Manos prodigiosas
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Manos prodigiosas

Ben Carson, M.D.

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  1. 240 páginas
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Manos prodigiosas

Ben Carson, M.D.

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Manos prodigiosas por y acerca de Ben Carson, Doctor en Medicina, es el relato inspirador de un chiquillo de un barrio difícil, con bajas calificaciones y poca motivación, que a los treinta y tres años llegó a ser director de neurocirugía pediátrica del Hospital de la Universidad John Hopkins. Manos prodigiosas lo trasladará a la sala de operaciones para presenciar cirugías que aparecieron en los titulares por todo el mundo, y a la mente privada del médico compasivo y temeroso de Dios que vive para ayudar a otros. En 1987, el Dr. Carson obtuvo un reconocimiento mundial por su participación en la primera separación exitosa de siameses unidos por la parte trasera de su cabeza; una operación en extremo compleja y delicada que llevó cinco meses de planificación y veintidós horas de cirugía, incluyendo un plan quirúrgico que Carson ayudó a iniciar. Manos prodigiosas revela a un hombre humilde, decente, compasivo, valeroso y sensible que sirve como modelo ejemplar para los jóvenes (y todos los demás) que necesitan estímulo para intentar lo que parece imposible y sobresalir en lo que sea que intenten. El Dr. Carson también describe el papel clave que su madre, de gran inteligencia aunque relativamente sin mayor educación, desempeñó en su metamorfosis de un adolescente de gueto y sin motivación a uno de los neurocirujanos más respetados del mundo

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Información

Editorial
Vida
Año
2014
ISBN
9780829753110
Categoría
Medicine
Capítulo dieciocho
Craig y Susan
Unas veinticinco o treinta personas estaban amontonadas en la habitación del hospital de Craig Warnick mientras realizaban una reunión de oración cuando entré. Todos estaban turnándose para pedirle a Dios un milagro en el momento en que Craig fuera a cirugía. No solo me asombró ver a tantas personas en la habitación, sino que todas hubieran llegado para orar con Craig y por él.
Me quedé unos pocos minutos y también oré. Al salir, la esposa de Craig, Susan, fue hasta la puerta conmigo. Ella me regaló una calurosa sonrisa.
—Recuerde lo que su madre dijo.
—No lo olvidaré —respondí, muy consciente de las palabras de mi madre, las cuales una vez le había citado a Susan: «Bennie, si le pides algo al Señor creyendo que lo hará, él lo hará».
—Y usted también recuérdelas —señalé.
—Ya lo creó —dijo ella—. En realidad lo creo.
Incluso sin que ella me lo dijera, pude ver que confiaba en el resultado de la cirugía.
Mientras caminaba por el pasillo, pensé en Susan y Craig y en todo lo que habían atravesado durante sus vidas. Ellos ya habían pasado por mucho. Y el fin todavía estaba lejos.
Susan Warnick es enfermera, y una excelente, en nuestro piso infantil de neurocirugía. Su esposo tiene la enfermedad de Von Hippel-Lindau (VHL). A los individuos con esta rara enfermedad les brotan múltiples tumores cerebrales y retinales. Es una enfermedad hereditaria. En un período de varios años, al padre de Craig le brotaron cuatro en su cerebro.
La odisea de Craig empezó en 1974, cuando estaba en último año de bachillerato. Él se enteró de que había desarrollado un tumor. Pocas personas sabían del VHL, y como consecuencia nadie de la profesión médica que lo examinó pensó que le brotarían otros más. Yo no había conocido todavía a Craig. Así que otro neurocirujano lo operó y extrajo el tumor.
Mientras continuaba avanzando por el pasillo, pensé en lo que Craig había atravesado durante los pasados trece años. Luego mis pensamientos se dirigieron a Susan. A su propia manera, ella también había padecido tanto como Craig. La admiré por ser tan dedicada en su cuidado y asegurarse de que se hiciera todo por él. Dios le había enviado a Craig la compañera perfecta.
Susan dijo una vez que ella y Craig supieron desde el principio que compartían un amor especial enviado del cielo. Se conocieron en la escuela cuando ella tenía catorce años y él dos más. Ni uno ni otro consideró a alguna otra persona como su compañero de toda la vida. Ambos llegaron a ser creyentes durante el bachillerato mediante el ministerio de Young Life. Desde entonces, habían crecido en su fe y eran miembros activos de su iglesia.
Para cuando Craig cumplió veintidós, por fin supo el nombre de su rara enfermedad, incluyendo la probabilidad de tumores recurrentes. Es más, en ese entonces ya se había sometido a una cirugía pulmonar, una adrenalectomía, dos resecciones de tumores cerebrales, y tumores en la retina. A pesar de todos los tropiezos físicos que enfrentaba, Craig había asistido a la universidad en los períodos entre sus hospitalizaciones. Después de su primera operación, tuvo problemas con el equilibrio y al tragar… ambas cosas resultados del tumor. Estos síntomas nunca lo dejaron por completo.
En 1978, Craig empezó a vomitar y tener dolores de cabeza. Ambos síntomas persistían con una regularidad alarmante. Antes de que se sometiera de nuevo a varios exámenes, tanto él como Susan sabían que le había brotado otro tumor. Sin embargo, su médico (el original) no se dio cuenta de que se trataba de otro tumor y, según los Warnick me contaron, le restó importancia a sus temores.
No obstante, los exámenes confirmaron que ellos tenían razón. Así que el médico preparó una segunda operación. La noche antes de la cirugía, el neurocirujano de Baltimore le dijo a la madre de Craig: «No pienso que pueda extirpar el tumor sin dejarlo lisiado». Aunque deseaban saber el peor resultado posible, quedaron devastados, y sintieron que él les ofrecía poca esperanza.
Lo último que le dijo el mismo médico a Susan el 19 de abril de 1978, la noche antes de la segunda cirugía, fue: «Mañana después de cirugía estará en cuidados intensivos. ¿De acuerdo?» Empezó a alejarse y luego se volvió añadiendo: «Esperamos que lo logre». Esta fue una de las pocas veces en que Susan luchó con la duda en cuanto a su recuperación.
Craig salió bien de la cirugía, pero tuvo una larga lista de complicaciones, incluyendo una doble visión y la incapacidad de tragar. Su falta de equilibrio era tan mala que ni siquiera podía sentarse derecho. Se sentía desdichado físicamente, deprimido en el ámbito emocional, y listo para darse por vencido. Sin embargo, Susan no desfallecía, rehusándose a permitirle que dejara de luchar. «Te pondrás bien», le decía a cada instante.
Pocos meses más tarde, lo admitieron en el Hospital de Rehabilitación del Buen Samaritano. Debido al número de factores significativos que estaban involucrados, fue un milagro que lo hicieran. Por los siguientes dos años recibió la mejor terapia física disponible, y mejoró muchísimo.
«Gracias, Dios», oraban Susan, Craig y su familia mientras le agradecían al Dios de amor por toda señal de progreso. Sin embargo, para Susan y Craig, la mejoría no era suficiente. «Padre celestial», clamaban a diario, «haz que Craig se ponga bien».
Él tuvo dificultades para recuperarse y enfrentó una variedad de reveses. A pesar de que no era un hombre fornido, perdió como treinta kilos… lo que lo dejó con nada más que la piel estirada sobre su esqueleto de como un metro ochenta.
Craig continuó mejorándose, pero todavía tenía mucho camino por recorrer. También aprendió a alimentarse por su cuenta. Debido principalmente a que tenía problemas para tragar, necesitaba una hora y media para comer. No podía caminar, así tenía que estar en una silla de ruedas. Sin embargo, durante ese período de recuperación, en el cual mostraba una asombrosa determinación, continuó asistiendo a la universidad.
La fe de esas dos personas era asombrosa, en especial la de Susan. «Él caminará», les decía a los demás. «Craig caminará de nuevo».
Después de dos años de terapia física, con la ayuda de un bastón caminó hasta el altar con Susan, casándose el 7 de junio de 1980. El Sun de Baltimore publicó una gran crónica sobre esta relación de amor y cómo la misma había arrancado a Craig de las garras de la muerte.
Craig se dedicó a sus cursos universitarios y por fin los terminó. Se graduó en enero de 1981 y encontró un empleo con el gobierno federal luego de llenar una solicitud como minusválido.
Sin embargo, no todo fueron buenas noticias. A finales de 1981 le brotaron tumores en sus glándulas suprarrenales. En la cirugía le extirparon las glándulas, y ahora tiene que tomar remedios por el resto de su vida.
Poco después, Susan conoció al doctor Neil Miller, oftalmólogo de John Hopkins, que le dijo: «Por lo menos ahora tienen un nombre para la enfermedad: Von Hippel-Lindau o VHL». Él sonrió. «Lleva el nombre del hombre que la descubrió». Y le entregó a Susan un artículo sobre la enfermedad.
Cuando empezó a leer, el doctor Miller le dijo que la enfermedad de Von Hippel-Lindau afecta a una persona en cincuenta mil. Tiene como característica producir tumores en los pulmones, los riñones, el corazón, el bazo, el hígado, las glándulas suprarrenales y el páncreas.
En ese instante, Susan captó el impacto que esa enfermedad tendría durante el resto de la vida de Craig. Ella dejó de leer, y su mirada se tropezó con la del doctor Miller. Ambos tenían los ojos llenos de lágrimas.
Más tarde, ella comentó: «Sus ojos llorosos me consolaron más que cualquier cosa que pudiera haber dicho. Me impresionó mucho descubrir que hay personas en la profesión médica que se ven afectadas de un modo profundo por el estado de sus pacientes. Su llanto sincero me hizo sentir que nos comprendía y se interesaba por nosotros».
Susan conocía el nombre y las características de la enfermedad. Y ese conocimiento también la ayudó a saber lo que podía esperar en el futuro: más tumores. «Esta enfermedad no desaparecerá. La próxima operación no será el final de ella», dijo más para sí misma que para el doctor Miller. «Tendremos que cargar con esto durante toda la vida, ¿verdad?» Las lágrimas llenaron de nuevo los ojos de Miller. Él asintió con la cabeza y dijo de forma entrecortada: «Por lo menos ahora ya saben con qué están lidiando».
Susan decidió no darle a Craig esta información. Él es callado por naturaleza, y a esas alturas ya estaba seriamente deprimido. Ella pensó que si se enteraba de la lobreguez de su futuro, eso solo aumentaría la carga de su corazón.
Por lo tanto, se calló la información, pero no quedó satisfecha. Tenía que saber más. Por los próximos dieciocho meses, leyó, investigó y escribió a todo el que pensaba que pudiera darle alguna información adicional.
Susan dice que tiene una de las más grandes bibliotecas de VHL en el mundo. ¡Y lo creo! Ella telefoneó a todas partes de los Estados Unidos para encontrar los lugares en donde en realidad estaban haciendo alguna investigación sobre VHL. En el curso de la enfermedad de Craig, Susan ha llegado a ser muy conocedora de ese padecimiento y se mantiene al día en cuanto a los desarrollos médicos.
La enfermedad de VHL va asociada con una forma prevenible de ceguera. Debido a que es una dolencia predominantemente hereditaria, esto significa que el cincuenta por ciento de los hijos de las personas con VHL a la larga la padecerán. La hermana de Craig, que ya tiene cuarenta años, tuvo un tumor cuanto tenía más de veinte años. Parece que ya no tendrá ninguno más.
Cuando Susan por fin le explicó a Craig sobre el VHL, él tan solo dijo: «Sabía que algo andaba muy mal por el hecho de que los tumores volvieran a aparecer».
Por ese tiempo, Susan recordó cuánto la compasión del doctor Miller la había ayudado a enfrentarse a la experiencia. Al pensar en eso, concluyó que las enfermeras podrían beneficiar a los pacientes expresándoles su interés. Fue entonces que decidió estudiar enfermería. Después de graduarse en 1984, Susan solicitó y recibió un empleo en el departamento de neurología pediátrica en Johns Hopkins, en donde se ha mantenido desde entonces. Sin que sea sorpresa para nadie, Susan es una excelente enfermera.
En septiembre de 1986, ella se dio cuenta de que Craig estaba mostrando síntomas de otro tumor cerebral. Fue ahí que yo entré en escena: Susan me pidió que aceptara a Craig como paciente.
Después que lo hice, realizamos un escaneo CT y tuve que decirles que en realidad parecía que él tenía tres tumores. Después de la preparación, los extirpé, y gracias a Dios no tuvo ninguna complicación debido a la cirugía. No obstante, lo que sí tenía era problemas endocrinológicos, los cuales llevaron varias semanas controlar. Poco después, a Craig le apareció otro tumor en el centro del cerebro con un quiste en él.
Un residente en jefe muy talentoso llamado Art Wong me ayudó. Tuvimos una operación difícil, ya que teníamos que dividir el cuerpo calloso que conecta las dos mitades del cerebro para poder llegar al mismo centro a fin de extirpar el tumor.
La operación marchó sin problemas. Craig se recuperó bien. Ellos estaban orando que esta fuera la última cirugía, aunque sabían que las estadísticas estaban en su contra. Craig continuó recuperándose de forma lenta, pero notoria.
Entonces, en 1988, llegaron las temidas noticias: a Craig le había surgido otro tumor, esta vez en el tronco del encéfalo. El mismo se encontraba en el puente troncoencefálico (también llamado protuberancia anular o puente de Varolio), que es un área considerada inoperable. Sin embargo, alguien tenía que intentarlo. Craig y Susan me pidieron que hiciera la cirugía.
—Lo lamento —les dije—. Simplemente no puedo poner a Craig en mi calendario de operaciones.
Como Susan lo sabía bien, ya estaba atrasado con mis pacientes. Aunque pensaba que ellos habían tomado la decisión correcta, me sentí muy mal por tener que decirles que no.
—Me gustaría que fueran a ver a uno de los otros neurocirujanos aquí en Hopkins que se especializa en tumores vasculares —les indiq...

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