La empresa consciente
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La empresa consciente

Cómo construir valor a través de valores (Versión ampliada)

Fred Kofman

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La empresa consciente

Cómo construir valor a través de valores (Versión ampliada)

Fred Kofman

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Información del libro

El entorno empresarial actual exige una nueva forma de trabajar y liderar. Este enfoque de liderazgo mira en tres dimensiones: centrado en la persona, en sus relaciones y en sus resultados. A su vez, hoy se requiere un estilo de liderazgo humilde, vulnerable, inspirador, empático, con equipos multifuncionales independientes, con delegación y autonomía y relaciones colaborativas y solidaria. La forma correcta de resolver los conflictos es utilizando los valores como referencia. Si deseas crecer en liderazgo y aplicar las siete cualidades de una empresa y un líder consciente: (Responsabilidad, Humildad, Integridad, Comunicación, Colaboración, Coordinación y Maestría Emocional), la versión ampliada de "La empresa consciente" es para ti."Hace 13 años escribí este libro basado en mis estudios y mi práctica clínica como nutricionista del alma. He aprendido valiosas lecciones desde entonces (Muchas de ellas las plasmé en mi nuevo libro, La revolución de sentido). Pero nada de lo que aprendí me lleva a modificar este texto. Creo que es más valioso mantener el tono original, fiel reflejo del estado de mi consciencia al momento de escribirlo." - Fred Kofman

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Información

Editorial
Hipertexto
Año
2022
ISBN
9789871239665
Categoría
Business
Categoría
Leadership

IV
ESPÍRITU ESTOICO

“Vano es el mundo de un filósofo que no sana el sufrimiento del hombre porque, así como no hay beneficio en una medicina si no expulsa las enfermedades del cuerpo, no hay beneficio en una filosofía si no expulsa el sufrimiento de la mente”.
— Epicuro
¿Qué aspiras de la vida? ¿Una pareja amorosa? ¿Un buen trabajo? ¿Hijos juiciosos? ¿Una casa bonita? ¿Un Ferrari? Esas son algunas de las cosas que puedes querer “durante” la vida. Pero la pregunta que te hago es qué quieres de la vida. No qué objetivos te formas “mientras” vives, sino cuál es tu gran objetivo al vivir. En otras palabras, de todas las metas que puedes fijarte para tu vida, ¿cuál es la superior, la que te parece más importante y valiosa?
Si te sorprende esta pregunta, no eres el único. Muchos de nosotros sabemos qué queremos, momento a momento o aun, año tras año, pero nunca nos hemos detenido a considerar cuál es el objetivo más alto que perseguimos a lo largo de toda la vida. La cultura no nos ayuda. Estamos permanentemente bombardeados por distracciones que nos incentivan a evitar la pregunta. Pero es imposible adoptar una filosofía de vida sin primero fijar un gran objetivo para ella.
¿Por qué es importante tener una filosofía de vida? Porque sin ella, corres el riesgo de vivir en vano, de tomar el camino equivocado y, a pesar de toda tu actividad y de las diversiones placenteras que has disfrutado, termines viviendo una mala vida, una vida distinta a la que hubieras querido vivir. Corres el riesgo de que, en tu lecho de muerte, mires atrás y te des cuenta de que malgastaste tu única oportunidad de vivir. En vez de usar tu vida persiguiendo algo genuinamente valioso, la derrochaste dejándote distraer por las lentejuelas con las que el mundo te tentó. No es verdad que una vida feliz sea una secuencia infinita de momentos placenteros. Por el contrario, perseguir la gratificación inmediata es una receta segura para una vida miserable.
Supongamos que logras identificar el gran objetivo de tu vida. Aun así, existe el riesgo de que malgastes tu vida. ¿Cómo sabes que este objetivo es el correcto? Tal vez no puedas evaluar si lo es, pero basado en la sabiduría de muchas tradiciones milenarias (griegos, romanos, hebreos, cristianos, budistas, hindúes, musulmanes, etc.) puedes evaluar si “no” lo es. Es decir, no puedes asegurar que tu objetivo es correcto, pero sí puedes evaluar si es errado.
Un objetivo correcto es uno alcanzable mediante tu poder; uno que te permita vivir con la certeza de que, si eres fiel a ti mismo, lo lograrás. Un objetivo errado es uno que depende de factores externos a tu razón y tu voluntad; uno que te lleve a vivir en la ansiedad y en la creencia de que, si no puedes controlar el mundo para que te favorezca, fracasarás. Un objetivo errado es, por ejemplo: “ganar fama y fortuna; ser una persona exitosa y de alto estatus social”. Un objetivo acertado es, por ejemplo: “florecer como ser humano, expresando mis valores virtuosamente y ayudando a florecer a los demás”. Otro objetivo igualmente correcto sería: “Vivir en plenitud, con tranquilidad y amor, dejando un legado de bondad en el mundo”.
Una vez definido tu objetivo superior, debes salvar otro escollo: necesitas una estrategia efectiva para alcanzarlo. Esta estrategia debe especificar qué debes hacer, mientras te ocupas de tus actividades cotidianas, para maximizar las oportunidades de obtener lo que te parece realmente valioso de la vida.
Si quieres maximizar tu bienestar material, puedes consultar a expertos en finanzas; si quieres maximizar tu bienestar físico, puedes consultar a expertos en medicina; si quieres maximizar tu bienestar emocional, puedes consultar a expertos en psicología. Si quieres maximizar tu bienestar espiritual, debes consultar a un experto en sabiduría: un filósofo de la vida. Esta persona te ayudará a pensar acerca de tus metas secundarias y cuáles de ellas son dignas de perseguir, pues están alineadas con tu gran objetivo de vida. Cuando tengas algún conflicto de objetivos, te recordará que necesitas establecer una jerarquía para decidir cuáles deben tener preeminencia sobre otros. La cumbre de esta jerarquía será el gran objetivo de tu vida. Este es el objetivo que nunca sacrificarás para obtener otros. Luego de ayudarte a seleccionar este gran objetivo, el filósofo de la vida te ayudará a diseñar una estrategia para alcanzarlo.
Si buscas estos filósofos en la universidad, te llevarás una decepción. Encontrarás en las escuelas de filosofía gente especializada en ontología, epistemología, lógica, ciencia, ética, política, religión, etc. Pero no encontrarás filósofos de la vida. Para ello, deberás ir hacia el pasado y conocer a los filósofos griegos: epicúreos, ascéticos, escépticos, cínicos, socráticos, platónicos, aristotélicos, pero en particular, los estoicos. En este trabajo me propongo presentarte la filosofía estoica como una disciplina eminentemente práctica: un “arte de vivir”.
Como decía el famoso estoico romano, Epicteto, la preocupación principal de la filosofía debe ser el arte de vivir: al igual que la madera es el material del carpintero, y el bronce es el material del escultor, tu vida es el material sobre el cual practicas el arte de vivir. Al igual que el maestro carpintero le enseña al aprendiz mostrándole técnicas que puede usar para trabajar con la madera, el filósofo debe enseñarles a sus estudiantes el arte de la vida mediante técnicas prácticas aplicables a la vida cotidiana. Por ejemplo, Epicteto les enseñaba a lidiar con sirvientes incompetentes, un hermano enojado, la pérdida de un ser querido, insultos, el exilio, la vejez, y la muerte. Epicteto prometía que, si ellos llegaban a dominar estas técnicas, experimentarían una vida llena de sentido, dignidad y, aún más, alcanzarían la paz interior y podrían mantenerla sin importar las penurias que sufrieran.

LA BUENA VIDA 1.0

Para los antiguos estoicos, una buena vida era una vida virtuosa. Una persona virtuosa, según su definición, era una persona excelente como ser humano, en cuán bien desempeñaba la función para la que los humanos fuimos diseñados (por los dioses). De la misma forma que un martillo “virtuoso” o excelente es uno que desempeña bien la función para la que fue diseñado: clavar clavos, un individuo virtuoso es uno que desempeña bien la función para la que fue diseñado: ser virtuoso; por lo tanto, es vivir como fuimos diseñados para vivir, de acuerdo con nuestra naturaleza. Si hacemos esto tendremos una buena vida, de acuerdo con los estoicos griegos y romanos.
¿Para qué función nos han diseñado los dioses? Los antiguos estoicos argumentaban que, al examinarnos, descubriríamos que tenemos ciertos instintos en común con los animales: hambre, sueño, celo, etc., estas son formas en que la naturaleza nos guía para sobrevivir, pero que difieren de otros animales en un aspecto fundamental: nuestra habilidad para razonar. De allí que los antiguos estoicos concluyeran que los humanos hemos sido especialmente diseñados para razonar.
Si usamos nuestra razón, descubriremos que también somos los únicos animales que vivimos en sociedades más allá de los vínculos personales. No solo vivimos en familia o en clan, sino en tribus, naciones y hasta comunidades internacionales. Somos los únicos animales capaces de vincularnos, de intercambiar bienes, servicios y sentido, con cualquier miembro de nuestra especie. Fuimos diseñados, concluyen los antiguos estoicos, para relacionarnos, para depender unos de los otros, y preocuparnos por los intereses de los demás miembros de nuestra sociedad. Tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros congéneres a florecer. Para vivir bien, debemos actuar en aras de su bienestar, su desarrollo y su felicidad. Los estoicos llamaron a esto “ágape” o amor bondadoso.
Además de la virtud y el amor, los estoicos propusieron otro componente esencial de una buena vida para el que no estamos tan bien diseñados: la tranquilidad. La tranquilidad estoica es un estado psicológico definido por la falta de emociones negativas como la pena, la ira, y la angustia, y por la presencia de emociones positivas como la alegría, la plenitud y la autoconfianza. Los estoicos afirmaban que la tranquilidad nos ayuda a actuar con virtud y amor. Alguien que no está tranquilo, alguien que está distraído por emociones negativas como la ansiedad o el odio, encontrará difícil hacer lo que su razón le indica y favorecer el florecimiento de sus congéneres. Sus emociones negativas prevalecerán sobre su intelecto y su buen corazón. Esta persona estará confundida acerca de lo que es bueno para ella y para los demás, por lo tanto, fracasará en expresar la virtud y el amor. Para los estoicos, la búsqueda de la virtud, el amor y la tranquilidad constituían un círculo virtuoso.
Los antiguos estoicos fundamentaban su filosofía en el “hecho” de que Zeus nos creó diferentes de otros animales, dándonos la capacidad de razonar. Porque Zeus nos quiere, alegaban, intentó diseñarnos para que fuéramos felices, pero no tuvo el poder suficiente para lograrlo. Otros dioses que no nos querían tanto nos dirigieron a la infelicidad. Zeus hizo por nosotros lo que pudo: nos dio los medios para hacer de nuestra vida no solo soportable, sino disfrutable. Precisamente, nos enseñó un patrón de vida, basado en la razón, el amor y la tranquilidad, que nos permitiría florecer. Este “argumento” no tiene validez alguna en el mundo de hoy. Sin embargo, hay una explicación científica no muy diferente que sí es un poderoso argumento para el estoicismo: la teoría de la evolución.
Los estoicos antiguos pensaban que Zeus nos hizo susceptibles a sufrir, pero también nos dio una herramienta: la razón, que usada apropiadamente podría prevenirnos de padecerlo. Podemos traducir esto al lenguaje de la ciencia darwiniana: la evolución nos hizo susceptibles a sufrir, pero también nos dio una herramienta: la razón, que usada apropiadamente puede ayudarnos a prevenir mucho de este sufrimiento. Porque podemos entender el proceso evolutivo, podemos tomar acciones conscientes para escapar de él hasta cierto punto. Al igual que Morpheus despierta a Neo con la píldora roja para liberarlo de la Matrix19, los estoicos nos despiertan con su filosofía para liberarnos de los amos esclavistas: nuestros propios genes.

LA BUENA VIDA 2.0

Según la teoría de la evolución biológica, el ser humano aparece como consecuencia de una serie de mutaciones físicas que formaron su anatomía y fisiología. Paralelamente, a lo largo de su evolución psicológica, el ser humano adquirió ciertas características mentales, como la tendencia a experimentar resentimiento o vergüenza bajo ciertas condiciones, y la tendencia a experimentar placer y orgullo bajo otras. Estas características se difundieron entre los miembros de nuestra especie no porque nos hayan permitido vivir mejor, sino porque de esta manera, aumentaban las probabilidades de que los organismos que las tuvieran sobrevivieran hasta reproducirse, pasando sus genes a la próxima generación.
Los procesos evolutivos son ciegos, es decir, indiferentes a nuestro florecimiento. Su única dirección, basada en el proceso de variación y selección, es hacia la maximización de la probabilidad de supervivencia y reproducción del organismo. El “objetivo” (uso las comillas pues este es un proceso automático) de los genes es replicarse, usando al individuo como un mecanismo de transporte de una generación a la siguiente. De hecho, un individuo que es terriblemente infeliz, pero a pesar de su infelicidad logra sobrevivir y reproducirse, tendrá un mayor rol en el proceso evolutivo que un individuo feliz que no se reproduce y cuya herencia genética se extingue.
La evolución psicogenética se desenvuelve a velocidad glacial; cientos o miles de generaciones son necesarias para un cambio. Por eso, nuestros genes siguen replicando organismos perfectamente “diseñados” para sobrevivir y procrear en un entorno que ya no existe. Por ejemplo, la misma coagulación de la sangre que en la época de las cavernas nos salvaba de morir desangrados, hoy nos mata ocluyendo nuestras arterias y provocando ataques cardiovasculares. La misma predilección por los dulces que antaño nos permitía metabolizar grasa aceleradamente y sobrevivir a las hambrunas, hoy nos produce el síndrome metabólico que lleva a la diabetes. Y así igual para una inmensa cantidad de tentaciones físicas y psicológicas que ya ni siquiera nos sirven para sobrevivir y reproducirnos; y ni hablar de ser felices y florecer.
La selección natural se orienta hacia una sola meta: llevar los genes a la próxima generación, replicando el número de organismos que los transportan. Los atributos físicos y mentales que en el pasado contribuyeron a la proliferación de algunos genes se han extendido entre la población, mientras que los que no, se han reducido o desaparecido. Si investigas qué tipo de percepciones, impulsos, emociones y pensamientos guían tu comportamiento, descubrirás que no son las que te dan un mapa más fiel de la realidad, o las que te ayudan a navegar esta realidad para realizarte y trascender, sino las que ayudaron a tus ancestros a conducir sus genes hasta la próxima generación. Es irrelevante si nuestras ideas son correctas o útiles para nosotros; lo único importante es que sean adecuadas para nuestros genes. Es decir, estamos diseñados para vivir engañados.
¿Por qué experimentamos dolor? No porque los dioses así lo dispusieran para ayudarnos, sino porque aquellos de nuestros ancestros para quienes (a causa de una mutación o “experimento” evolutivo) las heridas eran más dolorosas, eran más cuidadosos para evitarlas y tratarlas tempranamente −por lo tanto, tenían más probabilidades de sobrevivir y reproducirse que aquellos que sentían menos dolor. ¿Por qué somos perezosos? No porque los dioses nos prefirieran así, sino porque aquellos de nuestros ancestros cuyos genes los impulsaban a conservar energía tenían mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse que aquellos que la derrochaban en actividades innecesarias.
Es también por este proceso evolutivo que experimentamos miedo. Aquellos de nuestros ancestros que temían a los leones tenían menos probabilidad de ser devorados que aquellos que les eran indiferentes. De la misma forma, nuestra tendencia a experimentar ansiedad e insaciabilidad son consecuencia de la evolución. Aquellos de nuestros ancestros que sentían ansiedad acerca de su disponibilidad de alimento en el futuro, tenían menos probabilidad de morir de hambre que aquellos que no se preocupaban por su próxima comida. Y aquellos de nuestros ancestros que nunca estaban satisfechos con lo que tenían, los que siempre querían más comida o mejor abrigo, tenían más probabilidad de sobrevivir y reproducirse que aquellos que se conformaban con poco.
Nuestra capacidad de experimentar placer sexual también tiene una explicación evolutiva. El sexo nos da placer porque aquellos de nuestros ancestros que disfrutaban de él tenían una mayor probabilidad de reproducirse que aquellos que eran indiferentes o, peor aún, sentían aversión por él. Heredamos los genes de aquellos de nuestros ancestros para quienes el sexo era placentero, y por ello, así lo es también para nosotros. También la evolució...

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