Predicar es una decisión
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Predicar es una decisión

Una introducción descriptiva de homilética bíblica

  1. 272 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Predicar es una decisión

Una introducción descriptiva de homilética bíblica

Descripción del libro

Hoy se escudriñan y se cuestionan las formas tradicionales de predicación. El sermón bíblico no es inmune a la presión para evolucionar e incluso caer en desuso, dejando a los pastores y seminaristas confundidos sobre cuál es la mejor manera de comunicarse con los oyentes de hoy.En este libro de texto de avanzada, Kenton Anderson presenta un fuerte llamado a los ministros actuales y futuros para que en efecto escojan predicar sermones bíblicos, a pesar de los obstáculos para hacerlo. En tanto que la predicación en sí misma no es negociable, la forma exacta que toma puede ser mucho más flexible, permitiendo que las personas escuchen a Dios al oír la predicación de su Palabra.En lugar de presentar un modelo o proceso para preparar un sermón, Anderson explica varias opciones disponibles. Al discernir el mensaje de la Biblia, ¿empezará usted con el texto (deductivo) o con el oyente (inductivo)? ¿Se concentrará en la idea (cognoscitivo) o la imagen (afectivo)? Las decisiones que tome le conducirán a cinco estructuras posibles del sermón: • DECLARATIVO: Presente una argumentación • PRAGMÁTICO: Resuelva un misterio • NARRATIVO: Cuente un relato • VISIONARIO: Pinte un cuadro • INTEGRADOR: Entone una canción

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN del libro electrónico
9780829777598

PARTE 1
opciones

Las opciones son siempre bien recibidas. Baskin-Robbins ofrece un helado diferente por cada día del mes. Nunca he encontrado necesario probar cada tipo, pero agradezco la oportunidad. Algo se encrespa en mí cuando se me pide decidir sin una serie de opciones. El cine local tiene dieciocho pantallas diferentes, lo que aumenta la posibilidad de que ofrezcan algo digno de mi tiempo y atención. Aun entonces, hay momentos cuando me siento como Bruce Springsteen, quien lamentaba que su televisor mostrara «cincuenta y siete canales y nada en ellos».
Mi entrenamiento homilético introductorio me enseñó una sola manera de predicar. Era un método utilizable, pero claramente no para todos. En los años siguientes, he descubierto cierto número de diferentes opciones y métodos, comenzando con la posibilidad de que pongamos enteramente fin a la predicación.
Parece lo mejor, entonces, que no demos nada por sentado. Lo respetaremos lo suficiente para dejarlo escoger su propio método de predicar. Comenzaremos con la pregunta de si usted de veras predicará. Tiene la libertad de decir no, pero eso convertiría el resto de este libro en algo inútil para usted. Suponiendo que usted diga sí, puede moverse al siguiente grupo de opciones. Cómo responda a esas opciones lo llevará a una forma de sermón que será útil para usted en su intento de ayudar a la gente a escuchar de Dios.
Confío en que diga sí a la predicación. Quizá las opciones que aquí se ofrecen avivarán en usted una nueva emoción a favor de la tarea. Las personas necesitan predicadores que aporten su sabiduría, sus habilidades y su personalidad de manera que las ayuden a responder al Dios que continúa hablando.
Usted decide.

Capítulo 1 | PRIMERA OPCIÓN
¿va a predicar?

Cada semestre lo veo en sus rostros. Terror. Pánico.
«¿Qué hago aquí en esta clase de predicación? ¿Como caí en esto?».
Los veo hundirse en sus asientos, con ojos que imploran: «Por favor, sea amable conmigo», parecen decir. «Por favor, no me haga predicar».
Entiendo su aprehensión. Es muy posible que usted sienta lo mismo. Algunas encuestas han sugerido que las personas temen hablar en público más que cualquier otra cosa; más que los muerda una serpiente o enfrentar la ruina financiera, aun más que la muerte1. Pido un montón de cosas cuando le pido que predique.
Puede que usted sea un principiante inmaduro, que lee esto como parte de su primera clase de homilética, o puede que sea un predicador maduro, un veterano del púlpito. Puede que sea un líder juvenil o un maestro de la Escuela Dominical que está aterrado al pensar que lo que hace pueda llamarse «predicación». No importa lo experimentados que seamos o podamos ser, todos tendremos que tomar nuestra decisión, renovar nuestro compromiso en cada oportunidad. Tenemos que decidirnos a predicar.

¿Va usted a predicar?

Sí, voy a pedirle a usted que predique, pero tiene que saber que no está obligado a hacerlo. Nadie nunca lo forzará a predicar, aunque puede que traten de obligarlo a callar. El silencio siempre es más seguro. La gente que se mantiene callada rara vez se mete en problemas. Si usted decide no predicar, formará parte de los muchos que han decidido no abrumar a otros con las verdades a las que han arribado, y no recibirá daño alguno. Esta es una opción civilizada y tolerante en un mundo que prefiere dejar las cosas buenas como están.
Uno tiene que decidirse a predicar. El mundo conspira para mantenernos callados. La inercia paraliza nuestras lenguas. Se necesita un esfuerzo conjunto de voluntades para decidirse a contar la verdad pese a los problemas que esto implica. Proclamar es una opción. Usted debe escoger el camino menos transitado.
Encontré un nuevo sendero cerca de mi casa esta semana. Ligeramente crecido, el camino no era visible de inmediato. Mientras más avanzaba, más difícil era reconocer la dirección. Arbustos de zarzamora obstruían el camino con espinas y púas. Pequeños árboles y arbustos se entrometían en el sendero, y hacían difícil el avance. Aun así, testarudamente, seguí adelante.
A veces haremos eso. Soportaremos el problema y tomaremos deliberadamente el camino más difícil porque pensamos que este nos podría llevar a un lugar mejor. Sabemos que la vida tiene que ver con algo más que con nuestro exclusivo bienestar. Tomamos el ejemplo de Pablo, quien supo todo lo relativo a decisiones difíciles y senderos espinosos. Se vio atribulado, anonadado, perseguido, derribado, pero no tanto que no pudiera predicar (2 Corintios 4:8-9). Para Pablo, la decisión era muy sencilla. «Creí, y por eso hablé» (2 Corintios 4:13). El asunto nunca estuvo en duda. No importaba lo que pudiera suceder o el peligro que pudiera enfrentar. Creía que el evangelio era la verdad. ¿Cómo podría quedarse callado?
Podría haber sido mucho más fácil si hubiera mantenido cerrada la boca; más fácil para él y para los oyentes, quienes no habrían tenido que confrontar su mensaje y enfrentarse a sus pecados. Todos habrían podido vivir en paz si Pablo hubiera podido dejar las cosas como estaban. Nadie envidiaba a Pablo por su visión de la verdad. No tenemos ninguna dificultad al dejar que las personas crean lo que quieran. Cada uno tiene derecho a determinar su propio concepto de la verdad. Los problemas comienzan cuando personas como Pablo deciden ser persuasivas. Los problemas comienzan cuando las personas deciden predicar.

Pregunta para discutir 1 | ¿ES ARROGANCIA PREDICAR?

Los predicadores parecen demasiado seguros de sí mismos para estos tiempos posmodernos. Alegar que se comprende lo suficiente la verdad para tener autoestima es tener agallas, pero proclamar lo mismo a otros requiere un particular sentido de la arrogancia, o así se piensa en el ámbito cultural.
¿Cómo puede un predicador evitar la acusación de arrogancia? ¿Cómo le contamos a la gente la verdad sin que demos la idea de que nos creemos superiores?
El problema con los predicadores es que no permiten que la verdad quede como algo privado. Insisten en proclamar su visión de la verdad a los demás, y eso es lo que la gente encuentra ofensivo. Algunas personas ven la predicación como un tipo de grosería intelectual, una violación o un rapto de la mente y el alma, más allá de toda excusa2. Si usted busca persuadirme de su concepto de la verdad, me pide abandonar mi concepto de la verdad. Me dice que mis caminos son inadecuados o inapropiados, y es difícil no tomar eso como un ataque personal. Se siente como un rechazo.
Pero esa es la dura realidad a la hora de tomar decisiones, ¿no es así? La naturaleza de seleccionar una opción significa rechazar otra. No se puede evitar, ya sea que nos guste o no. ¿Recuerda estar parado en el patio de la escuela cuando los capitanes seleccionaban los bandos, esperando que dieran la vuelta para seleccionarlo a usted, orando para que no lo dejaran fuera? El problema con escoger es que alguien siempre se queda afuera. El problema con la predicación es que siempre alguien siente que han rechazado sus puntos de vista.
Así que quizá no debemos predicar. Solo porque pensamos que conocemos la verdad no quiere decir que tenemos que ocupar el púlpito más cercano. Quizá debíamos guardarnos nuestros puntos de vista. La mayoría de las personas cree que la cultura se enriquece con una variedad de puntos de vista. Tal vez nos conformemos con eso. Tal vez no tenemos que estar tan decididos a persuadir a otros. Vivir y dejar vivir y vivir a solas bastante bien.
¿No sería agradable poder vivir bastante bien a solas? No es agradable estar parado en el patio de la escuela cuando los capitanes miran a otra parte. Es doloroso decir no a alguien a fin de decir sí a otro. Si pudiéramos dejar las cosas como están, todos podríamos estar en paz. Podríamos tolerar las diferencias con una persona en lugar de tratar de cambiarlas. ¿No sería más fácil no tomar ninguna decisión?
Pero aun esa es una opción. Decidir no predicar requiere una decisión.
A veces se nos impone una decisión, dejándonos sin otra opción que mirar a la situación y decidir en un sentido y otro. Por ejemplo, Pilato no habría decidido confrontar a Cristo (Juan 18:28-40). Habría preferido no haber tenido que hacer una determinación, pero Jesús y una gran multitud de gente iracunda estaba delante de Pilato, y ninguno se marchaba. Le gustara o no, tendría que asumir una posición.
El problema de Pilato era político: la gente quería a Jesús muerto, pero la ley no lo permitía. Habría sido más fácil si Jesús hubiera matado a alguien o robado algo, pero todo lo que había hecho era afirmar que era el rey judío, lo cual era una base demasiado frágil para la pena capital, por lo menos según la ley romana.
«¿Luego, eres tú rey?». Pilato planteó el problema de forma sencilla.
«Todo el que es de la verdad, oye mi voz», respondió Jesús.
¿Pero qué sabía Pilato de la verdad? Pilato era un político. Estas preguntas estaban más allá del alcance de su marco de referencia. No estaba entrenado para discernir la verdad religiosa.
Así que Pilato hizo lo que hace la gente. Se negó a decidir. Se lavó las manos y le lanzó la papa caliente a otro.
Muchas personas son como Pilato. Cuando se les obliga a considerar una cuestión sobre Dios y la verdad y la justicia —exigentes cuestiones que requieren convicción—, la reacción más fácil es buscar la puerta. La gente no sabe qué hacer con este tipo de cuestiones, de manera que lo más fácil es ponerlas a un lado; quizá se esfumen.
Lo cual explica por qué los predicadores son tan poco acogidos. Los predicadores no se van. Los predicadores están demasiado seguros de sí mismos. Tienen demasiada convicción, y pueden ser demasiado convincentes. Quizá una persona tenga que cambiar su conducta, y eso nunca lo va a hacer. Es mejor mantenerse a una distancia prudente.

Perspectivas e ideas | ¿CÓMO LO HA AYUDADO LA PREDICACIÓN?

¿Ha significado la predicación una diferencia en su vida? Haga memoria y recuerde momentos en que un predicador logró moldear su alma. ¿Puede recordar lo que el predicador dijo o quizá el texto que utilizó? Gracias a Dios por los que decidieron predicarle a usted.
Recientemente tuvimos un pintor en nuestra casa. No hay manera amable de decirlo: el hombre apestaba. Su fétido y acerbo olor superaba aun el olor de la pintura fresca. Permaneció en la habitación mucho después de haberla abandonado. Era un pintor decente, pero su olor era terrible.
Se me ocurrió que esto es lo que las personas piensan de nosotros los predicadores. Somos gente amable y podemos articular nuestras palabras, pero la persona debe mantenerse distante. La gente puede oler cuando un predicador se acerca. Cuando estamos presentes, se tapan las narices. Cuando nos vamos, el olor a predicador permanece.
Ese olor del predicador es lo que Pablo llama «el aroma de Cristo» (2 Corintios 2:15), y un buen predicador lo deja por todas partes. Para algunas personas, el olor es dulce y fragante, un maravilloso aroma de frescura y belleza. Para otras, es olor de muerte (2 Corintios 2:16). Nuestra percepción de este olor depende de para qué usamos la nariz.
Cuando era joven, tuve una de esas Biblias negras grandes con mapas atrás. Acostumbraba a mirar esos mapas cuando el sermón se volvía aburrido. Mi mapa favorito era el de los viajes misioneros de Pablo, aquel que tenía líneas de colores diferentes que apuntaban en todas direcciones y marcaban todos los lugares donde Pablo había predicado.
No siempre Pablo tuvo una buena acogida. En algunos lugares lo recibieron calurosamente, mientras en otros apenas escapó con vida. ¿Cuál era la diferencia? ¿Predicó bien en una ciudad y muy mal en otra? Quizá no había tenido un momento para orar esa mañana en Tesalónica. Quizá no las tenía todas consigo.
Lo cierto es que los problemas de Pablo no tenían nada que ver con Pablo. Pablo predicó de la misma forma en cada ciudad. Solo es que algunas personas no estaban preparadas para escuchar. Algunas estaban de plano disgustadas con la persistencia de su predicación.
Aun así, Pablo continuó. Pagó un precio emocional y físico por su predicación, y ese precio era caro, pero nunca lo encontró demasiado alto. Pablo no podía decidir dejar de predicar. Pablo amaba demasiado a las personas para no predicar. En ese sentido era obstinado.

Los predicadores aman a las personas

Los predicadores deciden predicar porque aman a quienes los escuchan. Los aman demasiado para abandonarlos en sus pecados. Predicar es en esencia un acto de amor.
Hace falta mucha convicción para predicar, pero la convicción llega fácilmente a aquel que ama. Nada puede disuadir a uno que ama. El amor se impone a todo argumento en contra. Aplaca toda incertidumbre. Para el que ama, no hay nada más que decir.
La convicción es, quizá, la característica que define el amor. Cuando uno ama a alguien, está tan seguro de su frenesí que no hay nada que no hiciera para darse a entender. Uno se deja guiar por el propio Dios, quien estuvo dispuesto a cruzar la última barrera para amarnos y enseñarnos a amar. Juan escribió: «Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito […] para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:9-10). Al hacerlo, Dios le dio un modelo al predicador. Si usted decide predicar, será porque ama lo suficiente a quienes lo escuchan para ofrecerles la verdad, no importa el costo.
Es importante que reiteremos que la predicación es un acto de amor porque por los actos de amor es que se nos conoce. No siempre los predicadores se han visto como muy amorosos. Enfrentados con el prospecto del rechazo, muchos predicadores han decidido declararle la guerra a quie...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. Dedication
  4. contenido
  5. Lista de preguntas para discutir y ejercicios prÿcticos
  6. Prefacio
  7. Introducción: Predicar en una encrucijada
  8. PARTE 1: opciones
  9. PARTE 2: estructuras
  10. Conclusión: Un golpecito en el hombro
  11. Reconocimientos
  12. About the Author
  13. Praise
  14. Copyright
  15. About the Publisher
  16. Notas