Mujeres de maíz
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Mujeres de maíz

Descripción del libro

Éste es un libro notable que nos habla de algunas de las personas más "célebres" y más desconocidas del planeta: las mujeres indígenas de Chiapas, tanto las habitantes de las comunidades del EZLN como de muy diversos sitios de ese estado. ¿Quiénes son esas mujeres, algunas de las cuales han llegado a ser comandantes, pero que en su absoluta mayoría siguen representando el último eslabón del atropello que el hombre puede infligirles a los otros hombres, y con mayor razón a la mujer? En la lucha por los "usos y costumbres" de los pueblos indios, ¿qué tanto tienen que ganar y que perder las mujeres? ¿Cuándo es peor el machismo que el racismo y la miseria? ¿Con qué voz hablan esas mujeres cuando hablan con alguien en quien confían, como la autora de este libro?

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9786074453157
VI. La organización de las mujeres y su toma de conciencia
La participación de las indígenas en la vida comunitaria y más en los asuntos políticos del zapatismo requirió de muchos años de lento trabajo. El proceso no ha terminado y en muchos lugares de Chiapas la mujer sigue todavía sin contar para la vida pública. No obstante, la semilla de la revolución de las costumbres está puesta y da sus frutos.
La labor de las mujeres del EZLN fue paciente y minuciosa. Maribel, la capitán tzeltal, cuenta que desde el principio “nuestros mandos nos decían que de por sí había que organizar a más compañeras”.
Con ese fin salían de los campamentos de montaña las guerrilleras y se acercaban a las indígenas de los pueblos. Caminaban varios días, pero en una salida de dos semanas tan sólo lograban visitar tres o cuatro pueblos, y nunca estaba asegurado que pudieran reunir a muchas mujeres.
Maribel explica que entonces ingeniaron un mejor método: “Empezamos a hacer radio-periódicos, que son grabaciones sobre distintos temas. Un radio-periódico es un artículo que dice por ejemplo la lucha por la tierra y explica todo sobre ese tema. Como en las comunidades indígenas no todas las compañeras entienden el español, pues lo traducíamos. Habíamos varias compañeras ahí en el campamento, unas saben tzotzil, otras tzeltal, otras tojolabal; nos dedicábamos a traducir los artículos y los grabábamos y ese caset ya lo mandábamos a las comunidades. Y así es como las compañeras de las comunidades empezaron a escuchar nuestro mensaje político. Y ya con el tiempo empezamos a tomar las comunidades donde nos invitaban, decían: pues lleguen, ahora sí queremos conocerlos”.
Eran los tiempos de la acumulación de fuerzas; la organización era rígidamente clandestina y, por tanto, toda empresa política tenía que pasar por la más absoluta discreción.
“Todo este trabajo las compañeras insurgentes tuvimos que hacerlo con mucha seguridad de que no supieran quiénes éramos y qué hacíamos. Teníamos que buscar varios pretextos: decíamos que éramos estudiantes o que éramos religiosas para predicar la palabra de Dios. Y también a eso nos íbamos, porque la palabra de Dios está relacionada en cuanto a la explotación, a la injusticia.
“Y ahí nos invitaban las compañeras e íbamos y platicábamos con ellas de la situación nacional y de por qué estábamos luchando, por qué empuñábamos las armas… Y es así como nosotras fuimos haciendo nuestro trabajo. Nos costó mucho al principio, porque muchas compañeras llegaban sin saber leer y escribir y hay que enseñarles, y explicarles la política en su dialecto para que ellas entiendan.”
En otras regiones, las insurgentes hacían también trabajo de concientización. Ana María, tzotzil, con gestos ágiles y un rebozo sobre el uniforme, explica: “Lo que hacemos algunas en las comunidades es formar grupos de mujeres, organizarlas en trabajos colectivos. Las que ya estamos un poco más preparadas alfabetizamos a las compañeras de los pueblos para que aprendan un poco a leer y escribir. Ése es el trabajo que venimos haciendo desde hace años”.
La capitán Laura, tzotzil de origen pero destacada en la selva, perdió cuatro hermanos, le quedan once vivos, cree. Ella vivió de chica un año en la ciudad con su madre, mientras su padre marchaba a buscar empleo temporal en el campo.
Cuando regresó a su comunidad en los Altos de Chiapas, como había aprendido a leer en San Cristóbal, se dedicó a enseñar a las mujeres con las que trabajaba en colectivo. Su padre la incitó: “Yo tenía catorce años, y mi padre me empezó a hablar de política, de cómo está el país, de por qué éramos pobres, cómo sufren las mujeres… ‘Date cuenta de cómo sufres tú’, me decía. No sé cómo supo, pero llegó un día en que me dijo que hay una lucha armada pero que no lo puede saber nadie. Me preguntó: ‘¿Qué piensas?’ Yo dije: ‘No, pues está bien, pero primero déjame trabajar más con las compañeras’”.
Laura y las demás cultivaban hortalizas juntas. Cuando terminaban su trabajo, en las tardes, se reunían y ella les contaba lo que le enseñaba su padre sobre política. Con el tiempo, esas charlas cobraron una regularidad semanal. Y reflexionaban. La capitán zapatista cuenta las reacciones: “Las mujeres se ponían en contra de los hombres. Decían: ‘los hombres casi no nos ayudan, nosotras hemos de cuidar los niños, tu niño allí llorando y los hombres nada más vienen a pedir la comida’. Discutíamos mucho, nos llegábamos a reunir como veinte mujeres, y era una comunidad muy chiquita”.
Cuando Laura tuvo quince años, ingresó en las milicias zapatistas, una situación intermedia entre la vida en la comunidad y la disciplina militar. De esta manera podía iniciarse en la lucha sin abandonar el pueblo y sin dejar el colectivo de mujeres.
A partir de entonces, tuvo que ir a otras comunidades para ampliar su formación y conocer más grupos de compañeras y cómo funcionaban. Enseñó el español y aprendió “muchas cosas”. La ayudaron a gestionar la compra de una máquina de coser colectiva para su comunidad.
“Muchas compañeras hablaban ya con sus maridos, les decían lo que discutíamos… Y empezaron a ayudar en la casa a las mujeres: ‘si quieres que cambiemos la explotación pues ayúdame a traer el niño, cargar la leña y el agua y todo eso’.”
CÓMO VIERON LAS MUJERES DE LOS PUEBLOS A LAS ZAPATISTAS
Cuando Ana María ya era insurgente visitaba muchas veces a las mujeres de las comunidades. A todas luces debía ser un choque cultural para las indígenas aceptar la total implicación de una de ellas en una lucha armada. Ana María, tzotzil, había abandonado las faldas, los tejidos y los niños para empuñar un fusil al lado de los hombres. Seguramente esto tenía que ser mal visto por muchas de ellas. Pero Ana María lo niega: “No, al contrario, lo veían bien. Y muchas mujeres, muchas, querían entrar a la lucha pero no pudieron porque estaban casadas y con hijos y no los podían dejar. Pero aquí no sólo con el arma se lucha: las mujeres en los pueblos se organizan, hacen trabajos colectivos, montan sus reuniones para estudiar, aprender algo de los libros. Y ayudan al Ejército Zapatista, porque el mismo ejército lo forman sus hijos, sus hermanos, sus cuñados… Y se preocupan de que tengan alimento en la montaña”.
Para Irma, capitán de veintiocho años, fue distinto: “Mis amigas decían que no, que mejor no saliera, que no está bien que se vayan las mujeres… En la comunidad las mujeres no podíamos ni opinar, ni participar en las reuniones, no se nos tiene en cuenta… Si yo estuviera en mi casa estaría bajo el hombre que me pega y me maltrata. Pero ahora en las comunidades la mujer muchas veces huye, se va con el compañero porque no quiere que su padre la venda”.
En otro punto de Chiapas, en la cañada tojolabal, Maribel explica que al principio no era bien visto que una joven se hiciera guerrillera: “Hubo muchos rumores que decían que esas mujeres están allá en el monte y están con los hombres… Pero nosotras entendíamos muy bien que eso no era así porque lo vivíamos en carne propia, en vida propia. La relación entre los compañeros del EZLN es de ayuda, de compañerismo y de respeto. Pero es que uno no lo sabe si no convive con el grupo. Eso se pensaba fuera. Pero ya para ese entonces muchas compañeras de las comunidades esperaban que les dijéramos que si quieren ir, vámonos”.
Las muchachas indagaban cómo podía una mujer afrontar una vida tan dura en la montaña. Y les preguntaban a las insurgentes como Maribel. “Nos decían: ‘Nomás explíquennos cómo le hacen, ustedes son mujeres, nosotras sabemos que hay muchas dificultades, ¿cómo le hacen cuando están reglando por ejemplo?, ¿no caminan, no corren, no saltan? ¿Y el entrenamiento?’ En esas dificultades pensaban las compañeras. Y nosotras les decíamos que no hay cosa más difícil que el sufrimiento del pueblo, no se puede comparar con el que piensa por conciencia, se decide y lucha. Pues eso en lo personal no es muy difícil. Se aprende a vivir de esa manera.
“Entonces las compañeras decían: ‘Yo la verdad pienso que tengo que ser como ustedes’. Y es así como se incorporaban muchas; casi la tercera parte del EZLN son mujeres.
“Y es así como ya empezamos a entrar, la misma necesidad nos obligaba a hacer eso. La misma política nos daba a entender que la explotación no es sólo para el hombre sino también para las mujeres. Entonces la mujer si es explotada tiene el derecho y tiene el deber de luchar por algo más justo. Es así como lo entendimos, yo por mi parte lo entendí: aquí hay que luchar al lado de los compañeros, con las armas o en otras partes apoyando.”
Maribel reemprende el relato de cómo las zapatistas llegaban a las comunidades para conseguir la adhesión de las mujeres a la causa: “Nosotras teníamos que ir a agrupar a las compañeras y les decíamos: estamos luchando porque hay que hacer algo antes de que nos muramos de hambre o antes de que las enfermedades nos chinguen. Entonces, por ejemplo, las del servicio de sanidad, cuando vamos nosotras a dar la clase política, ellas se dedican a explicar lo que es la salud, cómo prevenir las enfermedades, ya que no hay suficientes medicinas ni doctores en las comunidades”.
Entre otras labores, incitaban a las mujeres a unirse. “Nosotras queríamos que las compañeras aprendieran a trabajar en colectivo, eso les iba a servir mucho. Y poco a poco la cuestión organizativa entre las indígenas empezó a avanzar, con muchos problemas, claro, porque antes en su vida no lo habían hecho. Nosotras les dábamos una explicación teórica y estábamos con ellas, les enseñábamos. Luego ya solas se las arreglaban. Pero si tenían problemas, nos mandaban una carta o nos mandan decir tal cosa.”
En Guadalupe Tepeyac, ya entrado 1994, las mujeres abrieron un restaurante colectivo para los múltiples visitantes y periodistas que acudían a la zona. Y es que se dieron cuenta de que la gente pedía de comer en las casas más cercanas al hospital y sólo se beneficiaban de la afluencia unas pocas familias.
El asunto concluyó en una asamblea. Todas las guadalupanas decidieron que no era justo que unas se enriquecieran y otras no. Y optaron por crear un “restaurantito” colectivo en la explanada frente al hospital del IMSS-Solidaridad, rebautizado Che Guevara-Emiliano Zapata. Se establecieron turnos y la ganancia era del colectivo. Crearon un pequeño almacén, donde guardaron lo que era propiedad de todas. Allí cerca, tenían un horno de leña de esos construidos con barro y cemento. Una vez por semana hacían pan. Llegaban la harina y el azúcar en un camión. Lo guardaban en su almacén hasta el martes o el jueves, cuando se reunían todas desde la mañana y amasaban pancitos dulces, los ponían en el horno y, una vez hechos, los repartían para que les tocara a todas las familias del pueblo.
Las mujeres estaban satisfechas: “Es mejor de por sí el trabajo colectivo porque eso nos junta, nos une, y nadie nos puede separar porque nuestro pensamiento dice en nuestras acciones. O nuestras acciones también coinciden con nuestro pensamiento”.
A partir del 9 de febrero de 1995, ante la ofensiva militar, Guadalupe Tepeyac emprendió el éxodo y abandonó todos sus logros. Pero eso ya es posterior. Hace una década, cuando las insurgentes estaban trabajando con las mujeres, se estaba conformando el Comité Clandestino Revolucionario Indígena en sus diferentes niveles: los responsables de los pueblos, de las zonas y por fin de las regiones. Fueron los Comités los que retomaron la dirección de la labor de concientización y poco a poco los insurgentes dejaron de aparecer por las comunidades, a menos que fueran requeridos por la gente.
“A veces pasaba. Me decían los del Comité: ‘quieren las compañeras que vayas tú personalmente’. Pues ahí vamos, pero ya es por solicitud del Comité.” Maribel sigue contando: “El reclutamiento fue muy lento pues se hacía por familias. Una familia de una comunidad empieza a participar dentro del EZLN y colabora. Cuando en el pueblo ya existía un grupo, nombraban a su responsable local, pero no solamente pedíamos que nombraran responsable local en cuanto a los hombres sino también en cuanto a las compañeras. Así, cuando llegáramos nosotros a hablar con todos podíamos hablar con las compañeras en especial, aparte. Y ya de ahí fueron creciendo las regiones y se empezaron a nombrar responsables regionales que ya son los que forman el Comité”.
LAS MUJERES TOMAN LA PALABRA
La mayor Ana María relata sin ambages lo que costó lograr la participación de las mujeres: “Nosotros les exigimos a los compañeros de los pueblos que las mujeres también tenían que organizarse, representar algo, hacer algo, no sólo los hombres. Porque siempre que llegábamos a las comunidades había sólo puros hombres en la reunión, en los círculos de estudio que hacíamos. Trabajamos mucho para que la mujer se levantara y tuviera oportunidad de algo, ellas mismas lo pedían. Decían: ‘si los hombres van a estudiar o a aprender cosas ¿por qué nosotras no? También queremos entrenarnos, aprender algo… Además tenemos compañeras que son insurgentes y están demostrando que sí pueden, sí podemos las mujeres, dennos oportunidad’. Así fueron entrando muchas milicianas”.
Y así se fue gestando lentamente la Ley Revolucionaria de Mujeres del EZLN. Maribel hace un relato de ese proceso y de sus consecuencias: “Cuando se viene la discusión sobre las leyes revolucionarias de mujeres ya las compañeras entendían bien por qué iban a luchar y cuáles eran sus necesidades, aparte de nuestras demandas generales. Las compañeras dicen: ‘No, pues vemos que aquí, dentro mismo de nosotros, en las poblaciones, existen injusticias que el pensamiento de ricos ha metido entre los hombres y ellos quieren dominar a las mujeres. Ése es un pensamiento que no nos sirve a nosotros’.
“Entonces las compañeras empiezan esa discusión. Ellas dijeron que había muchas co...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Introducción: De pedazos de corazón está poblada la selva
  4. I. DOS MUNDOS EN EL MISMO MUNDO
  5. II. LA VIDA EN LAS FINCAS
  6. III. CÓMO SE POBLÓ LA SELVA
  7. IV. UN AMANECER EN LA SELVA ZAPATISTA
  8. V. DE AMOR, MATRIMONIO, HIJOS Y GUERRA
  9. VI. LA ORGANIZACIÓN DE LAS MUJERES Y SU TOMA DE CONCIENCIA
  10. VII. LAS BASES DE APOYO ZAPATISTAS
  11. VIII. LA VIDA COTIDIANA EN LOS ALTOS DE CHIAPAS
  12. IX. MUJERES TZELTALES EN LA SELVA
  13. X. HABLA EL COMITÉ CLANDESTINO REVOLUCIONARIO INDÍGENA
  14. XI. LA MESA DE DIÁLOGO SOBRE LA MUJER INDÍGENA
  15. XII. NUESTRO CORAZÓN YA NO ES EL SILENCIO
  16. Bibliografía