¡Escribirás y escribirás!
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¡Escribirás y escribirás!

Un ensayo sobre escrituras diarísticas

Carolina Romero, Romina Magallanes

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  1. 160 pagine
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Un ensayo sobre escrituras diarísticas

Carolina Romero, Romina Magallanes

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Temas como la sinceridad, el secreto confesado, la verdad última, la identidad auténtica, tanto de los propios diaristas como de las personas de su entorno, junto a la creencia de que todas las maravillas pueden ser escritas en un diario, son presupuestos tentadores. No obstante, lo que motiva este ensayo es una experiencia de lectura que capta la escritura diarística de dos escritores, una concepción y una práctica particular de la escritura, pues en ella logra exponerse con intensidad la insistencia en la imposibilidad de actualización en una forma de escribir que se busca desesperadamente. Con mayor precisión: más que en una obra, un estilo o un género, la escritura se plasma en la potencia de una materialidad, y en dos éticas, una de la impotencia y otra de la creación de un personaje diarista.

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Informazioni

Anno
2020
ISBN
9789588956930
Edizione
1
Argomento
Letteratura
Bartleby versus el enano maléfico
Impotencia y grafomanía
Girard ha sugerido que en el siglo XIX los escritores dejan de considerar la escritura en forma instrumental y comienzan a otorgarle un valor supremo. En este contexto aparece «el tópico de la dificultad de escribir» (Giordano, 2006, p. 146; 2011, p. 63); se escribe que no se puede escribir, se escribe para decir que no se tiene qué decir o que no se sabe cómo decirlo. A Chacel, este simulacro de escritura, este «fantasma de actividad intelectual», como lo llamó Amiel, le provocaba vértigo y repugnancia porque aparecía como una trampa del sinsentido, en la que siempre volvía a caer (en Giordano21, 2011).
Refiriéndose a algunas entradas de los diarios de Roger Pla, Giordano (2011) indica cómo la imposibilidad de escribir trasciende el deseo y la vocación por la literatura:
Me aterra pensar que puedo llegar al fracaso y con él (esto es lo más terrible) a la convicción de que mi literatura no sirve para nada. Impelido entonces a escribir y sabiendo que no vale la pena escribir, no podría escribir ni dejar de escribir. Brrr! (26 de abril de 1938). (p. 77)22
Desde otros lugares de la crítica también se ha detectado esta dificultad. Cueto (2007), entre ellos, pone de relieve el mismo fenómeno en el diario de Franz Kafka, afirmando que el motivo inmanente de este es «la doble imposibilidad de escribir y no escribir», lo cual es «el principio mismo de su escritura» (p. 31). Franz Kafka (2005) escribe el 21 de agosto de 1914: «Empecé con tantas esperanzas, y los tres relatos me repelieron» (p. 273); después, el 29 de agosto de 1914: «El final de un capítulo, fracasado»; luego, el 25 de septiembre de 1912: «Me he mantenido apartado por la violencia de la actividad de no escribir» (p. 183); y el 25 de noviembre de 1915:
He abierto el diario con la intención especial de facilitarme el sueño. Veo precisamente la última anotación y podría imaginar miles de anotaciones de idéntico contenido escritas durante los últimos tres o cuatro años. Me consumo sin sentido; me haría dichoso por escribir; no escribo. Jamás me libraré de los dolores de cabeza. Realmente me he devastado a mí mismo. (p. 307)
Las gamas de imposibilidades son inquietantes, nos recuerdan la tensión platónica. Se obliga a no escribir escribiendo. Escribe que no escribe. Cueto (2007) comenta la última entrada haciendo hincapié en estas turbaciones:
Si como escribe Kafka, hay que escribir el diario porque escribir es imposible, ello significa que la escritura del diario no es del todo una escritura. La escritura del diario escribe a partir de la imposibilidad de escribir, no escribe sino que escribir es imposible, y finalmente constituye un escribir de imposibilidad, el escribir de lo imposible o la escritura de la imposibilidad de escribir. (p. 32)
Que no sea «del todo una escritura» no implica, a nuestro modo de ver, que la lectura de Cueto apunte a una metaescritura, más bien pone en evidencia la impresión de la propia pasividad. Mansfield (1978) describe esta impotencia, que también padece “languidez” y repite imposibilidades, de la siguiente manera:
1914, 2 de abril: […] Si pudiera escribir con mi antigua fluidez por un día, se rompería el hechizo. Es el esfuerzo continuo, la lenta formación de mi idea y luego, ante mis ojos y sin que pueda hacer nada, su lenta disolución (1978: 20). Mayo: […] ¡Oh! Si hoy pudiera escribir un poco, este día se volvería memorable para mí. Estoy ansiando escribir y no encuentro las palabras. Es una cosa extraña (21). 1921, 13 de julio: […] incapaz de escribir una sola raya… tengo que confesar que he tenido un día de pereza. Sabe Dios por qué. Lo iba a escribir todo, pero no he hecho nada… Tengo la impresión de que soy culpable, pero al mismo tiempo sé que lo mejor que puedo hacer es descansar. Al día siguiente: […] No quiero escribir nada. Está gris, pesado y triste. Y los cuentos parecen irreales e indignos de realización. No quiero escribir; deseo vivir. (pp. 124-125)
Otras hipótesis sobre las múltiples imposibilidades que se repiten en los diarios son las que propone Dobry respecto al diario de Pizarnik. Nos interesa una de estas perspectivas por el lugar que alcanza su lectura, que se detiene en la imposibilidad ligada a la prosa, y que veremos con especial detenimiento en los papeles de Walsh. Dobry, en su conferencia dictada en 2010 en la Universidad Austral de Chile, leyó algunas de las entradas del diario de Pizarnik. Por ejemplo, la del 3 de enero de 1964:
La prosa, la prosa. La prosa me obsede, el día me deprime. Urgencia por escribir en prosa, no en una prosa extraordinaria sino en la simple, buena y robusta prosa, inaccesible para mí de una manera tan total que la sacralizo. (Pizarnik, 2003, p. 353)
Dobry subraya «inaccesible para mí». En la entrada del 2 de mayo del mismo año, Pizarnik se pregunta lo siguiente: «¿Por qué escribo? […] yo, que nada sé de las palabras. Mi utópico afán es llegar a escribir en una prosa simple, clara, común, sin imágenes poéticas. O sea, tengo nostalgias del pensamiento más o menos lógico de los demás». Y la entrada del 6 de marzo: «Es como la imposibilidad de encontrar un lapicero exactamente apta al movimiento de mi mano» (p. 359). Otra vez los lapiceros, los elementos, la «materia» exponiéndose en su potencia.
No obstante, Dobry (2010) encuentra que aquello inaccesible es la lengua misma; más precisamente la «posesión de la lengua». La imposibilidad de escribir en prosa encuentra tanto su traba como la fuerza de la otra escritura, la poética, en «la ajenidad, la extrañeza respecto de la propia lengua». La lengua es para Pizarnik siniestra en dos sentidos: como instrumento con el que trabaja y al que aspira dominar y, asimismo, como aquello que «se resiste», lo que «no puede poseer, que le veda la entrada».
Por otro lado, Dobry (2010) considera que la imposibilidad escrituraria debido al difícil acceso a la lengua tiene que ver con su infancia y su adolescencia, las cuales transcurrieron entre el castellano de la escuela y el yidis de su casa. Así interpreta las entradas del diario (2003) del 11 de febrero de 1959: «Muero de cansancio. He buscado cinco mil palabras en el diccionario»; del 26 de septiembre de 1962: «Los años pasan y aún no sabes escribir. No solo torpezas gramaticales sino imposibilidad de construir frases plenas»; la del 27 de septiembre del mismo año: «Estoy deslumbrada: hoy descubrí que no sé escribir, que no tengo la más mínima noción del idioma español, que no son temas lo que me falta sino técnica. Hablo de moverse libremente dentro del lenguaje». Lo que interesa a Dobry (2010) es que cuando escribe esto, Pizarnik está viviendo en París, pero su preocupación es la imposibilidad de escribir en castellano.
Dobry considera que otra manera de ver estas impotencias es abordarlas desde el punto de vista de la tensión entre lo masculino y lo femenino. Veamos la entrada del 27 de septiembre de 1962:
Lo más difícil es escribir en una lengua hermosa y, al mismo tiempo, ser fiel a la propia voz. Quiero decir: cuando Borges escribe él está «enfrente», y casi siempre le sucede lo mismo a Octavio. Pero tal vez no. Tal vez me confundo al creer que todos oyen voces delirantes y obsesivas. (Pizarnik, 2003, p. 275)
Los escritores miran de frente la lengua, poseen la lengua; en cambio, Pizarnik tiene que peregrinar, cruzarla, o si no, masturbarse con ella (Dobry, 2010). Según Helen Cixous (2001), en La risa de Medusa:
Te castigabas escribiendo, y no ibas hasta el final […] porque al escribir, irresistiblemente, al igual que nos masturbábamos a escondidas, era para no ir más lejos, sino para ate...

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