Las hojas muertas
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Las hojas muertas

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Las hojas muertas

Descripción del libro

En las hojas muertas una voz múltiple relata la trayectoria de un hombre cuyo principio fundamental en la vida fue luchar: de joven por causas que creyó, con razón, que beneficiarían a la humanidad; en la vejez, por causas que cree, sin razón, que sólo a él lo benefician. Libanés emigrado, niño vendedor de periódicos en una pequeña localidad de Estados Unidos, corresponsal en el Moscú de los años treinta, combatiente de la Brigada Lincoln en la Guerra Civil española, propietario de un hotel de la ciudad de México, el hombre que es el objeto y sujeto de esta narración es una de las encarnaciones de la historia contemporánea y, también, esa ardua figura: el padre.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2013
ISBN del libro electrónico
9786074452921

1


Edgar Allan Poe, el Cadillac y la casa

Ésta es la historia de papá, papá de todos nosotros.
El hermano de papá se llamaba Gustav sin o y era mayor que él. Cuando nosotros éramos niños tío Gustav vivía en Saginaw, Michigan, con una mujer mayor que él que bebía mucho y que tenía una hija con dos hijos de pelo lacio y largo, medio café. La casa de tío Gustav era muy moderna y tenía muchas cosas de madera y olía a casa moderna americana llena de aparatos eléctricos que no sabíamos para qué servían pero que servían de maravilla. Tío Gustav trabajaba en una compañía que fabricaba parabrisas para automóviles y que era suya y se llamaba Visors Incorporated y estaba en el número 2200 de la calle Waterfall ahí en Saginaw. Tío Gustav manejaba un Lincoln Continental último modelo por lo general rojo vino con asientos de piel negra y botones para bajar los vidrios y subir el asiento o hacerlo para adelante. Desde el Lincoln ante la puerta del garaje de su casa apretaba un botoncito escondido en el tablero y la puerta se iba abriendo hacia arriba, y la madera se enrollaba en el techo del garaje. De joven el tío Gustav se había caído de un caballo y desde entonces cojeaba un poco y no oía bien y uno de los ojos lo tenía medio cerrado y cuando se reía lo hacía con los labios medio torcidos, hechos un poco a un lado. De joven había empezado a estudiar la carrera de Medicina pero luego no la había terminado. En ese tiempo tenía una novia con la que se iba a casar y que era más joven que él y bonita y normal y paisana según nos contaban y que a toda la familia le caía de lo más bien pero nadie sabe por qué fue prefiriendo a la otra, Mildred, que era gorda y no siempre se peinaba. Tío Gustav no llevaba a Mildred a casa de Mama Salima, que era su mamá—y de papá y de tía Marie Louise— y nuestra abuelita de allá. Otro defecto que todo mundo le encontraba casi a primera vista a Mildred era que fuera protestante y que ni siquiera como tal practicara porque no iba a ningún templo ni hablaba con ningún pastor para que le aconsejara cómo dejar la bebida o cómo peinarse y adelgazar un poco. Pero la hija de Mildred quería mucho a tío Gustav como si tío Gustav fuera su papá, que no lo era, y todo mundo decía Sí pero entonces a ella es a la que va a heredar, y todo mundo hacía corajes, pero el tío Gustav con nosotros era lindo y lo queríamos mucho y nos regalaba radios y plumas y lo que quisiéramos, pero que le dijéramos qué queríamos. Un día nos prestó un hacha y nos mostró en el jardín una víbora negra y amarilla que a las mujeres de nosotros les dio mucho miedo y que a los hombres de nosotros los hizo sentirse valientes pues tío Gustav les dijo Córtenle la cabeza. No se la cortamos porque la víbora se metía entre los arbustos del jardín, pero mientras la perseguíamos tío Gustav nos iba filmando con una cámara de cine muy moderna que tenía y en colores.
Marie Louise era la hermana mayor de papá y de tío Gustav. Nosotros le decíamos tía Lou-ma. Tía Lou-ma tenía mucho pelo, rizado, muy negro y se lo dejaba largo hasta abajo de los hombros y le brillaba. Tía Lou-ma para entonces ya llevaba cuatro matrimonios y siempre enviudaba. Su último esposo cantaba en las iglesias y era más bajo que ella y más joven y todo mundo decía que él no se iba a morir y que la tía Marie Louise ya no iba a enviudar porque él era joven y fuerte y cantaba con voz de bajo, pero sí se murió y la tía Lou-ma volvió a enviudar y sus hijos ya no sabían qué harían cantar en su próxima boda porque en la tercera ya le habían pedido al coro que cantara El Tercer Hombre. De su primer esposo había tenido tres hijos, que eran nuestros primos hermanos de allá. A la hija mayor de tía Lou-ma casi nunca la veíamos. Oíamos que tenía muchos problemas porque su esposo bebía mucho. Tenían como cinco hijos y vivían casi en la pobreza y nuestra prima tenía que batallar, según oíamos decir, para sacar a la familia adelante. El primer esposo de tía Lou-ma había sido hijo de libaneses emigrados como papá y sus hermanos y por lo tanto era paisano. En cambio Mildred, la esposa de tío Gustav, no era paisana y a Mama Salima esto la molestaba.
Nuestra prima mayor se llamaba Susan. Tenía tantos problemas con su esposo que una de sus hijas a pesar de que era de nuestra edad o hasta más chica se estaba volviendo calva. Todo mundo decía que cuando sus papás dejaran de tener problemas a ella le volvería a nacer el pelo y le crecería porque ya no estaría nerviosa.
Después de Susan seguía Bob, el primo Robert o Bobbie. Era muy guapo pero muy serio y enojón. Dice mamá que se parecía a papá de joven, pero sólo en lo guapo. Trabajaba en una abarrotería y les decía a los mayores de los hombres de nosotros que cuando crecieran un poco más los invitaría a trabajar con él en la abarrotería para que fueran aprendiendo un verano y luego otro verano y si aprendían podían quedarse a trabajar ahí de ahí en adelante bajo sus órdenes, en Saginaw. Nosotros molestábamos mucho a nuestro primo Bobbie pero sólo por molestarlo. Lo pellizcábamos y lo empujábamos y nos comíamos su porción de postre. Y él, para no pegarnos ni desesperarse con nosotros, se hacía el que lo encontraba muy chistoso y que sus primos hermanos de México que era en donde nosotros vivíamos eran encantadores.
Pero con quien más nos llevábamos nosotros era con nuestra prima Lisa que era la menor de los tres hijos de tía Lou-ma. Lisa por Elizabeth y que también podía decirse o escribirse Liza y Liz. No era la sobrina menor de papá si se cuentan como tan sobrinos suyos los hijos de los hermanos de mamá que, igual que nuestros primos de Estados Unidos, son primos hermanos nuestros, pero papá la quería mucho.
Tía Lou-ma y Susan y Lisa vivían en Flint, cerca de Saginaw, pero cuando nosotros íbamos de visita a Saginaw ellas venían a vernos o a veces nosotros íbamos a verlas. Venían tía Lou-ma y Lisa, porque Susan casi nunca podía dejar sola a su familia por los problemas que tenía. Y venían a visitar a Bob, a Mama Salima y a tío Gustav, y de paso a nosotros, su familia de México. Cuando Lisa empezó a manejar iba seguido a Saginaw a visitar sola a Mama Salima y Bob siempre estaba yendo a visitar a su mamá y sus hermanas a Flint pero mamá no quería dejarnos ir solos con él en coche a Flint y por eso a veces después de Saginaw íbamos en el Cadillac a Flint. Flint y Saginaw están las dos en el estado de Michigan, que es el de los lagos. Los lagos de allá son como mares.
Lisa nos contaba historias de la familia pero no muchas. Le caían muy mal los negros porque nos contaba que en la familia había habido una historia con un negro y que le constaba lo que decía de ellos y que ahí no había parado la cosa. Ni papá y ni siquiera mamá nos confirmaron nunca esta historia entre otras razones porque nunca supieron que ya la sabíamos; sólo esperábamos como agazapados a ver si ellos solitos nos la contaban pero no nos la contaron. Según Lisa, una hija de una hermana de Mama Salima se había ido con un negro y había tenido un hijo con él y él luego la había abandonado con el hijo y luego por otras razones o no sabía Lisa si por esto había ido a dar a la cárcel y por culpa de todo esto Mama Salima no había vuelto a ver nunca más a su hermana que, junto con ella, había emigrado a América, aunque ella se había ido a establecer a otra ciudad de los Estados Unidos en otro estado. Lisa nos decía Ustedes no pueden saber cómo son los negros porque en México no hay. Nosotros no sabíamos si había negros o no en México en general pero en el fondo sentíamos que si los hubiera nos caerían tan bien o tan mal como el resto de la gente que veíamos a nuestro alrededor pero no porque fueran negros sino según fueran, si simpáticos o enojones o algo.
Nosotros sentíamos que a papá los negros le caían como nos caerían a nosotros, bien si eran simpáticos, y cuando estaba con su familia de Estados Unidos lo que hacía era sólo escuchar porque sus ideas desde entonces eran distintas y prefería sólo escuchar y bajaba la cabeza y casi no decía nunca nada.
Hasta eso, igual hacía en México, bajar la cabeza y escuchar cuando otros hablaban y aunque no hablaran de negros. En México papá también permanecía callado pero no porque oyera lo que oía en los Estados Unidos en boca de su propia familia.
El tío Gustav y la tía Lou-ma querían a papá pero no tanto. Él era siempre el que los visitaba a ellos y ellos en cambio sólo rara vez lo visitaban a él en México aunque por carta cada uno le dijera Haré todo lo posible por irte a ver en el invierno. La tía Lou-ma llamaba a papá de larga distancia cada veinte de diciembre porque se acordaba de que era el cumpleaños de su hermano menor, es decir de papá. Y le decía palabras cariñosas pero nosotros notábamos cuando estábamos de visita en los Estados Unidos que tía Lou-ma y tío Gustav como que resentían que papá se hubiera ido de los Estados Unidos y los hubiera dejado, aunque él los visitara. No era lo mismo, parecían pensar su hermano y su hermana mayores.
Mama Salima sí quería mucho a papá y sí lo visitaba con frecuencia en México aunque mamá a veces se desesperara porque la casa era muy chica y no cabíamos todos pero quería mucho a su suegra, nuestra abuelita, la mamá de papá y de tío Gustav y de tía Lou-ma y la tía abuela de un sobrino segundo de papá al que no quería reconocer porque era mitad negro.
Cuando ya habíamos nacido todos nosotros a las mujeres de nosotros las mandaron a vivir a la casa de los papás de mamá que era una casa muy grande en la que también cabían nuestras hermanas. Aun así ya sin ellas en casa de papá y mamá casi no había espacio para los hombres de nosotros y mucho menos para visitas aunque abuelita no fuera visita sino nuestra muy querida Mama Salima. Lo que era una lata en la casa de papá y mamá era el baño de los hombres de nosotros porque era el que además tenían que compartir con las visitas o con la familia y todo mundo quería ir al mismo tiempo y los que esperaban turno en el pasillo oían de paso todo lo que ocurría del otro lado de la puerta pero ni modo, así era.
Pero era rico que nos visitara Mama Salima en México porque se encerraba en la cocina y hacía empanadas árabes de carne o espinaca sin que nadie la viera. Las doblaba de modo diferente para que uno supiera cuál era la de carne y cuál la de espinaca y no se equivocara si uno de los dos rellenos no le gustaba. En áiabe se llaman ftiri o ftaier, una es singular y la otra plural.
A Mama Salima le gustaba hacer tres cosas cuando visitaba a su hijo menor en México. Le gustaba sobre todo ir a caminar al cementerio porque le encantaba el silencio y la soledad y a lo mejor imaginarse las vidas de todos los muertos cuyas tumbas recorría y rodeaba y ante las cuales o ante algunas de las cuales se detenía a meditar o sólo a descansar un rato. Era el paseo favorito de Mama Salima, ir a caminar sola al cementerio, y nos contaban que en Saginaw también lo hacía pero que en México sentía algo especial. También le gustaba tomar el té a las seis de la tarde en frente de la chimenea encendida y mientras platicaba en árabe con la mamá de mamá, que era prima segunda de Mama Salima, fumar y ver las formas que iba cobrando el fuego de la leña que se quemaba. Y por último lo que le gustaba hacer en México era sentarse a leer, horas y horas, en donde cayera. A veces la veíamos con la vista algo perdida encima del libro pero sería porque lo que leía la haría pensar en algo o algo así. Papá heredó de ella la afición a la lectura.
El libro de cabecera de Mama Salima era Walden y ella vivía casi como Thoreau porque su casa estaba en medio de un bosque y era la única en metros o millas a la redonda como sería la de un guardabosques. A un lado de la casa de Mama Salima en Saginaw, Michigan, pasaba la vía del tren y cuando estábamos de visita nos decían por las tardes que saliéramos a decirle adiós al maquinista si queríamos y si pasaba y muchas veces pasó y sí, le decíamos adiós pero sin acercarnos demasiado. Mama Salima también había leído muchos libros de Émile Zola, los libros de Gustave Flaubert y muchas biografías de Napoleón Bonaparte porque le interesaba la historia y la literatura, como a papá, pero a ella más la vida de Marie Louise, la Archiduquesa de Austria, y la de Joséphine, una vez viuda y otra vez Emperatriz y por último desdeñada o desechada por el Emperador que se divorció de ella para quedarse con Marie Louise. Mama Salima leía en tres idiomas y hablaba esos tres idiomas aunque con diferentes acentos y escribía también en los tres. Los tres idiomas de Mama Salima eran primero el árabe, luego el francés y por último el inglés. El inglés lo aprendió en los Estados Unidos cuando emigró con su esposo a fines del siglo diecinueve y para dejar atrás Hasrun, su ciudad natal, en las montañas de Líbano. Pero el idioma en el que hablaba más y en el que leía más y en el que hasta escribía y publicaba era el árabe.
Cuando nosotros aparecimos en escena Mama Salima ya no trabajaba. Antes había trabajado mucho y ahora sólo escribía para un periódico de vez en cuando. Antes había tenido una tienda en la que vendía tapetes persas pero como le daba por leer detrás del mostrador no se daba cuenta de cuando entraban los clientes en busca de un tapete, o si se daba cuenta no les hacía caso porque prefería seguir leyendo o estaba tan concentrada que de veras no los oía pedirle el precio de este tapete y el significado de su diseño. La cosa es que poco a poco había ido perdiendo clientes hasta que mejor cerró la tienda para poder seguir leyendo en paz y sólo de vez en cuando escribir algo en el periódico árabe.
A Mama Salima siempre la veíamos meciéndose en una mecedora y fumando con un libro en las manos. Su casa estaba llena de libros y periódicos y revistas, pero sobre todo libros en libreros que habían sacado de Líbano cuando emigraron. Mama Salima tenía amigas que tenían granjas en los alrededores de Saginaw y ella iba a comprarles a ellas la leche y la fruta y las verduras y todas esas cosas porque le gustaba ir en carretera, aunque despacio. El coche de Mama Salima era un Chevrolet viejo color gris claro. Ella manejaba despacio en el carril de la derecha. Era maronita pero en los Estados Unidos aprendió a rezar el rosario y se aficionó y cuando iba de visita a las granjas de sus amigas por carretera el rosario se le enredaba en el volante y a veces Mama Salima chocaba pero nunca le pasó ningún accidente de veras grave. Tía Lou-ma y tío Gustav le decían a papá que ahora él le dijera a Mama Salima que ya no manejara, pero papá decía que mejor la dejaran manejar en paz y no le decía nada.
Papá se había ido de los Estados Unidos hacía mucho tiempo y era bastante diferente de su hermano y su hermana.
En México papá tenía un hotel que se llamaba el Hotel Poe y que estaba en la calle de Edgar Alian Poe en el número ocho. En su oficina en la planta baja tenía muchos libreros llenos de libros por supuesto igual que en la casa.
Cuando nos llevaba de visita al hotel luego nos llevaba a una fuente de piedra con un gigante encima pero acostado. La fuente no tenía agua así que caminábamos encima del cuerpo del gigante que yacía bocarriba sin miedo a ahogarnos aunque sí un poquito a caernos aunque no fuera profunda y papá estuviera ahí para levantarnos. Pero no nos llevaba mucho ni al hotel ni a la fuente. Sólo a veces. Y al menor de nosotros y que se llama igual que papá ya no le tocó ir a ninguna de las dos partes porque papá para entonces ya se había cansado de llevarnos o porque nosotros él creía ya nos habíamos aburrido de ir siempre sólo a esos dos lugares a los que sólo él nos llevaba y que nos gustaban casi más que nada.
Al menor de nosotros no le tocaron muchos de los viajes que hacíamos con papá y mamá en el Cadillac de papá. Viajábamos mucho porque el Cadillac y papá tenían que renovar sus papeles porque los dos eran norteamericanos y su permiso de estancia en México se les vencía y tenían que atravesar la frontera y arreglar y renovar todo para no convertirse en ilegales y ser perseguidos por la justicia mexicana.
Unas de las comidas las teníamos que hacer en restaurantes de la carretera porque mamá había preparado en una gran canasta sólo la primera, la que tocaba después de salir de la casa y en el kilómetro que fuéramos de la carretera hacia el norte cuando nos entraba el hambre. Y según a dónde fuéramos teníamos que pasar la noche en moteles, a veces una noche, a veces cuatro y cinco noches de motel según hasta dónde fuéramos o según el clima o según si papá se cansaba antes y quería descansar para poder seguir camino a la mañana siguiente sin que le diera sueño y sin que corriéramos peligro. A veces si de paso nos quedaba la casa de algún amigo de papá caíamos una noche en su casa. Aunque en los moteles le hacían descuento a papá, porque era hotelero y entonces hasta prefería porque éramos muchos y aunque las casas de sus amigos fueran grandes y a nosotros no nos importara dormir en el suelo en sleeping bags porque en ese tiempo no nos daba miedo que alguien entrara en la oscuridad y nos matara o que la calefacción se descompusiera y nos muriéramos asfixiados por el gas o que alguien no hubiera apagado bien la chimenea y una astilla encendida por alguna razón volara y fuera a dar a una cortina y la cortina fuera la primera en incendiarse y luego toda la casa pero primero el suelo en donde estábamos nosotros porque siempre era de madera y los sleeping bags de pluma, que enciende pronto.
Cuando comíamos en los restaurantes del camino o a veces en las casas de los amigos de papá papá cuando pedía hot dogs les ponía mostaza y si pedía hamburguesas les ponía salsa de tomate y si uno de nosotros al hot dog le ponía el tomate y a la hamburguesa la mostaza papá le decía que no sabía nada o que no era conocedor como él, pero no se lo decía enojado porque casi nunca se enojaba.
En ese tiempo casi nunca se enojaba papá, sólo cuando mamá se tardaba en salir de la casa para ya irnos de viaje porque a él le gustaba mucho manejar y ya quería irse cuanto antes. Desde muy temprano calentaba el motor del Cadillac y esperaba a oscuras ante el volante para ya irnos, con las maletas ya en la cajuela, y papá se impacientaba, y mientras mamá seguía en la cocina preparando la canasta de comida o diciéndole a la cocinera y a la recamarera y a todo mundo cosas como qué hacer cada día mientras estuviéramos de viaje, cosas como que lavaran bien los vidrios y no dejaran de regar el jardín y todas esas cosas que les recordaba siempre aunque con más insistencia cuando nos íbamos de viaje. Y si se quedaba la nana con el menor de nosotros mamá se tardaba más en salir porque le daba besos y besos a nuestro hermano menor y todo esto impacientaba a pap...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. 1 Edgar Allan Poe, El Cadillac Y La Casa
  6. 2 De Un Tapete Persa Al Otro Lado De La Froiitera Sur De Los Estados Uiiidos De Norteamerica
  7. 3 La Cita Y El Puente
  8. Sobre el Auhor