Las razones del mito
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Las razones del mito

La cosmovisión mesoamericana

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Las razones del mito

La cosmovisión mesoamericana

Descripción del libro

Alfredo López Austin, uno de los mayores conocedores del tema, nos ofrece en este libro una clara síntesis sobre la cosmovisión de quienes habitaron antes de la Conquista en lo que llamamos Mesoamérica: un área cultural que se desarrolló sobre un territorio de límites variables en el tiempo, que en el norte llegó a rebasar el Trópico de Cáncer, mientras que en su parte suroriental ocupó la mitad de Centroamérica. En ese vasto territorio nació, se desarrolló, floreció, fue dominada, se resiste y perdura la tradición mesoamericana. Tras una breve descripción del entorno geográfico y las fases del desarrollo cultural de Mesoamérica, las fuentes en que podemos basar su estudio, la taxonomía básica con que los antiguos pueblos mesoamericanos clasificaban su mundo, López Austin nos presenta los principales dioses y mitos de sus habitantes: los pisos del cosmos, el Eje Cósmico, el Lugar de la Muerte, el Monte Sagrado, el Árbol Florido, los cuatro árboles de los extremos del mundo, los cinco soles y el diluvio; los ciclos cósmicos y astrales; el tiempo, el calendario y las estaciones; el ciclo de la vida y la muerte, el sentido de la vida humana, el nahualismo, el cuerpo y las almas del hombre; la magia y la adivinación; la comunidad gentilicia, el Estado y el cosmos; la cosmovisión y el mito como fundamentos del poder, y los mitos mesiánicos supervivientes.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9786074455649
  1. Los hombres y su entorno
    El viajero que admira los fastuosos templos de la India creerá descubrir el vigoroso influjo de la selva en las estructuras ojivales en que se funden arquitectura y escultura. Entreverá en los encajes de piedra las reminiscencias de ramajes tupidos, de lianas que se entrecruzan y de cortinajes de agua que caen desde el dosel arbóreo hasta el fondo disuelto. Tasando la influencia de la naturaleza, pensará el viajero: el artista retrató su entorno; el medio obró en su mente y en su mano. De igual modo se ha atribuido al cielo límpido del Egeo el claro intelecto de los filósofos griegos, y en la vastedad monocroma del desierto se ha querido ver el origen de las concepciones monoteístas. En suma, se ha afirmado y se afirma que pensamiento, inspiración y obra son determinados por la geografía.
    Algunos pensadores, en cambio, han asignado al mandato de una herencia inmutable no sólo el carácter de los pueblos, sino su razón de ser y su destino. Raza, nación, naturaleza e historia se han fundido como un todo para explicar el papel de las sociedades sobre la Tierra. Cuando aún se creía que el mundo del hombre era el centro del Universo y que los astros determinaban la idiosincrasia de los pueblos, los temperamentos nacionales se explicaban por la posición de los astros el día de la creación. Así, por ejemplo, había tocado a Saturno extender su poder sobre Inglaterra en el amanecer universal, por lo que los ingleses debían su humor flemático al influjo frío y húmedo del planeta. Hoy nos burlamos de tales concepciones; pero hace menos de un siglo una idea semejante, que proclamaba la superioridad de los supuestos arios, sembró el terror en el mundo, y en este siglo XXI, en nuestro continente, pervive la ignominia de la discriminación racial.
    ¿Qué tanto de verdad podrán tener estos determinismos geográficos o raciales? Nadie podrá negar que el medio influye considerablemente en la cultura de los pueblos; sin embargo, dista mucho de tener el peso que se le ha atribuido. En cuanto a la raza como factor histórico, su valor ha sido ideológico, mero pretexto para justificar las invasiones, los expolios, la explotación y la brutalidad. En todo caso, veamos cómo operaron las diferencias geográficas y étnicas en la formación de una de las grandes tradiciones del mundo: la mesoamericana.
    Mesoamérica ha sido definida como un área cultural que se desarrolló sobre un territorio de fuertes contrastes. De límites variables en el tiempo –como corresponde a todas las áreas culturales– sus confines septentrionales llegaron a rebasar el Trópico de Cáncer, mientras que en su parte suroriental ocupó la mitad de Centroamérica. Si algún rasgo común puede señalarse en tan vasta región, es la posibilidad de cultivo de temporal, lo que permitió caracterizar a las sociedades mesoamericanas como agricultores que dependieron básicamente del maíz sustentado por las lluvias estacionales. Sin embargo, la variedad climática que conocieron las sociedades mesoamericanas fue considerable.
    País montañoso en su mayor parte, queda conformado por dos cadenas, la Sierra Madre Occidental y la Sierra Madre Oriental, que limitan una elevada altiplanicie triangular y que albergan grandes bosques de encinas y coníferas. Ambas se unen en el vértice meridional, formando el relieve escabroso de la Sierra Madre del Sur. La Sierra Madre Occidental desciende abruptamente hacia el Océano Pacífico. La Oriental forma una planicie costera más amplia frente al Golfo de México; pero su elevación forma una barrera a los vientos húmedos provenientes del mar, constituyendo una sombra pluvial al norte de la altiplanicie. Ésta se cierra al sur con el Eje Volcánico, cadena de colosos de piedra, algunos de cumbres nevadas. Más al sur, el territorio se estrecha para formar el Istmo de Tehuantepec, donde la llanura costera del Golfo se articula al oriente con la gran península baja y plana de Yucatán, mientras que al sureste la Sierra Madre de Chiapas se prolonga en dos ramales en territorio centroamericano. Ya en él, la cadena montañosa se alterna con valles profundos y depresiones, grandes ríos, lagos, volcanes y selvas tropicales. Allí se cierra el área cultural mesoamericana frente a otra región de agricultores, pertenecientes éstos a la tradición chibcha. El área mesoamericana es, por tanto, tierra de fuertes contrastes. La semiárida meseta del norte se opone a la lluviosa zona de la selva tropical; las alturas de los volcanes nevados, a las costas del Golfo de México, del Pacífico y del Caribe; las quebradas tierras oaxaqueñas, a la extensa planicie yucateca. En suma, el escenario mesoamericano fue una sucesión de grandes montañas, semidesiertos, declives pronunciados, valles de altura, bosques, cañadas, selvas tropicales, costas, llanuras... Las sociedades primarias vivieron en una variedad climática que las incitó a un intercambio temprano de bienes materiales. Pasemos al aspecto humano: Mesoamérica fue un verdadero mosaico étnico que hoy todavía puede apreciarse en la diversidad lingüística de los descendientes de los antiguos pueblos. Aunque existen distintos criterios de identificación y clasificación de las lenguas indígenas, algunos lingüistas calculan que en el territorio mesoamericano existieron aproximadamente setenta lenguas, pertenecientes a dieciséis familias diferentes. Según los cálculos de la glotocronología, hacia 2500 a.C. ya poblaban el área, junto a otras, las familias lingüísticas oaxaqueña, tarasca, otopame y maya (ésta entonces en la parte septentrional de Veracruz), y avanzaban desde el norte la mixe y la totonaca. Para 1500 a.C. la familia maya continuaba el poblamiento por Chiapas y se dirigía también hacia el norte de la Península de Yucatán, mientras los otopames se asentaban en el Centro de México. Hacia 600 a.C. la familia maya había sido separada en dos partes por grupos mixes: una parte había quedado en el norte de Veracruz y daría origen a los huastecos; la otra se establecía en un vasto territorio casi igual al ocupado a la llegada de los europeos; mientras tanto, procedente del norte, hacía su aparición por la parte occidental del territorio la familia yutoazteca, a la que pertenecen los nahuas. Para el 400 a.C., los nahuas ya habían ocupado el Centro de México y la región del Golfo. La antigüedad de los pueblos mesoamericanos en el territorio, por tanto, era muy variable (mapa 1).
    Puede suponerse que las diferencias climática y étnica y el desigual desarrollo produjeron una gran diversidad cultural. Así fue, en efecto, en el pasado, y así sigue siendo en nuestros días. Sin embargo, resulta sorprendente que la historia compartida por estos pueblos haya producido desde épocas muy tempranas una base cultural común, sobre la cual se desarrolló la diversidad. Esta base ha sido denominada núcleo duro de la tradición mesoamericana. Si se profundiza en las técnicas agrícolas, en la organización social y política, en la taxonomía del cosmos, en las concepciones de la estructura y funcionamiento del cosmos, en las creencias y prácticas religiosas, en la simbología y en muchos otros aspectos de la vida humana, podrá comprobarse que hunden sus raíces en el mencionado núcleo duro, y que éste en buena parte subsiste hasta nuestros días. Aunque parezca contradictorio, Mesoamérica se caracteriza por el binomio unidad/diversidad cultural. En el fondo de la cultura, más allá de la diversidad del medio natural y de las etnias, se halla el poder constructor de la permanente comunicación humana.
  2. El desarrollo cultural de Mesoamérica
    Si entre las notas definitorias de Mesoamérica está el ser un área cultural de agricultores que tienen como base de subsistencia el maíz, puede comprenderse que sus antecedentes se retrotraen, por milenios, a los primeros pobladores del territorio. Los antepasados remotos de los mesoamericanos habían llegado mucho tiempo atrás, hacia el 33000 a.C., con una cultura arqueolítica de recolectores-cazadores. Era el tiempo de convivencia con las grandes bestias del Pleistoceno: el mamut, el mastodonte, el perezoso gigante, y aún poblaban las praderas los camélidos y équidos que después emigrarían al continente asiático. En este ambiente los recolectores-cazadores desarrollaron sus técnicas y conocimientos por veintiséis milenios; pero fue el fuerte cambio del Holoceno lo que impulsó la domesticación de nuevas plantas, y tras ella el gran paso hacia su cultivo. Con su aprovechamiento e inconsciente selección, el hombre produjo variaciones genéticas en el guaje o jícara, la calabaza, el frijol, el aguacate, el maguey, el nopal, la yuca, el chile, el algodón, el amaranto, el zapote negro y el blanco, el tomate, y en otras muchas plantas que fue adaptando a sus necesidades y a su medio. La principal entre todas fue el maíz, cuya domesticación se calcula hacia el 5000 a.C....

Índice

  1. 2. Los hombres y su entorno
  2. Bibliografía
  3. Glosario
  4. sobre el autor