
- 208 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Volvamos a la fuente
Descripción del libro
La iglesia actual se debate entre los sencillos y sanos principios escritúrales y la fuerza de la tradición aunada a las corrientes, aires de doctrinas y mandamientos de hombres que se caracterizan por lo novedoso de sus formas y lo asimilado a la vorágine de eso que los cristianos llamamos mundo. Hay congregaciones muy apegadas al canon bíblico como las hay también las que no conocen la revelación especial de Dios. El aporte que hace el autor, Gerardo De Ávila, con esta obra a la grey del Señor, es precisamente señalar los errores en que algunos caen como además las maneras sencillas de volver a la fuente de nuestra doctrina cristiana única y exclusiva, la Biblia.
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Información
CAPÍTULO OCHO
ÁREAS QUE DEBEN SER REVISADAS
Lo dicho hasta aquí permite establecer la necesidad de revisar la vida y enseñanza de la iglesia. En esta sección voy a tratar las áreas que, en mi opinión, deben ser revisadas con urgencia y armonizadas con el pensamiento bíblico. Me propongo hacer esto con sencillez de corazón, sin intención autoritaria, con la esperanza de que lo que escriba sea juzgado piadosamente con un corazón también sencillo, divorciado de prejuicios. En esta exploración no tengo la pretensión de ser exhaustivo. Tampoco reclamo una revelación directa de Dios, solo la revelación general que cualquiera puede encontrar en las Sagradas Escrituras confiando en la iluminación del Espíritu del Señor.
Cualquiera que ame a la iglesia y la juzgue objetivamente, reconoce que esta tiene prácticas y tradiciones que obstaculizan el desarrollo de su vida y labor.
Por ser un organismo y no un fósil, la iglesia necesita mantenerse alerta a la dinámica y cambios de la sociedad que pretende redimir. La interpretación de los cambios sociales es crítica al ministerio de la iglesia.
Las preguntas fundamentales que la iglesia tiene que plantearse son: ¿Qué cambios debe asimilar? ¿Qué cambios debe resistir?
Hay prácticas que en su tiempo pudieron haber resultado efectivas pero que en la actualidad estorban. Ya cumplieron su función y hoy constituyen un obstáculo.
Si la iglesia, por aferrarse caprichosamente a ciertas prácticas, no cambia con la sociedad, en lo que puede y debe, pierde la comunicación. Si la iglesia, por estar «al día», cambia en lo que no debe, pierde su virtud. En ambos casos su labor redentora se perjudica. En un caso porque pierde la capacidad de comunicadora, y en el otro porque pierde el mensaje que debe comunicar. Aquí la diferencia entre forma y esencia es crítica.
Insistir en normas y patrones sociales que la sociedad hace tiempo abandonó es convertir a la iglesia en un anacronismo, en una especie de pieza de museo. Cambiar indiscriminadamente, para hacer a la iglesia «atractiva» y ganar la aceptación de la gente, convierte a la iglesia en una mera asociación. Ambos errores, en mi opinión, se cometen en la iglesia contemporánea.
Hay grupos que se aferran a modos sociales que hace décadas pasaron. La gente ve a estos cristianos como curiosidades. Por desdicha, ellos piensan que el rechazamiento de la sociedad es parte del vituperio de Cristo que deben pagar por tratar de ser fieles a Dios en una generación adulterina y pecadora. Irónicamente, la realidad es que el desprecio social que sufren no deriva de la fidelidad al Señor, sino de fidelidad a prácticas que nada tienen que ver con el evangelio.
Otros pastores e iglesias, para apelar al mundo, han convertido la adoración en una forma de entretenimiento. En algunos programas en templos, televisión o radio, si no fuera por la mención ocasional de Dios o de Jesucristo, o de alguna palabra relacionada con el vocabulario religioso no se sabría que lo que se está presentando tiene la pretensión de ser cristiano. En algunos casos es difícil distinguir si se trata de un predicador, de un cómico profesional o de un prestidigitador. Se han creado versiones «cristianizadas» de programas populares de la televisión. Algunos púlpitos están saturados de «pop psychology».
Es urgente que, con honestidad y valor, algunos aspectos de la vida de la iglesia sean revisados. Naturalmente no se trata de romper, de forma indiscriminada, con todas las tradiciones, prácticas y creencias. Tampoco de aceptar a ciegas todos los cambios sociales o acabar con las tradiciones sin juzgarlas o porque sencillamente son tradiciones.
Las tradiciones per se no son malas. Ninguna sociedad puede existir en un vacío de tradiciones. Las tradiciones son las que dan cohesión y continuidad a cualquier grupo social.
Cuando Cristo condenó las tradiciones de los ancianos no condenó las tradiciones en sí. Lo que Cristo condenó fue que las tradiciones usurparan el lugar de la palabra de Dios y se convirtieran en cargas que él no había impuesto. Las tradiciones de los ancianos no tenían la legítima función que una tradición debe tener en la vida de una sociedad.
Además, las tradiciones de la iglesia no siempre expresan la voluntad de Dios. Pero a la iglesia, como institución, no le gusta que cuestionen sus tradiciones. «El libro de Job es, en pocas palabras, un atrevido manifiesto. Las ideas revolucionarias siempre disgustan a la gente: Los antiguos tuvieron problemas con su tesis que el sufrimiento no es prueba de pecado, así como los modernos están frustrados con su corolario, que la victoria no es prueba de virtud. Retar a la religión sobre bases morales es chocante a la autoridad establecida porque es atreverse a afirmar que la tradición puede no expresar correctamente el designio de Dios …»1
Yo sé el riesgo que tiene enfrentarse a las tradiciones. Pero yo no estoy abogando por el rechazamiento indiscriminado de toda tradición. Lo que propongo es una revisión responsable de lo que la iglesia cree y practica. Una revisión que determine qué es lo que tiene legítimo derecho a existir y ser parte de la iglesia de hoy. Qué forma parte de la iglesia eterna. Qué debe ser eliminado o modificado. Ya sea porque pertenece a una época pasada. Es la imposición de una cultura a otra. O porque nunca debió ser parte de la iglesia.
Una de las dificultades que tiene un gran segmento de la iglesia y de su liderato es la ausencia de una cosmovisión cristiana. No existe la integración de un sistema de valores cristianos que sirva de rector en la vida y fe de la iglesia frente a un mundo fuera de control.
Hay pastores y líderes que asisten a un retiro, a un taller, a una campaña o congreso y regresan a sus congregaciones para implementar, sin análisis, sin crítica, las ideas que recibieron. Esto dura hasta que asisten al próximo congreso o taller donde escuchan nuevas ideas que tomaran el lugar de las anteriores. Puede que sean las caídas «en el espíritu», la prosperidad, la guerra espiritual, con todas sus especializaciones, la risa, las danzas o el mesianismo. Con cada nuevo evento al que asisten los pastores, la fe, la vida y el culto de la iglesia cambian. Estos pastores no han integrado un sistema cristiano de valores. No han desarrollado una cosmovisión cristiana. Lamentablemente, como decían en mi pueblo, estos pastores bailan al son que les toquen.
Una de las ventajas de una cosmovisión es que esta funciona automáticamente. En la década de los sesenta, cuando vivía en Nueva York, escuché en una reunión de pastores a un predicador que estaba en boga. Este hombre dijo que los cristianos perdían su tiempo cuando oraban por los gobernantes. Aparentemente dicha por él, la declaración llevaba peso, pero mi mente de inmediato fue a las palabras de Pablo: «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad».2 Estas palabras contradecían lo que el inspirado predicador estaba diciendo. Pero, aparentemente, la gente aceptó lo que el hombre había dicho, lo cual implica que desconocían lo que Pablo dijo a Timoteo o que le daban importancia secundaria.
En el pensamiento de muchos líderes no existe un categórico marco de referencia que juzgue y guíe a la iglesia con firme timón y rumbo definido, a través de este turbulento mar de cambios y novedades.
Con la explosión en las comunicaciones que existe hoy, lo que ocurre en una iglesia se conoce rápido en las otras y empieza la peregrinación. El pastor no informado, sin una teología cristiana categórica, siente la presión que hacen miembros de su iglesia que asistieron a donde «dios», con minúscula, está haciendo las últimas cosas, o de miembros que se han enterado de lo que está ocurriendo en otro lugar. Para no perder miembros, para no quedarse atrás, o para que no crean que él esta fuera de frecuencia, busca al protagonista de los últimos acontecimientos o a alguien que haya aprendido las técnicas y arma en su iglesia su propio espectáculo. Lo que estén dando en otro lugar él también lo ofrece. No hay necesidad de buscarlo en otra parte.
Estas cosas no pasarían si hubiese madurez espiritual. Una persona madura, formada, es aquella que ha integrado un sistema que reacciona automáticamente al mundo que le rodea. La conducta no la determina el medio ni lo que está ocurriendo sino los valores que están interiorizados. La persona inmadura es la que tiene los archivos de su psiquis vacíos. Esta funciona por impulsos. No hay un marco de referencia que juzga, que determina. Una de las razones por las que se están infiltrando ideas paganas en la iglesia de hoy es por la ignorancia tanto de paganismo como de cristianismo que tienen los que la dirigen. Para que a uno no le pasen gato por liebre uno tiene que saber lo que es un gato y lo que es una liebre. Por desgracia hay algunos que no saben lo que es ninguna de las dos cosas. Los que frente a una supuesta manifestación espiritual dicen que no se debe juzgar, que no se debe pensar, solo recibir, no conocen el cristianismo que dice «y los demás juzguen»3 y no conocen el misticismo pagano que dice que la razón es el peor enemigo de la espiritualidad. La reacción frente a la manifestación no es cristiana sino pagana.
La labor de revisión de la fe y práctica de la iglesia solo puede ser llevada a cabo por aquellos que la aman. Pero no es suficiente amar. El amor mal informado puede ser destructivo. Este trabajo requiere, además de amor, una sólida educación cristiana que permita hacer la distinción entre la teología y la sociología de la iglesia. Entre la fe cristiana y las religiones de misterio. Entre la fe una vez dada a los santos y la tradición. Entre cristianismo y paganismo.
Dos ejemplos de la sociología de la iglesia son suficientes. Cuando se habla de cristiana sepultura o de matrimonio cristiano, ¿se está hablando de teología o de sociología? Sin duda se está hablando de sociología. No hay tal cosa como cristiana sepultura desde el punto de vista de la doctrina cristiana. El Nuevo Testamento no ordena ningún ritual ni da instrucciones para disponer del cadáver de un cristiano.
El Nuevo Testamento habla de lo que hacían con los muertos los judíos contemporáneos de Cristo. Pero esa es la costumbre de los judíos no la doctrina cristiana.
Hay quienes se oponen a la cremación de los cadáveres y dicen que ellos quieren ser enterrados cuando mueran porque Cristo no fue quemado sino enterrado. Esto es ignorar que la sepultura de Cristo no la determinó Dios sino la cultura judía del siglo primero. Y Cristo en realidad no fue enterrado sino puesto en una cueva. Desde un punto de vista neotestamentario el cuerpo de un cristiano fallecido se puede quemar, enterrar, momificar, o utilizarse para que los estudiantes de medicina practiquen.
En mi caso, las instrucciones que he dado a mi familia es que dispongan de mi cuerpo muerto en la forma más económica. Hasta el momento la cremación es lo que sale más barato. Si no aparece un método más barato seré cremado. Si muero fuera de Miami, donde ahora resido, cuando les informen de mi muerte a mis familiares, el que reciba la información debe decir que, dentro de las leyes del país, escojan el método más barato para disponer del cadáver y les manden la cuenta. No concibo que se le pague pasaje de avión a un cadáver, aunque tengo absoluto respeto para los sentimientos de los que lo hacen.
Lo que la gente gasta en funerales se encuentra, en mi opinión, entre los gastos más absurdos y manipulados. Es vergonzoso ver cómo se manipulan los sentimientos de los dolientes. Se les ofrecen servicios de diferentes precios que tienen que ver con la calidad de los materiales de los sarcófagos y otros extras. Uno de estos extras es risible: sarcófagos impermeables, con la garantía de que no les entrará el agua, esto impediría que el cadáver se resfríe. La bendición de un sacerdote, en algunas funerarias, agrega setenta y cinco dólares al costo del funeral. El razonamiento de los dolientes, que es explotado por la funeraria, es que como eso es lo último que harán por el difunto no deben escatimarse gastos. La realidad es que por el difunto no se está haciendo nada, pero sí por el dueño de la funeraria. En algunos casos la familia contrae una deuda que desestabilizará su presupuesto.
Por otro lado la ostentación y exageración en honras fúnebres y monumentos en los cementerios derivan del orgullo y/o de la falta de esperanza. Yo considero pecaminoso el derroche de dinero en honras fúnebres. Una concepción cristiana de la vida y de la muerte no requiere de ninguna de estas cosas. Cuando yo fallezca no habrá funeral. Del lugar donde muera al crematorio. Y no quiero que le entreguen la ceniza a mi familia porque ¿cómo sabrán ellos que esa es mi ceniza? Y si lo fuera, ¿qué significado tiene?
Además, es común, el caso de personas que le hicieron la vida imposible al difunto y en el funeral hablan maravillas de él. Como a mí no se me hará funeral le negaré la oportunidad de purgar su remordimiento a aquellos que me difamaron e hicieron difícil mi trabajo pastoral. La oportunidad la tienen mientras yo esté en la tierra.
El cuerpo de una persona después de fallecida es como el automóvil que deja de funcionar. El automóvil es el vehículo que esta usaba para desplazarse del punto A al punto B. Eso es el cuerpo humano, sencillamente un vehículo. El Nuevo Testamento no da base para otra opinión. Nadie, a menos de un excéntrico, gasta dinero en la conservación o atención de un vehículo que ya no funciona. Solo lo mínimo para deshacerse de él. Lo relacionado con los funerales es parte de la cultura no de la fe cristiana. No hay tal cosa como cristiana sepultura, sino sepultura de cristianos.
El matrimonio por la iglesia es otra creación no de la teología sino de la sociología de la iglesia. El matrimonio civil es lo único que necesitan los cristianos, y ni este en las sociedades donde no existe una legislación del matrimonio.
Las ceremonias matrimoniales donde un pastor oficia y declara a los contrayentes marido y mujer son producto de la iglesia como sociedad y no como cuerpo de Cristo. Casar no es parte de la descripción que el Nuevo Testamento da de la función pastoral.
Estas ceremonias y las recepciones que siguen a ellas son a veces una oportunidad de ostentación y derroche, que en estos casos se constituyen en pecado y no en celebración cristiana. Lo que se gasta en casar y divorciar son dos grandes negocios de una sociedad corrupta.
Sobre el aspecto teológico del matrimonio hablaré más adelante cuando lo use como ilustración de lo que es bíblico y lo que no lo es. Ahora pasemos a las áreas que en mi opinión necesitan ser revisadas.
1. CONCEPTO DE MINISTERIO.
Entre los aspectos que tienen que ser revisados con urgencia en la vida de la iglesia se encuentra el de sus ministros. Son varios los aspectos del concepto de ministerio que creo se deben atender.
1) Vocación.
Dios ha perdido el control de la ordenación de sus ministros. La institucionalización de la iglesia por un lado y su popularización por el otro, han quitado de las manos del Señor de la iglesia la selección de sus ministros.
El llamado al ministerio como experiencia espiritual en respuesta a una acción divina se ridiculiza en algunas instituciones. Hace años leí en la revista de un seminario teológico, de los que llaman acreditados, un artículo escrito por el rector. El artículo versaba sobre el llamado al ministerio cristiano. La palabra llamado aparecía entre comillas. Aparentemente las comillas tenían la intención de subestimar el concepto de llamado como una experiencia espiritual. Para esta gente el llamado no es una experiencia de profundo significado espiritual donde se responde en obediencia a Dios, sino la elección de una profesión como otra cualquiera. El pastor de una de las iglesias que llaman históricas dijo a un joven que estaba interesado en el ministerio que ser pastor era como ser médic...
Índice
- Cover
- Title Page
- Contenido
- Introducción
- Capítulo Uno: Arbitrariedad del cristianismo
- Capítulo Dos: La fe una vez dada a los santos
- Capítulo Tres: Sin Nuevo Testamento no hay cristianismo
- Capítulo Cuatro: Error metodológico
- Capítulo Cinco: Veinte siglos de tradición y deformación de la fe
- Capítulo Seis: Corrección del error metodológico
- Capítulo Siete: Tres teologías en conflicto
- Capítulo Ocho: Áreas que deben ser revisadas
- Capítulo Nueve: Obstáculos para llevar a cabo la revisión de estas áreas
- Capítulo Diez: Única esperanza
- Conclusión
- About the Author
- Copyright
- About the Publisher
- Notas