La revolución del sur
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La revolución del sur

1912-1914

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La revolución del sur

1912-1914

Descripción del libro

El relato sigue la huella de tres campañas del Ejército Libertador sobre la capital de la República, operaciones no consideradas hasta ahora en la historiografía del zapatismo, y con ese dato examina los alcances y problemas enfrentados. Asimismo, al develar el genocidio cometido por distintos gobiernos, expone los mecanismos del discurso racista que acompañó la acción de exterminio de la población indígena en el sur y el centro de México. Este libro da continuidad a {La irrupción zapatista. 1911}, obra del mismo autor publicada por Ediciones Era.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2014
ISBN del libro electrónico
9786074451412
Tercera ofensiva, 1914
CAPÍTULO 12
Vencer y cumplir
La irrupción villista. Zapata decide avanzar desde Guerrero hacia la capital de la república. Situación militar. Evaluación de la decisión. La unidad y la Convención Revolucionaria. Envío de emisarios al norte. El manifiesto de octubre, planteamiento político de la ofensiva. Soberanía popular: la cuestión de quién detenta el poder. El sujeto de la acción revolucionaria. Liberación social y liberación nacional. Poder hacer, saber hacer, deber hacer y querer hacer la revolución. El argumento histórico: la justa causa. Los pobres del campo y el carácter de clase de la justicia zapatista. Coherencia del discurso del frente interno y el frente externo del Ejército Libertador. Unidad de mando. La persuasión dentro de las filas rebeldes.
El 29 de septiembre de 1913 nació la División del Norte. Ese día unieron sus fuerzas Pancho Villa, Tomás Urbina, Calixto Contreras, Maclovio Herrera, Eugenio Aguirre Benavides y Domingo Yuriar. El propósito de los jefes rebeldes que se dieron cita en la hacienda de La Loma, Durango, era coordinar el ataque a la ciudad de Torreón. Para ese objeto, formalizaron la composición de cuatro brigadas además de una fracción y se asignaron las tareas correspondientes para la batalla. Se autodenominaron División del Norte y eligieron a Pancho Villa como jefe del nuevo cuerpo revolucionario.
Este acontecimiento tuvo una influencia vigorosa en el curso de la revolución. La División del Norte aceleró la propagación del levantamiento armado, cambió la escala del conflicto y fue elemento decisivo en el vuelco de la situación militar. Su significación política, sin embargo, no se reduce a estos cambios en las relaciones de fuerza entre la rebelión y la dictadura.
El villismo, como el zapatismo, surgió a raíz de un proceso de autoorganización local. Fuerzas revolucionarias que operaban en los estados de Chihuahua, Durango y Coahuila se unificaron bajo un solo mando. En el norte, como en el sur, la unidad y la dirección de la naciente fuerza se hizo con independencia de la facción que se arrogaba el papel conductor del proceso rebelde (Madero en 1911 y Carranza en 1913). Esta significación política se manifiesta al contrastar el acontecimiento fundacional con la estrategia de Carranza.
Es indiscutible que la División del Norte se formó como cuerpo perteneciente al Ejército Constitucionalista. Sólo que desde el inicio, su línea fue opuesta a la política de Carranza, con significativas oscilaciones –en mi opinión– debidas al intento por conciliar la causa de los pobres y el apoyo de Estados Unidos. Unas semanas antes de esa batalla de Torreón, los distintos agrupamientos que formarán la División del Norte rechazaron someterse al mando directo de Venustiano Carranza.1 Pancho Villa haría lo propio, en agosto de ese año. Por otra parte, la División del Norte quedó fuera del dispositivo militar carrancista, pensado más para el control territorial y político que para obtener la victoria en el campo de batalla.
El esquema de organización constitucionalista estaba diseñado para abarcar todo el territorio nacional mediante distintos cuerpos regionales: noreste, noroeste, oriente, occidente, centro, sur y sureste. Según este planteamiento, los rebeldes villistas de Chihuahua y Durango deberían quedar subordinados al mando de la División del Noroeste, a cargo de Álvaro Obregón; mientras que los de Coahuila deberían incorporarse a la División del Noreste, al mando de Pablo González. Era un esquema de ejército apegado a una zona, una expresión de voluntad de control más que de movimiento. La fuerza jefaturada por Álvaro Obregón, por ejemplo, no fue concebida para avanzar sobre la ciudad de México sino sólo para operar en la zona asignada: Sonora, Chihuahua, Durango, Sinaloa y el territorio de Baja California.
Los villistas, al fundar la División del Norte, rompieron ese marco organizativo; al elegir a Pancho Villa, rompieron esa jerarquía; y al desplegar sus operaciones, rompieron el planteamiento estático de ese dispositivo. Introdujeron la guerra de movimientos sobre el eje norte-sur –invisible para el Estado Mayor carrancista–, en la línea de abastecimiento ferroviario que había entre Ciudad Juárez y la ciudad de México. La guerra en esa línea posibilitó la independencia política del villismo; acrecentó la masa, el poder de fuego y las oportunidades de concentración para la División del Norte. Cada victoria acentuó su potencia militar destruyendo simultáneamente la del adversario y, a la inversa, cuando adoptó el repliegue, a partir de la toma de Zacatecas, posibilitó el reforzamiento del carrancismo.
La irrupción villista tendrá un efecto catalítico en la guerra. El flujo de la revolución se incrementó de modo extraordinario, la situación militar se alejó del equilibrio y antes de un año se pudo remontar a la contrarrevolución huertista. Fue éste un proceso inédito en la historia militar de las revoluciones sociales, sobre todo si se considera que esa emergencia ocurrió en un contexto en que la ametralladora y la artillería de campaña neutralizaron el ataque frontal y durante algunos años imperó la guerra de trincheras. Esta forma de combate será la que Villa enfrente en Celaya, en 1915.
En esa trayectoria fulminante de su primera etapa se observan también algunos elementos que llevarán en breve tiempo al ocaso de la División del Norte: la dependencia del abastecimiento de Estados Unidos, la pesadez que provocó el incremento de la masa del ejército y su frágil unidad política. Muy poco después, en el curso de 1914 y 1915, Villa perdió a Tomás Urbina, Maclovio Herrera, José Isabel Robles y Rodolfo Fierro, entre otros jefes, y le fue negado el acceso al mercado estadounidense.
Por otro lado, la propia historia de la primera guerra mundial mostró que masa no equivale mecánicamente a potencia militar. Más allá de un umbral, el incremento cuantitativo se transforma en una pesada carga y se dificulta la conducción y la maniobra; disminuye el valor táctico de la tropa mientras se incrementa en escalada la necesidad de servicios.2
En la toma de Torreón, el 1° de octubre de 1913, Pancho Villa consideró como elementos importantes de su victoria: el poder de fuego con que contaba, la información, la disposición de las fuerzas, el avance decisivo envolvente y el ataque protegido por las sombras de la noche.3 La defensa de esa plaza contaba con cuatro mil efectivos, entre soldados de línea, exrevolucionarios y cuerpos paramilitares –las llamadas “Defensas Sociales”– de los hacendados; obras de fortificación permanentes, trece piezas de artillería y doce ametralladoras. En la primera batalla de Torreón, igual que en la segunda y en Zacatecas, el combate decisivo fue el de infantería y artillería. La caballería, tan emblemática del villismo, fue decisiva en Paredón y otras batallas como Celaya y León en 1915. Curiosamente, en su primera batalla, la División del Norte venció al mismo general que los zapatistas: Eutiquio Munguía, el jefe del “Quinto de Oro”, quien en 1911 estuvo a cargo de la defensa porfirista de Cuautla.
Disposición de la fuerza
En la primera semana de octubre de 1913, Emiliano Zapata tomó la decisión de emprender una nueva campaña. El plan consistió, esta vez, en controlar el estado de Guerrero y, desde ahí, avanzar sobre Morelos y el Distrito Federal.
Me encuentro cerca de la plaza de Chilapa al frente de una columna de dos mil hombres y ya ordené la organización de todas las fuerzas que operan en este estado de Guerrero, a fin de que se lleven a cabo los trabajos de batir al enemigo de una manera combinada, para apoderarse de las plazas que actualmente ocupa el enemigo y conquistar por completo al estado referido, y de esa manera, ya marcharé con el grueso de estas fuerzas a dominar el estado de Morelos y emprender una enérgica campaña en el Distrito Federal.
El general en jefe Emiliano Zapata4
El hecho de volverse sobre su retaguardia para ganar primero Guerrero, luego Morelos y en seguida atacar la ciudad de México, hizo más compleja la lucha; extendió el teatro de operaciones y también cambió la escala de la guerra en el sur.
Con el nacimiento de la División del Norte, el entorno nacional de la revolución se transformó volviendo apremiante la ofensiva para los hombres del sur. En octubre de 1913, en su propio terreno, el problema militar que se planteó a los zapatistas era triple. En la línea avanzada, fracasó la campaña a cargo del general Ángel Barrios. Al centro de la zona rebelde, en Morelos, la dictadura lanzó otra campaña con incendio de poblados y ocupó el mineral de Huautla, sede del Cuartel General zapatista. Mientras que en la retaguardia, el estado de Guerrero, la rebelión decaía notoriamente. Además habían fracasado las expediciones a occidente y el Bajío, para acumular fuerza.
Tales retrocesos eran parte de la disputa y la oscilación del conflicto. No llegaron a volverse decisivos en el corto plazo pues había una tendencia de incremento en la rebelión. En términos generales, la guerra del sur no vivía el hundimiento sino que aumentaba la actividad armada y todas las necesidades que ésta genera. Los choques entre el Ejército Libertador y el ejército federal casi se duplicaron en los meses de agosto, septiembre y octubre de 1913 (108, 98 y 97 respectivamente) en comparación con el total de acciones en junio y julio (58 y 55).5 Tal intensificación era resultado principalmente de las actividades zapatistas en Puebla y el Estado de México, que superaron a las de Morelos. Fue como si, al lanzar el gobierno su espada, la masa de la insurrección se abriera a los flancos para esquivar el efecto del golpe. Este fenómeno había ocurrido ya en dos momentos, sólo que ahora la movilización externa al núcleo del zapatismo se confirmó como la tendencia general de la lucha en la nueva ofensiva. Era una consecuencia también de la propagación de la revolución del sur.
Cuando la jefatura zapatista decidió emprender su nueva campaña, la situación militar en Guerrero no estaba en esa tendencia ascendente de la guerra. Luego de la primera respuesta armada contra el huertismo, la resistencia guerrerense decayó por completo entre junio y diciembre de 1913. La explicación de ello está, en parte, en los titubeos, los dobleces y traiciones de jefes exmaderistas. A raíz de esa conducta, la resistencia a la dictadura casi por completo había quedado en manos de los generales zapatistas de Guerrero cuya zona, por lo general, fue la siguiente: Encarnación Díaz en el centro, Julio A. Gómez en La Montaña, Pedro Saavedra en el norte y Jesús H. Salgado en Tierra Caliente. Para ellos, como para Zapata, la victoria fue un deber.
En el pueblo de Amayaltepec [Guerrero] y a horas que serán las tres de la tarde del día veintiuno del mes de agosto del año 1913, reunidos los que suscribimos, jefes del Ejército Libertador del Sur, en asamblea de guerra se acordó dar un ataque al pueblo de Chichihualco bajo las bases siguientes:
1. Que el punto de reunión para llevarlo a cabo será en Xochipala el día veintinueve del presente en la noche.
2. Que si alguno de los suscritos en la presente acta llegase a morir antes de verificar cualquier combate, el que quede vivo lo hará cumplir bajo pena de que será sujetado a un Consejo de Guerra si no cumple estrictamente.
3. Que para llevar a feliz término nuestro plan de ataque se reunirán todos los elementos posibles para no fracasar.
4. Que los suscritos jefes debemos prestar el auxilio cuando sea necesario bajo pena de ser castigado el que no cumpla y si posible es marcharemos unidos y en asamblea de guerra se acordarán todos los avances y disposiciones de guerra a fin de llevar a feliz término nuestra grandiosa obra de regeneración y darle al pueblo mexicano sus libertades, sus tierras, montes y aguas monopolizadas por el cacicazgo y federales...
Julio A. Gómez,
general en jefe del Ejército Libertador6
Algunos maderistas de Guerrero, como Martín Vicario, Silvestre Mariscal, Genaro Basabe y Juan Andrew Almazán transitaron al huertismo sin dificultad y organizaron las fuerzas irregulares de la dictadura en el estado. Al inicio del periodo huertista, en apoyo al ejército federal, operaron en Guerrero cinco cuerpos rurales (32°, 43°, 55°, 57° y 58°).7 En ese año, también lucharon al lado del gobierno los cuerpos irregulares: Julio Bahena, Laureano Astudillo, Peña, Noriega, Mondragón; el 10°, 11° y 12° cuerpos irregulares de caballería; los batallones irregulares Alvarado, Costa Chica y Acapulco, además de las milicias locales llamadas “voluntarios”. Juan Andrew Almazán emprendió campaña militar, fijando su posición en los mismos términos del discurso racista: “El zapatismo es la bandera de los bandidos, la bandera de los que matan, de los que roban, de los que saquean. Es la bandera negra que necesita exterminio completo, y que no debe flamear ya en ninguna parte, porque es una vergüenza y una amenaza para nuestra patria. El levantamiento zapatista no persigue ideales; lo han probado todos sus repugnantes hechos, todas sus indignas acciones... Os invitamos, surianos, a formar un cuerpo de voluntarios, para combatir al zapatismo; podéis desde luego inscribir vuestros nombres en el Hotel San Carlos, cuarto número 50”.8
Esos grupos paramilitares combatieron a los rebeldes en todas las regiones de Guerrero, logrando debilitar la resistencia antidictatorial en ese estado.
Otros, como los Figueroa, intentaron negociar con Huerta y salieron perdiendo. Según consta en documentos del Archivo Histórico de la Defensa Nacional, el 27 y 28 de abril de 1913, Ambrosio Figueroa ofreció a Huerta combatir a los zapatistas. Asimismo, planteó que trataría de obtener la defección de su hermano Rómulo, quien se había sublevado a la cabeza de un contingente de cuerpos rurales conocido como “los colorados”. Estas negociaciones se extendieron hasta mediados de ese año y se concretó un armisticio. El 20 de mayo, el general Manuel Mondragón, secretario de Guerra, ordenó suspender el avance militar sobre Buenavista de Cuéllar, debido a que Rómulo Figueroa había expuesto ya sus condiciones de rendición. En los primeros días de junio, los generales Manuel Zozaya (gobernador de Guerrero) y Juvencio Robles (comandante de la División del Sur) comunicaron a México que el indulto estaba arreglado. El 4 de ese mes, el secretario de Guerra ordenó que se retuviera a los Figueroa en el servicio armado, con sueldos según sus grados militares.9 Con esto se lograba someter una de las principales fuerzas del levantamiento maderista en Guerrero. Pero dos días después, desde México se ordenó el fusilamiento de Ambrosio Figueroa en Iguala y de inmediato, el 8 de junio, Rómulo salió del estado rumbo a Michoacán. Julián Blanco, exjefe maderista de la región comprendida entre Chilpancingo y Acapulco, también mantuvo tratos semejantes con el gobierno.10
Por su parte, las fuerzas del ejército federal que operaban en el estado se reorganizaron conforme al decreto que transformó la estructura basada en zonas militares en otra formada por divisiones de inf...

Índice

  1. Cubrir
  2. Portada
  3. Derechos de Autor
  4. Dedicación
  5. Índice
  6. Prólogo de Rafael Medrano
  7. Introducción
  8. Primera Ofensiva, 1912
  9. Segunda Ofensiva, 1913
  10. Tercera Ofensiva, 1914
  11. Epílogo: Hasta el último sendero
  12. Anexos: Documentos
  13. Línea del tiempo
  14. Notas
  15. Bibliografía
  16. Índice De Mapas