La iglesia relevante
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La iglesia relevante

Robert Barriger

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La iglesia relevante

Robert Barriger

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Robert Barriger es considerado un valioso punto de referencia para miles de pastores en Latinoamérica. Sin ninguna duda, el trabajo logrado por su iglesia le da autoridad para hablar sobre formas en las que una congregación de creyentes puede convertirse en una influencia relevante en su comunidad, incluyendo el establecimiento de programas médicos, políticos y familiares como muy pocas congregaciones de América. Barriger es el pastor principal de Camino de Vida en Lima, Perú, una de las iglesias de más impacto en el país y en todo Sudamérica. Esta iglesia ha llevado a cabo una serie de proyectos de valor cultural y de influencia gubernamental en servicio a la comunidad. Barriger es de California, pero hace muchos años hizo del Perú su casa donde vive con Su esposa, dos hijos y nietos. Su libro, La Iglesia Relevante, es una lectura sin duda requerida para cualquiera que quiere que su iglesia crezca en calidad como en cantidad y que busca que sea de un profundo impacto en la sociedad que la rodea.

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Información

Editorial
Vida
Año
2014
ISBN
9780829766004
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CAPÍTULO 1
ALABAR A DIOS SOBRE CEMENTO
¿QUÉ ES LO MÁS IMPORTANTE EN LA IGLESIA?
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Crecí en Los Ángeles, California, y como vivía cerca de la playa, esta se convirtió en mi vida: amaba surfear y formé parte de un grupo de jóvenes en Santa Mónica, donde solo pensábamos correr olas e ir a fiestas. En ese tiempo (los años 70) había un movimiento cristiano llamado Jesus People (Gente de Jesús), mediante el cual miles y miles de hippies se estaban convirtiendo en cristianos. Como yo también quería conocer más de Dios, acepté la invitación de un amigo para asistir a un concierto de música en su iglesia, y, un poco en burla, le dije: «¿Un concierto en una iglesia?», y pensé que vería a una abuela tocando el órgano; pero cuando mi amigo me dijo: «No, es un concierto de música rock», no le creí: «¿De rock? ¿En una iglesia? No puede ser». Para mí la iglesia siempre había sido muy tradicional, para gente mayor, para ancianos. Mi amigo insistió: «Es para jóvenes y hay música rock». Finalmente me convenció y agregué: «Bueno, vamos a ver».
Cuando llegué a la iglesia, vi a un grupo de músicos jóvenes que al parecer recién se habían juntado, quizá no eran tan buenos, pero noté que eran como yo. En esos días, como todo surfista, solo pensaba en correr olas, tenía el cabello largo, vestía shorts y andaba en sandalias. Luego de un rato, estos jóvenes empezaron a tocar música cristiana… Eso me impresionó, y fue en esa iglesia donde entregué mi vida a Cristo.
En ese tiempo también había otra iglesia, en Costa Mesa, a una hora de camino al sur de Santa Mónica, California, que ofrecía conciertos de música rock con temas cristianos. Esa iglesia fue una de las pioneras en aceptar la guitarra eléctrica y la batería. Se llamaba Calvary Chapel y, si bien su templo para 300 personas era grande en esos tiempos, no era suficiente para los miles de hippies que llegaban a los conciertos queriendo entrar. Entonces los pastores armaron una carpa de circo en el estacionamiento y organizaron conciertos de música todos los viernes. Recuerdo esos conciertos, eran preciosos, cada vez que iba veía a cientos de hippies entregando su vida a Cristo. El pastor de esta iglesia era Chuck Smith, quien luego escribió un libro sobre esta experiencia, Harvest, donde narra una historia que marcó mi vida.
El pastor Chuck relata que, con mucho esfuerzo, la iglesia logró construir un nuevo local con capacidad para unas tres mil personas, era una iglesia bella con bancas de tela importada y una fina alfombra sobre el piso. Cuando llegó el día de la inauguración, el pastor fue temprano a la iglesia y encontró a muchos jóvenes sentados afuera del edificio. Les preguntó por qué no entraban a la iglesia. Y ellos le dijeron: «No podemos entrar», mientras le señalaban un letrero escrito a mano, encima de la puerta principal, que decía: «Prohibido ingresar sin zapatos». El pastor supo de inmediato de dónde venía esto; arrancó el cartel de la puerta y entró en la iglesia. Adentro, los ancianos ya lo estaban esperando y, al verlo, le dijeron lo que siempre se oye: «Pastor, la iglesia debe ser respetada, es un santuario, esos jóvenes van a ensuciar la alfombra con sus pies descalzos y sus jeans sucios, deben saber respetar la casa de Dios, ya es tiempo de enseñarles a honrar a Dios y vestirse mejor». Entonces el pastor les dijo lo siguiente: «El día que esta alfombra prohíba a un joven entrar por las puertas de esta iglesia, ese mismo día arrancamos la alfombra y alabamos a Dios sobre cemento. Si por causa de los jeans sucios tenemos que decir a un joven “lo siento, no puedes entrar a la iglesia esta noche”, cambiamos las bancas de tela importada por sillas de acero; pero nunca, nunca cerraremos la puerta de esta iglesia a alguien por la forma como se ve o por su vestimenta».
Entonces hago esta pregunta: ¿qué es más importante? ¿Las instalaciones, el edificio de la iglesia, la alfombra o la gente? Aún recuerdo esa transición, cuando la iglesia dejó de ser un lugar para un grupo de personas ya salvas y bien vestidas, y pasó a ser un lugar donde todos son bienvenidos. Mucha gente llega con problemas y numerosas necesidades, con los enredos de este mundo. Muchas veces, hasta el día de hoy, las personas llegan a nuestra iglesia con un tallarín de problemas… ¿Qué quiero decir con «tallarín»? Es que su vida es un enredo, porque no se sabe dónde comienza un problema y dónde termina el otro, simplemente es un tremendo nudo. Cuando me cuentan su vida y me dicen: «Pastor, ¿qué puedo hacer?», la verdad es que muchas veces no sé qué decirles; no tengo ni idea, solo las miro y les digo: «¡Te has metido en un gran problema!…». Luego me miran diciendo: «¿Qué? ¿No hay esperanza para mi vida?». Yo les respondo: «Aunque yo no lo sé, Dios sí lo sabe; si sigues a Cristo en el proceso del tiempo verás cómo Dios va ordenando tu vida».
Tenemos un Dios experto en desenredar tallarines. Y qué mejor lugar que la iglesia para que las personas puedan llegar y encontrar esta solución. Me doy cuenta de que los tallarines no siempre vienen bien vestidos; muchas veces vienen con blue jeans, tatuajes y vidas rotas. Pero, ¿qué es más importante? ¿Sanar a estas personas o proteger la alfombra de la iglesia?
Al llegar al Perú, en los años 80, encontré una situación parecida a la de mi generación de los años 60 y 70 en California; nuestra generación de hippies estaba cansada de la violencia de la guerra en Vietnam, y la gente en el Perú estaba cansada de la pobreza y la violencia en el país.
Cuando me preguntan cómo comenzó Camino de Vida (nuestra iglesia en el Perú), respondo que realmente fue por lo mismo. Porque encontré un paralelo entre mi generación de los años 70 en California y la de los 80 en el Perú. Llegué a Lima en el año 83, y viajé mucho por la costa, sierra y selva ayudando a las iglesias. Era la época del terrorismo, y cuando se puso peligroso viajar al interior del país, comencé a analizar mi trabajo con las iglesias y noté esto: en general, las iglesias en el Perú eran como esas iglesias en California que rechazaban a los hippies —de los cuales yo era uno— por nuestra manera de vestir o nuestro corte de cabello; lo cual, en parte, es legalismo, o sea, leyes y normas preestablecidas que había que cumplir antes de entrar a la iglesia o ser parte de ella. Los jóvenes que transitábamos por las calles teníamos una manera de vestir y la gente de la iglesia otra.
Durante la guerra en Vietnam tuve muchos amigos que fueron obligados a ir y pelear por una guerra que nadie quería y que parecía que era imposible de ganar. Los jóvenes solían enfrentar a la policía protestando en las calles, porque no encontraban solución en el gobierno ni en la sociedad. Hasta que Cristo llegó a ellos. Gracias a Dios que hubo iglesias que abrieron sus puertas para nosotros.
ENTONCES ME CONTESTARON: «NO, NO HACEMOS ROCK EN LA IGLESIA, ESO NO FUNCIONA EN ESTE PAÍS»
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En el Perú, en los años 80, uno de cada cincuenta jóvenes lograba ingresar a la universidad, y cuando se titulaban después de años de estudios, salían a ser taxistas pues el trabajo era escaso. En estos años, la mayor esperanza de los jóvenes peruanos era salir del país, es decir, no vieron futuro en su gobierno ni en su tierra; los que no lo lograban tenían otras opciones como esforzarse en encontrar un trabajo para no seguir viviendo en la pobreza, dedicarse a la droga o creer que a través del «conflicto armado» se podrían lograr cambios.
Básicamente, la iglesia no sabía cómo responder a la desesperanza de la juventud de esa generación; y para ellos la iglesia no era una opción.
Fue entonces que pensé: ¿por qué no abrimos las puertas de las iglesias a los jóvenes? Sabía que podíamos recibir a los jóvenes tal y como son: con zapatillas, con tatuajes y cabello largo. Tenía la esperanza de que si había funcionado en mi país, también podía funcionar en el Perú. Entonces fui a muchas iglesias y les pedí trabajar con ellos para ganar a los jóvenes. Me preguntaron: «¿Cómo?», y yo dije, entre otras cosas: «Con música rock». Entonces me contestaron: «No, no hacemos rock en la iglesia, eso no funciona en este país». Después de que tantas iglesias me dijeron que no se podía hacer eso, sentí la voz de Dios en mi interior que me decía: «Muéstrales». Y así comenzó Camino de Vida. Comencé a agrupar algunos jóvenes para darles una esperanza distinta y sana, donde podían ser parte de la respuesta y no del problema.
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CAPÍTULO 2
LA IGLESIA GLORIOSA
LA ATRACCIÓN MÁS GRANDE DEL MUNDO
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La iglesia no es para aguantarla, es para disfrutarla. En 1 Reyes 8.17 vemos que Salomón dice estas palabras en la dedicación del nuevo templo: «Mi padre David tuvo en su corazón edificar una casa al nombre del SEÑOR, Dios de Israel (NBLH)». Yo hago una pregunta: ¿saben nuestros hijos lo que hay en nuestro corazón? Salomón sabía lo que había en el corazón de su padre David, que era edificar una iglesia gloriosa, una iglesia bella, donde toda la familia podría entrar con alegría. Qué dirían nuestros hijos si les preguntaran: «¿Qué hay en el corazón de tu padre?». Algunos podrán decir el deporte, el trabajo, el auto, los hobbies; pero es simpático ver que Salomón sabía lo que había en el corazón de su padre: edificar una casa para Dios.
¿No es David quien afirmaba: «Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos»? (Salmos 122.1). ¿No es David quien dijo: «Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos»? (Salmos 84.10). ¿Y no es David quien danzaba cuando entraba en la presencia de Dios en su ciudad, sin tener vergüenza de los que lo miraban mal? David encontró la alegría en la iglesia. La Biblia habla de una iglesia así, de una iglesia que en los últimos tiempos será la atracción más grande del mundo (Isaías 2.2).
Algunos dicen que la iglesia es un edificio, y en el Nuevo Testamento la iglesia no es el edificio sino las personas, es decir, nosotros somos la iglesia (‘ekklesía’ es una voz griega que quiere decir «los llamados del mundo»). ¿Es la iglesia un edificio, o soy yo, como persona, la iglesia? Dios dice en la dedicación del templo de Salomón: «Mis ojos y mi corazón estarán allí por siempre» (2 Crónicas 7.16). Dios está diciendo que sus ojos y su corazón estarán en un edificio de ladrillos para siempre. ¿Por qué? Porque es allí donde la gente encuentra a Cristo.
¿Soy yo la iglesia? No, soy parte de la iglesia. La iglesia nunca es una persona sola; la iglesia es un grupo de personas llamadas por Dios. Es decir, una persona sola no hace la iglesia; la iglesia es una familia.
En Génesis, cuando Jacob se quedó dormido en un valle mientras huía de su hermano Esaú, tuvo un sueño y vio ángeles subiendo y bajando por escaleras. Esta historia se encuentra en Génesis 28, y los versículos 16 y 17 dicen: «Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo» (Cuán terrible = cuán asombroso = cuán Santo). En otras palabras, Jacob despierta del sueño con esta revelación: «Dios está aquí y yo no lo sabía». ¿Cuántos podemos decir en nuestra vida que Dios estaba con nosotros y no lo sabíamos? Ha habido momentos en mi vida en que dije: «¿Señor, dónde estás?», y mirando hacia atrás, hoy me doy cuenta de que Él estuvo conmigo todo el tiempo. Esta es la clase de encuentro que tiene Jacob, él está huyendo de su hermano pero tiene un sueño y ve que Dios está con él; en otras palabras, no solo es el Dios de su padre y de su abuelo, sino de él, es su Dios.
Ahora, del versículo 20 al 22 dice: «Hizo voto Jacob, diciendo: “Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy, si me da pan para comer y vestido para vestir y si vuelvo en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti”» (RVR 1995). Jacob tuvo una revelación por primera vez y dijo: «Dios, en verdad, tú estás conmigo, y si me permites volver en paz a mi casa, y sigues proveyendo por mí en el camino; tú serás mi Dios. El Dios de Jacob. No solo te serviré, sino que en este lugar haré una iglesia y apoyaré con mis finanzas la iglesia». Jacob hizo su promesa porque tuvo un encuentro con Dios y quiso honrar a Dios así.
Jacob dijo al despertar de su sueño: «Esta es la casa de Dios, la puerta al cielo». Es la primera vez en toda la Biblia que esta frase, «la casa de Dios», es mencionada. En otras palabras, Jacob tuvo una revelación de que la iglesia es una puerta al cielo.
LA IGLESIA NO ES PARA AGUANTARLA, ES PARA DISFRUTARLA
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Cuando hacemos esta pregunta: ¿dónde entregó su vida a Cristo? o ¿dónde nació de nuevo?, la gran mayoría responde: alguien me invitó a la iglesia y allí entregué mi vida a Cristo. Son pocos los que nacieron de nuevo oyendo un programa de radio o viendo la televisión, y muy pocos han encontrado a Dios leyendo la Biblia a solas en su casa. La gran mayoría ha encontrado a Cristo en la iglesia. Es decir, la iglesia es una puerta al cielo. De vez en cuando encuentro a algunos que me plantean lo siguiente: «No necesito la iglesia, yo encuentro a Dios en la naturaleza». Ellos se sientan frente al mar y dicen «este es mi dios»; ven un lago, un río o una montaña y dicen «este es mi dios, esta es mi iglesia». Yo les digo: «Sí, muy linda tu iglesia, pero no es como la mía. Porque mi iglesia tiene GENTE, mi iglesia no solo está en la naturaleza, no solo soy yo y un lago, mi iglesia está hecha de una multitud, es una puerta al cielo». De hecho, la iglesia no es tan bonita como una catarata o una montaña, porque está llena de gente que viene con problemas (tallarines); pero es allí donde vemos a Dios tocar y cambiar las vidas de las personas.
Amo la iglesia porque allí nos reunimos para alabar a Dios. Amo la iglesia porque es allí donde somos instruidos semanalmente en su Palabra. Amo la iglesia porque es un lugar sano para la familia, Amo la iglesia porque es allí donde paso los fines de semana más excepcionales. Es en la iglesia donde encontré a mi esposa, porque ambos tuvimos el mismo...

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