Abraham Lincoln su liderazgo
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Abraham Lincoln su liderazgo

Las lecciones y el legado de un presidente

  1. 226 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Abraham Lincoln su liderazgo

Las lecciones y el legado de un presidente

Descripción del libro

No hay otra figura presidencial que domine el campo internacional como Abraham Lincoln.
La figura de Lincoln se yergue con tintes extraordinarios no sólo sobre la historia de Estados Unidos, sino sobre la universal. De manera bien significativa, el aspecto de la personalidad de Lincoln que ha sido peor tratado tanto en obras de ficción como de no-ficción es el espiritual. Lincoln fue un hombre de fe, que oraba habitualmente, que leía y conocía la Biblia en profundidad y que buscaba la dirección de Dios para su vida. Este libro del gran historiador César Vidal es una exposición de los acontecimientos más relevantes de la existencia de Lincoln, la guerra entre los Estados, la Proclama de Emancipación y sus desdichas familiares, mostrando cómo se vieron impregnados de manera decisiva por su fe. Vidal se detiene de manera especial en sus discursos y escritos y en los testimonios de personas que vivieron a su lado y que dieron fe de lo que Lincoln hacía.

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Información

Editorial
HarperEnfoque
Año
2010
ISBN del libro electrónico
9781602554900
Categoría
Business
Categoría
Leadership
CAPÍTULO 1
UNA NACIÓN GRANDE DIVIDA POR LA ESCLAVITUD
DEL INICIO DE LA ESCLAVITUD AL COMPROMISO DE MISSOURI1
El nacimiento de los Estados Unidos constituye una de las aventuras más prodigiosas de que tiene noticia la Historia universal. En un extremo del mundo, se produjo el surgimiento de una nueva nación cuya forma de gobierno unía la visión parlamentaria de los puritanos ingleses en relación con la separación de poderes con una sorprendente forma de Estado republicana y federal. Todo ello era coronado por la afirmación de que el origen de esa resolución había partido de manera soberana de «We, the People»: Nosotros, el pueblo, proclamando una serie de derechos inalienables y procedentes del propio Creador, como «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Sin embargo, sobre tan extraordinario logro arrojaba su sombra una institución peculiar, la esclavitud.
La presencia de esclavos africanos en lo que luego serían los Estados Unidos estuvo relacionada originalmente con la prosperidad que experimentó en la época en que todavía formaba parte de la colonia inglesa la bahía de Chesapeake. El cultivo de tabaco se convirtió en un magnífico negocio que exigía una mano de obra abundante. En el último cuarto del siglo XVII, en que se hizo excesivamente caro contar con trabajadores ingleses, los colonos asentados en aquellas zonas comenzaron a importar esclavos africanos que, en muy poco tiempo, pasaron a ser la mano de obra predominante en el Sur.
Cuando las antiguas colonias inglesas se convirtieron en una nación independiente, la esclavitud recibió escasa consideración. Algunos grupos, como los cuáqueros, la contemplaban como un fenómeno totalmente inicuo y excomulgaban a los miembros que poseían esclavos pero, sin ningún género de dudas, se trataban de una excepción. De hecho, en general, la población estimaba que los negros eran inferiores a los blancos y, por lo tanto, nada de extraño tenía que se vieran reducidos a la esclavitud. Incluso, en un ejercicio de autojustificación, se alegaba que el haberlos arrancado de la barbarie en que vivían en sus países y traído a la civilización había significado para ellos un beneficio.2 Partiendo de ese contexto, no puede resultar extraño que la Constitución no mencionara la esclavitud aunque de su silencio algunos desprendieran que la aceptaba. Por lo que se refiere a la Declaración de Derechos tampoco incluía el de no ser reducido a esclavitud. Como corolario en parte lógico de este panorama, el gobierno federal no estaba facultado para llevar a cabo la aprobación de ninguna ley que tuviera relación con el tema.
De esa manera, cada estado se vio otorgada la potestad de decidir si consentía la esclavitud en su territorio o la prohibía. La única excepción al respecto fue el territorio situado al norte del río Ohio, donde la esclavitud ya había sido prohibida antes de que la Constitución fuera redactada y promulgada.
A pesar de todo lo anterior, durante los años que siguieron a la independencia, la posición antiesclavista mantenida por los cuáqueros se fue popularizando y caló en primer lugar, como era de esperar, entre las personas que pertenecían a alguna iglesia. Así, el 1 de enero de 1808 se declaró ilegal la importación de esclavos africanos y en 1819 la institución misma de la esclavitud se convirtió en ilegal en los estados situados al norte de la línea Mason-Dixon, que señalaba el límite entre Pennsylvania, el territorio denominado así por haber sido adquirido por el cuáquero inglés William Penn, y Maryland. Para aquel entonces, los denominados «estados libres» no reprimían sus críticas contra los «estados esclavistas» ya que éstos mantenían en pie una institución que sólo podía ser considerada ominosa y cuya vergüenza se transmitía a toda la nación en bloque.
Contra lo que suele creerse, es más que posible que la esclavitud hubiera podido desaparecer de los estados sureños durante aquellos primeros años del siglo XIX. De hecho, no eran pocos los dueños de esclavos que los emancipaban en su testamento y tampoco faltaron las organizaciones que buscaron devolver a los negros a su continente de origen. En 1816, por ejemplo, se fundó la Sociedad Americana de Colonización que trasladó a África un contingente de negros liberados con los que se fundó Liberia. La capital de la nueva nación recibió precisamente el nombre de Monrovia en honor del presidente Monroe.3
La razón que impidió que este proceso de abolición paulatina de la esclavitud continuara hasta la extinción de la institución fue, paradójicamente, un avance técnico. Un tal Eli Whitney, natural de Connecticut, inventó a finales de 1793 una máquina desmotadora que permitía con bastante facilidad separar las fibras de algodón de las simientes. El nuevo invento facilitaba enormemente su cultivo e impulsó una producción floreciente destinada a la industria textil no sólo del norte de la nación, sino también del extranjero, especialmente de Gran Bretaña. Sin embargo, el algodón debía ser previamente recogido a mano por legiones de braceros y los cultivadores llegaron a la conclusión de que la mano de obra más idónea era precisamente la que podían proporcionar los esclavos. Semejante análisis ha sido desmentido repetidamente en estudios económicos que señalaban la tendencia a la molicie de los esclavos, el gasto que éstos significaban para sus amos cuando enfermaban y envejecían, etc.,4 pero semejantes argumentos no resultaban convincentes para los agricultores del Sur. De esa manera, la esclavitud no sólo no desapareció, sino que incluso se vio como un requisito indispensable para la prosperidad económica de los estados sureños. En su defensa no sólo se alegaban los pervertidos argumentos que, por ejemplo, habían utilizado los ilustrados franceses del siglo anterior, sino también el temor a los efectos terribles de una rebelión de esclavos como la que había padecido la isla de Santo Domingo5 o el sistema federal que, supuestamente, dejaba al arbitrio de cada estado la regulación de un tema como la esclavitud.6
Durante la segunda década del siglo XIX, a pesar de su firme creencia en que la razón y el derecho les asistían, y aunque contaban con mayor superficie,7 los sureños eran conscientes de que el crecimiento demográfico no actuaba en su favor. Los estados esclavistas no alcanzaban los cuatro millones y medio de habitantes, de los que una tercera parte eran esclavos negros, frente a los cinco millones de habitantes de los estados libres. Además, los inmigrantes extranjeros se asentaban en el norte industrial y no en el sur, donde las tareas agrícolas eran llevadas a cabo mayoritariamente por esclavos. Las consecuencias políticas de este proceso eran claras. Si en el Congreso de los Estados Unidos esta diferencia se traducía en una ventaja de los estados libres sobre los esclavistas en una proporción de tres a dos, en la elección de los presidentes, su peso era también mayor. Los estados esclavistas podían haber llegado a la conclusión de que la esclavitud, que aparentemente les resultaba tan beneficiosa, en realidad les estaba creando unos problemas que cada vez serían mayores. No obstante, prefirieron encastillarse en esa política apoyándose en el Senado. Dado su carácter de cámara territorial, lo que se traducía en que cada estado contaba con dos senadores por desigual que fuera su población, los sureños podían seguir imponiendo su punto de vista aunque fuera minoritario (¡e injusto!) siempre que el número de estados libres no fuera superior al de los esclavistas. En 1819, de los veintidós estados, la mitad exacta era esclavista.8
La posición de los estados sureños en 1820 obtuvo una clamorosa victoria en virtud del denominado «Compromiso de Missouri». De acuerdo con éste, Maine fue aceptado como estado libre al mismo tiempo que Missouri lo era como estado esclavista. A la vez que se mantenía la igualdad de senadores, se acordó que la esclavitud quedaría excluida de los territorios no organizados como estados situados al norte de los 36 grados 30 minutos de latitud Norte, es decir, el límite meridional de Missouri. Dado que los estados esclavistas contaban con que el dominio español al sur de las fronteras de Estados Unidos iba a desmoronarse de un momento a otro, a su juicio podía producirse una expansión territorial hacia México, donde podrían crear todos los estados esclavistas que desearan. A todo lo anterior iba a sumarse un episodio fatal que retrasó considerablemente las posibilidades de emancipación de los esclavos.
DE LA REBELIÓN DE NAT TURNER AL COMPROMISO DE 1850
El 21 de agosto de 1831, Nat Turner,9 un esclavo negro del condado de Southampton, Virginia, irrumpió en compañía de siete compañeros en casa de su amo y lo mató, al igual que a otros cinco miembros de su familia. Se produjo a continuación una verdadera orgía de sangre en el curso de la cual Turner y una setentena de esclavos negros ocasionaron la muerte de cincuenta y cinco blancos en un solo día. La reacción no se hizo esperar. El 30 de octubre, Nat Turner fue capturado y el 11 de noviembre se procedió a su ejecución en la horca en compañía de otros dieciséis esclavos. Para entonces, un centenar más de negros, no pocos de ellos inocentes, habían sido muertos.
En realidad, fueron muchos los esclavos que defendieron a sus amos durante la revuelta de Turner, que, por otro lado, no contó con ningún tipo de ayuda externa. Sin embargo, de manera fácilmente comprensible, en los estados sureños se desató una oleada de pánico que disipó cualquier posibilidad de tratar con sensatez la cuestión de la esclavitud. Así, los estados sureños realizaron incesantes presiones, no sin éxito, para que se restringieran las actividades de los grupos abolicionistas. Éstos, sin embargo, iban a recibir un inesperado apoyo popular a raíz de un proceso que sería célebre.
En 1807, como consecuencia de la actividad de una serie de grupos cristianos, entre los que destacaron metodistas, bautistas y cuáqueros, Gran Bretaña declaró abolido el comercio de esclavos, una medida que fue seguida de manera casi inmediata por los Estados Unidos. Cuando en 1833 se liberó a todos los esclavos en territorio bajo bandera británica, la respuesta norteamericana fue muy diferente. De hecho, mientras que buen número de naciones suscribieron tratados con Gran Bretaña que facultaban a los navíos de esta nación para detener e inspeccionar los barcos que pudieran comerciar con esclavos, Estados Unidos se opuso tajantemente a tal medida. La consecuencia directa de semejante actitud fue que los barcos negreros comenzaron a navegar bajo pabellón americano. En 1839, uno de estos navíos, el barco español Amistad, sufrió un motín de los esclavos negros en su travesía hacia Cuba. Los africanos mataron al capitán y a uno de los marineros y a continuación abandonaron a los demás en la costa, a excepción de dos tripulantes que debían llevar el barco de regreso a África. Los marineros lograron engañar a los negros y éstos atracaron en New Haven, Connecticut. España exigió entonces que los Estados Unidos devolvieran a los negros para juzgarlos como piratas. Van Buren, el entonces presidente, consideraba legítima la petición española, pero los grupos abolicionistas argumentaron que la esclavitud era ilegal en Connecticut y que, dado que los negros debían ser considerados libres, era un absurdo entregarlos a las autoridades españolas para que los esclavizaran de nuevo, si es que no los ejecutaban.
El asunto llegó al Tribunal Supremo, donde cinco de sus miembros, incluyendo a Taney,10 el presidente, eran originarios de estados esclavistas, pero donde la tesis favorable a la liberación de los esclavos corrió a cargo de John Quincy Adams. Aunque el episodio ha recibido un relieve exagerado en una reciente película de Spielberg, lo cierto es que Adams no tuvo que conmover a los jueces por la sencilla razón de que la ley estaba sobradamente de su parte. El comercio de esclavos era ilegal tanto según las leyes norteamericanas como de acuerdo con las españolas y, por añadidura, los negros habían intentado librarse de un secuestro. Por todo ello, no es de extrañar que el 9 de marzo de 1841 el Tribunal Supremo dictara una resolución favorable a la libertad de los esclavos que, al fin y a la postre, fueron devueltos a África. En los estados esclavistas, la sentencia fue muy mal recibida en la medida en que dejaba impunes los homicidios de hombres blancos y, para colmo, a los pocos meses, los ánimos sureños volvieron a encresparse.
La causa fue un episodio que tuvo lugar el 27 de octubre de 1841. En la citada fecha, un barco americano, el Creole, que transportaba a ciento treinta esclavos negros de Hampton Roads, Virginia, a Nueva Orleans, Louisiana, sufrió un motín en el curso del cual murió un hombre blanco pasando la nave a manos de los insurrectos. El Creole fue conducido hasta las Bahamas, posesión británica a la sazón, donde las autoridades detuvieron a los amotinados y pusieron en libertad a los restantes esclavos. Los norteamericanos alegaron que el asunto del Amistad no establecía ningún precedente, pero que incluso aunque ése hubiera sido el caso no era de aplicación al asunto del Creole, ya que la nave no transportaba negros africanos sino americanos y además realizaba una travesía entre dos puntos del territorio nacional. Los británicos ignoraron las protestas norteamericanas y se negaron a entregar a los esclavos.11
El asunto del Creole sirvió para atizar el enfrentamiento entre abolicionistas y esclavistas. Uno de los representantes de Ohio, llamado Joshua Reed Giddings, aprovechó la situación para presentar en el Congreso una serie de proyectos de ley antiesclavistas encaminados, por ejemplo, a impedir la navegación costera para transportar esclavos entre estados. La reacción sureña fue durísima y no sólo consiguió que el Congreso rechazase las propuestas, sino que incluso provocó una moción de censura contra Giddings, que renunció inmediatamente a su escaño. Sin embargo, el congresista no estaba dispuesto a dejarse vencer y se presentó a las elecciones convocadas para cubrirlo. El 8 de mayo de 1842 fue reelegido por una considerable mayoría.
Las continuadas victorias obtenidas por los esclavistas se vieron sometidas a un imponente desafío después de la victoria de los Estados Unidos sobre México. De los territorios anexionados, California deseaba ser un estado libre, el decimosexto frente a tan sólo quince esclavistas, y el resto tenía la intención de prohibir en sus constituciones la esclavitud. La única posibilidad de igualar nuevamente el número de estados era que Texas aceptara la desmembración, pero sus habitantes rechazaban tal posibilidad. En medio de este clima, algunos sureños como William Lowndes Yancey, de Alabama, abogaron claramente por la secesión.
Al final, se llegó a un acuerdo, el Compromiso de 1850, que permitió que los estados sureños aceptaran que California fuera un estado libre. Sin embargo, las contraprestaciones no fueron escasas. De entrada, la esclavitud no se prohibiría de manera previa en el resto de los territorios arrebatados a México. Además, el tercio noroccidental de Texas sería desgajado para poder formar estados esclavistas y en compensación Estados Unidos pagaría las deudas que hubiera contraído durante su existencia como nación independiente. Por si fuera poco, el Congreso no interferiría en el comercio interestatal de esclavos y adoptaría medidas más eficaces para el retorno de esclavos fugitivos. Como contraprestación simbólica, se prohibió el comercio de esclavos en el distrito de Columbia, ya que a no pocos congresistas les repugnaba ver semejante actividad cerca del Capitolio. Sin embargo, la esclavitud misma siguió siendo legal.
LA LEY DEL ESCLAVO FUGITIVO12
El 9 de septiembre de 1850, California entró en la Unión como trigésimo primer estado y décimo de los libres. Texas renunció ese mismo día a sus reclamaciones en el noroeste, pero seguía siendo el estado mayor de la Unión, seguido inmediatamente por California. Nueve días después fue aprobada la denominada ley del esclavo fugitivo.
El texto fue un éxito clamoroso de los esclavistas, ya que valiéndose del mismo cualquier negro podía ser reclamado como esclavo en virtud únicamente de una declaración jurada del supuesto dueño o de su representante. El negro, por el contrario, no podía prestar testimonio y se veía privado del juicio por jurado.
Para cumplir la ley se nombraron comisionados especiales que podían firmar órdenes de arresto de los esclavos fugitivos y diligencias para que fueran devueltos a sus amos. Los comisionados estaban provistos de respaldo federal y podían exigir la cooperación de la policía local e imponer multas hasta una cuantía de mil dólares...

Índice

  1. Cover Page
  2. Title Page
  3. Copyright Page
  4. Índice
  5. Preámbulo
  6. Capítulo 1: Una nación grande divida por la esclavitud
  7. Capítulo 2: Un hombre llamado Abraham Lincoln
  8. Capítulo 3: El candidato Lincoln
  9. Capítulo 4: La secesión
  10. Capítulo 5: Lincoln llega a Washington
  11. Capítulo 6: Amargura tras amargura
  12. Capítulo 7: La guerra cambia de signo
  13. Capítulo 8: «Con caridad hacia todos...»
  14. Capítulo 9: El final
  15. Conclusión: La fe de Lincoln
  16. Bibliografía
  17. Notas
  18. Acerca del autor