Ángeles
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Joel J. Miller

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Ángeles

Joel J. Miller

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Una fascinante e inspiradora mirada a la función de los ángeles en la vida de las personas: cómo nos guían hacia y a través de la experiencia salvadora de Cristo.

¿Y si el cielo estuviera más cerca de lo que pensamos? ¿Y si sus fronteras se entrecruzaran con las nuestras? ¿Y si los ángeles entraran y salieran de nuestro poroso presente, este que nos parece tan real y sólido?

Todo es cierto; la realidad puede parecernos oscura en este momento, pero para los primeros cristianos era resplandeciente. A través de sus escritos, sermones, cantos y arte, los creyentes de la antigüedad confesaban una poderosa y vívida creencia de que los ángeles nos ayudan a perseverar en nuestro trayecto hacia Dios.

Ángeles se remonta a los primeros cristianos y presenta a los lectores modernos una perspectiva de los ángeles a través de los ojos y experiencias de aquellos: cómo entendieron los dominios angélicos, la guía y protección de los ángeles y las luchas contra el espíritu maligno y sus demonios. Ya sea en la prueba o en la tentación, en la alabanza o en la oración, los ángeles están presentes, listos para ayudarnos y reconfortarnos, guiarnos y corregirnos, caminar con nosotros hasta el borde de la muerte y más allá, acompañándonos hasta que estemos en los brazos de Cristo.

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Información

Editorial
Grupo Nelson
Año
2013
ISBN
9781602558786

Nuestra ciudad principal
Nuestra ciudad principal
El origen y la naturaleza de los ángeles
Tú no conoces del todo como son los ángeles.
AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos

1
Diga la palabra ángel y la gente conjura muchas diferentes imágenes. Algunas personas tienen imágenes de criaturas etéreas con alas con largos vestidos de gasa, como de niña y radiantes. Otros ven querubines rechonchos, regordetes con arcos y flechas de juguete, infantiles y empalagosos. Las películas y la televisión nos ofrecen seres de otro mundo aquí para echarnos una mano, mientras que la música pop y nuestras abuelas reducen la palabra a un simple término de cariño.
Quiero pintarte un cuadro diferente, utilizando los pigmentos proporcionados por la Escritura, el arte, los servicios, los himnos y las enseñanzas de la iglesia cristiana antigua. La imagen que se forma a partir de estas fuentes es, creo, más emocionante, más aterradora, más humilde, más inspiradora y, en última instancia, más real que nuestros conceptos populares.1
Esta autenticidad me choca como importante. Muchí-simas personas no creen en los ángeles. Eso no es nada nuevo. Los saduceos del tiempo de Jesús negaron su existencia también.2 Pero la fe cristiana siempre ha asumido la activa presencia de los ángeles en la vida del pueblo de Dios. Y si eso es verdad, ¿No nos afectaría? ¿No es que nos está afectando ahora? Creo que sí, y espero en estas páginas mostrar, particularmente, cómo nos llevan los ángeles hacia y a través de una experiencia salvadora de Cristo.
2
Da la casualidad que yo siempre he creído en los ángeles, pero hacía mucho tiempo que no examinaba ni exploraba mi creencia. Los ángeles para mí eran remotos y bidimen-sionales, tal vez más como los personajes de un libro de cuentos que como personas reales. Pero luego me encontré con un pasaje de La ciudad de Dios, de Agustín, que cito al principio de este libro, en el que sugería no solo que los ángeles existen, sino que nosotros tenemos una relación especial con ellos, y que el cielo y la tierra comparten cierta compli-cidad al respecto.3 Eso comenzó a cambiar las cosas para mí. Descubrí una visión acerca de los ángeles, tridimensional, inmediata y personal. Los primeros cristianos lo daban por hecho, y era creído fácilmente, y espero que nos suceda lo mismo al final de esta jornada de lectura.
Nuestra trayectoria es bastante sencilla. En este capítulo veremos lo que los santos primitivos creían sobre el origen y la naturaleza de los ángeles: ¿Cómo son? ¿Qué hacen? A partir de ahí el capítulo 2 da un giro. La caída de Satanás y sus ángeles representa una calamidad cósmica más que una trama complicada. El capítulo 2 explora ese desastre así como la caída de la humanidad y nuestro posterior distanciamiento de Dios. El capítulo 3 cubre la dramática historia de Israel y cómo usó Dios a los ángeles para nutrir y proteger a su pueblo escogido a fin de que pudiesen dar a luz a Cristo, el Señor de los ángeles. El capítulo 4 se refiere a su triunfo sobre Satanás junto con nuestra participación en esa victoria y la reconexión con Dios.
Estos capítulos tienen un significado auténtico al seguir la narrativa de hechos pasados. Los capítulos posteriores son más personales, describen los momentos y lugares en los que nuestras vidas se cruzan con los ángeles en el tiempo presente. El capítulo 5 examina el papel de los ángeles de la guarda, cómo nos pastorean y nos protegen, y su papel en cuanto a guiarnos en nuestro camino hacia Dios. El capítulo 6 explora la adoración y cómo nos acompañan los ángeles en nuestras oraciones, alabanzas y participación en los sagrados misterios. Por último, el capítulo 7 nos lleva hasta el fin de las cosas. La convicción de los antiguos cristianos era que los ángeles nos acompañan individualmente cuando nos morimos y también acompañan a Cristo en su Segunda Venida.
Espero que podamos vislumbrar la historia radical y dramática de lo que es la redención a medida que desplega-mos estos siete capítulos, como la historia que nuestros antepasados creían de todo corazón, una en la que los ángeles juegan un papel crucial. ¿Deberíamos esperar menos? Después de todo, pregunta el apóstol Pablo acerca de los ángeles en el primer capítulo de Hebreos, «¿No son todos ellos espíritus ministradores, enviados para servir, por causa de los que heredarán la salvación?».4
3
Los ángeles han sido el tema de grandes y disparatadas especulaciones desde el principio de los tiempos. Debido a que habitan en los reinos invisibles, parece que son distantes y curiosos. Su misma inaccesibilidad alimenta nuestro interés y asombro, que por desgracia se produce a expensas del hecho de que parecen ser extraños y distantes. Pero son todo lo contrario.
La famosa imaginación de Agustín concibió el orden creado dividido en dos campos, uno de luz y otro de oscuridad, uno de amor y devoción a Dios y el otro de orgullo y separación del Creador. Llamó a estos campamentos «la ciudad de Dios» y «la ciudad del mundo», y usó la primera como el título de uno de sus libros más perdurables e influyentes. La ciudad de Dios, escrita en el siglo V, es una obra ambiciosa, que abarca una amplia cantidad de material, incluyendo el origen y el destino de los ángeles.
Agustín nos presenta una imagen de inmediatez y proxi-midad. Al analizar la relación entre los ángeles y los seres humanos, dice que no hay que «suponer cuatro ciudades, dos de los ángeles y dos de los hombres». Más bien, «podemos hablar de dos ciudades o comunidades, una que consiste de los buenos, los ángeles tanto como los hombres, y la otra del mal».5 El cielo no está tan lejos. Sus fronteras cruzan las nuestras, y compartimos nuestra ciudad con los ángeles. No es de sorprenderse entonces que Agustín, en otro lugar, sugie-ra que los consideremos como nuestros vecinos.6
Tampoco sorprende que Agustín insistiera en que forman parte de la iglesia.7 Por esta razón, las comunidades tradicionales cristianas que observan calendarios litúrgicos celebran varios días festivos para los ángeles. Son enumera-dos y están inscritos con nosotros, somos hermanos en una confesión compartida.8
Así que, ¿quiénes son esos vecinos nuestros, esos otros hermanos? La Sagrada Escritura proporciona las primeras pinceladas, pero la imagen es a la vez misteriosa y complicada, incluso desde el principio. Nos encontramos con ángeles dos veces en el primer pasaje del Génesis. Comencemos con la segunda instancia, que concluye con la historia de la caída. Después de que Adán y Eva comieron el fruto prohibido, Dios los expulsó del jardín del Edén y colocó un ángel o un par de ángeles, querubines es plural, con una cuchilla giratoria de fuego para evitar su regreso al huerto.9 Esa espada destellante trae a la mente las palabras del salmista, es decir, las que dicen que Dios hace a sus «ministros llamas de fuego».10
El relato del Génesis no ofrece ninguna descripción de estos ángeles, pero los eruditos nos recuerdan que la palabra querubín es en realidad un primo lingüístico del grifo. Ya sea que imaginarnos la idea de la cabeza de un águila y alas con cuerpo de león nos acerque a esta realidad o no, el narrador piensa claramente en criaturas feroces y formida-bles, nada parecido a las ilustraciones que se utilizan como modelos para las tarjetas de felicitaciones.11
Es un cierre espantoso a un capítulo sombrío, aunque todavía no es tan escalofriante como el primer encuentro angelical que es aun más preocupante por su sutileza y malevolencia. Aquí el ángel viene enmascarado como una serpiente. Es un ángel caído, el líder de toda una multitud similar a él mismo, que engaña a Eva para que desobedez-ca a Dios y coma el fruto prohibido.12
Así que de entrada a las primeras páginas de la historia bíblica se nos presenta una imagen compleja de los ángeles y las inmediaciones más amplias que compartimos. En un solo pasaje, el capítulo 3 del Génesis, los ángeles son representados tanto como guardias que prestan servicio a instancias del Señor y como engañadores tratando de ensuciar a la humanidad y provocar una ruptura en nuestra relación con el Creador.
Pero también hemos entrado en la historia a medio cauce. Debemos ir más atrás para obtener una mejor comprensión de nuestra relación con los ángeles.
4
Nuestra ciudad principal es más antigua de lo que podemos calcular, sus orígenes se extienden más allá de la bruma de un horizonte lejano. Algunos de los primeros escritores se asomaron al misterio y vislumbraron el principio de las cosas. Sus libros y homilías nos ofrecen una mirada propia, que incluye un vistazo a la creación de los ángeles.
Gregorio Nacianceno, teólogo del siglo IV, poeta y arzobispo de Constantinopla, consideró la bondad de Dios como el ímpetu de la creación. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo solo requieren en sí mismos una relación eterna de amor mutua, explicó. Pero el amor naturalmente busca objetos, por lo que un Dios increado crea naturalmente. «Lo bueno debe ser derramado y salir hacia adelante», dijo Gregorio, más allá de la misma Santísima Trinidad en sí, «para multiplicar los objetos de su beneficencia». A su juicio, consideró esa generosidad «esencial» o característica de «la más alta bondad». Así Dios «concibió por primera vez los poderes celestes y angelicales. Y esta concepción fue una obra que se cumplió con su palabra, y perfeccionó con su Espíritu».13 Y así, tenemos a los ángeles.
Juan Damasceno, un monje sirio que vivió algunos siglos después, hizo eco de esa explicación. Dijo que «en su bondad superior» Dios «quería que ciertas cosas lle-garan a existir para disfrutar de sus beneficios y participar en su bondad, [así que] él trajo todas las cosas de la nada a la existencia y las creó, tanto en lo que es invisible [como los ángeles], y lo que es visible [como nosotros mismos]».14
Aunque las observaciones de Gregorio y Juan se adap-tan al carácter del Creador tal como se revela en las Sagradas Escrituras, cabe señalar que la Escritura misma hace solo oblicua referencia a la creación de los ángeles y no revela francamente los motivos de Dios al crearlos. Por más sorprendente que pudiera parecer, ningún autor bíblico habla del tema o de los ángeles en sí, con lujo de detalle. Al contrario, todo lo que sabemos, todo lo que encontramos aquí, en estas páginas proviene de ideas dispersas, expues-tas por teólogos, predicadores, compositores de himnos e iconógrafos en un mosaico, cimentados en el tiempo y en la tradición.
No permita que esa falta de atención aparente respecto a los ángeles en la Escritura le desconcierte. La Biblia, por supuesto, fue escrita para el ser humano, y se ocupa fundamentalmente de la historia de nuestra comunión con Dios, cómo se perdió en Adán, su restauración en Cristo y su realización en la iglesia. Los ángeles aparecen en nuestra historia justo como nosotros aparecemos en la de ellos, pero no son la misma historia en su totalidad. Aunque nuestras vidas se cruzan, ellos tienen sus propias trayectorias.
Eso no significa que no seamos capaces de conocer más de su historia, solo que debemos reconocer el carácter limitado y especulativo de nuestro conocimiento. Nosotros preguntamos, sondeamos, escuchamos, teorizamos. Agustín consideraba todo eso «un ejercicio útil para el intelecto, siempre y cuando la discusión se mantuviera dentro de los límites apropiados, y si evitáramos el error de suponer nosotros mismos saber lo que no conocemos».15 Según él, las interpretaciones y especulaciones variantes eran dignas de consideración y contemplación, siempre y cuando fueran edificantes y se apegaran a las doctrinas fundamentales de la enseñanza cristiana recibida, lo que se llama la regla de la fe.16
En consecuencia, esos escritores de antaño se extendie-ron lo más que pudieron.
5
La Biblia no dice explícitamente cuándo fueron creados los ángeles, pero tampoco habla de la llegada del a...

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