La guerra y las palabras
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La guerra y las palabras

Una historia intelectual de 1994

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La guerra y las palabras

Una historia intelectual de 1994

Descripción del libro

A diez años del levantamiento zapatista, Jorge Volpi nos entrega una crónica de 1994, ese año que modificó el rumbo del país. Del primero de enero en que México amanece con la noticia de que contingentes armados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional han tomado cuatro cabeceras municipales en Chiapas, a los errores de diciembre, pasando por las conversaciones en la catedral, las elecciones y los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, 1994 marca una de las fechas cruciales de nuestra memoria.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2013
ISBN del libro electrónico
9786074452310
CUARTA PARTE
Images
La trama
Donde por fin se cuenta la verdadera historia del
alzamiento zapatista y se narra con profusión
de detalles la guerra de palabras sostenida
entre el gobierno y el subcomandante Marcos,
así como las muchas y muy instructivas opiniones
de los intelectuales y demás protagonistas de los hechos
sobrevenidos en el aciago año del Señor de 1994.
1
Feliz año nuevo
1° de enero de 1994
Imaginemos los primeros minutos de 1994 en la residencia oficial de Los Pinos, cuando aún no ha ocurrido nada. Tras varias horas de festejos, el presidente al fin ha ido a recluirse a sus habitaciones. Suponemos que comienza a desvestirse, como todas las noches, y que se dispone a descansar. ¿En qué piensa en estos momentos? ¿En la gloria, en la fama, en la envidia de quienes vaticinaron su fracaso? ¿En el fatigoso programa del 1 ° de enero, en el aburrido desfile militar y el besamanos posterior en Palacio Nacional? Todo ello resultaría demasiado es-quemático. Mejor imaginemos que, cuando su jefe de ayudantes toca a la puerta de su habitación, Salinas está ocupado en cualquier minucia cotidiana, en mirarse en el espejo, en desanudarse la corbata o en quitarse los zapatos. La noticia que está a punto de recibir resultará tan crucial que no podemos sino sorprenderlo en un atisbo de intimidad. Quizá piensa en su mujer y sus hijos, o simplemente divaga, libre al fin de la severa compostura que debe aparentar el resto del tiempo. Observémoslo con cuidado: con la ropa floja, la mirada distraída, el porte obtuso y en ese estado posterior a la euforia que se parece sospechosamente a la melancolía. Entonces su jefe de ayudantes lo interrumpe. Tiene una llamada urgente del secretario de la Defensa. Incrédulo, el presidente se precipita a su despacho. La voz del general Riviello desmorona sus últimos destellos de embriaguez.
-No, no hay dudas, señor -le dice el militar-, todas las fuentes lo confirman: un grupo guerrillero acaba de tomar por la fuerza varias alcaldías de Chiapas.
¿Guerrilleros ?
-Así es, señor.
¿De verdad podemos imaginar esos segundos? ¿Los instantes previos a aquella llamada que separa el sueño de gloria de la infamia? ¿El momento que inscribe una terrible frontera, un antes y un después, el fin de su ascenso y el inicio de su caída? El presidente permanece en su oficina, en silencio, ofuscado, con el auricular en la mano, pensativo... Una inmensa cadena de funcionarios civiles y militares aguarda sus instrucciones. La pregunta es: ¿lo sabía? ¿Conocía el significado de aquello? ¿Imaginaba lo que ocurriría? ¿Intuía acaso las intenciones de los guerrilleros? ¿Podía adivinar que a partir de entonces todo sería diferente?
En un régimen tan poderoso y estratificado como el mexicano, nadie cree que el presidente desconociera los preparativos de una acción guerrillera tan importante. ¿Cómo pudo tomarlo por sorpresa un grupo de guerrilleros mal entrenados en la selva? Imposible. Patrocinio González Garrido, su secretario de Gobernación, se desempeñó hasta hace poco como gobernador de Chiapas: ¿cómo no iba a comunicarle las actividades de los revoltosos? Además, debía disponer de cientos de informes de los servicios de inteligencia. Resulta increíble que el presidente Salinas -en la imaginación popular, uno de los hombres más poderosos del planeta- no dispusiera de aquella información. Si no aceptamos la teoría de que en realidad era un pobre diablo, ensalzado por la fuerza de las circunstancias y no por su propio carácter, debemos aceptar que debía saberlo desde antes. O al menos intuirlo. Los hombres de poder se caracterizan por este tipo de corazonadas. A lo largo de cinco años ha vencido todos los obstáculos, ha destruido a todos sus rivales, se encuentra en la cima de su fama y de su poder. Y, sin embargo...
Volvamos nuestra mirada hacia él. El mismo hombre que, satisfecho, se preparaba para dormir, se ha convertido en un fantasma que se abrocha mecánica y apresuradamente los botones de la camisa -uno debe enfrentar las desgracias bien vestido– y, sumido en un tenso silencio, baraja todas las formas posibles de enfrentar el problema. A principios de 1994 aún tiene la suficiente confianza en sí mismo para creer que es capaz de encontrar una solución. Salinas anticipa jugadas, planea estrategias, diseña el escenario que pondrá en marcha por la mañana. Pero no cuenta con la aparición de su némesis, de esa única figura capaz de vencerlo: el líder de la guerrilla za-patísta, el subcomandante Marcos.
Es posible encontrar un paralelo entre la sorpresa causada por el alzamiento zapatísta y la provocada por otro fenómeno que a primera vista pareció igualmente impredecible: la caída del muro de Berlín. En efecto, las burocracias comunistas y los observadores occidentales jamás imaginaron que el desmoronamiento del socialismo real fuera a llevarse a cabo de manera tan rápida. Y, sin embargo... Tantos años de imaginar a la Unión Soviética como una potencia monolítica e indestructible -de alentar el temor con libros y películas sobre el peligro comunista- terminaron por ocultar la lenta e incontenible descomposición del sistema.
Tal vez haya sucedido algo semejante con el gobierno del PRI: todos pensábamos que el poder presidencial era inconmensurable, que el mandatario en turno vigilaba todos nuestros movimientos y poseía las claves de cuanto pasaba en el país, y a la postre resultó que no se trataba más que de otra fachada que escondía un desgaste parecido. A diferencia de la URSS, México nunca fue una dictadura implacable, sino un régimen autoritario pero consensual que había ido perdiendo poco a poco el control del país... Es probable que Salinas -uno de los presidentes mexicanos más poderosos de la segunda mitad del siglo XX- haya tenido informaciones dispersas sobre las maniobras de los zapatistas en Chiapas pero, o bien no contaba con los elementos para imaginar su peligrosidad, o bien nadie le proporcionó un buen análisis de aquellos datos.
Aunque incompleta, su sorpresa es real: acaso eso es lo peor. Durante unos instantes -sus críticos hablarán de días-, Salinas se queda inmóvil, paralizado. él, que nunca ha dudado a la hora de imponer una decisión o dictar una orden, de exigir un castigo o ejercer una represalia, permanece turbado, presa de un súbito escalofrío. No, no se trata de un pequeño conflicto en un remoto confín del país; no es un asunto que pueda resolverse con un poco de presión, con dinero o con un drástico golpe de fuerza. Los responsables de esta infamia no son delincuentes comunes. Ha cometido un error de cálculo. Una falsa apreciación. Un exceso de confianza. ¡Maldición! El presidente odia que la historia se repita con esta machacona insistencia. ¡Y detesta la palabra griega que describe lo que le ha ocurrido! ¡La hubris, con un demonio! ¡Ni siquiera ha podido disfrutar de una noche de felicidad!
-Serían casi las tres de la mañana del sábado 1° de enero de 1994 cuando sonó el teléfono en mi recámara -recuerda el propio Salinas en su libro de memorias México: un paso difícil a la modernidad (2000), un moroso ajuste de cuentas con su sucesor-. Estaba en la residencia oficial de Los Pinos y la llamada era del general de división Antonio Riviello Bazán, secretario de la Defensa Nacional. Su voz mostraba una enorme tensión. Sólo por su tono supe que se trataba de una llamada de alarma. Sin preámbulos, me informó que la ciudad de San Cristóbal de Las Casas había sido ocupada por un grupo guerrillero fuertemente armado. Me concentré para escucharlo. Mi estado de ánimo transitó de la sorpresa a la preocupación, y de ahí a la duda. ¿Un grupo guerrillero que ocupa una ciudad? ésa era una sorpresa. La preocupación apareció ante un riesgo mayor e inmediato: el de cobrar vidas humanas en caso de responder militarmente. Al concluir la conversación con el secretario de la Defensa -reflexiona más adelante-, muchos pensamientos vinieron a mi mente. Desde la represión del movimiento estudiantil de 1968 y el ulterior aniquilamiento de los grupos guerrilleros de los setenta, en México no sucedía algo así. Conforme consideraba las circunstancias, volví la vista a mi alrededor y a mi interior.
El presidente intenta anticipar las consecuencias del alzamiento: siempre ha sido un jugador experto, capaz de adivinar los pensamientos de sus rivales. Sólo que esta vez todos los escenarios parecen desfavorables; no le queda más remedio que pasar la noche en vela, en espera de más información. Según su autobiografía -a la que por otro lado no puede concedérsele demasiado crédito-, su estado de ánimo oscila entre el desconcierto y el asombro. Nosotros preferimos imaginarlo furioso. Frenético. Fuera de sí.
-Iniciar una revuelta en Año Nuevo sin duda tiene sus bemoles –ironiza Juan Villoro en su libro de crónicas Los once de la tribu (1995)-. Quienes contemplan los estragos de la noche anterior saben que lavar los platos requiere de la misma “mentalización” que Hugo Sánchez ante un penalti. En el día 2 nadie quiere problemas graves. Los zapatistas pensaban dis-tinto: el 1° de enero entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio, y esto les daba una causa internacional.
Los hechos se han sucedido a una velocidad vertiginosa. A las 00:00 horas entró en vigor el Tratado y sólo media hora más tarde, a las 00:30, el “autodenominado” Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocupó San Cristóbal de Las Casas, así como las cabeceras municipales de Altamirano, Las Margaritas, y Ocosingo. Cientos de milicianos se han apoderado de las calles, de los edificios públicos, de las estaciones de radio. Detienen a los azorados funcionarios y policías municipales. Se producen algunas torpes escaramuzas. Hay retenes y barricadas, como en las películas o, peor aún, como en las imágenes televisivas de las calles centroamericanas.
Un poco después, en una improvisada conferencia de prensa en el Palacio Municipal de San Cristóbal, uno de los guerrilleros, a quien algunos periodistas identifican con el nombre de “comandante Marcos”, se preocupa por explicar los objetivos del movimiento a un azorado grupo de turistas y curiosos. Lo más notable es que, a diferencia de los cientos de hombres armados que uno ha visto desfilar en el resto de América Latina, este líder guerrillero sonríe. Quizá se regocija porque, como dirá más tarde con orgullo, la toma de San Cristóbal ha sido como un poema. O acaso sólo intuye que es su momento. Al igual que Salinas, él también tiene que saber lo que vendrá. Es otro hombre de poder asaltado por los presentimientos; para él también concluye una etapa y se inicia una nueva: quedan atrás la preparación, la clandestinidad, la reclusión en la selva, y se inicia una vida a salto de mata pero, asimismo, frente a los reflectores. Acaso él también debería temerle a esa horrible palabra griega, la hubris, pero por lo pronto no se permite ninguna debilidad: acaba de ganar su primera batalla doblegando a su gran enemigo, el presidente Salinas, en el mismo día en que éste creía consumar su triun-fo. Pero aún queda mucho camino por delante. Sin dejar de comunicarse por radio, y a veces dándole unas largas fumadas a su pipa, el jefe de los alzados responde cortésmente a las preguntas de los curiosos mientras sus soldados reparten unas hojas volantes entre los transeúntes y periodistas. Se trata de una declaración de guerra al ejército federal mexicano. No, no es una broma, el día de los inocentes pasó hace varios días: la guerra es real. Y en los siguientes días habrá muchos muertos. No como en las películas o los noticieros, sino muertos de verdad. Es el inicio de un largo combate entre el gobierno y los alzados. O, más bien, entre el presidente y el encapuchado que los dirige, entre Carlos Salinas de Gortari y ese desconocido que muy pronto la prensa identificará correctamente con su nombre de batalla: subcomandante insurgente Marcos.
-Hoy decimos: ¡BASTA! -claman los zapatistas en la Declaración de la Selva Lacandona–. Hermanos mexicanos: somos producto de quinientos años de luchas: primero contra la es-clavitud, en la guerra de Independencia contra España encabezada por los insurgentes, después por evitar ser absorbidos por el expansionismo estadounidense, luego por promulgar nuestra Constitución y expulsar al imperio francés de nuestro suelo, después la dictadura porfirista nos negó la aplicación justa de las leyes de Reforma y el pueblo se rebeló formando sus propios líderes, surgieron Villa y Zapata, hombres pobres como nosotros a los que se nos ha negado la prepara-ción más elemental para así poder utilizarnos como carne de cañón y saquear las riquezas de nuestra patria sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables, sin importarles que no tengamos nada, absolutamente nada, ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación, sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades, sin independencia de los extranjeros, sin paz ni justicia para nosotros y nuestros hijos.
El anónimo redactor del texto -ahora sabemos que es Marcos- quiere demostrar desde el principio su talento verbal; ya desde el título mismo del panfleto, Declaración de la Selva Lacandona, emplea una expresión cargada de exotismo y cierta belleza lírica que al mismo tiempo se inserta en la larga tradición de pronunciamientos, proclamas y planes redactados por caudillos y líderes rebeldes a lo largo de la historia de México. Sin duda, el texto persigue la efectividad de un slogan y la contundencia de una declaración de principios. Observemos la fuerza natural de la frase: “Hoy decimos: ¡BASTA!” La palabra “hoy” carecería de sentido o resultaría tautológica si no tuviese un significado extensivo: el de “por fin” o “finalmente”, como si se tratara de una profecía que al fin se cumple (años después, Vicente Fox utilizará esta misma palabra como lema de campaña). A continuación, el verbo “decir”, conju-gado en la primera persona del plural, permite que cualquiera se identifique con los zapatistas: ese nosotros implícito involucra de antemano al lector. Y la enfática palabra “¡basta!” posee una contundencia admirable: basta ¿de qué? No es necesario conocer la situación política de Chiapas para ser capaz de completar la frase: basta de injusticia, de marginación, de pobreza... Del mismo modo, el uso del vocativo “Hermanos mexicanos”, de resonancias cristianas, se contrapone oportunamente al envejecido “camaradas” de la izquierda revolucionaria y al empalagoso “compatriotas” utilizado por Salinas de Gortari en todos sus discursos. Desde sus primeras líneas, la Declaración demuestra que el EZLN no es una guerrilla común, sino una guerrilla preocupada por el estilo.
Acaso por su necesidad de combinar elementos retóricos e ideológicos muy distintos, los primeros párrafos de la Decla-ración exhiben una sintaxis decididamente caótica. Sin embargo, en ningún momento se distrae de su objetivo de presentar a los miembros del Ejército Zapatista ante la sociedad, de legitimar sus objetivos y de justificar su existencia documentando los agravios sufridos por el pueblo mexicano. “Somos producto de quinientos años de luchas”, advierten los zapa-tistas usando de nuevo la primera persona del plural, identificándose no como guerrilleros, sino como “productos” de un proceso histórico que dura ya quinientos años. ¿ Quinientos ? Otra vez el lector debe completar la frase: en 1992, apenas dos años antes del alzamiento, se conmemoró el quinto centenario del descubrimiento de América, rebautizado para la ocasión como “Encuentro de dos mundos”. De un tirón, los zapatistas revelan ya una de sus directrices ideológicas, pues cancelan las luchas anteriores al descubrimiento, como si la época prehispánica no hubiese existido o hubiese sido una añorada Arcadia, decididos a mostrarse como las eternas víctimas de la Conquista. Para el EZLN, 1492 es el año fundacional.
Desde ese momento, el EZLN reinventa su propia historia -el reverso de la historia oficial-, y para ello enumera las batallas de las que se siente heredero: el combate contra la esclavitud, el levantamiento insurgente contra los españoles y la guerra contra los estadounidenses en 1846-1848 y los franceses en 1862-1867, para terminar asimilándose, de manera más obvia, con los héroes populares de la Revolución de 1910: Francisco Villa y Emiliano Zapata, “hombres pobres como nosotros”. En unas cuantas palabras, el EZLN no sólo ha resumido la historia nacional, sino que hajustificado sus demandas e iniciado una guerra paralela contra el gobierno a fin de despojarlo de los símbolos...

Índice

  1. Cubrir
  2. Portada
  3. Derechos de Autor
  4. Índice
  5. Advertencia
  6. Prólogo
  7. Primera Parte: El escenario
  8. Segunda Parte: Los antecedentes
  9. Tercera Parte: Los personajes
  10. Cuarta Parte: La trama
  11. Quinta Parte: Diez años después
  12. Sobre el autor