El restauracionismo apostólico
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El restauracionismo apostólico

El verdadero oficio del apóstol en la iglesia

  1. 176 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El restauracionismo apostólico

El verdadero oficio del apóstol en la iglesia

Descripción del libro

Desde finales del siglo veinte se oyen las voces de los que proclaman que Dios ha restaurado el oficio del apóstol en su iglesia. Muchos han abrazado esta «Reforma Apostólica» y cambiado sus formas de gobierno eclesiástico en correspondencia. Otros han sentido que su ministerio es el de ser un «apóstol» y han buscado las formas para hacer de ello su realidad.En este libro, Jaime Mazurek examina con rigor y objetividad este movimiento desde la triple perspectiva de la historia, la hermenéutica y la teología. El lector descubrirá que hay mucho más de fondo en la Restauración Apostólica de lo que quizás pensaba.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN de la versión impresa
9780829755893
ISBN del libro electrónico
9780829778977

Capítulo dos

¿QUÉ DICE LA HISTORIA ECLESIÁSTICA?

«Yo no soy uno como Pedro y Pablo que pueda darles mandamientos. Ellos fueron apóstoles. Yo soy un hombre condenado».
(IGNACIO 115 D.C., EPÍSTOLA A LOS ROMANOS, CAPÍTULO 4)
El primer criterio con que se evaluará el movimiento de restauración apostólica es la historia. Esto implica un estudio bastante largo pero necesario e iluminador, pues los movimientos restauracionistas tienden a no fijarse en la historia en su conjunto sino solo les interesa los sucesos de la iglesia del primer siglo y lo de su presente, idea reflejada en la expresión «lluvia temprana y lluvia tardía», tan usada por muchos de sus seguidores como metáfora de su realidad. Por lo tanto, lo que haya pasado entre esos dos polos, poco importa para ellos.
Ahora bien, Blumhofer comenta acerca de la mentalidad restauracionista de los pentecostales de comienzos del siglo veinte lo siguiente: «La perfección significaba un volver a las normas de una era más temprana. La historia era irrelevante. La Iglesia era llamada para ser ahistórica, o por lo menos a existir libre de las manchas de las corrientes históricas».1
La literatura de este movimiento por lo general ignora los antecedentes históricos que efectivamente arrojan luz sobre sus teorías y aspiraciones antes que estudiarlas con sentido de autocrítica. Suelen olvidar los refranes: «No hay nada nuevo bajo el Sol» y «Quien rehúsa aprender de los errores del pasado se condena a repetirlos» y, en cambio, piensan en ser los primeros en «descubrir» o «restaurar» alguna verdad bíblica olvidada por la iglesia, cuando en verdad ya otros en el pasado intentaron caminar por esas mismas sendas. Esa es precisamente la situación de esta corriente. Diferentes grupos intentaron restaurar apóstoles muchas veces y en muchos lugares. Sin embargo, sus maestros en la actualidad eligen ignorar esos antecedentes históricos. Por ejemplo, en la introducción a Apostles and Prophets de Bill Hamon, Wagner escribió: «Los años 1990 se perfilan como la década en que Dios está renovando el don y el oficio del apóstol». Lamentablemente, se olvidó mencionar a sus lectores que muchos otros a través de la historia eclesiástica ya habían afirmado lo mismo. Vale la pena ver qué pasó en esos otros casos.
Ahora bien, ¿qué testimonio da la historia acerca de las presuposiciones de la enseñanza restauracionista?, ¿cuál fue la realidad sobre el «gobierno apostólico» durante el primer siglo?, ¿qué han dicho los padres apostólicos, los reformadores y otros grandes teólogos sobre esta materia?, ¿qué ha pasado en los distintos momentos de la historia cuando grupos cristianos han decidido restaurar el gobierno apostólico a la iglesia?, ¿qué ha pasado con la doctrina al quedar en manos de los «apóstoles restaurados»?, ¿cómo han manejado ellos el elevado grado de poder recibido?, ¿cómo han tratado el asunto de la sucesión apostólica?
Las respuestas a estas preguntas con seguridad nos iluminarán el panorama contextual de este movimiento y nos servirán para evaluarlo a la luz de las similitudes y diferencias que puedan existir.

OBSERVACIONES DE LA HISTORIA ECLESIÁSTICA: SIGLO PRIMERO AL DIECISÉIS

La era apostólica
Esta era la comprenden comúnmente desde el año treinta al cien de la era cristiana; es decir, el período donde vivieron los apóstoles, discípulos de Cristo, fundadores y orientadores de las primeras iglesias cristianas.
Los apóstoles durante el primer siglo
No cabe duda de la existencia de apóstoles durante el primer siglo; el punto no admite discusión alguna. Lo que sí deseamos indagar es el concepto que ellos tenían de sí mismos, qué rol jugaban en el gobierno eclesiástico y qué medidas tomaron (si es que lo hicieron) para asegurar la continuidad de su oficio.
Antes que nada, hay que aclarar que la iglesia no acuñó la palabra «apóstol». Recordemos que era un vocablo del griego común que significaba «mensajero» o «uno enviado». Diferentes formas del verbo apostollein aparecen más de setecientas veces en la versión Septuaginta, (la versión del Antiguo Testamento en griego, traducida unos ciento setenta años antes de Cristo, también conocido con la sigla LXX). En este texto aparece casi siempre en el sentido de un simple «enviar», sin un significado ministerial especial.2 Por ejemplo, en 1 Samuel 6:2, cuando los filisteos preguntaban: «¿Qué haremos con el arca del Señor? Decidnos cómo la hemos de enviar a su lugar», la LXX expresa «enviar» con el verbo aposteloumen. Según 2 Crónicas 32:31, los mensajeros que fueron enviados desde Babilonia para espiar las riquezas de Judá también fueron «enviados», dicho con el verbo apostalelisin. El vocablo, en efecto, tomaba un sentido religioso cuando el contexto era religioso; por ejemplo, en Isaías 6:8, donde Dios pregunta: «¿A quién enviaré?»; la LXX lo escribe: «Tína aposteílo».
En el Nuevo Testamento pasó algo similar. Los vocablos apóstolos (sustantivo) y apostolein (verbo) se usaron a veces en el sentido genérico o común, como también, por supuesto, en el sentido religioso o eclesiástico. Un ejemplo del uso común del sustantivo apóstolos en el Nuevo Testamento se encuentra en Juan 13:16: «En verdad, en verdad os digo: un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que le envió». Ahí la expresión «el enviado» es apóstolos, y obviamente se refiere a una persona común y corriente que hace un mandado. Este ejemplo de dicción poética hebrea típica, con un hermoso paralelismo sinónimo, es donde se repite una misma idea dos veces al usar sinónimos. Aquí, «el enviado» de la segunda frase es sinónimo de «el siervo» de la primera. La forma genérica verbal apostello también existe en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando Jesús dice en Mateo 13:41: «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que son piedra de tropiezo y a los que hacen iniquidad», el verbo traducido «enviará» es apostelei. Por lo tanto, no se debe pensar que la intención del Señor era declarar que los ángeles también son apóstoles en el sentido eclesiástico sino que simplemente estaba usando el verbo «enviar» en su sentido común.
Por otra parte, la palabra apóstolos tomó un significado especial para el cristianismo cuando a los discípulos de Jesús se les llamó «apóstoles» o «apóstoles de Cristo» por ser los enviados por él. Es más, el Nuevo Testamento revela con bastante claridad cuáles eran las características de los apóstoles y las condiciones para ser llamado «un apóstol». Como testigos de la resurrección de Cristo, fueron quienes recorrieron el mundo y colocaron los fundamentos de la iglesia mediante su predicación y testimonio (cf. Hch 2:32; Ef 2:20); anunciaban el evangelio que habían recibido del Señor y presentaban el testimonio de lo que habían visto; y Dios confirmaba la verdad de su mensaje con señales y milagros (cf. He 2:3-4). Donde iban, plantaban iglesias locales, colocaban ancianos y seguían en su marcha hacia nuevos territorios.
Los apóstoles sufrieron muchas persecuciones y tribulaciones en su ministerio misionero. Siempre mantuvieron un concepto muy servicial y humilde de su cargo y oficio. Pablo se identificaba como «siervo [doulos] de Cristo Jesús» (cf. Ro 1:1, énfasis añadido). Ellos reconocían su condición de ser pioneros y emisores de la revelación divina al sufrir las persecuciones que se dan contra los que introducen algo nuevo: «Porque pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles en último lugar, como a sentenciados a muerte; porque hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nosotros somos necios por amor de Cristo, mas vosotros, prudentes en Cristo; nosotros somos débiles, mas vosotros, fuertes; vosotros sois distinguidos, mas nosotros, sin honra. Hasta el momento presente pasamos hambre y sed, andamos mal vestidos, somos maltratados y no tenemos dónde vivir; nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; cuando nos ultrajan, bendecimos; cuando somos perseguidos, lo soportamos; cuando nos difaman, tratamos de reconciliar; hemos llegado a ser, hasta ahora, la escoria del mundo, el desecho de todo» (1 Co 4:9-13).
Al escribir lo que muy posiblemente fue su primera epístola, la de los Gálatas, Pablo dice: «De aquí en adelante nadie me cause molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gá 6:17). Así daba testimonio del sufrimiento que había experimentado durante su primer viaje misionero.
Los apóstoles reconocían la gran importancia de su labor, que era de naturaleza fundacional y revelacional (cf. Ef 2:20; 3:5), plantaban iglesias, pero dejaban el gobierno de estas en manos de otros. Para nada les interesó quedarse en un mismo lugar muchos años para gobernar su «red» de iglesias, mucho menos intervenir en los asuntos de iglesias fundadas por otros. El apóstol Pablo revela su corazón sobre esta materia en Romanos 15 al decir: «De esta manera me esforcé en anunciar el evangelio, no donde Cristo era ya conocido, para no edificar sobre el fundamento de otro» (v. 20); y luego: «Pero ahora, no quedando ya más lugares para mí en estas regiones» (v. 23). Según esto, es evidente que el apóstol no estaba interesado en «asumir y ejercer liderazgo» sobre iglesias ya existentes sino en hacer una labor misionera.
F. F. Bruce comenta sobre la función del apóstol Pablo esto: «La declaración de que ya “no tenía campo donde trabajar en estas regiones” (Ro 15:23) arroja luz sobre el concepto paulino de su obra. Ciertamente existía mucho campo para la realización de más trabajo en el área ya evangelizada por Pablo, pero no (según su concepto) trabajo de naturaleza apostólica. La labor de un apóstol era predicar el evangelio donde no se había predicado antes y plantar iglesias donde ninguna existía».3
Los apóstoles, en este sentido, mantenían contacto con las iglesias que plantaban y ejercían su autoridad como padres espirituales cuando era necesario. Como los fundadores, receptores directos de evangelio de Cristo, se preocupaban sobre todo por la sana doctrina y por impedir la intromisión de falsos maestros entre las iglesias que habían establecido.
Las iglesias locales durante el primer siglo
No se debe pensar que toda iglesia del primer siglo era parte de una «red apostólica» o siquiera fundada por un apóstol. Sin duda, los apóstoles fueron los principales fundadores de iglesias durante el primer siglo, pero no toda iglesia local fue fundada de esa manera. Al producirse la expulsión de muchos hermanos de Jerusalén (cf. Hch 8:1), ellos establecieron nuevas congregaciones cristianas en las ciudades donde iban, tal como los judíos establecían sinagogas en su diáspora, sin la intervención directa de algún enviado del Gran Sanedrín. Por ejemplo, la iglesia en Roma fue quizá fundada por «cristianos comunes y corrientes, quienes llevaron el evangelio hasta allá».4
El gobierno de las iglesias locales tampoco estuvo en manos de los apóstoles sino de ancianos-obispos y diáconos. La única iglesia local que comenzó con un gobierno netamente apostólico fue la de Jerusalén, pero aun en ese caso se puede apreciar que hubo una transición a un gobierno de ancianos.
Ahora bien, la palabra «ancianos» (presbuteros) aparece en relación con la iglesia de Jerusalén en Hechos 11:19-30. Sobre la ofrenda que se levantó en Antioquía para ayudar a la iglesia de Jerusalén, se dice: «Lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo» (v. 30, RVR 1960). Se ve que para cerca del año 46 el liderazgo de la iglesia de Jerusalén incluía no solo apóstoles sino también ancianos. Para el tiempo del concilio de Jerusalén (año 49), en la iglesia ya había liderazgo de parte de ancianos (presbuteron) y apóstoles. Según Hechos 15:6,22-23, tanto apóstoles como ancianos consideraron el asunto de la legitimidad de la conversión de gentiles incircuncisos. La carta que comunicaba la decisión final fue enviada de parte de ambos grupos (apostoloi kai oi presbuteroi).
En Jerusalén no se pensaba que los apóstoles eran los máximos y únicos capaces de interpretar las Escrituras y considerar a su luz los fenomenales acontecimientos que habían sucedido. Fiel al modelo funcional del Sanedrín, los ancianos participaban en la búsqueda de la verdad. Quien tuvo la palabra final y decisiva en el concilio no fue uno de los doce apóstoles sino Jacobo, el hermano de Jesús, que a esas alturas al parecer ya era el anciano principal de la iglesia de Jeru-salén. Además, el liderazgo de aquella iglesia aparece por última vez en Hechos 21:17-18, que dice: «Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con regocijo. Y al día siguiente Pablo fue con nosotros a ver a Jacobo, y todos los ancianos». Se puede apreciar, por lo tanto, una progresión de cambio en el liderazgo en Jerusalén. Al comienzo, en el año 30, este estaba en manos de los doce apóstoles. Luego se añadieron los diáconos o posibles primeros ancianos.5 Para el año 49, durante el concilio de Jerusalén, se ve que el liderazgo era definitivamente compartido por apóstoles y ancianos, y que el anciano Jacobo era el líder principal.6 Cuando Pablo volvió a Jerusalén en el año 57, al final de su tercer viaje misionero, se encontró únicamente con un liderazgo de ancianos; ya no hay mención de apóstoles en la iglesia de Jerusalén.
¿Qué había pasado con los apóstoles y qué forma tenía ese liderazgo de ancianos en Jerusalén?
F. F. Bruce ofrece una interesante hipótesis: «Pedro y Juan y los otros apóstoles aún vivos habían asumido otras responsabilidades misioneras. Pero Jacobo permanecía en Jerusalén, ejerciendo liderazgo sabio y juicioso sobre la comunidad nazarena de ese lugar, sumamente respetado no solo por los miembros de aquella comunidad sino también por los judíos comunes de Jerusalén. Entre sus responsabilidades administrativas tenía un grupo de colegas: los ancianos de la iglesia de Jerusalén. No se nos dice cuántos eran, pero en vista de la multitud de creyentes en Jerusalén—varios miles se nos dice en el versículo 20—, bien puede ser que hubo setenta de estos, constituyendo una suerte de Sanedrín Nazareno, con Jacobo como su presidente. El cuerpo entero de anci...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. CONTENIDO
  4. Prólogo
  5. Introducción
  6. CAPÍTULO UNO: ¿QUÉ ES EL RESTAURACIONISMO APOSTÓLICO?
  7. CAPÍTULO DOS: ¿QUÉ DICE LA HISTORIA ECLESIÁSTICA?
  8. CAPÍTULO TRES: ¿QUÉ DICE LA BIBLIA?
  9. CAPÍTULO CUATRO: ¿CÓMO SE AJUSTA A LA TEOLOGÍA?
  10. CAPÍTULO CINCO: CONCLUSIONES ACERCA DEL RESTAURACIONISMO APOSTÓLICO
  11. Bibliografía
  12. About the Authors
  13. Copyright
  14. About the Publisher