La lectura eficaz de la Biblia
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Gordon D. Fee

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Esta tercera edición presenta una serie de revisiones importantes de acuerdo con los más recientes estudios académicos, los nuevos recursos y los cambios culturales. Novedades de la tercera edición: Lenguaje actualizado. Nuevo prólogo del autor. Renovación completa de varios capítulos para facilitar su lectura. Lista actualizada de recursos y comentarios.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN
9780829777543

1

Introducción:
La necesidad de interpretar

Con demasiada frecuencia nos encontramos con alguien que dice muy sentidamente: «No tiene que interpretar la Biblia; solo léala y haga lo que ella dice». Normalmente, una observación como esa refleja la protesta del laico contra el especialista «profesional», pastor, maestro o maestro de Escuela Dominical, quien al «interpretar» parece arrebatarle la Biblia a la persona común. Es su manera de decir que la Biblia no es un libro oscuro. «Después de todo», se alega, «cualquier persona medio dotada puede leerla y comprenderla. El problema con demasiados predicadores y maestros es que le dan tantas vueltas que tienden a oscurecer su sentido. Lo que estaba claro para nosotros cuando la leímos no queda tan claro».
Hay mucho de cierto en esta protesta. Estamos de acuerdo en que los cristianos deben leer, creer y obedecer la Biblia. Y especialmente estamos de acuerdo en que la Biblia no necesita ser un libro oscuro si se estudia y lee de forma adecuada. De hecho, estamos convencidos de que el problema más serio que tiene la gente con la Biblia no es la falta de comprensión ¡sino el hecho de que entienden la mayoría de las cosas demasiado bien! Por ejemplo, con un texto como:«Háganlo todo sin quejas ni contiendas» (Fil 2:14), el problema no es comprenderlo sino obedecerlo, ponerlo en práctica.
También coincidimos en que el predicador o maestro con demasiada frecuencia es proclive a hurgar primero y mirar después, y en consecuencia encubrir el significado llano del texto, que a menudo está en la superficie. Permítanos decir al principio —y repetir en todas partes— que la meta de una buena interpretación no es la originalidad; no se trata de descubrir lo que nadie ha visto antes.
Una interpretación que tiene la meta o el propósito de lograr la originalidad puede atribuirse por lo general al orgullo (a un intento de «deslumbrar» al resto del mundo), una equivocada comprensión de la espiritualidad (en la que la Biblia está llena de verdades ocultas que esperan por una persona espiritualmente sensible con una especial perspicacia para que las desentierre), o intereses disfrazados (la necesidad de apoyar un prejuicio teológico, especialmente al tratar con textos que parecen contradecir ese prejuicio). Las interpretaciones originales están normalmente equivocadas. Esto no es decir que la correcta comprensión de un texto no pueda aparecer a menudo original a alguno que la escucha por primera vez. Pero sí que la originalidad no es la meta de nuestra tarea.
La meta de una buena interpretación es simple: captar el «significado llano del texto». Y el ingrediente más importante que aportamos a esta tarea es el sentido común bien informado. La prueba de una buena interpretación es que hace que el texto tenga sentido. Por lo tanto, una interpretación correcta da un respiro a la mente a la vez que aguijonea el corazón.
Pero si lo único que concierne a la correcta interpretación es el significado llano, ¿para qué interpretar? ¿No proviene el significado llano de una simple lectura? En cierto sentido, sí. Pero en un sentido más profundo, un argumento como ese es ingenuo e irreal debido a dos factores: la naturaleza del lector y la naturaleza de la Biblia.

El lector como intérprete

La primera razón por la que se necesita aprender cómo interpretar es que, nos guste o no, cada lector es al mismo tiempo un intérprete. Esto es, la mayoría de nosotros asume mientras leemos que también comprendemos lo que leemos. También tendemos a pensar que nuestra comprensión se equipara con el objetivo del Espíritu Santo o del autor humano. No obstante, traemos invariablemente al texto todo lo que somos, con todas nuestras experiencias, cultura y previa comprensión de las palabras e ideas. A veces lo que traemos al texto, seguramente sin intención, nos lleva por mal camino, o si no hace que leamos toda clase de ideas ajenas al texto.
De esa manera, cuando una persona de nuestra cultura escucha la palabra «cruz», siglos de arte y simbolismo cristiano hacen que la mayoría de la gente piense automáticamente en una cruz romana (†), aunque es muy poco probable que esa fuera la forma de la cruz de Jesús, que probablemente tenía el aspecto de una «T». La mayoría de los protestantes, y también de los católicos, cuando leen un texto sobre la iglesia en el culto, automáticamente visualizan a gente sentada en un edificio con «bancos» muy parecidos a los nuestros. Cuando Pablo dice: «No proveáis para los deseos de la carne» (RVR-60), las personas en la mayoría de las culturas de habla hispana tiende a pensar que «carne» significa «cuerpo» y que por lo tanto Pablo habla de los «apetitos del cuerpo».
Pero la palabra «carne» tal como Pablo la usa, muy rara vez se refiere al cuerpo —y en este texto casi seguramente no lo hizo— sino a una dolencia espiritual llamada a veces «la naturaleza pecadora», que denota una existencia totalmente centrada en sí misma. Por lo tanto, sin proponérselo, el lector interpreta mientras lee, y desafortunadamente demasiado a menudo interpreta de manera incorrecta.
Esto nos lleva además a notar que de todos modos el lector de una Biblia castellana ya tiene una interpretación. Porque una traducción es en sí misma una (necesaria) forma de interpretación. Su Biblia, no importa la traducción que utilice, la cual es su punto de partida, de hecho es el resultado final de mucho trabajo erudito. A los traductores se les pide por lo regular que tomen decisiones relativas a significados, y sus decisiones afectarán cómo usted comprende.
Por consiguiente, los buenos traductores toman en consideración el problema de nuestras diferencias idiomáticas. Pero no es una tarea fácil. En Romanos 13:14, por ejemplo, ¿debemos traducir «carne» (como en RVR-60, RVR-95, BJ, RVA), debido a que es la palabra que usó Pablo, y entonces dejar que un intérprete nos diga que «carne» no significa «cuerpo»? ¿O debemos «ayudar» al lector y traducir «naturaleza pecaminosa» (como en NVI) o «desordenados apetitos» (como CB) porque esto se aproxima más a lo que Pablo realmente quiso decir? Retomaremos esta cuestión con más detalle en el siguiente capítulo. Por ahora es suficiente para señalar cómo el hecho de la traducción en sí misma ya abarca una de las tareas de interpretación.
La necesidad de interpretar también se debe fundar en la percepción de lo que ocurre en derredor nuestro todo el tiempo. Una simple mirada a la iglesia contemporánea, por ejemplo, evidencia con mucha claridad que no todo «significado llano» es igualmente llano para todos. Es más que un interés pasajero notar que la mayoría de aquellos que argumentan en la iglesia de hoy que las mujeres deben mantenerse en silencio en la iglesia sobre la base de 1 Corintios 14:34-35 al mismo tiempo niegan la validez de hablar en lenguas y profetizar, el preciso contexto en que ocurre el pasaje del «silencio». Y aquellos que afirman sobre la base de 1 Corintios 11:2-16 que las mujeres deben orar y profetizar al igual que los hombres normalmente niegan que deben hacerlo con las cabezas cubiertas. Para algunos, la Biblia «enseña con claridad» el bautismo de los creyentes por inmersión; otros creen que pueden demostrar con la Biblia el bautismo de infantes. La «seguridad eterna» y la posibilidad de que alguien «pierda la salvación» se predican en la iglesia, ¡pero nunca lo hace la misma persona! A pesar de eso se afirman ambas como el significado llano de textos bíblicos. Aun los dos autores de este libro tienen algunas discrepancias sobre el significado «claro» de ciertos textos. Pero todos leemos la misma Biblia, y tratamos de ser obedientes a lo que el texto dice «con claridad».
Fuera de estas diferencias reconocibles entre cristianos que creen en la Biblia, también salen a flote todo tipo de cosas extrañas. Por lo general se pueden reconocer las sectas, por ejemplo, porque aceptan otra autoridad aparte de la Biblia. Pero no todos lo hacen; y en todo caso tuercen la verdad por la forma en que seleccionan los textos de la Biblia. Toda herejía o práctica imaginable —desde el arrianismo de los Testigos de Jehová (que niega la divinidad de Cristo), al bautismo de los muertos entre los Mormones, a la manipulación de serpientes por sectas apalaches— afirman estar «respaldadas» por un texto.
Aun entre gente teológicamente más ortodoxa, muchas ideas extrañas se las arreglan para obtener aceptación en varias denominaciones. Por ejemplo, una de las furias actuales entre protestantes americanos, especialmente carismáticos, es el llamado evangelio de salud y prosperidad. La «buena noticia» es que la voluntad de Dios es que usted sea próspero financiera y materialmente. Uno de los defensores de este «evangelio» comienza su libro alegando el «significado llano» de la Biblia y afirmando que la Palabra de Dios es fundamental a lo largo de su estudio. Dice que lo importante no es lo que pensamos sino lo que de veras dice. Lo que él busca es el «significado llano». Pero uno comienza a preguntarse qué es de verdad el «significado llano» cuando se propone la prosperidad como la voluntad de Dios a partir de un texto como 3 Juan 2: «Querido hermano, oro para vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente» (NVI), texto que de hecho no tiene nada que ver con la prosperidad financiera. Otro ejemplo toma el significado llano de la historia del joven rico (Marcos 10;17-22) como precisamente lo opuesto «de lo que esta dice» y atribuye la «interpretación» al Espíritu Santo. Hay que preguntarse con razón si lo que del todo se busca es el significado llano; quizá el significado llano no sea más que lo que ese autor quiere que el texto diga a fin de apoyar algunas ideas favoritas.
Dada toda esta diversidad, tanto dentro como fuera de la iglesia, y todas las diferencias incluso entre eruditos, quienes se espera que conozcan «las reglas», no extraña que algunos estén a favor solo de leer, no de interpretar. Pero como hemos visto, esta es una opción falsa. El antídoto para una mala interpretación no es renunciar a interpretar sino una buena interpretación, basada en las directivas del sentido común.
Los autores de este libro trabajan sin hacerse ilusiones de que leyendo y siguiendo nuestras orientaciones todo el mundo coincidirá al final en cuanto al «significado llano», ¡nuestro significado! Lo que sí esperamos alcanzar es elevar la sensibilidad del lector hacia los problemas específicos inherentes a cada género, ayudar al lector a conocer por qué existen diferentes opciones y cómo formular juicios sensatos, y especialmente capacitar al lector para discernir entre las interpretaciones buenas y no tan buenas, y conocer lo que las hace ser una cosa o la otra.

La naturaleza de la Biblia

Una razón más significativa para interpretar reside en la naturaleza misma de la Biblia. Históricamente la iglesia ha entendido la naturaleza de la Biblia casi de la misma manera que ha entendido la persona de Cristo: la Biblia es al mismo tiempo humana y divina. «La Biblia», se ha dicho con razón, «es la Palabra de Dios dada en la historia en palabras humanas». Esta naturaleza dual de la Biblia es la que nos demanda la tarea de interpretación.
Como la Biblia es la Palabra de Dios, ella tiene relevancia eterna ; le habla a toda la humanidad, en toda era y toda cultura. Debido a que es la Palabra de Dios, debemos escuchar y obedecer. Pero como Dios decidió pronunciar su Palabra a través de palabras humanas en la historia, todo libro de la Biblia posee también un carácter histórico; cada documento está condicionado por el lenguaje, el tiempo, y la cultura en la que originalmente se escribió (y en algunos casos también por la historia oral que tuvo antes de que lo escribieran). La «tensión» que existe entre su relevancia histórica y su particularidad histórica es lo que demanda una interpretación de la Biblia.
Por supuesto, hay algunos que creen que la Biblia no es más que un libro humano, y que contiene solo palabras humanas en la historia. Para estas personas la tarea de interpretar está limitada a una búsqueda histórica. Su interés, al igual que al leer a Cicerón o a Milton, está dirigido a las ideas religiosas de los judíos, Jesús o la iglesia primitiva. Por consiguiente, la tarea para ellos es puramente histórica. ¿Qué significaban estas palabras para la gente que las escribió? ¿Qué pensaban de Dios? ¿Cómo se veían a sí mismos?
Por otro lado, hay los que piensan en la Biblia solo en términos de su relevancia eterna. Como es la Palabra de Dios, tienden a pensar que es solo una colección de propuestas que se deben creer e imperativos que se deben obedecer, pese a que hay mucho de picoteo y selección entre las propuestas y los imperativos. Por ejemplo, hay cristianos que, sobre la base de Deuteronomio 22:5 («La mujer no se pondrá ropas de hombre»), alegan que una mujer no debe utilizar pantalones o shorts, porque se estima que son «ropas masculinas». Pero las mismas personas rara vez toman literalmente los otros imperativos de esta lista, la que incluye construir una baranda alrededor de la azotea (v. 8), ni sembrar diferentes tipos de semilla en una viña (v. 9), y poner borlas en las cuatro puntas del manto con que se cubren (v. 12).
La Biblia, sin embargo, no es una serie de propuestas e imperativos; no es solo una colección de «Máximas del Dios Presidente», como si este nos mirase desde el cielo y dijera: «Oye, tú allá abajo, aprende estas verdades. Número 1, No hay Dios sino uno, y ese soy yo. Número 2, Soy el Creador de todas las cosas, incluyendo la humanidad, y así sucesivamente, hasta la propuesta número 7.777 y el imperativo número 777.
Por supuesto, estas propuestas son ciertas, y se hallan en la Biblia (aunque no exactamente de esta forma). De hecho un libro pudiera haber hecho más fáciles para nosotros muchas cosas. Pero, por dicha, esa no es la forma en que Dios decidió hablarnos. Antes bien, quiso comunicar sus verdades eternas dentro de las circunstancias y acontecimientos particulares de la historia humana. Esto también es lo que nos da esperanza. Y porque Dios decidió hablar en el contexto mismo de la historia humana, debemos cobrar ánimo y pensar que estas palabras hablarán una y otra vez en nuestra historia «real», como lo han hecho a lo largo de la historia de la iglesia.
El hecho de que la Biblia tiene un lado humano es lo que nos alienta, y también es nuestro reto, y el motivo por el que necesitamos interpretar. Hay que señalar dos cosas a este respecto:
1. Una de las cosas más importantes del lado humano de la Biblia es que, a fin de comunicar su Palabra a todas las condiciones humanas, Dios decidió utilizar casi todo tipo de comunicación: relatos históricos, genealogías, crónicas, leyes de todos los tipos, poesía de todos los tipos, proverbios, oráculos proféticos, acertijos, drama, bosquejos biográficos, parábolas, cartas, sermones, y revelaciones apocalípticas.
Para interpretar adecuadamente el «entonces y allí» de los textos bíblicos, debemos conocer no sólo algunas reglas generales que se aplican a todas las palabras de la Biblia, sino también las reglas especiales que se aplican a cada uno de estas formas literarias (géneros). La manera en que Dios nos comunica su Palabra en el «aquí y ahora» diferirá a menudo de una forma a otra. Por ejemplo, necesitamos conocer cómo un salmo, una forma frecuentemente dirigida a Dios, funciona como la Palabra de Dios para nosotros, y cómo ciertos salmos difieren de otros, y cómo todos ellos difieren de «las leyes», que fueron a menudo dirigidas a gente en situaciones culturales que ya no existen. ¿Cómo nos hablan esas «leyes», y cómo difieren de las «leyes» morales, que siempre son válidas en todas las circunstancias? Esas son las preguntas que la naturaleza dual de la Biblia nos impone.
2. Al hablar a través de personas de carne y hueso, en una variedad de circunstancias, durante un período de 1500 años, la Palabra de Dios se expresó en el vocabulario y por medio de los patrones de esas personas y estuvo condicionada por la cultura de esos tiempos y circunstancias. En otras palabras, la Palabra de Dios para nosotros fue antes Palabra de Dios para ellos. Si iban a escucharla, esta solo podría llegar a través de hechos y en un lenguaje que ellos pudieran haber entendido. Nuestro problema es que estamos muy lejos de ellos en el tiempo, y algunas veces en el pensamiento. Este es el motivo principal por el que hace falta aprender a interpretar la Biblia. Si la Palabra de Dios sobre las mujeres que usan ropas de hombres o las personas que construyen barandas alrededor de la azotea se refieren a nosotros, primero necesitamos saber qué le dijo a sus destinatarios originales y por qué.
De manera que la tarea de interpretar involucra al estudiante/lector a dos niveles. Primero, hay que escuchar la Palabra que ellos escucharon; usted debe tratar de comprender lo que se les dijo a ellos entonces y allí (exégesis). Segundo, debe aprender a escuchar la misma Palabra en el aquí y ahora (hermenéutica). Se necesitan unas pocas palabras preliminares sobre estas dos tareas.

La primera tarea: Exégesis

La primera tarea de un intérprete se llama exégesis. Exégesis es el estudio cuidadoso y sistemático de la Biblia para descubrir el significado original que tenía. Esta es básicamente una tarea histórica. Es el intento de escuchar el mensaje de la Biblia tal como lo hubieran escuchado sus destinatarios originales, encontrar lo que era el objetivo original de las palabras de la Biblia. Esta es la tarea que a menudo demanda la ayuda del «experto», de la persona entrenada para conocer bien el lenguaje y las circunstancias de un texto en su escenario original. Pero no hay que ser un experto para hacer una buena exégesis.
De hecho, todo el mundo es de cierta manera un exegeta. Lo único es si usted es un buen exegeta. Por ejemplo, ¿cuántas veces ha escuchado decir: «Lo que Jesús quiso decir con eso era … « o «En aquellos días, ellos acostumbraban a … «? Estas son expresiones exegéticas. La mayoría se emplean para explicar las diferencias entre el «ellos» y el «nosotros» —por ejemplo, porqué no construimos barandas alrededor de nuestras casas— o para explicar por qué utilizamos un texto de una forma nueva o diferente—por qué darse la mano ha tomado el lugar del «beso santo». Aun cuando esas ideas no se articulan, de hecho se ponen en práctica siempre como algo de sentido común.
Sin embargo, el problema con mucho de esto es (1) que esa exégesis es frecuentemente demasiado selectiva y (2) que a menudo las fuentes consultadas no están escritas por verdaderos «expertos», esto es, son fuentes secundarias que frecuentemente utilizan también otras fuentes secundarias en lugar de las fuentes primarias. Se...

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