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¿Qué es la tarea educativa? |
En este capítulo exploro una cuestión simple y, al mismo tiempo, muy básica y que he expresado bajo la forma de la siguiente pregunta: “¿Qué es la tarea educativa?” Soy consciente de que la formulación de esta pregunta no es perfecta, especialmente en lo que tiene que ver con la palabra “tarea”. En un buen número de lenguas germánicas existen palabras mucho más precisas e interesantes para referirse a aquello que voy a tratar de explicar. En alemán hay palabras como “Aufgabe” y “Auftrag”, muy próximas a los términos holandeses de “opgave” o “opdracht”. Lo que estas palabras tratan de señalar es a cosas que necesitan hacerse, que están ahí para que las realicemos cuando nos encontramos en una determinada situación o posición, tal y como sucede con las posiciones de profesor o educador. Esto tiene menos que ver con una tarea que requiera completarse o una labor que haya que hacer, y más con una responsabilidad con la que nos topamos. Es interesante que las palabras “Gabe” y “gave” en realidad significan ofrenda, de modo que “Auftrag” y “opdracht” se refieren a una tarea que nos es dada, una tarea que viene con la labor misma, por así decirlo, o la responsabilidad que conlleva el puesto. “Auftrag” y “opdracht” contienen las palabras “tragen” y “dragen”, que quiere decir llevar consigo —y eso es lo que la tarea que nos es dada nos está pidiendo también. Que llevemos con nosotros esta tarea. Así, lo que quiero expresar con la pregunta sobre la tarea educativa es que la educación no puede ser cualquier cosa que queramos que sea, sino que viene con una “Aufgabe” particular, con una responsabilidad particular, podríamos incluso decir, con un imperativo particular.
La tarea educativa consiste en despertar el deseo en otro ser humano de querer existir en y con el mundo de una forma adulta, es decir, como sujeto.
La respuesta que sugeriré en este capítulo es que la tarea educativa consiste en hacer posible la existencia adulta de otro ser humano en y con el mundo. O, dicho de un modo aún más preciso: la tarea educativa consiste en despertar el deseo en otro ser humano de querer existir en y con el mundo de una forma adulta, es decir, como sujeto. Hay, al menos, dos aspectos relativos a esta respuesta que requieren una exploración adicional. Uno es la idea de “hacerse adulto” y el otro es el uso de la palabra “existencia”. Empezando por este último: utilizar la palabra existencia significa que deseo centrarme en las formas en que los seres humanos existen, esto es, dicho brevemente, en cómo son, y no en la pregunta de quiénes son. Si esta última es la pregunta sobre la identidad, la primera es la pregunta sobre la subjetividad o, dicho con mayor precisión: es la pregunta sobre la subjetividad o sobre la “condición” humana de ser-sujeto. Las dos preguntas —la pregunta sobre quién soy y la pregunta sobre cómo soy— son, por supuesto, preguntas que es legítimo que nos hagamos, también, en el contexto educativo. Pero son preguntas muy diferentes la una de la otra y es importante no mezclarlas, tanto en el plano conceptual –los conceptos de “identidad” y de “subjetividad” no son intercambiables– como en el plano de lo que estos conceptos buscan expresar.
Tal y como explicaré más detalladamente a continuación, no me aproximaré a la idea de “hacerse adulto” —un término algo extraño— no como un estadio de desarrollo o como resultado de una trayectoria de desarrollo, sino en términos existenciales, es decir, como una “cualidad” o forma de existencia excepcionales. Lo distintivo de una forma adulta de existencia es el modo en que reconoce la alteridad e integridad de aquello y de quien es otro, mientras que para una forma no adulta todo lo que es otro se encuentra en su “punto de mira”. En otras palabras, la forma adulta de existencia reconoce que el mundo “de ahí fuera” se encuentra, de hecho, “ahí fuera” y que el mundo no es resultado de una creación propia que está simplemente ahí a nuestra disposición, es decir, el mundo no es algo con lo que pueda hacer cualquier cosa que quiera o que me apetezca hacer. “El mundo” aquí se refiere tanto al mundo natural como al mundo social, tanto al mundo de las cosas como al mundo de los seres. En concreto, se refiere tanto a nuestro planeta y todo lo que hay en él, como a los seres humanos que encontramos en este planeta. Se refiere, empleando a un interesante término propuesto por Alfonso LINGIS (1994, pág. 123), tanto a la tierra como a los “terrícolas” que habitan la tierra. Reconocer la alteridad e integridad de este mundo no tiene que entenderse como un acto de generosidad por mi parte por el cual dejo existir a aquello y a quienes son otro. Dicho de otro modo, no es decisión mía dejar que el mundo exista o no. Más bien, lo que es decisión mía es hacer sitio en mi vida —o no, claro— a la alteridad e integridad del mundo.
¿Qué es lo que justifica que la tarea de educar consista en hacer posible la existencia de otro ser humano adulto en y con el mundo? No existe una justificación en términos absolutos y, desde esta perspectiva, se trata de una afirmación que, literalmente, carece de fundamento. Sin embargo, ello no impide que se trate de una indicación con un profundo significado, especialmente, cuando la comparamos con las posiciones alternativas acerca de lo que debe ser la tarea de educar. Un aspecto que hay que subrayar aquí es que, de hecho, solamente podemos existir en el mundo, dado que cuando nos apartamos del mundo terminamos existiendo solo con y para nosotros —que es una forma de existencia un tanto pobre y egocéntrica, si es que a eso se le puede llamar existir. Existir en y con el mundo nos plantea siempre la pregunta sobre la relación entre mi existencia y la existencia del mundo. Y aquí, de nuevo, al menos como punto de partida, podemos afirmar que existir en y con el mundo sin hacer también sitio a aquello que existe no es existir realmente en el mundo. El desafío está en existir en el mundo sin considerarse a uno mismo como el centro, el origen, o la base del mundo —que es exactamente lo que Philippe MEIRIEU describe como el “estudiante sujeto” (“élève-sujet”), a saber, como alguien que es capaz de existir en el mundo sin ocupar el centro del mundo (véase MEIRIEU, 2007, pág. 96).
Pero, quizá, la pregunta más complicada de abordar sea por qué hay que pensar sobre esto como un asunto educativo, en lugar de como algo a lo que cada uno de nosotros debiéramos darle solución en nuestras propias vidas. Dicho de otro modo, ¿por qué razón deberíamos considerar siquiera la idea de que debería ser tarea de un ser humano —y por lo tanto suya la responsabilidad y puede incluso que suyo el deber— de hacer posible la existencia adulta de otro ser humano? Podríamos responder a esta pregunta haciendo referencia al hecho de que parece ser que es a esto a lo que los educadores se han estado dedicando siempre, que es clave para lo que significa ser padre/madre y que es clave para lo que significa ser profesor, y que lo que voy a intentar hacer es, simplemente, explorar qué puede querer esto decir en nuestra época. También podríamos responder que el propósito de hacer posible la existencia de otro ser humano adulto pone de manifiesto un interés por la libertad y, más concretamente, un interés por la libertad del otro y que esto es clave para aquello en lo que la educación debería consistir (véase BIESTA y SÄFSTRÖM, 2011, pág. 540). Pienso que es así como podríamos articular el interés educativo y, por lo tanto, la tarea educativa, pero no creo que esto sea, por sí mismo, una justificación suficiente. Después de todo, la promesa de liberación se ha terminado convirtiendo demasiadas veces en un ejercicio de poder más (véase, por ejemplo: SPIVAK, 1988; véanse también BIESTA, 2010b, y, para una discusión más amplia, ANDREOTTI, 2011), lo que significa que, en estos temas, deberíamos proceder con cuidado y sin demasiadas pretensiones.
Presentaré mis reflexiones en torno a la tarea educativa en cinco, relativamente breves, etapas que, en parte, están conectadas con algunas ideas ya presentadas con mayor detalle en publicaciones anteriores, y en las que también se destacan con una mayor precisión las nociones de “existencia” y de “hacerse adulto”. Primero atenderé a la noción de subjetividad e intentaré articular qué es lo que significar existir como sujeto. A continuación, desarrollaré algo más esta idea argumentando que los asuntos existenciales son, en último término, asuntos que deben tratarse en primera persona más que en el plano teórico. Explicaré esta distinción e indicaré qué es lo que significa con respecto a la pregunta acerca del ser-sujeto y, más en concreto, de la idea de singularidad. Hecho esto, pasaré a ocuparme de la pregunta acerca de qué significa existir en el mundo —una pregunta que intentaré responder indicando lo que significa no estar en el mundo. Hacerlo, me permitirá decir algo más sobre la distinción entre formas adultas y no-adultas de ser y estar en el mundo y sobre la importancia de distinguir entre lo deseado y lo deseable. En la quinta y última etapa, reflexiono sobre la “labor” educativa que debe contribuir a hacer posible la existencia de otro ser humano adulto en y con el mundo. Concluyo el capítulo con una breve reflexión sobre el papel que juegan el poder y la autoridad en las relaciones educativas y qué implica todo ello para la enseñanza y el profesor.
EL SUJETO ESTÁ SUJETO: EXISTIR COMO SUJETO
Al sugerir que de lo que estamos hablando es de la subjetividad del ser humano y no de su identidad, la primera pregunta que hay que plantear es qué es lo que significa ser un sujeto. Podemos responder a esta pregunta de dos formas, ya sea mirando al sujeto mismo y después tratando de averiguar qué clase de sujeto es, o bien, apartando la mirada del sujeto y después preguntando qué significa para el sujeto existir. Aquí optaré por la segunda opción, siguiendo el dicho de SARTRE “la existencia precede a la esencia”, es decir, que primero existimos, que nos “encontramos” existiendo, de manera que cualquier respuesta a la pregunta acerca de quiénes somos vendrá después. Aunque los intentos por responder a la pregunta sobre qué es el sujeto no carecen necesariamente de significado, siempre llegan, en cierto sentido, demasiado tarde en relación con nuestra propia existencia. Esto significa que mientras dichos intentos de respuesta pueden ayudarnos a clarificar ciertas dimensiones de la condición humana, no tienen la capacidad de fundamentarla. Si, siguiendo a HEIDEGGER, tomamos la idea de la existencia en sentido literal, podemos empezar a entender un aspecto de la existencia del sujeto, a saber, que existir como sujeto no significa ser uno mismo —ser idéntico a uno mismo— sino, más bien, estar “fuera” de uno mismo, es decir, en cierto modo “sobresalir” (“ek-sist”) del mundo y ser “arrojado” en él.
La principal idea que quiero destacar sobre la existencia del sujeto y de nuestra existencia como sujeto, es que, en gran medida, nuestra subjetividad no está en nuestras propias manos, lo cual puede querer decir que no está en nuestras manos en absoluto. La autora que más me ha ayudado a entender este aspecto de la subjetividad es Hannah ARENDT, especialmente sus ideas sobre la acción (siendo este, en el contexto de la obra de ARENDT, un término técnico con una definición muy precisa). En primer lugar, la acción –que para ARENDT es una de las tres modalidades en que se da la vida activa, la vita activa (ARENDT, 1958)– significa tomar la iniciativa, es decir, iniciar algo. A diferencia de muchos filósofos que enfatizan la mortalidad del ser humano, ARENDT mira en la dirección opuesta, es decir, hacia la capacidad que tiene el ser humano de ser un comienzo y un iniciador. ARENDT compara la acción con el hecho del nacimiento, dado que con cada nacimiento algo “singularmente nuevo” viene al mundo (ARENDT, 1958, pág. 178). Pero esto no es algo que suceda únicamente en el momento del nacimiento. A t...