Francotirador (American Sniper - Spanish Edition)
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Francotirador (American Sniper - Spanish Edition)

Chris Kyle, Scott McEwen, Jim DeFelice

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  1. 400 páginas
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Francotirador (American Sniper - Spanish Edition)

Chris Kyle, Scott McEwen, Jim DeFelice

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Información

Año
2014
ISBN
9780718036263
Categoría
Historia
1
DOMAR POTROS SALVAJES Y OTRAS MANERAS DE DIVERTIRSE
SIMPLEMENTE UN COWBOY DE CORAZÓN
TODA HISTORIA TIENE UN COMIENZO.
La mía comienza en Texas norte-central. Me crie en pequeñas ciudades donde aprendí la importancia de la familia y los valores tradicionales, como patriotismo, autosuficiencia y estar atento a la familia y los vecinos. Me enorgullece decir que aún intento vivir mi vida según esos valores. Tengo un fuerte sentimiento de justicia. Todo lo veo bastante en blanco y negro. No veo muchas zonas grises. Creo que es importante proteger a los demás. No me importa trabajar duro. Al mismo tiempo, me gusta divertirme. La vida es demasiado breve para no hacerlo.
Me crie en la fe cristiana, y aún sigo creyendo. Si tuviera que ordenar mis prioridades, serían: Dios, mi país y mi familia. Podría haber cierto debate en cuanto a dónde encajan las dos últimas; en estos tiempos he llegado a creer que la familia puede, bajo algunas circunstancias, sobrepasar al país. Pero es una carrera muy reñida.
Siempre me han encantado las pistolas, siempre me ha encantado la caza, y en cierta manera supongo que se podría decir que siempre he sido un cowboy. Montaba caballos desde que tenía edad suficiente para caminar. Hoy día no me llamaría a mí mismo un verdadero cowboy, porque ha pasado mucho tiempo desde que trabajé en un rancho, y probablemente he perdido mucho de lo que tenía en la silla de montar. Aun así, en mi corazón si no soy un SEAL, soy un cowboy, o debería serlo. El problema está en que es un modo muy difícil de ganarse la vida cuando uno tiene una familia.
No recuerdo cuándo comencé a cazar, pero debe haber sido cuando era muy joven. Mi familia tenía una finca con derechos para cazar venados a unos kilómetros de nuestra casa, e íbamos de caza cada invierno. (Para los yanquis: una finca con derechos para cazar es una propiedad en la que el dueño renta o arrenda derechos de caza durante cierta cantidad de tiempo; uno paga su dinero y obtiene derecho para salir y cazar. Ustedes probablemente lo organizarán de modo distinto donde viven, pero este sistema es bastante común por aquí.) Aparte de venados, cazábamos pavos, palomas, codornices: cualquier animal de la estación. Al hablar en plural me refiero a mi mamá, mi papá y mi hermano, que tiene cuatro años menos que yo. Pasábamos los fines de semana en una vieja autocaravana. No era muy grande, pero éramos una familia pequeña y unida, y nos divertíamos mucho.
Mi padre trabajaba para Southwestern Bell y AT&T, que se separaron y después volvieron a unirse durante la duración de su carrera. Él era gerente, y a medida que le ascendían teníamos que mudarnos cada ciertos años. Por lo tanto, puedo decir que me crie por todo Texas.
Aunque era exitoso, mi padre odiaba su empleo. No el trabajo, en realidad, pero sí lo que ese trabajo conllevaba. La burocracia. El hecho de que tuviera que trabajar en una oficina. Él realmente aborrecía tener que vestir traje y corbata cada día.
«No me importa cuánto dinero ganes», solía decirme mi papá. «No vale la pena si no eres feliz».
Ese es el consejo más valioso que él me dio jamás: haz lo que quieras en la vida. Hasta el día de hoy he intentado seguir esa filosofía.
En muchos aspectos, mi padre fue mi mejor amigo cuando yo era pequeño, pero al mismo tiempo era capaz de combinar eso con una buena dosis de disciplina paterna. Había una línea que yo nunca quería cruzar. Recibí mi buena parte de azotaina (ustedes los yanquis lo llamarán nalgadas) cuando me lo merecía, pero no en exceso y nunca con enojo. Si mi padre estaba furioso, se daba a sí mismo unos cuantos minutos para calmarse antes de administrar una azotaina controlada, seguida por un abrazo.
Tal como lo dice mi hermano, él y yo estábamos agarrándonos del cuello la mayor parte del tiempo. No sé si eso es cierto, pero sí tuvimos nuestra buena parte de peleas. Él era más joven y más pequeño que yo, pero sabía atizar muy bien, y nunca tiraba la toalla. Él es un personaje duro y uno de mis mejores amigos hasta la fecha. Nos hacíamos pasar un infierno el uno al otro, pero también nos divertíamos mucho y siempre sabíamos que teníamos el respaldo del otro.
Nuestra escuela secundaria solía tener una estatua de una pantera en el vestíbulo principal. Cada año teníamos una tradición en la que los veteranos intentaban poner encima de la pantera a los nuevos como novatada ritual. Los novatos, naturalmente, se resistían. Yo me había graduado cuando mi hermano era novato, pero regresé en su primer día de clases y ofrecí cien dólares a cualquiera que pudiera sentarle en esa estatua.
Sigo teniendo esos cien dólares.
AUNQUE YO ME METÍA EN MUCHAS PELEAS, NO COMENZABA LA mayoría de ellas. Mi papá dejó claro que me daría una azotaina si descubría que yo había comenzado una pelea. Se suponía que debíamos estar por encima de eso.
Defenderme era una historia diferente. Proteger a mi hermano era incluso mejor: si alguien intentaba meterse con él, yo le noqueaba. Yo era el único que podía golpearle.
En algún momento a lo largo del camino comencé a ponerme al lado de muchachos más jóvenes con quienes otros se metían. Sentía que tenía que estar alerta por ellos. Se convirtió en mi obligación.
Quizá comenzó porque yo estaba buscando una excusa para pelear sin meterme en problemas. Creo que había algo más que eso; creo que el sentimiento de justicia y juego limpio de mi padre me influenciaba más de lo que me daba cuenta en aquel momento, e incluso más de lo que puedo decir como adulto. Pero cualquiera que fuese la razón, sin duda me proporcionó muchas oportunidades para meterme en apuros.
MI FAMILIA TENÍA UNA PROFUNDA FE EN DIOS. MI PAPÁ ERA diácono, y mi mamá enseñaba en la escuela dominical. Recuerdo una época cuando yo era joven y asistíamos a la iglesia cada domingo en la mañana, domingo en la noche y miércoles en la noche. Aun así, no nos considerábamos muy religiosos, tan solo buenas personas que creían en Dios y participaban en la iglesia. La verdad es que en aquel entonces a mí no me gustaba ir la mayoría de las veces.
Mi papá trabajaba duro. Sospecho que lo llevaba en la sangre; su padre era agricultor en Kansas, y aquellas personas trabajaban duro. Un empleo nunca era suficiente para mi papá; cuando yo era pequeño, él tuvo durante un tiempo una tienda de alimentación, y teníamos un rancho de un tamaño bastante modesto en el que todos trabajábamos para sacarlo adelante. Él ahora está jubilado, oficialmente, pero todavía se le puede ver trabajando para un veterinario local cuando no está atendiendo las cosas en su pequeño rancho.
Mi madre era también una trabajadora muy dura. Cuando mi hermano y yo tuvimos la edad suficiente para manejarnos, ella fue a trabajar como consejera en un centro de detención para jóvenes. Era un trabajo duro, teniendo que tratar con muchachos difíciles durante todo el día, y finalmente ella siguió adelante. Ahora también está jubilada, aunque se mantiene ocupada con trabajo a tiempo parcial y sus nietos.
El rancho ayudaba a llenar mis días de escuela. Mi hermano y yo teníamos nuestras diferentes tareas después de la escuela y los fines de semana: alimentar y vigilar a los caballos, guiar al ganado, inspeccionar las vallas.
El ganado siempre da problemas. He recibido patadas en la pierna, patadas en el pecho y sí, patadas donde el sol deja de brillar. Sin embargo, nunca he recibido patadas en la cabeza. Eso podría haberme enderezado.
Cuando era pequeño, criaba cabestros y vaquillas para la FFA: Futuros Agricultores de América (por sus siglas en inglés). (El nombre es ahora oficialmente la Organización Nacional FFA.) Me encantaba la FFA y pasaba mucho tiempo cuidando del ganado, aunque el trato con los animales podía ser frustrante. Me enfurecía con ellos y pensaba que yo era el rey del mundo. Cuando todo lo demás fallaba, se sabía que yo les golpeaba en el costado de sus inmensas cabezas duras para meterles algo de sensatez. Me rompí la mano dos veces.
Como dije, recibir golpes en la cabeza pudo haberme enderezado.
Mantenía mi cabeza sobre los hombros cuando se trataba de pistolas, pero me seguían apasionando. Como muchos muchachos, mi primera «arma» fue un rifle Daisy BB de bomba múltiple: cuantos más lanzabas, más potente era tu tiro. Más adelante tuve un revólver alimentado por CO2 que se parecía al viejo modelo 1860 Peacemaker Colt. He sido parcial respecto a las armas de fuego del Viejo Oeste desde entonces, y después de salir de la Armada, he comenzado a coleccionar algunas réplicas muy buenas. Mi favorita es una réplica de un revólver 1861 Colt Navy fabricado en los viejos tornos.
Tuve mi primer rifle real cuando tenía siete u ocho años de edad: un 30-06 de cerrojo. Era una pistola sólida; tan «de mayor» que al principio me asustaba disparar. Llegué a amar ese rifle, pero tal como lo recuerdo, lo que yo realmente deseaba era el Marlin 30-30 de mi hermano. Era de palanca, estilo cowboy.
Sí, había cierta polémica ahí.
DOMA DE POTROS SALVAJES
UNO NO ES UN COWBOY HASTA QUE PUEDE SOMETER A UN CABALLO. Yo comencé a aprender cuando estaba en la secundaria; al principio no sabía mucho. Era tan solo: súbete encima y móntalo hasta que deje de patear. Haz todo lo posible por seguir montado.
Aprendí mucho más a medida que crecí, pero la mayoría de mi educación en esos primeros tiempos llegó con el trabajo… o sobre el caballo, por así decirlo. El caballo hacía algo, y yo hacía algo. Juntos llegábamos a un entendimiento. Probablemente la lección más importante fue la paciencia. Yo no era una persona paciente por naturaleza. Tuve que desarrollar ese talento trabajando con caballos, y terminaría siendo muy valioso cuando me convertí en francotirador, e incluso cuando estaba cortejando a mi esposa.
A diferencia del ganado, nunca encontré un motivo para golpear a un caballo. Montarlos hasta que los sometiera, eso seguro. Seguir montando en ellos hasta que entendieran quién era el jefe, sin duda alguna. Pero ¿golpear a un caballo? Nunca vi una razón que fuese lo bastante buena. Los caballos son más inteligentes que el ganado. Se puede trabajar con un caballo hasta que coopere si se le da suficiente tiempo y paciencia.
No sé si exactamente yo tenía talento para someter caballos o no, pero estar cerca de ellos alimentó mi apetito por todas las cosas de los cowboys. Así que, al mirar atrás, no es muy sorprendente que me metiese en las competiciones de rodeo mientras aún estaba en la escuela. Practicaba deportes en la secundaria, béisbol y fútbol, pero nada comparado con la emoción del rodeo.
Toda escuela secundaria tiene sus diferentes camarillas: deportistas, ratones de biblioteca, y otros. El grupo con el que yo andaba eran los «laceros». Teníamos las botas y los pantalones tejanos, y en general nos veíamos y actuábamos como vaqueros. Yo no era un verdadero lacero, en aquel momento no podría haber laceado a una vaquilla que valiese algo, pero eso no evitó que participase en rodeos aproximadamente a los dieciséis años.
Comencé montando toros y caballos en un pequeño lugar local donde uno pagaba veinte dólares para montar todo el tiempo que pudieras mantenerte. Tenías que llevar tu propio equipamiento: espuelas, chaparreras y tu cordaje. No había nada sofisticado al respecto: te montabas y te caías, y volvías a montarte. Poco a poco pude mantenerme más tiempo cada vez, y finalmente llegué al punto en que sentía la confianza suficiente para entrar en algunos pequeños rodeos locales.
Domar un toro es un poco distinto a domar un caballo. Ellos patean hacia adelante, pero su piel es tan suave que cuando van hacia adelante, uno no solo también se impulsa hacia delante, sino que se desliza de lado a lado. Y los toros saben realmente girar. Voy a decirlo de esta manera: permanecer montado en un toro no es asunto fácil.
Estuve montando toros aproximadamente un año, sin nada de éxito. Al pensarlo un poco mejor, me pasé a los caballos, y terminé intentando la doma de potros salvajes. Este es el clásico evento en el que uno no solo tiene que mantenerse sobre el caballo durante ocho segundos, sino también hacerlo con estilo y finura. Por alguna razón, me fue mucho mejor en este evento que en los otros, así que seguí haciéndolo durante bastante tiempo, ganándome mi parte de hebillas y más de una b...

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