El caso del creador
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El caso del creador

Lee Strobel

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El caso del creador

Lee Strobel

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Durante su época académica, Lee Stobel quedo convencido de que Dios estaba fuera de moda, lo cual era una creencia que influyó su subsiguiente carrera como periodista galardonado en el diario Chicago Tribune. La ciencia había logrado que la idea de una Creador fuera irrelevante; o por lo menos eso creía Strobel.

Sin embargo, hoy día la ciencia apunta hacia una dirección distinta. En años recientes, un conjunto de investigaciones diversas e impactantes apoyan de manera creciente la conclusión de que el universo fue diseñado de forma inteligente. Al mismo tiempo, los representantes del darwinismo han titubeado a la luz de los hechos concretos y del razonamiento sólido.

¿La ciencia ha descubierto a Dios? La fe está recibiendo, al menos, un inmenso impulso al darse a conocer nuevos descubrimientos acerca de la increíble complejidad de nuestro universo. Únase a Strobel en un nuevo examen de las teorías que alguna vez le mantuvieron lejos de Dios. A través de este recuento atractivo y fácil de leer, se encontrará con los asombrosos descubrimientos en los campos de la cosmología, biología celular, investigación del ADN, astronomía, física y conciencia humana que nos presentan evidencias sorprendentes en El caso del Creador.

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Información

Editorial
Vida
Año
2009
ISBN
9780829780376
1

CIENTÍFICOS DE BATA BLANCA CONTRA PREDICADORES DE TOGA NEGRA
Se estaba acercando la fecha de entrega del «Green Streak», la edición vespertina del Chicago Tribune, y la frenética atmósfera del cuarto de noticias estaba plagada de actividad. Los teletipos resonaban tras las divisiones de plexiglás. Los mensaje-ros corrían de un escritorio a otro. Los reporteros se encorvaban sobre sus máquinas de escribir en intensa concentración. Los editores gritaban en los teléfonos. Sobre la pared, el inmenso reloj hacía la cuenta regresiva de minutos.
Un mensajero irrumpió en el oscuro cuarto lanzando tres copias del Chicago Daily News, recién salidas de la imprenta, sobre el escritorio de las noticias locales. Los editores locales asistentes se lanzaron ávidamente sobre ellas revisando la primera plana para ver si la competencia los había vencido en algo. Uno de ellos lanzó un gruñido. De un solo movimiento arrancó un artículo y giró moviéndolo frente a la cara de un reportero que había cometido el error de permanecer demasiado cerca.
«Mejóralo», le demandó. Sin mirarlo, el reportero tomó el pedazo de papel y se dirigió a su escritorio para rápidamente hacer las llamadas telefónicas con las que podría producir una historia similar.
Los reporteros del ayuntamiento, del edificio del tribunal penal, del edificio del estado de Illinois y del departamento de policía hacían llamadas telefónicas a los editores de noticias locales para «suavizar» sus historias. Una vez que los reporteros proveyeran un rápido bosquejo de la situación, los asistentes podrían cubrir con su mano el teléfono y preguntar a su jefe, el editor de noticias locales, la decisión sobre como debía manejarse el artículo.
—Los policías perseguían un carro cuando se estrelló con un autobús —uno de ellos le informó al editor local—. Cinco heridos, ninguno de gravedad.
—¿Autobús escolar?
—Autobús urbano.
El editor frunció el ceño:
—Dame un «cuatro cabezas» —ordenó, lo cual era el código para una historia de tres párrafos.
—«Cuatro cabezas» —repitió el asistente en el teléfono, oprimió un botón para conectar al reportero con el escritor, quien anotaría los detalles en su máquina de escribir y después moldearía el asunto en cuestión de minutos.
Corría el año 1974, yo era un novato, hacía solo tres meses que había salido de la escuela de periodismo de la Universidad de Missouri. Había trabajado en pequeños periódicos desde que tenía catorce años, sin embargo, estas eran las grandes ligas, y ya era adicto a la adrenalina. Un día en particular, no obstante, me sentí más como un espectador que como un participante. Paseaba por el escritorio de noticias locales y dejé caer de forma informal mi historia en la canasta de recepción. Era una ofrenda pobre, una reseña de un párrafo sobre dos camiones cisternas que explotaron en el sur de los suburbios. El artículo estaba destinado a la sección tres, página diez, con un montón de basura periodística llamada «breves metropolitanas». No obstante, mi suerte estaba a punto de cambiar.
Parado fuera de su oficina de paredes de vidrio, el subgerente de edición llamó mi atención:
—Ven acá —me dijo.
—¿Qué hay? —le pregunté acercándome.
—Mira esto —dijo dándome un pedazo de papel con un telegrama, no esperó a que lo leyera y empezó a informarme al respecto.
—Locuras en el oeste de Virginia —dijo— la gente esta siendo baleada, las escuelas bombardeadas, todo porque unos campesinos
están perturbados por los libros de texto que se están usando en las escuelas.
—Estas bromeando —le dije—. Buena historia.
Mis ojos revisaron el breve reporte de la Prensa Asociada. Rápidamente noté que los pastores estaban denunciando que los libros de texto estaban en contra de Dios y que las iglesias llevaban a cabo reuniones. Mis estereotipos se acentuaron.
—¿Cristianos, no? —dije—. Y dicen que aman a su prójimo y que no juzgan a otros.
Me hizo una seña para que lo siguiera hacia una caja fuerte ubicada en la pared, giró la perilla y la abrió, tomando dos paquetes de billetes de veinte dólares.
—Ve al oeste de Virginia y verifícalo —me dijo dándome seiscientos dólares para gastos de viaje—. Dame una historia para el Bulldog. Se refería a la primera edición del periódico del domingo siguiente. Eso no me daba mucho tiempo, ya era medio día del lunes.
Empecé a alejarme, pero el editor me tomó del brazo.
—Oye, ten cuidado —me dijo.
—¿Qué quieres decir? — inquirí con ingenuidad.
Señaló la historia de la Prensa Asociada que yo estrujaba.
—Estos campesinos odian a los reporteros —dijo—.Ya golpearon a dos. Las cosas están candentes, sé inteligente.
No podía decir si la ola de emoción que sentía era miedo o ale-gría. Al final, realmente no importaba. Sabía que tenía que hacer lo que se requiriera para obtener la historia. Sin embargo, lo irónico para mí era que estas personas eran seguidoras de un tipo que decía: «Bienaventurados los pacificadores», y no obstante, se me había advertido mantenerme en guardia y evitar confrontaciones.
«Cristianos…», susurré, no habían oído, como un famoso escéptico dijera, que la ciencia moderna ya había disuelto el cristianismo en una tina de ácido nítrico.1
¿ES RESPONSABLE DARWIN?
Viajé desde el reluciente edificio de oficinas ubicado en el centro de Charleston hasta los deprimentes caseríos que rodean al condado de Kanawha. La situación estaba tensa cuando llegué al día siguiente y empecé a husmear para conseguir la historia. Muchos padres de familia mantenían a sus hijos fuera de la escuela; los mineros de carbón habían abandonado sus trabajos en huelgas ilegales, amenazando con dañar la economía local; los autobuses escolares vacíos eran objeto de tiroteos; se lanzaban bombas molotov a algunos salones de clases vacíos; los huelguistas marchaban con letreros que decían: «Aun los campesinos tienen derechos constitucionales». La violencia había dejado a dos personas seriamente heridas. La intimidación y las amenazas estaban por todas partes.
Los servicios de cable podían manejar el desarrollo diario de las novedades en la crisis, y yo planeaba escribir un artículo general que explicara la dinámica de la controversia. Trabajando des-de mi cuarto de hotel, establecía citas con personajes claves en el conflicto y después manejaba en un carro rentado de hogares a restaurantes, escuelas y oficinas para poder entrevistarlos. Rápidamente me percaté de que la simple mención de la palabra «libro de texto» a cualquier persona en estas partes instantáneamente liberaba una corriente de vehementes opiniones tan copiosa como los frondosos árboles que cubrían las laderas de los Apalaches.
«Los libros que compran para nuestros hijos en edad escolar les enseñaran a perder el amor a Dios, a honrar a desertores y revolucionarios, y a perder el respeto por sus padres», insistió la esposa de un ministro bautista cuando la entreviste en el pórtico de su casa. Como miembro recién elegido de la junta de educación, estaba dirigiendo la acusación contra los libros de texto.
Una activista de la comunidad era también así de obstinada pero en otra dirección. «Por primera vez», me dijo, «estos textos reflejan el verdadero americanismo, y pienso que es emocionante. El americanismo, para mí, es escuchar todo tipo de voces, no solo a los blancos protestantes anglosajones».
El segundo superintendente, quien había renunciado en la cumbre de la controversia, solo movía la cabeza con desdén cuando le pregunté lo que pensaba. «La gente de por aquí se esta volviendo exagerada», suspiró. «Ambos polos están mal».
Mientras tanto, noventa y seis mil copias de trescientos diferentes textos se habían quitado temporalmente de los salones de clases y guardado en cajas de cartón en una bodega al oeste de Charleston. Incluían la serie Galaxy [Galaxia] de Scott Foresman Co.; la serie Man [Hombre] de McDougal, Littel Co.; la serie Breakthrough [Descubrimiento] de Allyn & Bacon Inc. Y clásicos como El Señor de las Moscas, The Human Bondage [La Esclavitud Humana], Moby Dick, El Viejo y el Mar, Granja de Animales y República, de Platón.
¿Por qué estaba tan enojada la gente? Muchos decían que es-taban indignados por la «ética situacional» propuesta en algunos libros. Un texto incluía la historia de un niño que engañaba a un vendedor por un centavo. Se les preguntaba a los alumnos: «La mayoría de las personas piensan que hacer trampa es malo. ¿Piensas que hay un tiempo específico en el cual puede ser bueno? Díganme cuándo consideran que es así. Díganme por qué piensan que está bien». Los padres pensaban que esto disminuía los valores cristianos que ellos estaban tratando de inculcar a sus hijos.
«Estamos tratando de que nuestros hijos hagan lo correcto», me dijo el padre de un niño de primaria con obvia frustración. «Entonces vienen estos libros y dicen que a veces las cosas malas son buenas. ¡Simplemente no creemos en eso! Los diez mandamientos son los diez mandamientos». Sin embargo, había otra subcorriente de algo más: un incipiente temor hacia el futuro, hacia el cambio, hacia las nuevas ideas, hacia la transformación cultural. Podía sentir una frustración gradual en la gente sobre cómo la modernidad estaba erosionado el fundamento de su fe. «Muchos de los protestantes», escribió el Charleston Gazette, «se están revelando en contra de un mundo cambiante».
Esta preocupación fundamental se cristalizó en una conversación con un comerciante local en un restaurante de hamburguesas de Charleston. Cuando le pregunté por qué estaba tan enojado por los libros de texto, metió la mano a su bolsillo y sacó un recorte de periódico acerca del conflicto de los libros de texto.
—Escucha lo que le dice el libro Las Dinámicas del Lenguaje a nuestros hijos —me dijo, y citó un párrafo del libro de texto—. «Lee la teoría del origen divino y la historia de la torre de Babel descritas en Génesis, prepárate para explicar de una o más maneras cómo se podrían interpretar estas historias».
Lanzó con disgusto el usado recorte sobre la mesa.
—¡La teoría del origen divino! —exclamó—. La Palabra de Dios no es una teoría. Deja a Dios fuera de la creación y ¿qué queda? ¿Evolución? Los científicos quieren enseñarles a nuestros hijos que el origen divino es solo una teoría que la gente ignorante cree, pero que la evolución es un hecho científico. Bueno, pues no es así y este es el fondo del asunto.
—¿Quieres decir que Charles Darwin es responsable de todo esto? —dije inclinando mi cabeza
—Déjame ponerlo de esta forma —dijo—. Si Darwin estaba en lo correcto somos solo simios sofisticados, la Biblia está equivocada, no hay Dios, y sin Dios no existe ni el bien ni el mal. Po-demos inventar nuestra moral sobre la marcha, la base de todo lo que creemos se destruye y es por eso que este país se está yendo al infierno.
¿Es Darwin responsable? Yo digo esto: La gente tiene que escoger entre la ciencia y la fe, entre la evolución y la Biblia, entre los Diez Mandamientos y la ética que más les convenga. Nosotros tomamos nuestra decisión y no vamos a retroceder.
Tomó un trago de cerveza.
—¿Has visto el manual del maestro? —preguntó, yo negué con la cabeza—. Dice que los alumnos deben comparar la historia bíblica de Daniel en el foso de los leones con un mito acerca de un león. ¿Sabes de cual te estoy hablando?
—¿Andrócles y el león? —le pregunté refiriéndome a la fábula de Esopo acerca de un esclavo que se escapa y le quita una espina de la pata a un león que se encuentra en el bosque. Después, el esclavo, a quien han vuelto a capturar, iba a ser comido por un león para el entretenimiento de una multitud en el coliseo romano, pero resulta ser el mismo león con el cuál había hecho amistad. En lugar de comérselo el león gentilmente le lame la mano, lo cual impresionó de tal forma al emperador que el esclavo fue liberado.
—Sí, a esa es a la que me refiero —dijo el hombre de negocios mientras meneaba una papa a la francesa frente a mí—. ¿Qué le dice esta historia a nuestros hijos cuando se supone que deben compararla con la Biblia? ¿Que la Biblia es solo una bola de cuentos de hadas? ¿Que es un mito? ¿Que puedes interpretar las Escrituras como a ti te dé la gana, aunque esto despedace lo que realmente dice? Necesitamos mantenernos firmes, no voy a dejar que una bola de intelectuales destruya la fe de nuestros hijos.
Sentí que finalmente estaba llegando al meollo de la controversia. Garabateé sus palabras tan bien como pude. Parte de mí, sin embargo, quería debatirle.
¿No sabía él que la evolución es un hecho probado? ¿No se daba cuanta de que en una era de ciencia y tecnología es simplemente irracional creer en mitos antiguos acerca de que Dios creó al mundo y que formó al ser humano a su imagen? ¿Realmente quería él que sus hijos se aferrarán desesperadamente a la religión que está desaprobada de forma tan clara por la moderna cosmología, astronomía, zoología, anatomía comparativa, geología, paleontología, biología, genética y antropología?
Estuve tentado a decirle: «Oiga, ¿cuál es la diferencia entre Daniel en el foso de los leones y Andrócles y el león? ¡Los dos son cuentos de hadas!», pero no estaba ahí para enredarme en una discusión. Estaba ahí para hacer un reportaje, y qué historia más rara era esa.
En la última parte del siglo veinte, en una era donde hemos dividido el átomo, llevado gente a la luna y encontrado fósiles que prueban la evolución más allá de toda duda, que una bola de fanáticos religiosos estuviera enredando a un país porque no podían dejar atrás su folklore religioso simplemente desafiaba toda razón.
Pensé por un momento.
—Una pregunta más —le dije—. ¿Alguna vez tienes dudas?
Movió su mano como para llamar mi atención hacia el universo.
—Mira el mundo —me dijo—. Las huellas digitales de Dios están por todos lados, estoy absolutamente seguro de eso. ¿De qué otra forma puedes explicar la naturaleza y el ser humano? Dios nos ha dicho cómo vivir, si lo ignoramos, bueno, entonces todo el mundo está en graves problemas.
Pedí la cuenta.
—Gracias ...

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