Una cosa pequeña… como un uno
¿Cuántas ideas hay por ahí, esperando pacientemente para que usted las haga suyas?
¿CÓMO VA ESA CANCIÓN? ¿LA RECUERDA, VERDAD?
Uno es el número más solitario que hará jamás…
Es sorprendente cuando se piensa en ello. Harry Nilsson escribió una pieza musical sobre el número más pequeño del mundo, Three Dog Night, que grabó como un sencillo y que llegó a ser un éxito rotundo.
Por supuesto, el uno no es solo pequeño y solitario. Ese número envuelve una gran cantidad de poder. Si, uno. Un segundo, un grado, una idea, uno más…
¿Uno más? Ah sí. Eso sería dos. Y hay una diferencia abismal entre uno y dos. De 1967 a 1973, el equipo masculino de baloncesto de la UCLA bajo John Wooden ganó su séptimo campeonato consecutivo nacional. ¿No está mal, verdad? Siete veces consecutivas el equipo terminó la temporada siendo el número uno. ¿Puede usted nombrar a alguno de los equipos que se quedarón en segundo lugar?
¿Quién ganó la última Super Bowl? Lo recuerda ¿verdad? Rápidamente ahora, ¿a quién le ganaron? Extraño, ¿verdad? Con más de treinta equipos de la NFL, la mayoría de nosotros no podemos recordar el segundo mejor equipo de hace menos de un año.
Los Juegos Olímpicos modernos se han realizado por más de un siglo y han sido la fuente de muchos momentos memorables —incluso legendarios— para tantos de nosotros. Le pregunto: ¿cuántos medallistas de oro puede nombrar? Ahora haga una lista de los medallistas de plata que pueda recordar. No se sienta mal. Yo no puedo nombrar más de un par de ellos. Pero de eso se trata, ¿no? Hay una gran diferencia entre uno y dos.
¿Qué sucede con una idea? El avión, la penicilina, el aire acondicionado, las computadoras y un millón de otros inventos, antes de que fueran realidades físicas y utilizables no eran más que ideas. De hecho, cada uno era UNA idea. Es una realidad formidable. Con el fin de cambiar su vida, todo lo que USTED necesita es una idea.
Incluso en los momentos más difíciles, una idea puede salvar el día. En los tiempos de crisis, muchos dan como excusas el no tener el dinero suficiente, el no tener el tiempo suficiente, o carecer de un buen líder.
Es importante recordar, sin embargo, que usted no está realmente falto de dinero. Tampoco está corto de tiempo. O de un buen liderazgo. Solo le falta una cosa: una idea.
Una idea puede cambiarlo todo. Una idea puede cambiar el mundo. Usted y yo hemos visto cómo, una sola idea, puede producir miles de millones de dólares. Hemos visto una idea salvar millones de vidas. Y una idea puede llevarlo desde donde está hasta donde quisiera estar.
Dicho sea de paso, nunca se permita creer que todas las grandes ideas ya han sido abordadas. No olvide que, como sociedad, pusimos hombres en la luna antes de que a alguien se le ocurriera ponerle ruedas a las maletas.
¿Cuántas ideas hay por ahí, esperando pacientemente que usted las haga suyas?
O piense no solo en el poder de uno, sino en el poder de una fracción de uno. Al considerar una compensación económica u oportunidades futuras ¿hay también una brecha significativa en esos asuntos entre los lugares primero y segundo? Por supuesto que la hay. ¿Pero cuán grande es la brecha?
La diferencia económica en las oportunidades que se le ofrecen a un medallista de oro en contraste a las que se le ofrecen a una medallista de plata es difícil de cuantificar teniendo en cuenta la variedad de deportes olímpicos que están compitiendo. Pero está claro que Michael Phelps tiene más oportunidades en la vida, personalmente como en los negocios, porque ganó medallas de oro que si «solo» hubiese ganado medallas de plata.
A décadas de haber ganado medallas de oro, a atletas como Mary Lou Retton, Sugar Ray Leonard, Carl Lewis, Peggy Fleming y Mike Eruzione se les recuerda y se les venera. También siguen siendo bien compensados. De hecho, a muchos medallistas de oro se les pagan decenas de miles de dólares solo por pararse frente a un grupo de personas y relatar sus experiencias atléticas. A los medallistas de plata también, pero menos.
«Muy bien», dirá usted. «Todo eso es muy obvio. ¿Y para qué sirve?».
Bueno, es muy simple, pero por alguna razón a menudo perdemos su utilidad en nuestra lucha casi constante por entender ese siempre popular panorama general. El propósito de demostrar la brecha entre el primer y el segundo lugar no es ilustrar la diferencia financiera. Ni incluso mostrar la recompensa económica producida con el tiempo por la fama duradera.
No, si usted y yo vamos a llegar a ser triunfadores extraordinarios, tenemos que aprender a reconocer las cosas pequeñas que en realidad crean la brecha y, en consecuencia, la diferencia de oportunidades entre uno y dos. Sorprendentemente, estas cosas pequeñas que la mayoría la gente ve como irrelevantes a veces se producen días o incluso semanas antes del evento.
Y sepa esto: la diferencia realmente está en las cosas pequeñas porque la verdadera brecha entre el primero y el segundo lugar es muy a menudo ridículamente pequeña. De hecho, hay múltiples deportes olímpicos en los que la diferencia entre el primero y el décimo lugar es de menos de un segundo.
Durante una de sus muchas apariciones en los Juegos Olímpicos, el nadador estadounidense Michael Phelps ganó una vez una medalla de oro por una centésima de segundo. Piense en eso. Una centésima de segundo es menor que la cantidad de tiempo que tarda un relámpago en golpear. A un colibrí le toma más de una centésima de segundo batir las alas una vez. El parpadeo de un ojo tarda más de una centésima de segundo.
Aquí está la verdad que el cumplidor promedio nunca se molesta en considerar: la ventaja en cualquier ámbito de la vida se gana con mucha anticipación al momento en que uno tiene que actuar. La verdad sobre la carrera de Phelps es que la pequeña explosión que lo llevó a la victoria la había adquirido de una manera casi imperceptible. Pudo haber sido un sorbo más de café esa mañana. O una vuelta más durante la práctica de la semana anterior. O cinco minutos de descanso adicional aquí o allá.
¿O pudo haber sido un pensamiento?
Toda actividad y movimiento se inicia en el cerebro. ¿Pudo haber tenido Phelps un pensamiento negativo durante la carrera, una duda momentánea que pudo haberle añadido dos centésimas de un segundo a su tiempo? ¿O pudo haber sido un pensamiento positivo dicho a sí mismo, en voz baja en el punto de partida, el responsable de la centésima parte de un segundo que marcó la diferencia entre el oro y la plata?
Por ganar esa carrera en particular, Speedo, el expatrocinador de Phelps le hizo entrega de un cheque por un millón de dólares (que él entregó de inmediato para obras de caridad). Así, lo que fuera que Phelps hizo y cuando fuera que lo hizo, usted puede estar seguro que fue extremadamente valioso.
E increíblemente pequeño.
Una cosa pequeña… como un puñado de clavos
Asegúrese de tener todos los detalles cubiertos. Si no se toma el tiempo para hacer las cosas correctamente, ¿tendrá la oportunidad de hacerlo más adelante?
¿SE HA PREGUNTADO ALGUNA VEZ POR QUÉ HAY A menudo versiones tan diferentes de un mismo evento que ocurrió hace cientos de años? Versiones que compiten sobre la misma historia aparecen con frecuencia cuando uno explora el registro histórico. La historia es así, sin duda. Muchas personas no se dan cuenta de la diferencia que hay entre «historia» y «pasado». Para ponerlo en forma simple, pasado es lo que realmente ocurrió. Historia no es más que lo que alguien escribió acerca de lo que ocurrió.
En una palabra, el contraste entre los dos revela por qué es posible encontrar tantas versiones diferentes de un mismo hecho en la Internet o en los libros de historia. Esto también explica por qué, cuando un incidente se vuelve a contar o a reescribir, pequeñas partes de la versión original son a menudo ignoradas o editadas. Lamentablemente, estas pequeñas omisiones pueden cambiar drásticamente lo que los eruditos y la sociedad en su conjunto son capaces de aprender de lo que realmente sucedió. Un ejemplo clásico es la historia de la victoria de Napoleón en Waterloo.
«Espere un minuto», dirá usted. «¿Cómo que la victoria de Napoleón? Él fue derrotado en Waterloo». «Por supuesto» le diré yo. Está en lo correcto. Es cierto que Napoleón fue vapuleado aquel día, pero solo después de haber ganado. Aquí está la historia.
En febrero de 1815, Napoleón escapó de Elba, donde había sido desterrado por los gobiernos aliados de Europa. Esto señaló el comienzo de lo que ahora conocemos como los Cien Días. Durante este tiempo todos estaban inquietos en las capitales europeas. Napoleón los tenía aterrorizados. Esos temores estaban bien fundados, porque cuando Napoleón llegó a París, el primer movimiento que hizo fue organizar un ejército con el propósito expreso de barrer el continente.
Muchos de sus antiguos generales o estaban muertos o habían dejado de serle leales. A Desaix lo habían asesinado en Marengo, Lannes en Aspern. Junot se había pegado un tiro. Nada de esto preocupó a Napoleón. Él se creía capaz de dirigir solo. Era un genio militar. Después de todo, todo el mundo se lo decía.
Sorprendentemente, después de varios meses de campaña, parecía que la opinión que Napoleón tenía de sí mismo era bastante certera. No fue sino hasta el 18 de junio, que la situación del emperador dio un giro dramático. Esa mañana, justo después del amanecer, Napoleón estaba desayunando con sus generales en la finca Rossomme, su cuartel general temporal. Uno de sus líderes expresó en alta voz su preocupación por la posición privilegiada de Wellington, que se encontraba en un terreno elevado en Mont-Saint-Jean.
El emperador se burló, «¡No importa donde Wellington elija luchar. Nadie podrá derrotarnos!». Y, de hecho, parecía que la suya era una bien razonada confianza. Napoleón tenía 72.000 hombres y 246 cañones en comparación con los 67.000 de Wellington y sus 156 cañones.
Montando un pequeño caballo color pardusco, Napoleón lucía una capa gris con un chaleco de seda púrpura oscura que era como se había vestido esa mañana. Botas que le llegaban hasta más arriba de las rodillas cubrían sus pantalones blancos. Cuando estaba a punto de mandar a sus tropas a la batalla, se volvió a su segundo en el mando, el mariscal Michel Ney, y le dijo: «Si mis órdenes se ejecutan bien, esta noche dormiremos en Bruselas».
Durante todo el día, Napoleón estuvo enviando oleadas de su infantería contra las fuerzas de Wellington. Al final de la tarde, Ney y su caballería habían tenido tanto éxito que estaban listos para concluir la batalla. Los cinco mil soldados que formaban la caballería de Napoleón eran combatientes fuertes, efectivos y experimentados. Mientras los mejores caballos de Europa se revolvían ansiosos como si quisieran entrar de una vez en acción, el sol dejaba caer sus rayos directamente sobre el acero de cinco mil espadas. Al pasar el emperador revista a sus tropas por última vez, en las puntas de cinco mil lanzas, flameaban al viento gallardetes y estandartes.
La estrategia de Napoleón era separar a las tropas enemigas de sus cañones con lo cual esperaba quitarles sus armas más efectivas. Un ataque bien ejecutado de su caballería sería devastador. No podía fallar. Todo lo que tenía que hacer era alejar a los hombres de Wellington de sus cañones. Para alcanzar ese objetiv...