
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Carlos Monsiváis es justamente célebre por sus indagaciones, tan ingeniosas como conocedoras, en las múltiples y complejas realidades de la cultura mexicana: la que conocemos como cultura popular y la "alta cultura". En este volumen el autor desmenuza, con su humor y saber acostumbrados, distintos rituales de la ciudad de México y de la sociedad mexicana en general: rituales religiosos, cívicos, mercantiles, musicales e instantáneos; antros y basílicas, estadios y coliseos, {malls}y puestos, bares y estatuas, y se interesa por ídolos de los mexicanos como El Santo y Julio César Chávez. Por si fuera poco, Monsiváis ofrece aquí un ensayo lleno de recovecos sobre las minucias del ritual del coleccionismo.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Los rituales del caos de Monsiváis, Carlos en formato PDF o ePUB. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Editorial
Ediciones EraAño
2013ISBN del libro electrónico
9786074451672La hora de la sociedad del espectáculo
LA MULTITUD, ESE SÍMBOLO DEL AISLAMIENTO
Los ritos instantáneos: a treparse a las sillas
¡Mírenlos nomás allí sentadotes! ¿Qué pasó con esa fibra? En los conciertos uno ya no se apoltrona para resistir y apreciar, perdido en el conjunto de híbridos dóciles, mitad espectador mitad butaca. Ahora, lo común es oírlo todo de pie y de preferencia sobre las sillas. Trépense de inmediato y vean y oigan, como atisbando un pleito a puñetazos en una cantina del Far West, los golpes son centellas, la civilización es la elocuencia boxística, nunca se bajen de las sillas, observen el duelo y eviten el desplome del universo. A las sillas se asciende para ya jamás descender, la silla es la base de tu estatua, en los conciertos un mar de estatuas móviles se desplazan en el absoluto de un centímetro.
Sólo quien se trepa a la silla goza del horizonte de los conciertos.
I. Frank Sinatra: “Así ya no los hacen”
Ver a Sinatra en el Palacio de los Deportes, es un acontecimiento histórico, de la historia que más le importa a cada quien, la suya propia. Hoy escasean las adolescentes con sus expresiones refrigeradas, no hay la masa compacta de las aún solteras, de las jóvenes profesionistas en procuración del amante prudente que no ofrezca el confinamiento de un hogar. Más bien, dominan las parejas de treintañeros y cuarentañeros y cincuentañeros, el age-group de los establecidos hasta cierto punto, de los contentos hasta cierto punto, de los memoriosos hasta donde la imaginación los abastece.
A Edye Gormé y Steve Lawrence les toca la primera parte del programa. Marcados por el oficio de entretener a quienes vierten fortunas en Las Vegas, Gormé y Lawrence procuran, tersamente, ofrecer el equivalente del sonido muzak, aquello que no ofende porque satisface, es decir, aquello que no quita tiempo mental, alisa el temperamento y se acomoda con suavidad en los intersticios del recuerdo. Volare oh oh. Cantare, oh oh, oh oh. En particular, Steve Lawrence es notable: su voz se asemeja a la de Sinatra al punto de la premonición o de la parodia que, de tan fieles, retienen algunas cualidades del crooner: la voz agradable que se instala en la historia personal del oyente, las cadencias aptas para el autoestéreo o para justificar la mala fama del apartamento de soltero, la melancolía sin melodrama.
¡Allí está! ¡Es él! Y las señoras admiten que, en rigor, la leyenda les tocó de trasmano. ¡Cómo les hubiese gustado ser las bobby soxers de los años cuarentas, incendiadas por el uso fálico del micrófono, alborozadas por las nupcias del romanticismo y la técnica! Y los señores se felicitan por estar allí, y piensan en sus padres o en sus abuelos, los pobres apenas si salieron de los cobertizos mentales del Rancho Grande, y nunca contemplaron en vivo a Ol’Blue Eyes como le dicen los gringos, con su repertorio magnético, diseñado para esa modernidad que es siempre actual porque nunca le dio por especificar.
Don’t you know little fool
you never can win?
Use your mentality!
Wake up to reality!
La Voz está intacta, bueno, no exactamente intacta, hay raspaduras, pequeñas grietas, hondonadas que fueron elevaciones. Pero los asistentes se reconcilian con los efectos del tiempo. Si llegaron tarde al ídolo, son amables en la cita a deshoras, y por eso, con tal de autoelogiarse, identifican sus logros personales (cambios de status y domicilio, cuartos inundados de gadgets, placer de fundar dinastías modestas) con la Gran Categoría de Frankie Boy, producto por partes iguales de las divulgaciones del jazz, de las baladas de la soledad a deshoras, de las comedias musicales, de la Segunda Guerra Mundial, del Camelot de Kennedy, de From Here to Eternity y El hombre del brazo de oro y The Manchurian Candidate, de las leyendas de la Mafia y de Hollywood, de matrimonios y peleas… Un clásico en vida para decirlo rápido.
Stop spreadin’ the News
I’m leaving today.
I wanna be a part of it
in Old New York.
La canción “New York” exalta el mito de Manhattan, el perímetro del afán competitivo y de la fama por antonomasia, que valúan altamente los convencidos de que los quince minutos de fama pronosticados para cada persona, le corresponderán más bien a cada uno de los países no bendecidos por la hiper-prosperidad. “Atención señores, ahora presenciamos el cuarto de hora de gloria internacional concedido a Honduras”. Pero Sinatra no es un país, es la arrogancia primermundista, la jactancia de quien ha vivido según le ha dado su real gana:
And now, the end is near
and now I face the final curtain…
A mi manera. Como me ha dado mi chingada gana… ¿Quién no desearía tal condición y sobre todo si no impide el reconocimiento internacional? And what is a man? What has he got? If not himself then he has none… Si la voz no es ya la misma, la seducción permanece, o eso deciden, en su arrobo, los treintañeros y cuarentañeros y cincuentañeros, la concurrencia que se dilató en hallarlo pero que al fin capturó a su ídolo por el lapso portentoso de una hora. And more, much more than this, I did it my way.
[1991]
Los ritos instantáneos: Los encendedores
¡Oh Margaret Mead, oh James Frazer, oh Levi-Strauss, oh antropólogos al uso, cómo los extrañamos en los conciertos de hoy! Ustedes nos explicarían en un abrir y precipitarse de cuartillas lo que sucede. A la tercera interpretación del visitante o de los visitantes, y sin incitaciones de por medio, guiados por esa compulsión que afirma los hábitos apenas nacidos, las manos intrépidas sostienen cerillos y, más cautamente, encendedores. Los plantíos luminosos devastan la oscuridad, puntúan las canciones, y elevan su vasallaje ígneo en respuesta a las proezas de instrumentos y voces. Tantas luces no surgen en vano, y lo refieren todo al encandilamiento del público, enamorado de los cielos artificiales.
II. Sting. La efervescencia de la monotonía
De las masas, la más disciplinada, la más negada a lo voluntarioso, es la del rock. En un concierto no caben el azar o la improvisación, y lo más novedoso es lo más previsible… Un momento, no se me confunda. No hablo de conformismo ni nada semejante. Supongo a cada asistente singular e irremplazable pero en un concierto su ambición —su acción obligatoria— es ser como los demás.
Colmar cuatro veces al hilo el Palacio de los Deportes es hazaña peculiar del rock, arte e industria de lo contemporáneo (entrada en taquilla de los cuatro días: dos millones de dólares). De Sting ya se sabe bastante: cantante de Police, actor de Dune, músico calificado, defensor de las buenas causas, entre ellas el ecosistema amazónico. Muy especialmente, Sting aún no ha pasado de moda, no es un recuerdo difuso de los gringos. Y se le agradece que venga cuando todavía está y es.
En épocas en que lo común es la indiferencia la tecnología, el renovarse mensualmente admite y aun exige el pasmo. En pos del encargo de impresionar, el haz de los rayos láser va de un lado a otro, hace sus gracias computarizadas, convence a los presentes de que la luz del día no tiene chiste, se mete al malabarismo publicitario, y es el llamado al arrepentimiento: “Yo era premoderno y vi el rayo láser”.
La ovación recibe a… ¿Es esto posible? ¿Tanto desbordamiento para recibir a un mariachi?!!! ¿De qué se trata? Si ya pasó el 15 de septiembre, y las multitudes no tienen fiesta de cumpleaños. ¡Ah, se me olvidaban las lecciones de la intertextualidad! No se le aplaude a un mariachi, se le aplaude a un mariachi recomendado por Sting, algo muy distinto, un “subtexto nacionalista” en el texto internacional, lo típico en el seno de lo arquetípico, (casi) el traslado de la Plaza Garibaldi al Fillmore.
“De qué manera te olvido/ de qué manera te quiero.” Línea por línea los asistentes acompañan a la canción ranchera. ¿Cómo es posible? ¿A qué hora se la aprendieron? En los autos el rock prevalece, en casa se atiende a los video-clips, y en las discotheques ni pensarlo. Es fácil explicarse la buena memoria del pópolo: a los de Bajos Ingresos, familiares y amigos les transmiten los éxitos folclóricos por vía “intravenosa”, y las rancheras repercuten a lo largo de sus viajes auditivos. ¿Pero y los de ingresos no-medidos-por-la-desesperanza? …Y la revelación hace estragos: lo que tú contemplas, mortal, es el argüende de los mexicanos de closet. Así de vernáculo y premonitorio el asunto. Mexicanos de closet, aquellos que emergen de su escondrijo nacionalista al amparo de “los puntos fuertes de los lados débiles”, de los prestigios del pasado, de las disculpas del fervor alcohólico. El cantante Humberto Herrera ilustra por millonésima vez “El Rey” y “Volver, volver”, y a los mexicanos de closet, o patriotas en sus ratos libres, les engolosinan el monarca incom-prendido y el himno de la reconciliación a coro. ¡Qué bonito tropezar con la nacionalidad que se creía perdida, este civismo alborotado anda todo apasionado por volver!
Concluye el mariachi, y el MÉ-XI-COÜ! MÉ-XI-COÜ! amenaza con prolongarse, pero la explosión de luces cede el escenario a lo tan aguardado, y la concurrencia, agitada, recibe a Sting, de chaleco amarillo y descifrable expresión enigmática, otro de los exploradores a quienes los nativos les ahorran todo esfuerzo de conquista.
Los ritos instantáneos: los tubitos luminosos
¿Qué es un rito instantáneo y de qué modo se produce? Algo difícil de explicar y sencillo de ver. Aquí están por ejemplo los tubitos de neón que puso de moda un Mundial de futbol, y que institucionalizó la magna filosofía: un público sólo lo es en serio y en grande, si hace lo mismo al mismo tiempo, si es disciplinado, si transforma su espontaneidad en protagonismo armónico. Al llamado de la tribu los asistentes compran su tubito, y lo adoptan a usos decorativos y declarativos, lo usan como esclava, lo ondean como lazando a las tinieblas, se lo anudan al cuello, lo preparan, lo dejan adormecer, lo resucitan…
Atentos al sustituto del inconsciente, es decir sometidos al floor mánager que todos llevamos dentro, se levantan y agitan los cordoncitos lumínicos. Y la aplicación humilde de la tecnología reverbera en los gajos de un crepúsculo percibido en la somnolencia, o algo así, siempre algo así.
III. Luis Mi en el Auditorio Nacional “¡ESTOY VIVO! (Y VAYA QUE LO ESTOY)”
Ser joven hoy, y en el Auditorio Nacional, es el requisito astral, la buena vibra que te deposita entre sonidos positivos e informes de telépatas apenados por la invasión de la privacidad. ¿Quién lo duda? Sólo los jóvenes gozarán las ventajas del inminente aterrizaje en el Primer Mundo. Y en un concierto de Luis Miguel el Primer Mundo es la noción ubicua que se anuncia en la ropa de los asistentes, la actitud “prendidísima” y la efervescencia corporal (si no hay cuerpo no hay espíritu, y si no hay espíritu más valiera cerrar los gimnasios).
El sexo más seguro: el del espectador aislado en la castidad de su butaca. Y no hay reconocimiento erótico que iguale el primer atisbo del Ídolo. Por las escaleras del foro desciende Luis Miguel, de smoking y pelo corto, y es maravilloso oír (más que ver) su respuesta física, tan sardónica, a los arrebatos que causa su guapura, a los alborozos que son nupcias de un minuto, a las germinaciones del deseo en esa superficie resbaladiza que es la confesión masiva de amor. El vocerío clama: Te amo tanto que no contengo mi ansiedad. Te quiero porque existes y me haces percibir cuán profundamente carnal es la admiración. Te idolatro porque jamás te tendré, pero mis amigas tampoco. Y si grito no es con tal de arrebatarte sino para no dejarte del todo.
Éste es un concierto dedicado a quienes se han entrenado la vida entera para el Día de la Gran Emisión de Voz. Eruditos en materia de idolatrías desechablcs, ellos y, sobre todo, ellas, memorizan los tics de Luis Miguel, le cuentan —aritméticas de la acechanza— las pecas en las fotos, puntualizan sus etapas de objeto sexual y delimitan sus zonas erógenas con exactitud de cartógrafo. (Las fans: las lectoras científicas de fotos.)
Luis Miguel sonríe con amplitud, tal vez para que el universo tenga dueño, y al cantar hace evidente la estructura de su repertorio, el carácter facsimilar de sus canciones. Para la industria, repetir de dos o tres patrones melódicos es indispensable, porque vuelve prescindible el talento y realza el verdadero fin: el despliegue de la alta tecnología. ¡Son tan superiores los equipos de luces y sonido a las letras y las melodías y las voces! El sonido es la elocuencia de la técnica ante la mudez del arte, y las luces corrigen los extravíos de la mirada. Si no, ¿para qué inversiones tan cuantiosas? En el fondo, todo Ídolo es una dispensa de trámite de la genuina estrella del show, la tecnología.
En los movimientos de Luis Miguel —en la displicencia de sus ademanes, bonos plus al auditorio— se transparenta su táctica consentida: escenificar el suplicio de quien se sabe rabiosamente amado, qué dolor recibir los envíos admirativos como saetas, qué agonía incendiar las almas con la apostura y el bronceado de la piel, qué responsabilidad justificar los apetitos morbosos. Luis Miguel se deja querer, tal como se oye, y se vislumbran las dificultades de almacenar en una sola persona la devoción de la juventud entera.
Él se toca la cabellera una vez más, certifica que aún no acude la bíblica Dalila, y, asomado al espejo del frenesí aturdidor, comprueba lo que ya sabía, porque el narcisismo es comunicativo, y lo que se le había olvidado, porque el narcisismo es amnésico: él es guapérrimo, su voz secuestra a sus admiradoras y sus movimientos son penetrantes, en varios de los sentidos de la expresión, y aquí lo metafórico es la disculpa enviada a la muchedumbre femenina. Él se frota copularmente con el aire, y cada uno de sus gestos —si así dicen, así debe ser— desata el canibalismo visual. Ya lo andan buscando los haces de luz y él envía hacia atrás los brazos para desde allí ligarse al universo. (Cualquier otra comparación no le hace justicia al intento.)
Donde se generaliza para no caer en abstracciones
El público de Luis Miguel es mayoritariamente femenino y por tanto, en cada concierto, el género se unifica, se expresa belicosamente y, al final, se devuelve a la melancolía de las opciones individuales. Mientras dure el show las fans serán una sola, tan sensual como lo exige la temporada, atenida a los cambios de look, al cabello a la desgreñé, al peinado voluminoso “para esconder los pecados”, a la paciencia en el salón de belleza, al minidress o los jeans, al gusto por lo metálico “que viene gruesísimo”, a los colores eléctricos que solicitan interruptor, y al estudio de los colores que van con la personalidad y desnudan la psicología: “Blanco. La sinceridad y el sentido de la justicia no te faltan, pero tus ideas son confusas: te agrada decir lo que te parece ser verdad, y de pronto, te das cuenta que estás siendo injusta”.
A esta Chava Única la distingue también el lenguaje, un desprendimiento de la publicidad y sus orgías de elogios, en la vida todo es súper, lo fantástico y lo maravilloso decoran a cada una de las frases, qué in-creí-ble, qué rentable el ánimo: El toque locochón ¡Ponte las pilas! Sácale provecho a tus ganas. La Chava Única e Indivisible habita en un comercial que patrocina la familia y en donde a ella le toca promocionarse o promocionar. Ser o no ser una marca de calidad, he allí el dilema, y además, una ventaja de la-marca-de-calidad es su caudal informativo: ya no tiene porque aludir con mímica a la menstruación, distingue entre la variedad de condones, queda al tanto de que disparemia es el dolor durante el acto sexual. ¡Qué gruexoü A la Chava Única e Indivisible le cae a toda madre su época donde nadie se queda a vestir santos sino —en todo caso— a capturar datos. Cada concierto de un Ídolo es un laboratorio de los estremecimientos permitidos y el porvenir es ilimitado. Y la Chava Única se las sabe todas en materia de “economía libidinal”, así jamás use el término.
¿Verdad que es un sueño?
Baladas hechas en serie para conciertos en serie que convocan reacciones en serie. Esto murmuro desde mi aislamiento generacional y de clase, mientras, sin alzar la voz, me regaño: ¿por qué no mejor aceptas, oh resentido, que los aquí presentes ya la hicieron, porque sus padres ya la hicieron, y los padres ya la hicieron porque son tan precavidos que les prepararon a sus hijos la herencia en efectivo, en amistades que sí importan, en oportunidades de ascenso desde la cumbre? Pospongo mi sabiduría de clase y atiendo el fenómeno de la resurrección. Se abre la tumba de los rumores y sin vendaje alguno Luis Miguel especifica su condición fisiológica.
— Muchas gracias, muy buenas noches. No sé si empezar con eso o más bien decir: ¡ESTOY VIVO!… Y vaya que lo estoy.
Los alaridos, firmas en el documento de adhesión, destruyen las esquelas precoces y le infunden seguridad a Lázaro, a los miles de Lázaros que no se atreven a pregonar que no han vuelto porque nunca se habían ido. Luis Mi no se había muerto y por eso sigue ...
Índice
- Portadilla
- Créditos
- índice
- Dedicatoria
- Prólogo
- La hora de la identidad acumulativa ¿QUÉ FOTOS TOMARÍA USTED EN LA CIUDAD INTERMINABLE?
- La hora del consumo de orgullos PROTAGONISTA: JULIO CÉSAR CHÁVEZ
- La hora del consumo de emociones VÁMONOS AL ÁNGEL
- Parábolas de las postrimerías TEOLOGÍA DE MULTITUDES
- La hora de la tradición ¡OH CONSUELO MORTAL!
- La hora de la sensibilidad arrasadora LAS MANDAS DE LO SUBLIME
- La hora del control remoto ¿ES LA VIDA UN COMERCIAL SIN PATROCINADORES?
- La hora del gusto LAS GLORIAS DEL FRACASO
- Protagonista: Jesús Helguera EL ENCANTO DE LAS UTOPÍAS EN LA PARED
- La hora de las convicciones alternativas ¡UNA CITA CON EL DIABLO!
- La hora de la pluralidad ¡YA TENGO MI CREDO!
- Protagonista: el Niño Fidencio TODOS LOS CAMINOS LLEVAN AL ÉXTASIS
- Parábolas de las postrimerías OCUPACIÓN DEMOGRÁFICA DEL SUEÑO
- La hora del transporte EL METRO: VIAJE HACIA EL FIN DEL APRETUJÓN
- La hora de los amanecidos LO QUE SE HACE CUANDO NO SE VE TELE
- La hora del consumo alternativo EL TIANGUIS DEL CHOPO
- La hora de la máscara protagónica EL SANTO CONTRA LOS ESCÉPTICOS EN MATERIA DE MITOS
- Parábolas de las postrimerías DONDE, POR FALTA DE SEÑALIZACIÓN, SE CONFUNDEN EL ALFA Y EL OMEGA
- La hora cívica DE MONUMENTOS CÍVICOS Y SUS ESPECTADORES
- La hora del paso tan chévere NO SE ME REPEGUE, QUE ESO NO ES COREOGRAFÍA
- La hora del lobo DEL SEXO EN LA SOCIEDAD DE MASAS
- La hora de Robinson Crusoe SOBRE EL METRO LAS CORONAS
- La hora de codearse con lo más granado LA PAREJA QUE LEÍA ¡HOLA!
- Parábolas de las postrimerías DE LAS GENEALOGÍAS DE LA RESPETABILIDAD
- La hora de la sociedad del espectáculo LA MULTITUD, ESE SÍMBOLO DEL AISLAMIENTO
- La hora del ascenso social Y SI USTED NO TIENE ÉXITO NO SERÁ POR CULPA MÍA (NOTAS SOBRE LA RELIGIÓN DEL MIEDO AL FRACASO)
- La hora de las adquisiciones espirituales EL COLECCIONISMO EN MÉXICO (NOTAS DISPERSAS QUE NO ASPIRAN A FORMAR UNA COLECCIÓN)
- Parábolas de las postrimerías EL APOCALIPSIS EN ARRESTO DOMICILIARIO