Un día en la vida de un virus
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Un día en la vida de un virus

Del ADN a la pandemia

Miguel Pita

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Un día en la vida de un virus

Del ADN a la pandemia

Miguel Pita

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Un virus puede dejar en ko técnico a toda una civilización en pleno siglo XXI. Pero ¿qué es exactamente un virus? ¿Cómo es posible que algo que ni siquiera puede ser calificado de ser vivo pueda tener tal capacidad e incidencia sobre el mundo que conocemos? Los virus son poco más que fragmentos dispersos de material genético que aparecen y desaparecen de manera puntual en la historia de la vida. En 2020, hemos aprendido a través de la experiencia que tal irrupción puede modificar el rumbo de la Historia.Un pequeño manual urgente, para todo tipo de lectores, que explica, de forma tan clara como entretenida, en qué consiste la convivencia de los virus con nuestra especie (y otras), así como la gran batalla que se desarrolla en el interior de nuestro organismo cuando estos enemigos invisibles acceden a él. Con todo el rigor del razonamiento científico y con los mejores ejemplos, precisión y sencillez de la buena divulgación.

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Informazioni

Anno
2020
ISBN
9788418264580

ESTUDIANDO A FONDO AL EQUIPO CONTRARIO

Cualquier enfermedad vírica puede presentar fenómenos inesperados que invalidan las previsiones. Desde mutaciones que producen nuevas propiedades en el virus o lo hacen difícilmente reconocible para un sistema inmunológico entrenado, hasta la capacidad de ser contagiosa antes de mostrar síntomas.
Por ejemplo, entre sus variadas habilidades, algunos virus se integran en nuestro material genético después de alcanzar el interior de las células y ahí se instalan, latentes, hasta que deciden atacar. Por lo general lo hacen respondiendo a un estímulo adecuado como la debilidad del sistema inmunológico, así ocurre con el virus del herpes simple que reaparece en nuestro labio cuando nos bajan las defensas.
En el proceso de inserción, además de ocupar parte de nuestro territorio genético, a veces se inutilizan regiones importantes del ADN. Esto puede producir descontroles genéticos que, en algunos casos desafortunados, llevan a que las células se multipliquen sin criterio desencadenando procesos oncológicos. Es conocida la relación existente, por ejemplo, entre el virus del papiloma (cuyo material genético se integra en nuestro ADN) y el cáncer de útero.
Por tanto, aunque su dinámica básica es simple y solamente consiste en invadir células y replicarse, es muy difícil anticipar todos los efectos potenciales que puede tener un virus. Esto hace que su estudio y seguimiento sean unas tareas realmente complejas.

Desde un primer momento, la terapia contra una enfermedad vírica persigue dos objetivos. El principal será tener una vacuna que permita que en el futuro nadie se infecte. Pero paralelamente, también se necesitan tratamientos para sanar a los infectados.
La obtención de una vacuna o medicamentos contra algunos virus es, en ocasiones, una empresa complicada, y las dificultades pueden aparecer en muchos frentes. Los virus tienen que ser cultivables, o lo que es lo mismo, manipulables en un laboratorio. Si no, al menos es necesario saber tanto sobre ellos como para generar versiones sintéticas. Se busca hacerles repetir su dinámica infectando células de laboratorio bajo vigilancia, para aprender de cada uno de sus pasos. Eso comporta diversas dificultades, desde problemas de seguridad, que encarecen el trabajo, hasta limitaciones puramente biológicas: virus indómitos que nuestras herramientas no son capaces de descifrar o controlar.
El objetivo de una vacuna es fabricar una versión atenuada del virus, es decir, un virus castrado sin capacidad de replicarse, pero sí de llamar la atención de nuestras defensas. En ocasiones es suficiente con aislar un pequeño fragmento, una proteína del virus que suponga bastante estímulo para causar la reacción de nuestro sistema inmunológico. En definitiva, es necesario sintetizar un simulacro de virus en condiciones controladas y sin efectos adversos.
Cuando se logra, inyectando esta pantomima de infección en nuestro cuerpo incitamos a nuestras defensas a generar una memoria inmunológica y les enseñamos cómo identificar al enemigo por si un día aparece la amenaza real. Las vacunas son ensayos controlados de enfermedades; pueden producir una leve reacción porque son una maqueta a escala del patógeno dotadas de la suficiente agresividad para poner a trabajar nuestras defensas, pero atenuadas como para que éstas ganen infaliblemente la batalla. Una vez estimulado y entrenado el propio ejército, nuestro cuerpo siempre tendrá células específicas de memoria en el banquillo. Aunque a veces, las vacunas necesitan una dosis de recuerdo para que al cabo de los años no se reciclen las moléculas defensivas como militares retirados que son enviados a casa. Además, si el virus muta rápido y reaparece con modificaciones, será necesario generar una nueva vacuna tras otra, haciendo casi imposible planear una erradicación total.
Pero si se dan las circunstancias adecuadas, una vacuna efectiva puede terminar definitivamente con una enfermedad, aunque requiere una complicada distribución universal. Si, en nuestro relato, la vacuna contra el XicuV se distribuyera a toda la humanidad y con ello se consiguiera que en un momento dado todas las personas del planeta estuviesen libres del virus, éste habría desaparecido para siempre. Así ocurrió con la viruela, una terrible enfermedad que se erradicó definitivamente en 1980 y que pertenece al pasado remoto gracias a una campaña de vacunación mundial. De viruela ya no hay más viriones que los que se guardan congelados en dos laboratorios de alta seguridad.
Desafortunadamente, en ocasiones no se investiga en la producción de determinadas vacunas porque no son rentables, pero no es lo habitual, por mucho que odiar a las empresas farmacéuticas sea uno de los entretenimientos más excitantes para los «opinadores». Sin embargo, sí es cierto que en el intento de obtención de algunas vacunas se ha fracasado, ya sea porque se trata de un elemento de precisión (no siempre es posible producir una molécula que genere la respuesta de nuestro sistema inmunológico en las condiciones de control en las que es necesario), o porque se enfrentan a virus que las dejan pronto obsoletas por su frecuencia de mutación.

Las vacunas son prevención, pero quienes ya están enfermos necesitan tratamientos antivirales. Mientras un afectado no tenga ayuda externa sólo dispondrá de la buena voluntad de su sistema inmunológico, que, como sabemos, puede ser insuficiente. Una de las opciones más prometedoras es la producción sintética de anticuerpos. Éstos pueden obtenerse de diferentes maneras y con distintas finalidades. Por ejemplo, pueden servir para detectar las proteínas del virus y ofrecer al sistema inmunológico la clave para identificar a su enemigo. O bien para cubrir, como una capa de nata montada, las proteínas del virus o los receptores de la célula y evitar la posibilidad de que el tornillo y la tuerca se reconozcan. Sin embargo, habitualmente los medicamentos más eficaces contra los virus son aquellos que interfieren en cualquiera de las actividades del virus. Un fármaco que impida la consecución de una etapa fundamental, como la unión con el receptor, la entrada en la célula, la replicación o el ensamblado del virus, detendrá la progresión de éste impidiendo su voracidad. La ventaja en la búsqueda de estos medicamentos antivirales es que las distintas familias de virus (retrovirus, paramixovirus, etcétera) en ocasiones comparten entre sí su forma de operar, por lo que un medicamento que funciona contra un tipo puede requerir pocas modificaciones para ser eficiente contra otro virus semejante. Como contrapartida, la desventaja es que los virus emplean muchos procesos naturales de nuestras células en su crecimiento, por lo que encontrar formas de interferir específicamente en los suyos sin afectar nuestro propio funcionamiento no resulta sencillo.
Localizar el momento preciso del ciclo en el que se puede interceptar el virus es todo un jeroglífico que con el tiempo los científicos suelen acabar resolviendo. Las bacterias tienen un punto débil mucho más evidente, al ser células, la mayoría de los misiles se lanzan contra su membrana desmoronando toda la estructura simultáneamente. Suelen atacar la pared bacteriana, un revestimiento adicional que también la rodea. Esto ilustra por qué los antibióticos son ineficaces contra los virus (porque, no sé si lo he dicho: los virus no son células).
Cuando no existe ningún tratamiento específico, como ocurre frente a una enfermedad nueva, es laborioso dar con la solución y requiere tiempo. De ahí la importancia de que la investigación científica se anticipe a los problemas. Incluso cuando después de complejos estudios se alcanza el éxito de obtener buenos medicamentos candidatos, los plazos se alargan en los periodos de prueba. Cualquier tratamiento, antes de ser aprobado, debe pasar por varias fases de ensayo clínico. Debe experimentarse en voluntarios tanto sanos como enfermos para conocer sus efectos y las dosis apropiadas, así como para comprobar los potenciales riesgos o efectos secundarios y que éstos no resulten más graves que la propia enfermedad. En situaciones de extrema gravedad, los protocolos pueden reducirse y ciertos fármacos se emplean en pacientes que no tienen posibilidades de sanar. En ese contexto, muchas veces, a falta de otras alternativas, se prueban tratamientos como las inyecciones de anticuerpos procedentes de pacientes que se han curado. Para ello se extrae sangre de individuos cuyo sistema inmunológico ha dado con la tecla acertada y con el anticuerpo efectivo. A partir de esta sangre, se separa y purifica la fracción donde se encuentran los anticuerpos y se inyecta en otros pacientes, confiando en que el anticuerpo ganador invitado acelere el proceso de defensa en el enfermo. Pero se trata de un método que tiene ciertos riesgos asociados y una eficacia indeterminada, así que no es el medicamento ideal a largo plazo.

Durante la pandemia del XicuV, de forma natural y sin contacto previo con la enfermedad, se encontrarán personas que tengan los anticuerpos para no enfermar. Estos espías específicos podrán surgir aleatoriamente en la producción rutinaria de nuestros billones de anticuerpos. Pero, además, de forma natural, entre los miembros de nuestra especie pueden también aparecer mutantes que no contraen la enfermedad. Aunque no exhiban alas ni garras de metal, podrán aparecer personas que, en sus células ciliadas, por casualidad, muestren en su membrana la proteína «Tuerca-» en lugar de «Tuerca+». La estructura tridimensional de «Tuerca-» será sutilmente distinta y la proteína «Tornillo+» del virus no podrá enlazarse, impidiendo su entrada en la célula y con ella el desarrollo de la enfermedad. Esas personas serían naturalmente resistentes al virus sin necesidad de ayuda de su sistema inmunológico. Si esa mutación no supone un lastre y permite que las células ciliadas del individuo sigan funcionando, si no supone un riesgo para la supervivencia de su portador, tendremos a una persona sana e inmune de forma natural frente al XicuV. Dado que esta diferencia con el resto de los humanos aparece porque está escrita en su ADN, dicho mutante sería inmune a la enfermedad desde que nació, antes de tener contacto con la enfermedad, o de que ésta existiese. Además, si la novedad no impide a su portador reproducirse, podrá transmitir esa novedad de su ADN a sus descendientes, manteniendo la presencia de esta beneficiosa muta...

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