Teología sistemática pentecostal, revisada
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Teología sistemática pentecostal, revisada

  1. 720 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Teología sistemática pentecostal, revisada

Descripción del libro

Éste es más que una colección de pasajes bíblicos selectos. Este estudio evalúa la obra completa de Dios y analiza distintas perspectivas con puntos débiles y fuertes. Todo creyente de la Biblia descubría en esta obra un recurso confiable para comprender la fe cristiana.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN de la versión impresa
9780829721454
ISBN del libro electrónico
9780829778083
Capítulo 1: El fondo histórico (Gary B. McGee)
Capítulo 1
El fondo histórico
Gary B. McGee
Alguien hizo notar una vez que el pentecostalismo es una experiencia en busca de una teología, como si al movimiento le faltaran raíces en cuanto a interpretación bíblica y doctrina cristiana. Sin embargo, las investigaciones realizadas sobre el desarrollo histórico y teológico de las creencias pentecostales han revelado una compleja tradición teológica. Ésta lleva en sí fuertes puntos en común con las doctrinas evangélicas, al mismo tiempo que da testimonio a favor de verdades acerca de la obra del Espíritu Santo en la vida y misión de la Iglesia descuidadas durante largo tiempo.
Por consiguiente, para comenzar con el fondo teológico del pentecostalismo, este capítulo se centra en el crecimiento de la teología de las Asambleas de Dios desde que fuera fundada dicha organización en 1914. Los factores que se han tenido en cuenta son las preocupaciones más importantes, las personalidades que han influido, la literatura más significativa y los diversos medios utilizados para conservar la doctrina.
LA CONTINUIDAD DE LOS CARISMAS
1.1 LA CONTINUIDAD DE LOS CARISMAS
A lo largo de toda la historia de la cristiandad, siempre ha habido personas que han buscado “algo más” en su peregrinaje espiritual, lo que las ha impulsado en ocasiones a explorar el significado del bautismo en el Espíritu y de los dones espirituales. Recientemente, los eruditos han arrojado nueva luz sobre la historia de los movimientos carismáticos, demostrando que este interés en la obra del Espíritu Santo ha permanecido durante toda la historia de la Iglesia.1
Por lo menos hay dos avivamientos del siglo diecinueve que se podrían considerar antecedentes del pentecostalismo moderno. El primero tuvo lugar en Inglaterra (a partir de 1830) durante el ministerio de Edward Irving, y el segundo en el extremo sur de la India (desde alrededor del 1860) a través de la influencia de la teología de los Hermanos de Plymouth y el liderazgo del clérigo indio J. C. Aroolappen. En los informes hechos entonces acerca de ambos se hace referencia a las lenguas y a la profecía.1
En parte, las conclusiones de estas investigaciones corrigen la creencia de algunos círculos en cuanto a que los carismas tuvieron que cesar necesariamente al terminar la Era Apostólica, un punto de vista propuesto con gran fuerza por Benjamín B. Warfield en su libro Counterfeit Miracles [Milagros falsificados], (1918). Warfield sostenía que aquéllos que enseñaran un concepto subjetivo del Espíritu minarían inevitablemente la autoridad escrita y objetiva de las Escrituras, inspiradas por el Espíritu Santo.2 En los últimos años, esta perspectiva ha ido perdiendo terreno de manera constante en los círculos evangélicos.3
Con la llegada de los avivamientos de fines del siglo diecisiete y del siglo dieciocho en Europa y América del Norte, los predicadores calvinistas, luteranos y arminianos evangélicos insistieron en el arrepentimiento y la piedad dentro de la vida cristiana.4 Todo estudio que se haga del pentecostalismo debe prestar gran atención a los acontecimientos de este período, y en particular a la doctrina de la perfección cristiana que enseñaban Juan Wesley, el padre del metodismo, y su colaborador John Fletcher. Wesley urgía a sus seguidores en su publicación A Short Account of Christian Perfection [Una breve explicación de la perfección cristiana], (1760) a buscar una nueva dimensión espiritual en su vida. Esta segunda obra de la gracia, distinta a la conversión, liberaría a la persona de los defectos de su naturaleza moral que provocan una conducta pecaminosa.
Esta enseñanza se extendió a América del Norte e inspiró el crecimiento del movimiento de Santidad.1 Una vez centradas en la vida santificada, aunque sin mencionar las lenguas, las imágenes de tipo pentecostal tomadas de las Escrituras (por ejemplo, “derramamiento del Espíritu”, “bautismo en el Espíritu Santo”, “lenguas de fuego”) terminaron por convertirse en algo típico de la literatura y los himnos del movimiento de Santidad. Una de las líderes más destacadas dentro del ala wesleyana del movimiento, la metodista Phoebe Palmer, editó Guide to Holiness [Guía a la Santidad], y escribió, entre otros, el libro llamado The Promise of the Father [La promesa del Padre], (1859). Otro escritor popular, William Arthur, fue el autor de Tongues of Fire [Lenguas de fuego], (1856), libro que alcanzó gran popularidad.
A los que trataban de recibir la “segunda bendición” se les enseñaba que todos los cristianos tenían que “esperar” (Lucas 24:49) el bautismo del Espíritu Santo prometido; esto quebrantaría el poder congénito del pecado y llevaría al creyente a la vida llena del Espíritu. Además de esto, Joel había profetizado que, como consecuencia del derramamiento del Espíritu Santo, en los últimos días profetizarían “vuestros hijos y vuestras hijas” (Joel 2:28).2
La fe en una segunda obra de la gracia no se hallaba confinada al círculo metodista. Por ejemplo, Carlos G. Finney creía que el bautismo en el Espíritu proporcionaba poder divino para alcanzar la perfección cristiana 1 al mismo tiempo que su teología se negaba a asentarse cómodamente dentro de las categorías wesleyanas o reformadas. Aunque la teología reformada histórica ha identificado el bautismo en el Espíritu con la conversión, algunos predicadores de avivamiento dentro de dicha tradición, entre ellos Dwight L. Moody y R. A. Torrey, abrigaban la noción de que existía una segunda obra para darles poder a los creyentes. No obstante, aun con esta investidura de poder, la santificación retenía su naturaleza progresiva.2 Otra figura clave, el antiguo presbiteriano A. B. Simpson, fundador de la Alianza Cristiana y Misionera, resaltó fuertemente el bautismo en el Espíritu y dejó una fuerte huella en la formación de la doctrina de las Asambleas de Dios.3
Igualmente, las conferencias de Keswick, en Gran Bretaña, que comenzaron en 1875, influyeron sobre el pensamiento del movimiento de Santidad en América del Norte. Los maestros de Keswick creían que el bautismo en el Espíritu traía consigo una vida de continua victoria (la vida “más alta”, o “más profunda”), caracterizada por la “plenitud del Espíritu”. Ésta se convirtió en su interpretación preferida, en lugar del concepto wesleyano, que sostenía que el bautismo en el Espíritu daba una perfección “impecable”.4
En el siglo diecinueve, la ciencia médica progresó lentamente, ofreciendo poca ayuda a las personas gravemente enfermas. La fe en el poder milagroso de Dios para sanar físicamente encontró acogida en varios círculos. Los ministerios alemanes del siglo diecinueve que destacaban la oración por los enfermos (especialmente los de Dorothea Trudel, Johann Christoph Blumhardt y Otto Stockmayer) recibieron especial atención en América del Norte. La teología de la Santidad, con su creencia en la purificación instantánea del pecado, o recepción de poder espiritual, proporcionó un cálido ambiente para la doctrina de la sanidad inmediata por fe.5
Para muchos creyentes, el bautismo en el Espíritu restauraba por completo la relación espiritual que Adán y Eva habían tenido con Dios en el huerto del Edén. Es importante notar el concepto de que la vida más alta en Cristo también podía invertir los efectos físicos de la caída, capacitando a los creyentes a tomar autoridad sobre la enfermedad. Defensores de la sanidad, como Charles C. Cullis, A. B. Simpson, A. J. Gordon, Carrie Judd Montgomery, María B. Woodworth-Etter y John Alexander Dowie, basaban gran parte de sus creencias en Isaías 53:4–5, y en las promesas de sanidad del Nuevo Testamento. Puesto que Cristo no había llevado solamente sobre sí los pecados, sino que también había cargado con las enfermedades, los que viviesen por fe en la promesa de Dios (Éxodo 15:26) ya no necesitarían asistencia médica, y estarían manifestando una clara falta de fe si la buscaban.
La complexión cada vez más “pentecostal” del movimiento de Santidad preparó a sus adherentes a considerar los dones del Espíritu dentro de la vida de la Iglesia. Mientras que muchos daban por seguro que las lenguas habían cesado con la Iglesia Primitiva, los otros dones, entre ellos el de sanidades, se hallaban a disposición de los cristianos.1 Sólo la incredulidad podría impedir ahora que la iglesia del Nuevo Testamento fuera restablecida en santidad y poder.
No obstante, cuando Benjamín Hardin Irwin, radical predicador wesleyano de Santidad, comenzó a enseñar en 1895 que había tres obras de la gracia, se avecinaban los problemas. Para Irwin, la segunda bendición iniciaba la santificación, pero la tercera traía el “bautismo de amor ardiente” (esto es, el bautismo en el Espíritu Santo). La línea principal del movimiento de Santidad condenó esta “herejía de la tercera bendición” (la cual, entre otras cosas, creaba el problema de distinguir entre las evidencias de la tercera y las de la segunda). Aun así, la noción de Irwin de que existía una tercera obra de la gracia para tener poder en el servicio cristiano, pondría un importante cimiento del movimiento pentecostal.2
LA TEOLOGÍA PENTECOSTAL Y LAS MISIONES
1.2 LA TEOLOGÍA PENTECOSTAL Y LAS MISIONES
Aunque en general los evangélicos del siglo diecinueve adoptaron un punto de vista amilenario o postmilenario, fue éste último el que captó el espíritu de la época. Escritores de todo tipo, desde Carlos Darwin hasta John Henry Newman y Charles Hodge, vieron los valores positivos del progreso en la ciencia, la formación de la doctrina y la escatología, respectivamente. En cambio, otros llegaron a la conclusión de que la situación de la humanidad empeoraría antes del inminente regreso del Señor.1
La sombría evaluación del futuro inmediato realizada por los premilenaristas engendró fuertes preocupaciones entre los consagrados a la evangelización del mundo. La mayor parte del movimiento de misiones había empleado considerable tiempo y energía en civilizar a las poblaciones nativas — como preparación a su conversión — mediante la construcción de escuelas, orfanatos y clínicas. Debido a la importancia secundaria que se le daba al evangelismo para conversión, se vio que el número de convertidos era alarmantemente pequeño.2 Las exposiciones premilenaristas de Daniel, Zacarías y el Apocalipsis; el surgimiento del movimiento sionista; la carrera de armamentos en la década de los noventa y la cercanía del fin de siglo hicieron que muchos se preguntaran en voz alta cómo oirían el mensaje del evangelio tantos millones de humanos aún no alcanzados, para que los librara de la destrucción eterna.
La combinación de los temas de Cristo como Salvador, Bautizador (Santificador), Sanador y Rey que viene, descrita como el “evangelio completo” o el “evangelio cuádruple” reflejaba el anhelo de restaurar en los últimos días el cristianismo del Nuevo Testamento. El interés ampliamente extendido por el bautismo y los dones del Espíritu convenció a algunos de que Dios les otorgaría el don de lenguas para equiparlos con idiomas humanos identificables (xenolalia) a fin de predicar el evangelio en otras naciones, acelarando así el evangelismo misionero.
En una ocasión, el avivamiento de 1889–1890 en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Topeka, Kansas, motivó la organización de la Misión Kansas-Sudán, cuyos miembros salieron poco después para realizar trabajo misionero en el oeste de África. Al pasar por la ciudad de Nueva York visitaron las oficinas centrales de A. B. Simpson, donde escucharon sus puntos de vista sobre la sanidad y adquirieron la seguridad de que una sencilla vida de fe y el poder del Espíritu los prepararían para cuanto tuvieran por delante. Un observador informa que “dos de sus principios centrales eran la sanidad por fe y los dones de lenguas pentecostales; no debían llevar medicinas, ni hacer uso de gramáticas o diccionarios; el grupo fue atacado por fiebres malignas; dos murieron negándose a tomar quinina”.1 Aunque la expedición terminó trágicamente, el ideal sobrevivió.
En 1895, W. B. Godbey, autor y editor del movimiento de Santidad muy leído, predijo que el “don de lenguas” estaba “destinado a jugar un papel sobresaliente en la evangelización del mundo pagano, en medio del glorioso cumplimiento profético de los...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. Contenido
  4. Lista de autores
  5. Prefacio
  6. Capítulo 1. El fondo histórico
  7. Capítulo 2. Los fundamentos teológicos
  8. Capítulo 3. La Palabra inspirada de Dios
  9. Capítulo 4. El Dios único y verdadero
  10. Capítulo 5. La Santa Trinidad
  11. Capítulo 6. Los espíritus creados
  12. Capítulo 7. La creación del universo y de la humanidad
  13. Capítulo 8. Origen, naturaleza y consecuencias del pecado
  14. Capítulo 9. El Señor Jesucristo
  15. Capítulo 10. La obra salvadora de Cristo
  16. Capítulo 11. El Espíritu Santo
  17. Capítulo 12. El Espíritu Santo y la santificación
  18. Capítulo 13. El bautismo en el Espíritu Santo
  19. Capítulo 14. Los dones espirituales
  20. Capítulo 15. La sanidad divina
  21. Capítulo 16. La iglesia del Nuevo Testamento
  22. Capítulo 17. La misión de la Iglesia
  23. Capítulo 18. Los acontecimientos finales
  24. Glosario
  25. Bibliografía selecta
  26. Índice de citas bíblicas
  27. Índice temático
  28. Copyright
  29. About the Publisher