Primera edición: 2015
ISBN: 978-607-445-417-8
Edición digital: 2016
eISBN: 978-607-445-457-4
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Índice
Aviso
I. La ira, la crica, la risa
Tráquea traquetea: la poesía y la furia
[Alcance bestiario
La Vulva y la Baubo
Reírse porque sí
II. Corresponder
Cartas de un Hijo Pródigo (a Octavio G. Barreda)
Concordia: las cartas a José Bianco
My dear Charles: las cartas a Tomlinson
Cartas tlatelolcas
III. Cuadros de familia
Padre a la puerta
Amor con faltas de lenguaje
Helena Paz Garro: tesoros dilapidados
El eléctrico Guillermo
IV. Calendarios, calles, casas
Hacer revistas
Cabezas en llamas: Efraín Huerta y Octavio Paz
La gran batalla del Pepín
El Poeta, el Torero, el toro y el taureau
Paseos por la Casa Alvarado
En las drogas (ante las drogas)
Una alucinación en la niebla
Superstición: potencia oscura
Deletrear estrellas
Postales de Afganistán
Posdata
Bibliografía
Para Lore y Patrick
(Thanks to the human heart by which we live,
Thanks to its tenderness, its joy and fears...)
Aviso
Recoge este libro ensayos de variado talante sobre muy diferentes aspectos de la obra y la vida (esa otra forma de la obra) de Octavio Paz. Hay algunos más bien conversacionales y otros con cierta tesitura profesoral. Unos son inéditos y otros aparecieron en revistas, de manera abreviada, durante el año que conmemoró el centenario del poeta.
Éste es el segundo de los libros que dedico a estudiar a un poeta central. Prolonga y aun corrige datos de Poeta con paisaje: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, que apareció en 2004 bajo el sello de Ediciones Era. Ha surgido desde entonces nueva información, se han abierto archivos y la internet abunda en instrumentos que facilitan el acceso a datos antes remotísimos. Un tercer volumen, que se atarea con su experiencia del amor y el erotismo, haz de vida y envés de poesía, deberá aparecer pronto.
Hay un poema en Árbol adentro titulado “Decir: hacer” que Paz dedicó a su amigo Roman Jakobson. Es uno de los varios poemas cuyo tema es la experiencia poética misma, el misterio de su escritura y lectura. En sus últimos versos leo la imagen de lo que siento al leer poesía y, también, una representación cabal de lo que me lleva a escribir sobre los poetas que me cautivan. Más allá de teorías copiosas y de buenos propósitos, escribo con ánimo de merecer lo que me auguran estos versos y con el ánimo de incitar a otro lector –que seguramente tendrá mejor suerte– a hacer lo propio:
La poesía
siembra ojos en la página,
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan,
las palabras miran
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos,
tocar
el cuerpo de la idea.
Los ojos
se cierran
las palabras se abren.
Guillermo Sheridan
Universidad Nacional Autónoma de México
I. La ira, la crica, la risa
Tráquea traquetea: la poesía y la furia
El insulto necesario
La iliada funda nuestra tradición cantando a la cólera, la primera de las pasiones, y poniendo en boca de Ares un trepidante doble insulto a Atenea: “mosca de perro” (v. 394). La retórica del vituperio se sirve del lenguaje para descargar la propia furia e incitarla en el rival. Fuera de sí (el sitio furioso por definición), Aquiles busca insultos proporcionales a su cólera para azuzar a Agamenón: “¡Odre de mal vino, ojo de perro y corazón de venada!” (I, 255). Insultos a tal grado sancionados por la convención que Aquiles mismo percibe la paradoja de expresar la singularidad de su furia con una retórica colectiva. Incapaz de salvar ese trance, opta por el acto de humillar los despojos de Héctor, ya no un insulto, sino un atroz agravio al código de guerra.
De la épica, la ira pasó a la lírica con Arquíloco de Paros (VI a.c.), pionero en el arte de emplear versos para insultar a políticos zafios y amantes infieles. Hombre prudente, Arquíloco: cuando las cosas se ponían álgidas, huía velozmente del campo de batalla y se insultaba a sí mismo llamándose ripsaspis, “el que arroja su escudo”, la firma del cobarde. Expulsado de Esparta por sus invectivas, a su tumba la decora un enjambre de avispas. Vestida de ironía o de agravio, la cólera repta en los cimientos de la comedia romana y desde luego en el epigrama, como los muy famosos de Catulo contra César, los de Juvenal filoso o el despiadado Marcial. En esos mismos tiempos, al preguntarse en qué consiste la iracundia Séneca la define como una disposición del ánimo, “la aptitud de reaccionar a la ofensa intolerable y que amerita castigo” (De ira, II, xxi, 3). Los epigramistas y el filósofo ya le otorgan al insulto jerarquía de arte mayor. Poesía al rojo vivo, sólo el amor inflama de forma tan avasalladora como el odio (aunque rara vez dura tanto). En esa tierra romana se sembró el frondoso árbol de la poesía de talante injurioso: Petrarca y Dante ocupan una de sus ramas; otra, los pesos pesados de la invectiva castellana, Quevedo, Góngora y Lope.
El retórico Wilhelm Süss ha inventariado los insumos básicos de la fábrica insultante: cualquier persona que entra en verbal combate sabe de antemano que será agraviado con alguna de estas acusaciones: 1) haber engendrado un esclavo; 2) haber engendrado un extranjero; 3) ser hijo de padres dedicados a un oficio deleznable; 4) haber robado o matado, y 5) poseer una conducta sexual vergonzosa. También podía esperar que se le agraviase en razón de su parentela, su modo de ser, sus peculiaridades físicas o su vestido, su cobardía en el campo de batalla y su mala situación económica. El empleo de cualquiera de estos temas se convertía en un instantáneo avispero que picoteaba prestigios con el psogos, el arte retórico del vituperio, envés del enkomion. Los medievales y renacentistas reducirán ese arsenal altisonante a la estupidez, la locura o la apariencia, sin dejar de enriquecerlo por analogía con animales o –si las cosas subían mucho de tono– con “las substancias repugnantes como la orina, el vómito y el drenaje”.
La invectiva supone el acatamiento de un código y, por tanto, es parte de un ritual previo al combate, un propicio disparador de adrenalina: primero se calienta la lengua, luego el brazo. El insulto genera un espacio compartido de furia que traslada el diálogo a las armas. Por eso Eneas desprecia las invectivas y le parece que carecen de lugar en el campo de batalla, cementerio latente ...