El Mapa del cielo
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El Mapa del cielo

Cómo la ciencia, la religión y la gente común están demostrando el más allá

Eben Alexander

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El Mapa del cielo

Cómo la ciencia, la religión y la gente común están demostrando el más allá

Eben Alexander

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El autor de La prueba del cielo, el bestseller #1 del New York Times, recurre a los sabios de tiempos pasados, a los científicos modernos y a historias de gente común para mostrar que el cielo es real. Cuando el Dr. Eben Alexander conto la historia de su experiencia cercana a la muerte y su vivido viaje al otro lado, muchos lectores escribieron para decir que eso resonaba profundamente con ellos. Gracias a estos lectores, el Dr. Alexander comprendió que compartir su historia ha permitido a la gente a redescubrir lo que muchos ya sabían en la antigüedad: que la vida consiste en algo mas que en la vida terrenal.En El mapa del cielo, el Dr. Alexander y su coautor, Ptolemy Tompkins, comparten visiones sobre la vida del mas allá vividas por sus lectores y muestran la manera en que estas se sincronizan frecuentemente con las de los lideres espirituales del mundo, así como con las de filósofos y científicos. Hay un gran acuerdo, a lo largo del tiempo y de las experiencias, sobre la travesía del alma y su supervivencia mas allá de la muerte. En este libro, el Dr. Alexander sostiene que el cielo es un lugar genuino, mostrando como hemos olvidado y como por fin estamos recordando, lo que en realidad somos y cual es nuestro verdadero destino.

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Información

Año
2014
ISBN
9781501100499

CAPÍTULO 1

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El don del conocimiento

Todo hombre nace aristotélico o platónico.I
—SAMUEL TAYLOR COLERIDGE (1772–1834)
Platón y Aristóteles son los dos padres de nuestro mundo. Platón (c. 428– c. 348 a.C.) es el padre de la religión y la filosofía, y Aristóteles (384–322 a. C.) es el padre de la ciencia. Platón fue maestro de Aristóteles, pero Aristóteles terminó en desacuerdo con gran parte de lo que decía Platón. Específicamente, Aristóteles cuestionó la afirmación de Platón de que hay un mundo espiritual más allá del terrenal: un mundo infinitamente más real, en el que se basa todo aquello que experimentamos en este mundo.
Platón hizo algo más que simplemente creer en ese mundo más amplio. Entró en él, y pudo sentirlo dentro de él. Platón fue un místico y, al igual que innumerables místicos antes y después de él, se dio cuenta de que su conciencia, su yo interior, estaba íntimamente conectado con este gran mundo de los espíritus. Estaba, para usar una analogía moderna, enganchado a él. El néctar del cielo fluyó dentro de él.
Aristóteles estaba constituido de un modo diferente. No sentía la conexión directa con el mundo espiritual viviente que sentía Platón. Para Aristóteles, el mundo platónico de las Formas —las estructuras transterrenales y suprafísicas de las que Platón creía que todos los objetos de nuestro mundo eran meros reflejos tenues— era una fantasía. ¿Dónde estaba la demostración de estas entidades mágicas y el mundo espiritual al que Platón decía que pertenecían? Para Aristóteles como para Platón, el mundo era un lugar profunda y maravillosamente inteligente. Pero la raíz de esa inteligencia y ese orden no se encontraban en un gran más allá. Todo estaba aquí, delante de nosotros.
A pesar de que Platón y Aristóteles estaban a menudo en descuerdo, había también muchas cosas en las que coincidían. Uno de sus puntos más profundos de consenso era su concepto de lo que podríamos llamar la razonabilidad del mundo, el hecho de que la vida se puede entender. Detrás de la palabra moderna lógica se encuentra la palabra griega logos, un término que conocemos hoy en gran parte a través del cristianismo, donde se usa para representar el hecho de que Cristo sea la Palabra de Dios hecha manifiesta. En el tiempo de Platón y Aristóteles, este término significaba la inteligencia viva obrando en el mundo físico y en la mente humana. Fue el logos lo que permitió que los seres humanos entendieran el fin del mundo, pues —como creían Platón y Aristóteles— podemos entender el orden del mundo porque somos uno con él. La geometría, los números, la lógica, la retórica, la medicina, todas estas disciplinas y las otras que Platón y Aristóteles ayudaron a desarrollar, son posibles porque los seres humanos son capaces de comprender el mundo en que viven.
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Lo que llamamos aprendizaje es sólo un proceso del recuerdo.
—PLATÓN
Aristóteles fue el primer gran cartógrafo del orden terrenal. Sus escritos políticos celebran la idea de que los seres humanos no necesitan una inspiración transterrenal para descubrir la mejor manera de vivir y gobernar. Podemos hacerlo por nuestros propios medios. Las respuestas a las grandes preguntas, y también a las más pequeñas, están aquí en la tierra, esperando a ser descubiertas.
Platón pensaba distinto. Entre otros logros, Platón es el padre de la narrativa occidental acerca de las experiencias cercanas a la muerte. En la República, Platón nos cuenta la historia de un soldado armenio llamado Er. Herido en batalla y dado por muerto, fue colocado en una pira funeraria. Revivió justo antes de que encendieran las llamas y contó una historia en la que se dirigía a un reino más allá de la tierra, a un lugar hermoso donde las almas eran juzgadas por el bien o el mal que habían hecho mientras estaban aquí.
Esta historia pareció profundamente significativa a Platón. Él creía que venimos a la tierra de aquel lugar que está arriba, el lugar que visitó Er en su ECM, y que si miramos profundamente en nuestro interior podremos recuperar recuerdos de nuestra existencia allí. Estas memorias, si confiamos y construimos a partir de ellas, pueden crear una orientación inquebrantable. Pueden mantenernos anclados, mientras estamos aquí en la tierra, a la tierra celestial que está arriba y de la cual vinimos. Para utilizar una maravillosa palabra griega, tenemos que realizar un acto de anamnesis, una palabra que se traduce como “recuerdo”. La clave para entender este mundo y vivir bien mientras estamos aquí en la tierra es recordar el lugar que está más arriba y más allá, el lugar del que realmente vinimos.
Platón vivió en una época en la que se creía que la tierra era un disco plano con Grecia en su centro, y en torno al cual los cielos giraban a su alrededor de manera ordenada. Hoy en día vivimos en un universo que tiene 93 mil millones de años luz de ancho, 13 mil setecientos millones años de edad, en un planeta que gira alrededor de una estrella promedio tipo “G2”, con unas 875 mil millas de ancho, en un galaxia espiral barrada que contiene alrededor de 300 mil millones de otras estrellas, un planeta que tiene unos 4 mil quinientos cuarenta millones de años de edad, en el que apareció la vida hace 3 mil ochocientos millones de años y en el que las primeras criaturas más o menos homínidas aparecieron hace aproximadamente 1 millón de años.
Sabemos mucho, mucho más sobre el universo que Platón o Aristóteles.
Y sin embargo, desde otra perspectiva, sabemos considerablemente menos.
Una de las historias más famosas de Platón se refiere a un grupo de personas en una cueva oscura. Las personas están encadenadas de modo que sólo pueden ver la pared frente a ellas. Hay un fuego detrás y pueden ver sombras que revolotean en la pared: sombras proyectadas por la luz del fuego en formas que sus captores, de pie detrás de ellas, sostienen y mueven.
Estas sombras parpadeantes constituyen la totalidad del mundo de estas personas. Aunque fueran desencadenadas y las dejaran salir a la verdadera luz del día, la luz las cegaría tanto, sugiere Platón, que no sabrían qué hacer con lo que verían.
Es bastante claro de quién está hablando realmente Platón en esta historia elaborada pero impactante.
De nosotros.
Cualquiera que haya leído a Platón o a Aristóteles sabe que sus argumentos están lejos de ser simples, y reducirlos de esta manera hace injusticia a su sutileza y complejidad. Pero la distinción entre estos dos filósofos es muy real y ha tenido un profundo efecto en nosotros. Sus ideas tienen un efecto directo sobre la manera en que ustedes y yo experimentamos el mundo todos los días. Platón y Aristóteles hicieron de nosotros lo que somos. Si vives en el mundo moderno, habrás absorbido las enseñanzas de ellos mucho antes de ser lo suficientemente viejo para darte cuenta de haberlo hecho. Porque lo cierto es que todos somos metafísicos. La persona más realista y poco metafísica del mundo tiene un vasto conjunto de suposiciones metafísicas acerca del mundo que transcurren a cada segundo. Nuestra elección no es si debemos o no estar interesados en cuestiones filosóficas, sino si debemos o no ser conscientes del hecho de que, como seres humanos, no podemos dejar de estarlo.
Para entender el mundo del que vinieron Platón y Aristóteles —y por lo tanto, el mundo en que vivimos hoy— necesitamos saber un poco acerca de las religiones mistéricas, que tuvieron una gran importancia en el Mediterráneo de la antigüedad mil años antes de que aparecieran Platón, Aristóteles y los demás creadores del pensamiento moderno. Platón era un iniciado en al menos una de estas religiones y lo que aprendió de ellas informó todo lo que escribió. La membresía de Aristóteles es más dudosa, pero también fue profundamente influenciado por ellas ya que muchos de sus escritos así lo demuestran, especialmente las obras dramáticas.
Se discute ampliamente sobre lo mucho o lo poco que las religiones mistéricas influyeron en las actitudes de Jesús y de los primeros cristianos. El rito del bautismo es compartido con los misterios, junto con el concepto de un dios (o diosa) que muere y vuelve a la vida y que, al hacerlo, redime al mundo. Los misterios, como el cristianismo, pusieron un gran énfasis en la iniciación, en la transformación de sus miembros como seres de tierra, en seres de tierra y de cielo estrellado.
Este tipo de ritos existieron en muchos lugares en el pasado, y no sólo en Grecia. Eran una parte central de lo que significaba ser humano. Muy a menudo se produjeron en torno a la adolescencia, cuando un hombre o mujer joven alcanzaba la madurez física, o más tarde, cuando un individuo entraba en el oficio o destreza que lo ocuparía y que definiría gran parte de su vida a partir de entonces. Todos ellos tenían un objetivo principal: despertar nuestra memoria espiritual de quién y qué somos, de dónde venimos y a dónde estamos yendo.
En las religiones mistéricas, al igual que en la mayoría de las antiguas iniciaciones, la persona que estaba siendo iniciada moría como la persona terrenal que había sido, y renacía como otro ser nuevo y espiritual. No de una manera vaga y teórica, sino de verdad. El concepto central de los misterios, como de la mayoría de las antiguas prácticas iniciáticas, era que, en cuanto seres humanos, tenemos una herencia doble: una terrenal y otra celestial. Conocer sólo nuestra herencia terrenal es conocer apenas la mitad de nosotros. Las iniciaciones mistéricas permitieron a la gente recuperar un conocimiento directo de lo que podríamos llamar su linaje “celestial”. En cierto sentido, el iniciado no era convertido en algo nuevo, sino que más bien se le recordaba, de un modo poderoso e inmediato, quién y cómo había comenzado antes de venir a la tierra, lo que realmente había sido todo el tiempo.
Los misterios de los eleusinos, llamados así por la ciudad griega de Eleusis donde se llevaban a cabo, eran los más renombrados de estos ritos. Se basaban en el mito de Perséfone, una niña que fue raptada por Hades, el dios del inframundo, y llevada a su reino. La madre de Perséfone, Deméter, se sintió tan desconsolada por la pérdida de su hija que finalmente llegó a un acuerdo con Hades para que Perséfone pasara la mitad del año en el inframundo y la otra mitad en la superficie terrestre. Perséfone pasaba el invierno en el inframundo. En consecuencia, la vida de los ríos y los campos se iban con ella en el otoño y luego volvían en primavera, brotando en forma de nuevas plantas y de vida animal.
Perséfone está relacionada con una diosa mucho más antigua llamada Inanna, que fue adorada por los sumerios, un pueblo que vivió varios miles de años antes que los griegos en el Creciente Fértil, la región que más tarde daría lugar a los israelitas. Inanna era la Reina del Cielo y el mito central de los sumerios hablaba de su descenso a la tierra de los muertos. El mito nos dice que en su descenso pasó a través de los siete niveles del inframundo, quitándose una prenda diferente en cada nivel hasta quedar desnuda y de pie ante el Señor de la Muerte. Inanna fue asesinada y colgada de un gancho contra una pared. Pero al igual que Perséfone, Inanna revivió y regresó a la tierra. Sin embargo, su triunfo no fue absoluto pues los sumerios consideraban a la muerte no sólo una enemiga, sino también esencialmente inconquistable.
Aunque basados en parte alrededor de estos mitos antiguos, los misterios cuentan una historia con un final diferente. De un modo casi increíble, teniendo en cuenta que perduraron por más de mil años, no sabemos todavía exactamente qué ocurría en estos misterios. Sabemos que podían ser intensamente dramáticos y que algunas veces terminaban cuando al iniciado le arrojaban un objeto; algunas veces se trataba de algo tan mundano como una espiga de trigo. El iniciado era preparado para ese momento por medio de un proceso lento y dramático que, se cree, incluía música rítmica, danzas y, en las últimas secciones del rito, ser conducido con los ojos vendados a un lugar sagrado interior donde le eran revelados los últimos secretos. Gracias a esta preparación cuidadosamente orquestada, la visión culminante no sólo tenía un profundo significado simbólico para el iniciado sino también uno psíquico y emocional bastante real. El iniciado veía el objeto simbólico que le era revelado como algo más que un objeto ordinario y mundano, como una ventana viviente y real hacia el mundo del más allá. Si una espiga de trigo era sostenida frente al iniciado, por ejemplo, esta no sólo era un símbolo del hecho de que los cultivos mueren y retoñan cada año, sino una demostración real de la verdad fundamental en la que consistían los misterios: que la muerte es seguida por el renacimiento. Contemplándola en su estado intensificado de anticipación, el iniciado la veía como un emblema deslumbrante que confirmaba el hecho de que él o ella también se habían iniciado ahora en la vida eterna. Nosotros no morimos en la muerte.
Se decía que una persona que había sido iniciada en los misterios era como un niño recién nacido, razón por la cual los iniciados eran llamados a menudo “nacidos dos veces”. Habían visto una realidad que era más real que la realidad de la tierra y que creaba en ellos una certeza inquebrantable de que la vida humana continuaría más allá de la muerte. Esta certeza era tan profunda que, a partir de entonces, cualquiera que fuera la felicidad o la tristeza que la vida trajera consigo, había una parte del iniciado que simplemente nunca estaba triste. No podía serlo porque el iniciado había recuperado, a través de la experiencia directa, los conocimientos de lo que somos, de dónde venimos y a dónde vamos. A partir de entonces, el iniciado era un ciudadano dual: uno que incluso cuando estaba todavía en este mundo, ya tenía un pie en un más allá glorioso y lleno de luz.
Tal vez ustedes estén empezando a hacerse una idea de la otra razón por la que estoy mencionando estas ideas antiguas en este libro. Si leyeron La prueba del cielo, probablemente notaron algunos ecos familiares de mi historia en los mitos mencionados anteriormente. ¿Por qué las similitudes? ¿Qué significan? Creo que estamos anhelando las verdades que los misterios enseñaron a la gente en el mundo antiguo, y que el cristianismo, tal vez de un modo más especial en sus comienzos, también enseñó (un hecho que creo que tanto los cristianos como los no cristianos pueden apreciar, debido a que estas verdades trascienden todos los dogmas y diferencias que desgarran al mundo actual). Creo que el cielo nos hace humanos, que si no sabemos de dónde venimos y a dónde vamos —lo cual es nuestro verdadero país— la vida no tiene sentido. Y creo que las experiencias que muchas personas han compartido conmigo son una manera de recordarnos que necesitamos saber estas verdades hoy en día tal como lo hicimos en el pasado.
Estimado Dr. Alexander:
… Lo único que me preocupa es su “Período Lombriz”, que encuentro aterrador. No puedo evitar preguntarme por qué usted experimentó eso y si ha encontrado a otros que también lo hayan hecho. Me parece que eso no puede encajar en mi “visión del mundo”. Espero que usted lo aborde en una futura publicación.
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