectores más importantes de la economía, las enormes diferencias en los niveles de riqueza, la concentración de la tierra en manos de un pequeño grupo de latifundistas, un ingreso per cápita global mucho más bajo que el de los países industrializados, un sistema educativo rezagado que daba por resultado un alto grado de analfabetismo: todos estos factores, en diverso grado, prevalecían en la mayor parte de América Latina.
Una de las principales transformaciones que produjo la integración al mercado mundial fue el fortalecimiento del poder centralizado del Estado. El Estado tenía ya ingresos suficientes para organizar, sostener y comprar la lealtad de un ejército y una policía reforzados, así como una burocracia más eficiente. El poder del Estado fue enormemente fortalecido por la reciente revolución en el campo de las comunicaciones (construcción de ferrocarriles y carreteras, instalación de teléfonos y telégrafos) y por el suministro de equipo moderno a las fuerzas armadas. Las consecuencias de estas transformaciones fueron especialmente notorias en los países latinoamericanos gobernados por dictadores, que ahora disponían de los medios para mantenerse en el poder durante periodos mucho más largos que sus predecesores de la primera mitad del siglo XIX.
El más notable de estos dictadores, especialmente en cuanto a la longevidad de su régimen, era Porfirio Díaz, quien había gobernado a México durante treinta y un años.3 Pero, aunque la falta de democracia, aunada a los síntomas del subdesarrollo y la dependencia, dieron lugar a un profundo descontento en muchas partes de América Latina, la de Díaz fue la única dictadura latinoamericana que cayó víctima de una revolución popular en gran escala antes de la década de 1930.
Sería un error, en el caso de México, buscar la explicación de este hecho excepcional en las condiciones de un subdesarrollo extremo. Por el contrario, si se le compara con el resto de América Latina, se verá que su dependencia respecto de la exportación de materias primas era mucho menor que la de otros países: México, por ejemplo, no desarrolló una agricultura de monocultivo y se vio, por lo tanto, menos afectado por las fluctuaciones y movimientos cíclicos de los precios en el mercado mundial. Tampoco era Díaz más odiado que la mayoría de los dictadores latinoamericanos: por el contrario, don Porfirio podía sentirse merecedor de una popularidad considerable debido a su muy celebrado valor personal durante la invasión napoleónica de México.
¿Cuál es, entonces, la circunstancia excepcional que, aparte de los síntomas de subdesarrollo y dependencia visibles también en la mayor parte de América Latina, explica la singular experiencia histórica de México?
La primera explicación que se nos ocurre es que la revolución mexicana fue parte de una tendencia más general que se estaba dando en las naciones latinoamericanas, cuyo desarrollo progresaba a un paso más acelerado, tendencia que en otros países de la región sólo asumió formas diferentes. Esta tendencia o movimiento consistía en el rápido desarrollo de una clase media que comenzaba a buscar mayor poder político y económico a medida que aumentaba su número y su importancia económica.
En otros países latinoamericanos de tamaño y tasa de crecimiento comparables, las tradiciones parlamentarias les facilitaban mucho más a las clases medias el logro de sus objetivos con un mínimo de violencia, o ninguna. En Argentina, en 1916, el Partido Radical encabezado por Hipólito Yrigoyen, la mayoría de cuyos miembros pertenecía a la clase media, llegó al poder como resultado de una victoria electoral. En Brasil fue un poco más difícil obtener resultados semejantes. Allí fue necesario un golpe militar, ejecutado por un ejército fuertemente influido por la clase media, para transformar la estructura política del país en forma favorable a las clases medias. Sin embargo, las tradiciones de parlamentarismo y de la política de consenso eran tan fuertes en Brasil que el golpe se efectuó sin violencia y sin derramamiento de sangre. Sólo en México, como consecuencia de su larga tradición de revueltas violentas y debido a que el país era gobernado por una dictadura autocrática, fue necesaria una revolución violenta para lograr la incorporación de las clases medias al proceso político.
Si bien esta hipótesis tiene cierta validez, no basta de ninguna manera para explicar la singularidad de la revolución mexicana. La victoria de fuerzas políticas inspiradas por la clase media condujo a un periodo relativamente largo de estabilidad política y gobierno parlamentario tanto en Argentina como en Brasil. En México, en cambio, dio lugar a una de las más profundas revoluciones sociales en la historia de América Latina. Los motivos de tal transformación deben encontrarse, creo yo, en la convergencia, en vísperas de la revolución, de tres procesos, cada uno de los cuales se inició hacia principios del régimen de Díaz y casi se había cumplido hacia el final: la expropiación de las tierras comunales de las comunidades campesinas en el centro y el sur del país; la transformación de la frontera con indios nómadas en una frontera con Estados Unidos y su consiguiente integración política y económica al resto del país así como a la esfera de influencia de Estados Unidos, y el surgimiento de México como escenario principal de la rivalidad europeo-estadounidense en América Latina.
Expropiación de las tierras comunales de las comunidades campesinas en el centro y el sur de México
Una parte del legado del régimen colonial español en todas aquellas regiones de América Latina (México, Perú, Bolivia y Ecuador) en las que había, antes de la llegada de los europeos, una población indígena demográficamente concentrada y socialmente diferenciada fueron las llamadas comunidades campesinas. Aunque una gran parte de las tierras de los indios fue expropiada por los conquistadores y transformada en grandes haciendas, una porción importante siguió bajo el control directo de la Corona española. La opresión de los campesinos que habitaban estos pueblos fue con frecuencia aún mayor que la que sufrían los peones en las haciendas.
A diferencia de los hacendados, los corregidores (que eran los funcionarios españoles encargados de gobernar a los indios) sólo ocupaban cargos temporales y la mayoría de las veces sólo les interesaba exprimir lo más posible a sus “protegidos” mientras ejercieran la autoridad. A pesar de ello, las comunidades campesinas pudieron conservar algunas características de su organización tradicional y un grado de autonomía interna que no conocieron los peones de las grandes haciendas. Sobrevivieron al régimen colonial y, en el periodo que siguió a la independencia, gracias al debilitamiento del gobierno central, pudieron incluso mejorar en cierta medida su situación política y económica.4
Con el fortalecimiento del aparato estatal durante el régimen de Díaz y la construcción de ferrocarriles que aumentaron enormemente el valor de la tierra, las comunidades campesinas tanto indígenas como no indígenas, así como sus instituciones y propiedades, no tardaron en ser objeto de una serie de agresiones. En su esfuerzo por “modernizar” el país, el régimen de Díaz se embarcó en una política agraria radicalmente nueva. Cerrando filas con los hacendados locales, lanzó una gran campaña de expropiación de las tierras comunales y de sometimiento político de los pueblos.5
Esta nueva política tuvo profundas consecuencias en regiones del sur y el centro del país, aunque ni sus beneficiarios ni sus efectos fueron idénticos en todas partes. Se manifestó sobre todo en las áreas en que el aumento de la producción para el mercado y los nuevos ferrocarriles habían hecho dispararse el valor de la tierra. Sus beneficiarios a menudo, pero no exclusivamente, fueron los hacendados. También los inversionistas extranjeros, los comerciantes, los burócratas, los caciques locales y los miembros más adinerados de las comunidades pudieron lucrar con esas expropiaciones. Al principio esta campaña tuvo gran éxito ya que sólo dejó a los pueblos la posesión de un mínimo de tierras y de autonomía política. Se les permitió conservar algunas tierras, ya fuera como símbolo de su anterior categoría política o por motivos económicos muy concretos: para inducir a permanecer cerca de las haciendas a una fuerza de trabajo lo suficientemente numerosa y para que ésta pudiera sobrevivir en las temporadas en que los hacendados no requerían de sus servicios. También se les dejó conservar cierta autonomía política, pero sólo porque se aferraron a ella con gran tenacidad.
Finalmente, sin embargo, esta campaña generó considerable descontento. Al principio sólo había provocado rebeliones esporádicas en diversas partes del centro y el sur de la república, aplastadas con poco esfuerzo por el ejército federal. Sin embargo, cuando las expropiaciones comenzaron a afectar los estados de Morelos y Guerrero, causaron la mayor rebelión campesina de la historia del México independiente, ya que muchas circunstancias especiales hacían de estas regiones un semillero de agitación campesina. Una de ellas era su cercanía a la capital, que había evitado que sucumbieran al provincianismo, con su consecuente reducción de exigencias materiales y restricción del horizonte cultural. Otra era la facilidad para conseguir armas. La sierra favorecía la guerra de guerrillas y dificultaba los movimientos de las tropas federales; la densidad de la población impedía la fragmentación de las fuerzas campesinas, lo que con frecuencia había sido su perdición. Así, las expropiaciones no sólo engendraron rebeldía sino que lo hicieron en regiones donde resultaba especialmente peligrosa.
Mediante su política agraria, pues, el régimen de Díaz se había ganado la enemistad de sectores importantes de la población, pero es poco probable que esta política por sí sola hubiera podido destruirlo; otros países latinoamericanos sufrieron procesos análogos sin que desembocaran en una revolución nacional. En México, sin embargo, el problema agrario se combinó en forma explosiva con otros dos procesos independientes.
La transformación de la frontera con los indios nómadas en frontera con Estados Unidos
Antes de que Díaz llegara al poder, los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila gozaban de una existencia prácticamente autónoma. Remotos y aislados, no solamente del resto de la república sino del resto del mundo, virtualmente independientes en lo político y autosuficientes en lo económico, eran la columna vertebral de la “frontera” norte de México. Sin embargo, en el último cuarto del siglo XIX, con la llegada de Díaz al poder y un flujo sin precedentes de inversiones extranjeras, principalmente estadounidenses, hacia México, la zona fronteriza del norte de México se transformó de manera radical al imponer Díaz y Estados Unidos respectivamente sus controles políticos y económicos sobre la región. La construcción de ferrocarriles, iniciada en la década de 1880, determinó en forma dramática el grado en que este antiguo enclave había de integrarse al resto de México y a la esfera de influencia estadounidense. Los ferrocarriles ilustraron de la manera más palpable que lo que anteriormente era una zona de colonización se estaba transformando en una frontera, y que lo que antes había estado más allá del alcance de cualquier país se hallaba ahora al alcance de dos países al mismo tiempo.
La transformación política se inició al comenzar Díaz a demoler de modo sistemático los feudos prácticamente independientes de caudillos regionales tales como Ignacio Pesqueira en Sonora y Luis Terrazas en Chihuahua. Como es lógico, esto resultó más fácil en unos estados que en otros. Fue necesaria una intervención mucho más agresiva, por ejemplo, para imponer el poder de Díaz en Chihuahua y en Sonora que en Coahuila, donde algunas décadas antes, Benito Juárez había minado gravemente el poder de la oligarquía local al romper el férreo control ejercido por Santiago Vidaurri sobre la región.6
La transformación económica fue principalmente obra de las inversiones estadounidenses que empezaron a volcarse sobre todo México a un ritmo sin precedentes durante la década de 1880. La parte que de este “diluvio” de capital tocó a la región del norte fue siempre especialmente grande. Hacia 1902, por ejemplo, más de 22% del total de las inversiones estadounidenses en México había correspondido a tres estados norteños: 6.3% a Chihuahua, 7.3% a Sonora y 9.5% a Coahuila, primordialmente en los ramos de minería, agricultura y transportes.7
Las repercusiones de esta doble transformación de la zona fronteriza golpearon en primera instancia y muy rudamente a las mismas gentes que más habían contribuido a hacer de la frontera una región habitable y eran su producto singular: los colonos militares. A mediados del siglo XVIII la Corona española había fundado colonias militares a lo largo de la frontera norte para ahuyentar a las bandas de apaches y demás nómadas que merodeaban por la región. El método utilizado era siempre el mismo: se dotaba de tierra en esta zona a cualquiera que estuviera dispuesto a tomar posesión de ella y defenderla con su vida. En el siglo XIX Benito Juárez siguió este ejemplo y estableció más colonias de ese tipo.
Los habitantes de las colonias eran privilegiados en muchos sentidos en comparación con los de las comunidades campesinas del centro y del sur de la república. No habían sido pupilos de la Corona durante el periodo colonial, sino que gozaron de derechos generalmente reservados a los españoles y a sus descendientes, los criollos. Eran propietarios individuales de sus tierras y tenían derecho a venderlas o a comprar tierras adicionales.8 Generalmente poseían más tierras y más ganado que los campesinos libres de las otras regiones de México. Tenían derecho a una mayor autonomía interna en sus comunidades y no sólo el derecho, sino el deber de portar armas.
Hacia 1885, sin embargo, los apaches fueron finalmente derrotados y la zona fronteriza se volvió notablemente más tranquila. Ni los hacendados ni el gobierno tenían ya necesidad del apoyo militar de los campesinos, pero sí creían necesitar la tierra que estos campesinos habían hecho produc...
Índice
- Portada
- Portada
- Créditos
- Índice
- Capítulo
- Notas
- Bibliografía