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Peldaños del discipulado
Un enfoque distinto, plenamente aplicable a todo buen sistema de discipulado
- 208 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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Peldaños del discipulado
Un enfoque distinto, plenamente aplicable a todo buen sistema de discipulado
Descripción del libro
Este libro no es otro método de discipulado, sino un enfoque distinto, pero plenamente aplicable a todo buen sistema de discipulado.Sin contrariar a ninguno en absoluto, contiene ingredientes que podrán corroborar y enriquecer a cualquier buen sistema.Se parte de la figura que nos proporciona Hechos 1:13, en la cual vemos a un grupo de discípulos que moran en un lugar alto. Sus vidas y ejemplos sirven de atracción e inspiración a otros para que se dispongan a subir a ese lugar alto en que ellos ya están.Así se construye una escalera imaginaria, pero muy práctica, de 25 peldaños, que se van tratando en forma progresiva. Cada uno de ellos representa una virtud, cualidad o capacidad que se ha de encontrar en todo buen discípulo.Se ameniza intercalando ejemplos ilustrativos sobre aspectos básicos y elementales, pero en la medida que se van escalando posiciones, la tónica del libro cobra facetas más altas y encumbradas. Estas y el capítulo final -El álbum de fotografías- podrán servir de desafío o inspiración aun para siervos ya formados y experimentados.
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
Ministerio cristianoCAPÍTULO DOS
El camino más excelente del amor (1 Corintios 12:31)
Antes de comenzar a desarrollar cada peldaño, no está de más que enfaticemos que todo discípulo deberá contar necesariamente con una genuina experiencia de conversión o renacimiento por el Espíritu. Trabajar con uno que no la tenga equivaldría a edificar sin haber puesto el fundamento, o a pretender que haya crecimiento sin que en realidad haya vida.
Entrando ahora en materia, este es el primer peldaño que distinguimos, el del verdadero amor. Más de uno podrá pensar o decir para sus adentros: «!Qué raro esto! Se suele empezar por el bautismo, la comunión de la Santa Cena o por los diezmos y las ofrendas». Desde luego que no dejamos de reconocer el lugar y el valor de estas cosas, y más adelante, a su debido tiempo, hablaremos sobre algunas de estas. Sin embargo, antes debemos señalar la importancia de distinguir con claridad la diferencia entre causa y efecto. En lo que atañe a la vida cristiana en la dispensación de la gracia en que nos encontramos, esto es absolutamente fundamental. Nos tememos que muchas veces hay quienes dan muestras de no tenerlo bien comprendido. Así, cuando algunos se encuentran con una situación de desgano e incumplimiento por parte de la grey—por ejemplo, falta de asistencia a las reuniones de oración y una disminución en los diezmos y las ofrendas—se disponen a contrarrestarla con fuertes llamadas de atención, o bien con exhortaciones en tono recriminatorio. Lamentablemente, por lo general esto solo produce resultados contraproducentes y refleja una falta de discernimiento correcto de las cosas.
Jesús dijo en Juan 14:23,24: «El que me ama, obedecerá mi palabra … El que no me ama, no obedece mis palabras». Aquí, con claridad cristalina, el Maestro nos señala que el amor hacia su persona, o la falta de este, constituyen el factor determinante de nuestras acciones en la vida cotidiana. Son muy bien conocidas las sentencias de Pablo en 1 Corintios 13, que afirman que si no tengo amor, por más cosas virtuosas que haga, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe, y nada soy, y de nada me sirve. Sin embargo, a la hora de la verdad, una gran proporción de la actividad dentro del marco de la iglesia se desenvuelve sin que tenga al amor como la fuerza motriz que la impulsa. Otros factores, tales como la búsqueda del éxito, alcanzar metas numéricas, o bien justificar el cargo que se ostenta, pasan a ser el propósito que pone y mantiene esa actividad en funcionamiento. Como no podría ser de otra forma, los resultados reales y duraderos en términos de auténticos valores espirituales, a menudo son muy magros y desalentadores.
El reino de Dios es esencialmente un reino de amor, así como Dios en su esencia es amor. Cuando él de veras llama y envía a alguien, siempre lo hace infundiéndole un genuino amor hacia aquéllos a quienes envía. Si este principio hubiese sido bien comprendido, muchos que han salido al campo misionero, por ejemplo, pero sin un verdadero llamado, no lo habrían hecho, y así se habrían evitado el tener que volver después de un tiempo fracasados y a menudo con mucho dolor y desaliento. Todo esto y mucho más que podríamos agregar pone de relieve la necesidad ineludible de que al discípulo se le debe enseñar y comunicar el lugar prioritario del amor como fuerza vital que lo mueva tanto en su relación con el Señor, como en toda su labor para él. En realidad, siendo el discípulo un verdadero hijo de Dios, nacido de lo alto, como dijimos al principio del capítulo, tendrá una buena base sobre la cual edificar. La base será el hecho sencillo y maravilloso de que al nacer de nuevo, nació del amor, pues «todo el que ama ha nacido de él (Dios) y lo conoce» (1 Juan 4:7, énfasis añadido). Y esto de por sí le dará una propensión natural a amar y desenvolverse en el amor.
No obstante, sobre esa base habrá que sobreedificar, a fin de inculcar en la enseñanza la preeminencia del amor, que deberá estar implícita en cada cosa que se haga o diga. Y notemos que este amor no es algo meloso o meramente sentimental. Desde luego que donde haya verdadero amor habrá sentimientos tiernos y sanos, pero el mismo también se manifestará con rasgos de firmeza para corregir cuando sea necesario e insistir en que se siga fielmente por el camino correcto de la verdad y de la estricta honradez en todo. Al mismo tiempo, le exigirá al discípulo la puntualidad y que sea muy consciente y responsable en toda su conducta, lo cual, claro está, será para su propio bien y para una correcta formación. En todo esto también será muy importante comprender las posibilidades de cada discípulo, para no exigir demasiado, y saber que no todos pueden aprender y progresar al mismo ritmo. Y se da por sentado que cada exhortación o enseñanza que se dé, debe ser algo que se vea plenamente reflejado en la vida y conducta del discipulador, no solo en este terreno del amor sino en todos los demás.
¿Me amas?
Esta es la pregunta que Jesús le hizo a Pedro en tres oportunidades en esa conocidísima ocasión que se nos narra en Juan 21. Aunque tenía una relación directa con el pastoreo de las ovejas y los corderos, fundadamente podemos hacerla extensiva a todas las demás áreas del servicio cristiano. Sin entrar a fondo en el pasaje, podemos extraer como conclusión muy importante que la tarea de apacentar a las ovejas y corderos, Pedro la iba a llevar a cabo por una razón principalísima. La misma no sería la fama, el éxito, la buena imagen ante los demás, la recompensa económica y ni siquiera hacer bien a los demás, por más encomiable que fuese esto último. En cambio, la causa o el móvil que lo impulsaría a esa tarea sería sencillamente el hecho de amar de veras a Jesús. Y bueno, de cómo desarrolló fiel y de manera cabal esa labor tenemos claras evidencias en dos pasajes, entre otros, que citamos a continuación:
«Pedro, que estaba recorriendo toda la región, fue también a visitar a los santos que vivían en Lida» (Hechos 9:32).
«Por eso siempre les recordaré estas cosas, por más que las sepan y estén afianzados en la verdad que ahora tienen. Además, considero que tengo la obligación de refrescarles la memoria mientras viva en esta habitación pasajera que es mi cuerpo; porque sé que dentro de poco tendré que abandonarlo, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. También me esforzaré con empeño para que aun después de mi partida ustedes puedan recordar estas cosas en todo tiempo» (2 Pedro 1:12-15).
Jesús, como el Maestro y discipulador modelo, en aquella ocasión puso en la vida de Pedro el fundamento firme e imprescindible del amor. Ese fundamento le sirvió muy bien a Pedro para todo el resto de su trayectoria.
En el primer versículo citado, lo vemos en una época temprana de la iglesia primitiva en la que visitaba y pastoreaba a todos los santos, por todo lo largo y ancho de la tierra que era su parcela en ese entonces, Judea, Galilea y Samaria.
En cuanto al pasaje de 2 Pedro, nos lo muestra dándose todavía de lleno a la misma labor hacia el final de su vida, pero en forma escrita, y en una proyección mucho más amplia y que había de continuar aún después de su partida. Como vemos, era un fundamento muy sólido el que le había dado Jesús, y que demostró ser plenamente consistente y satisfactorio para superar todas las pruebas y dificultades que le tocó enfrentar, y llegar airoso al final de su carrera. Esto último nos lleva a un punto que no debemos omitir. Cuando no se ha puesto en la vida de uno ese fundamento indispensable del amor, a la larga, al venir los vendavales y las tormentas, se correrá un serio riesgo de que todo se derrumbe y se llegue a un mal fin. Por medio de la gracia del Espíritu, el amor se vuelve en una fuerza muy contagiosa. El buen discipulador siempre buscará comunicárselo a su discípulo y le inculcará la necesidad de que él, a su vez, haga lo propio con cada persona que se cruce en su camino. Así se establecerá una hermosa cadena de amor, con eslabones vivos que se irán extendiendo más y más.
Es cierto que el amor a veces exige sacrificios y negarse a sí mismo, y que en más de una ocasión puede ser rechazado, despreciado y aun traicionado. Sin embargo, quien persevere en el amor, de forma inevitable cosechará sus dulces y hermosas recompensas. Y no debemos olvidar, claro está, que el verdadero amor es lo que nos trae más dicha y felicidad en la vida. Quien ama de veras vive en la luz y la verdad, que se vuelven así en un cielo totalmente diáfano y con el sol brillando en todo su esplendor. Por otra parte, quien vive albergando amargura, rencor, recelos, suspicacia y descontento en su corazón es como si estuviese envuelto en una densa bruma que le impide ver: «Está en la oscuridad y en ella vive, y no sabe a dónde va porque la oscuridad no lo deja ver» (1 Juan 2:11).
Nuestro Dios, que como ya hemos dicho es en esencia amor, sabe muy bien lo que es para nuestro bien y lo que, por el contrario, es para nuestro mal. Y por algo el primer y más grande mandamiento que nos ha dado es el del amor. Amando nos realizamos en la vida y alcanzamos plena mayoría de edad y madurez. Asimismo, nos abrimos camino como vencedores en medio de todas las fuerzas contrarias al amor. Y por sobre todas las cosas, amando de verdad reflejamos de forma fiel, por lo menos en alguna medida, la imagen del Maestro, el Rey Supremo del amor.
«El discípulo no está por encima de su maestro, pero todo el que haya completado su aprendizaje a lo sumo llega al nivel de su maestro» (Lucas 6:40).
Discipulador-discípulo: por encima de todas las cosas, en todo cuanto hagáis para el Señor, buscad hacerlo por la vía más excelente del amor.
Preguntas:
- En la lista de las virtudes que constituyen el fruto del Espíritu que se nos da en Gálatas 5:22-23, ¿cuál es la primera que se consigna?
- En 1 Juan 4:16 se nos dice que «Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él». ¿En qué manera ha notado que su relación con el Señor ha sido afectada al salirse transitoriamente de la órbita del amor?
- Explique la diferencia que ha experimentado entre hacer las cosas por obligación y por cumplir, y hacerlas movido por el amor.
Oración:
Señor, te doy gracias porque, como hijo tuyo, he sido engendrado por tu amor. También te agradezco porque comprendo mejor que nunca que por ser tu reino un reino de amor, todo cuanto se haga allí deberá ser bajo el impulso del amor. Reconozco mi incapacidad total para avivarlo en mi vida y en mis labores por mis propios recursos, pero te estoy muy agradecido porque me has dado el Espíritu Santo, al igual que a todos tus verdaderos hijos. Y te pido, de una manera muy especial, que me ayudes a estar cada día ante ti, la verdadera y eterna fuente del amor, para así poder renovarme siempre. Lo anhelo de verdad, Señor. Amén.
Respuestas a las preguntas:
Reflexiones del lector:
CAPÍTULO TRES
¿Responsable o irresponsable? ¿Por ley o por gracia?
!Cuán grande es la diferencia entre una persona responsable y una que no lo es! Dos son los polos opuestos que con su comportamiento están reflejando su estado interior de orden, estabilidad y buena conciencia el uno y de desorden, inestabilidad e inconsciencia el otro. Decir que un buen discípulo debe ser necesariamente una persona muy responsable puede parecer innecesario, pues todo cristiano con fuertes criterios lo debe dar por cierto, ya que siente que casi ni hace falta mencionarlo. Sin embargo, con ser esto así, encontramos que muchos que de forma tácita aprueban esta verdad, y hasta la afirman, en la práctica a menudo se contradicen con una conducta llena de lagunas de omisión, olvido, informalidad, incumplimiento de compromisos contraídos verbalmente o por escrito y un largo etc. Quien esto escribe, en su infancia y temprana adolescencia tendía, por su carácter más bien contemplativo, a ser distraído y dado a olvidar o perder cosas como por ejemplo dejar su abrigo en el tren o cosas semejantes.
A la temprana edad de diecisiete años comenzó su primer trabajo como secretario administrativo en una sociedad de beneficencia en Buenos Aires. Transcurridos escasamente diez días desde su incorporación, su jefe, que le había estado enseñando el «teje y maneje» de algunas de las cosas, cayó enfermo y estuvo de baja por varios meses. En esta forma se encontró con la gran responsabilidad sobre sus hombros de llevar adelante él solo las variadas tareas de la oficina entera. Estas incluían, entre muchas otras, la correspondencia, el manejo de considerables fondos de dinero que se pagaba a muchas personas por concepto de subsidios, pensiones y demás beneficios, ya sea mensual o semanalmente. Además, estaban las muchas llamadas telefónicas, algunas de la cuales eran de parte de donantes de ropa para necesitados, que debía recogerse de sus domicilios y traerse a la sociedad para su oportuna distribución. A esas tempranas alturas, lo que coincidía con el principio de mes en que había la mayor acumulación de labores, recibió una llamada que pedía que se mandara a buscar uno de esos donativos a una hora determinada. Sin embargo, totalmente absorbido por la tarea de ensobrar el dinero correspondiente para cada beneficiario, realizar el arqueo de caja y mucho más que había que atender, se olvidó por completo del pedido que había recibido. La donante de la ropa, irritada por esto, llamó a una de las damas de la comisión directiva y exteriorizó su desagrado, tras lo cual, esta última entró en la oficina para recriminarlo con aspereza por la omisión incurrida, que calificó de imperdonable. Aunque podría haber protestado argumentando la tremenda y pesada responsabilidad que estaba afrontando, con tantas otras obligaciones de mucha mayor importancia, algo le indujo a callar y aceptar la fuerte corrección, sin decir una sola palabra. Y la mano de Dios se valió de esto, que se podría calificar de injusto, en cierto modo, para dejarle grabado muy profundo el verdadero sentido de la responsabilidad. En efecto, desde aquella ocasión se hizo el propósito de tomar nota minuciosamente de cada pedido recibido y cada compromiso contraído, para así evitar en lo posible toda futura omisión o incumplimiento.
Desde luego que como seres humanos siempre tenemos un cierto grado de falibilidad, mayor o menor según el caso. No obstante, esa experiencia y su reacción ulterior le sirvieron para corregir su tendencia anterior de ser algo distraído y olvidadizo, y volverse en cambio bastante metódico y meticuloso en su actividad cotidiana y en el cumplimiento de sus diversas obligaciones. En realidad, la responsabilidad o falta de esta se refleja en todos los aspectos prácticos de la vida. Uno de ellos es la puntualidad, y cuando el llegar tarde se hace una norma en alguien, creemos no equivocarnos en decir que es un síntoma de un desorden interior o de una debilidad en el carácter. Por supuesto que no podemos ser extremistas ni inflexibles en esto. A veces un pinchazo en una cubierta del vehículo, o bien una llamada telefónica urgente que nos llega cuando estamos a punto de salir, puede provocar una demora forzosa y que no podemos evitar. En esos casos de fuerza mayor y que escapan al control de uno normalmente sucede que el Señor se encarga de cuidar que no haya ningún perjuicio indebido. No obstante, y hecha esta salvedad, todo buen discípulo deber hacerse un deber de tratar de no tener a nadie esperando por su llegada tarde. Es más, preferirá tener que esperar él y no hacer esperar al otro.
Otro aspecto práctico es el que no se le tengan que decir las cosas dos veces. Uno que aspira a servir al Señor debidamente mostrará siempre su buena disposición con el cumplimiento puntual de un encargo u obligación, y bastará que se le haya dicho una sola vez. Y en una escala de mayor crecimiento y madurez, alcanzará el grado óptimo de que no se le tenga que decir nada, pues su propio sentido de responsabilidad se lo indicará con claridad, y lo hará por iniciativa propia y con todo tino y esmero. Ser una persona formal que cumple siempre con la palabra empeñada es otro rasgo característico del discípulo verdaderamente responsable. Por el contrario, volverse atrás en cuanto a algo que se ha promet...
Índice
- Cover
- Title Page
- Dedicatoria
- Contenido
- Prólogo
- Prefacio
- Introducción
- CAPÍTULO UNO ¿Por el ascensor o por la escalera?
- CAPÍTULO DOS El camino más excelente del amor (1 Corintios 12:31)
- CAPÍTULO TRES ¿Responsable o irresponsable? ¿Por ley o por gracia?
- CAPÍTULO CUATRO Ganador de almas para Cristo
- CAPÍTULO CINCO La santidad, no una postura teológica sino una realidad práctica
- CAPÍTULO SEIS La Palabra, herramienta de trabajo clave de todo discípulo
- CAPÍTULO SIETE La oración
- CAPÍTULO OCHO La laboriosidad y generosidad
- CAPÍTULO NUEVE La fe, «dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo».
- CAPÍTULO DIEZ La humildad
- CAPÍTULO ONCE Discreción y prudencia
- CAPÍTULO DOCE Conocer su verdadero lugar y función
- CAPÍTULO TRECE Sumiso
- CAPÍTULO CATORCE Celoso por su testimonio
- CAPÍTULO QUINCE La gentileza
- CAPÍTULO DIECISÉIS Ansias de superarse y paciencia
- CAPÍTULO DIECISIETE Sensibilidad y discernimiento espiritual
- CAPÍTULO DIECIOCHO Solícito en perseverar en la unidad, la oración y el ministerio
- CAPÍTULO DIECINUEVE El taller de las cruces
- CAPÍTULO VEINTE Sobre la autoridad espiritual
- CAPÍTULO VEINTIUNO La llama del fuego celestial
- CAPÍTULO VEINTIDÓS El hálito de la inspiración divina
- CAPÍTULO VEINTITRÉS El aceite de la santa unción
- CAPÍTULO VEINTICUATRO La plenitud del Espíritu
- CAPÍTULO VEINTICINCO Vencer en la prueba y la tentación
- CAPÍTULO VEINTISÉIS El álbum de fotografías
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