9. Algunos rasgos esenciales de la política alemana en América Latina, 1898-1941
La política del imperio alemán con respecto a América Latina hasta 1918
Cuando la Alemania hitleriana puso la mirada en América Latina y llevó a la práctica sus ambiciosos planes de penetración económica y política en esa parte del mundo, no era ni mucho menos la primera vez que el imperialismo alemán abrigaba semejantes propósitos. Sólo insertando la política de la Alemania hitleriana en el continente dentro del marco general de la política seguida antes por Alemania en América Latina, se pueden discernir sus aspectos particulares.
Mucho antes de la aparición del imperialismo alemán y de la fundación del Reich (imperio), ya existían importantes intereses económicos alemanes en la región. Después de que América Latina alcanzó su independencia, casas comerciales hanseáticas, junto con socios –o competidores– ingleses y franceses, heredaron los negocios españoles. A mediados del siglo XIX lograron incluso dominar la mayor parte del comercio exterior de algunos países latinoamericanos.1 La influyente posición que esos negociantes llegaron a ocupar en la vida económica de éstos facilitó la penetración de la industria pesada y de la gran banca alemanas en esa parte del mundo a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Ante todo, esos negociantes desbrozaron el camino para una expansión económica alemana en América Latina, que por sus dimensiones atemorizaba a todas las demás potencias imperialistas.
En 1898, la parte correspondiente a Alemania en el total de importaciones de América Latina era de 10 por ciento. En 1913 había ascendido a 16.45 por ciento.2 Krupp y Mauser suministraron armas a la mayor parte de los ejércitos latinoamericanos y esos países fueron calificados reiteradamente de “glacis del monopolio Krupp”.3 Grandes bancos alemanes contaban con filiales en todos los países latinoamericanos. Las inversiones alemanas en América Latina se elevaron a 900 millones de dólares en el año 1913.4 Esta expansión económica inquietó a los competidores de la Alemania guillermina y a muchos latinoamericanos no sólo por razones de orden económico; a menudo ésta hizo brotar la imagen de una hegemonía política o por lo menos de una expansión política de Alemania en América Latina.
De hecho, los portadores del imperialismo alemán se esforzaban por cimentar política y militarmente la expansión económica de Alemania en América Latina. Los objetivos perseguidos iban desde la instauración de depósitos de carbón y bases navales hasta el reparto de esa parte del mundo en esferas de influencia.5 Para lograr uno de esos objetivos había una premisa indispensable: eliminar y destruir la Doctrina Monroe. Si bien ésta oficialmente jamás fue objetivo de disputa en la Alemania guillermina, extraoficialmente sí fue combatida por todos los medios.
Para imponerse militar y políticamente en América Latina las distintas agrupaciones del imperialismo alemán han ponderado cinco caminos diferentes.
a] Actuar unilateralmente. Este camino fue defendido por los elementos más extremistas del imperialismo alemán: la Unión Pangermánica, la marina y el emperador. En 1900, Tirpitz, del Ministerio de la Marina, propuso conseguir en Brasil una base naval, lo que habría suscitado la protesta más vehemente por parte de Estados Unidos.6 En 1902 y 1903 el káiser intentó comprar a su nombre, por intermedio de gente a su servicio, extensos terrenos en la península mexicana de Baja California con el fin de instalar allí una base naval.7 En 1904 el presidente del Alldeutschen Verband, Class, escribía en un documento confidencial:
Nuestro porvenir está en América del Sur […]. La resistencia de los países sudamericanos en cuestión no puede impedirnos hacer lo necesario […]. Quedan solamente los Estados Unidos, con los cuales tendremos que enfrentarnos; para esa guerra, la posesión de las costas atlánticas de Marruecos es indispensable.8
En el año 1911, cuando –durante las luchas revolucionarias en México– algunos alemanes resultaron muertos en una fábrica llamada La Covadonga, los pangermánicos exigían una incursión militar para “castigar a los culpables”. Dado que el ataque militar en cuestión no tuvo lugar, los periódicos de los pangermánicos escribieron lo siguiente:
Los vergonzosos sucesos de Covadonga siguen haciendo temblar nuestros corazones. Sin duda los cadáveres están ya sepultados, la sangre de las víctimas se ha secado; pero la muerte de aquellos hombres y mujeres inocentes es inolvidable y sobre sus tumbas está grabada para la eternidad la palabra: “impune”.9
Todos estos empeños suscitaron la oposición encendida del Ministerio de Asuntos Exteriores. El jefe del Departamento Político del mismo Ministerio, Holstein, rechazó la exigencia de una base naval planteada por Tirpitz.10 El káiser puso sordina a su propósito de adquirir territorios en Baja California y, en una carta al Ministerio de Asuntos Exteriores redactada en el año 1913, Class se retractó de sus primeras proposiciones.11 A la exigencia planteada en 1912 por el Alldeutscher Verband de efectuar una incursión militar contra México, el Ministerio de Asuntos Exteriores respondió en un artículo editorial publicado en el periódico Kölnische Zeitung, en el que decía:
La prensa Hearst, a juzgar por todas las apariencias, desea una ocupación de México. Es evidente que se intenta arrastrar a Alemania a tales fines. Se pretende que existe asimismo el propósito de lanzar un poderoso cuerpo de desembarco contra México para adelantarse a los estadounidenses. Esto, naturalmente, es una insensatez escandalosa cuya difusión en América podría ser muy nociva, máxime si se tiene en cuenta lo que allí se piensa de la información sensacionalista de ciertos periódicos estadounidenses.12
Esta actitud del Ministerio de Asuntos Exteriores no significaba en absoluto que fuese contrario a la expansión alemana en América Latina. Pero en un momento en que en Europa pasaban cada vez más a primer plano las contradicciones con Rusia, Francia e Inglaterra, una guerra y un compromiso unilaterales por parte de Alemania en el continente americano hubieran podido tener consecuencias desastrosas para el imperialismo alemán. Así lo manifestó con particular claridad el contralmirante Paul von Hintze –hombre de confianza del káiser, embajador alemán en México y más tarde secretario de Asuntos Exteriores–, cuando en 1914 el presidente de México, Huerta, le pidió ayuda contra Estados Unidos declarándose dispuesto a hacer a cambio de ello importantes concesiones a Alemania. Hintze respondió que Alemania, como muchas grandes potencias europeas, estaba interesada en colaborar para un México feliz y próspero, pues con él prosperarían también los intereses comerciales y de intercambio con Europa. Sin embargo, la defensa de esos intereses económicos era refrenada por la coyuntura política del momento de modo que sólo podía expresarse en una vigorosa acción diplomática y en servicios amistosos, teniendo que abstenerse de medidas agresivas más activas. Las razones eran las contradicciones en Europa, el rearme europeo que había alcanzado proporciones extremas, la explosiva situación política en el mismo continente, todo lo cual podía provocar una guerra inminente y gigantesca que decidiría la existencia de naciones. En una situación así, cada país tenía que meditar muy bien antes de comprometer su poderío en ultramar, en lugares muy alejados. Si tal cosa hiciera alguna de las naciones europeas, cualquiera que fuere, ello sería para otras la señal de ataque.13
b] El camino desbrozado una y otra vez por el káiser y el Ministerio de Asuntos Exteriores para poner pie en América Latina consistía en un avance común europeo contra Estados Unidos. Ante todo se hicieron esfuerzos para que Gran Bretaña participara. En el caso de que se llegara a tensiones o inclusive a una guerra con Estados Unidos, las otras potencias europeas debían ser tan afectadas como Alemania. Se eliminaría el peligro para el imperialismo alemán de tener que encararse a un frente conformado por Estados Unidos y las grandes naciones europeas y habría la posibilidad de conseguir nuevas y extensas posiciones en América Latina.
Ya en 1898 el káiser propuso a las grandes potencias europeas una acción común para salvar al imperio colonial español.14
En 1902 y 1903 los esfuerzos de la diplomacia alemana lograron su único éxito real. Buques alemanes, británicos e italianos realizaron conjuntamente bloqueos y bombardeos para activar el cobro de deudas en Venezuela. Pero precisamente esa expedición mostró hasta qué punto el tinglado de los designios alemanes estaba montado sobre arenas movedizas. La airada protesta estadounidense obligó a las potencias europeas a batirse en retirada.15
Mas no por eso se desanimó el imperialismo alemán, y en 1904 el káiser propuso de nuevo a las potencias europeas una acción común con el objeto de internacionalizar el canal de Panamá.16 Esta empresa no halló el menor eco.
En el año 1913, cuando se produjeron serias divergencias angloestadounidenses en México, la diplomacia alemana consideró que había llegado el momento de convocar nuevamente a la creación de un bloque europeo. El embajador alemán en México, el contralmirante Paul von Hintze, propuso al Ministerio de Asuntos Exteriores incitar a Estados Unidos, con la ayuda de Gran Bretaña, Alemania y Francia, a instaurar una especie de protectorado europeo-estadounidense sobre México.
Abandonar México a sí mismo –cablegrafiaba Von Hintze– significaría que éste no podría acabar con su Revolución durante muchos años. Las potencias que tienen intereses aquí no pueden permanecer inactivas ante sus pérdidas en vidas, propiedades y beneficios, así como en capitales invertidos […]. Ninguna potencia europea puede acometer por sí sola la empresa de influir en la política estadounidense respecto de México, porque tendría difíciles consecuencias y a la larga fracasaría. Pero la acción paralela de las grandes potencias europeas, entre las que no debería faltar Inglaterra, puede hacerlo, y ha de ser por la vía de la cooperación amigable con Estados Unidos, vía que ellos mismos han desbrozado con sus diferentes estímulos a las potencias europeas.
La combinación europea (Alemania e Inglaterra bastan para ello) debería comenzar por ofrecer su apoyo a Estados Unidos en aquellas reivindicaciones que son fundamentales para los estadounidenses y que para Europa carecen relativamente de importancia. Huerta es la primera piedra de ataque; por medio de la cooperación amigable se le podría convencer para que haga elegir a uno de sus hombres para la presidencia, retirándose él mismo de la escena temporalmente. Lo demás se vería caso por caso. El principio debería ser no dejar avanzar solo a Estados Unidos, sino ejercer influencia por medio de la constante colaboración amigable.
La cooperación debería consistir en conceder un empréstito a México constituyendo previamente un control financiero común, y finalmente, tener en vista medidas policiacas comunes para el caso de que México se mostrara incapaz de proteger vidas, propiedades y beneficios.17
Tales medidas no sólo hubieran asegurado a Alemania...