A la escucha del cuerpo
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A la escucha del cuerpo

Puentes entre la salud y las palabras

Ivonne Bordelois

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  1. 272 pagine
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A la escucha del cuerpo

Puentes entre la salud y las palabras

Ivonne Bordelois

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Virus significa en latín, a la vez, esperma y veneno; embarazada es la que no lleva cinto; hospital y hostilidad tienen orígenes comunes; el vocabulario de la Iglesia y del Ejército se entremezcla con el de la medicina. Este libro explora las proyecciones inesperadas de las palabras en el reino de la salud y la enfermedad, tratando de recobrar sus raíces, su historia, y las connotaciones sociales y emotivas que irradian.Etimologías, eufemismos, ambivalencias y transformaciones semánticas van jalonando un camino donde aparecen, entre otros, Rilke, Sontag, Foucault y Tolstoi, acompañando la pregunta sobre el lenguaje del sufrimiento y la cura.En la sintaxis de la enfermedad (¿en qué se asemeja contraer una enfermedad a contraer un matrimonio o una deuda?), en el léxico de la compasión, en los poemas que provocan las enfermedades terminales, las palabras van dibujando el camino de la conciencia enfrentada con el dolor en busca de esa totalidad que es la salud, en un tiempo relacionada con la salvación. Liberar el lenguaje de un sistema que traba la comunicación plena de médicos y enfermos sólo es posible si acrecentamos nuestra confianza y lucidez con respecto a los poderes terapéuticos de la palabra misma.

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Informazioni

Anno
2020
ISBN
9789875992191
Al lector
Este libro se propone desplegar una tentativa de blanqueo de la palabra en el ámbito médico: la revaloración de su necesidad y vigencia. No hubiera sido posible sin la amistad y el apoyo de mi editor, Leopoldo Kulesz, y de un grupo de médicos amigos que desde el comienzo alentaron el proyecto y aportaron preciosas informaciones y orientaciones para su desarrollo. Aquí resultan insoslayables los nombres de Daniel Flichtentrei, Francisco Maglio, Luis Chiozza, Florentino Sanguinetti, Carlos Bruck y Luis Kancyper, cuyo entusiasmo y compañía animó el largo trayecto. Mi agradecimiento a todos ellos y a Miguel Mascialino, aparcero excepcional que proveyó de claves fundamentales y contribuyó con materiales tan abundantes como sustanciosos a la escritura del texto.
Soy consciente de las limitaciones de una tarea como la que he emprendido. Y así quedan para futuras ediciones o publicaciones temas tan esenciales como la atmósfera verbal que rodea la aparición del sida y su desenvolvimiento, el léxico de la medicina en las orientaciones alternativas, el lenguaje médico en las etnias originarias de nuestro país, las palabras con que se desarrollaron u ocultaron las virtudes de la herboristería medieval en boca de las llamadas “brujas”.
Hay un tiempo para sembrar, y otro para evaluar lo que queda por cosecharse. Es mi esperanza que este texto se reciba como una tentativa abierta, propicia a la continuidad, sujeta a correcciones y ampliaciones, y que ante todo sepa despertar, tanto entre médicos como en el público general, el fervor por una renovación de la palabra médica, tan necesaria, en los tiempos presentes, para sostener la salud de una sociedad amenazada por la afasia colectiva.
Capítulo 1
Al rescate de la palabra en el mundo médico
La palabra es el eje fundamental de nuestra vida de relación. De palabras están hechos nuestros compromisos afectivos, políticos, vitales. Pero la palabra que se intercambia en la entrevista médica viene rodeada de ansiedades y dudas: existe una situación de riesgo físico a la que se agrega el riesgo del malentendido entre médico y paciente, que pueden compartir el mismo lenguaje, pero quizás no un mismo código que los comunique plenamente.
Los ejemplos de malentendidos que circulan en el lenguaje de la salud acuden en cantidad. La palabra cáncer se encuentra tan expuesta a un ominoso tabú, que un cáncer de colon resulta difícil de anunciar, cuando la glucemia, en porcentajes, tiene un riesgo de muerte más alto. Se trata de representaciones atávicas, productos de la mala información, que es urgente despejar.
Hablamos constantemente de nutrición: nutrir significa dar un porcentaje de hidrocarburos, proteínas y otras sustancias debidamente proporcionadas a un objeto animado, planta, animal o persona. Pero nosotros no nos nutrimos solamente: somos co-mensales, porque comer alrededor de una mesa es un acto eminentemente social. El sym-posio griego celebra el acto de la bebida conjunta. Desde esta perspectiva, no es que los anoréxicos o los bulímicos fallen en su nutrición: fallan en su comensalidad, en su simposio: eso es lo que hay que considerar, lo que conviene transmitir.
Los estudiantes de medicina aprenden cinco mil palabras nuevas en el primer año de su carrera, cuyo origen y significado en su mayoría desconocen. Este vocabulario masivo, en vez de fortalecer y ampliar su conciencia profesional, actúa muchas veces como una muralla abrumadora, una pantalla opaca o un sistema de pasaje que los convierte en hablantes y habitantes de un dialecto hermético, separados del resto de la sociedad, poseedores de un secreto que les confiere a la vez poder y lejanía; en suma, los conduce a la alienación.
A la jerga del oficio se une una tecnología muchas veces intimidante: un lenguaje de rayos, tubos, neones y metales se propaga entre la herida y el que la sufre. El hospital –etimológicamente– es sitio de hospedaje, pero también, muchas veces, un recinto de alienación y hostilidad.
Un factor crucial y agravante en el incremento de la incomunicación entre médicos y pacientes es la perentoria exigencia de las prepagas y mutuales, en cuanto a pautas de atención a los pacientes cada vez más breves. Este es un rasgo evidente de la proletarización de los médicos, obligados por este sistema a trabajar a destajo. Le Breton señala que nuestra medicina no toma en cuenta el tiempo del hombre, como la oriental, porque es una medicina de urgencias. El apuro al que se ve compelido el médico, la ansiedad del paciente que exige el antibiótico o la pastillita, conspiran contra la palabra, esa palabra que es a la vez diagnóstico y terapia. Cuando llega a la guardia alguien que se queja de un dolor de pecho, el electrocardiograma no arroja siempre el resultado en su debido tiempo; vale más entonces que se pregunte quién es el enfermo: un diabético, un esquizofrénico, un cirrósico, etc., noticias fundamentales para orientar y decidir el tratamiento. Una simple información verbal establecida oportunamente puede en estos casos salvar una vida. Las pocas palabras que puede intercambiar un cirujano sagaz con su paciente, deducidas de su historia clínica, sus datos personales y su presentación verbal ante el médico son acaso más fecundas en la vida de este que la operación más admirable.
El psicoanálisis hace de la palabra y de su escucha el resorte fundamental del tratamiento. Los antiguos supieron que la palabra cura. Desde los chamanes y los magos de Oriente, que practicaban y practican sus fórmulas mágicas, al centurión del Evangelio (“No soy digno de que entres en mi propia morada, mas di tan sólo una palabra...”), existe una conciencia del poder benéfico del verbo sobre la penuria humana. Pero en el camino del tiempo, en atención al progreso y a la ciencia, el ojo clínico desplaza y sustituye la voz, la intimidad del tacto que establece la confianza entre médico y enfermo.
“En los hospitales la gente se muere de hambre de piel”, dice Walter Benjamin. Al pasarse de la mano al ojo se pierde la sensación de la piel sobre la piel, algo que ya, en sí, es terapéutico. Tan perdida está esa costumbre que en la actualidad, quienes todavía la aprecian en el ámbito médico, ordenan efectuar, y preservan, un moldeo de manos de médicos viejos que acostumbraban palpar a sus enfermos.
Evidentemente, se trata de un sistema difícil de cambiar. Pero tampoco dudamos de que en el estado actual de la medicina es imperioso preguntarse qué pierde el médico y qué el paciente cuando pierden la palabra. Los costos de la profesión médica, que muchos consideran todavía una esfera de privilegio social y económico, se van volviendo excesivamente elevados en el sistema actual. El grupo médico no es precisamente un modelo de armonía psíquica ni de comunicación social exitosa: entre nosotros, los médicos se infartan cinco años antes que el resto de la población, se divorcian nueve veces más y tienen una tasa mucho más alta de suicidios.
No nos parece extravagante suponer que, entre los factores que han convertido la medicina en una profesión de alto riesgo, se encuentre en un lugar destacado la pérdida de una conexión válida y profunda con la palabra, tanto en el plano del monólogo interior que acompaña los vaivenes de la sensibilidad del médico (expuesto cotidianamente al sufrimiento o a la esperanza), como en el del diálogo auténtico con los pacientes. No cabe soslayar la intensidad de frustraciones y sentimientos de impotencia y de culpa –conscientes o no– que esta carencia básica genera.
Es importante entonces para todos nosotros que los médicos se pregunten acerca del lugar desde donde hablan, y puedan averiguar qué efectos tienen sus palabras en la vida de sus pacientes; es importante para estos sentir que pueden compartir el lenguaje de los médicos, transmitir con fuerza y claridad el suyo propio, y medir el alcance de sus palabras entrando en un diálogo personal con ellos que se ajuste a las reglas de un juego leal y estimulante. Y es necesario para el ciudadano común, médico o enfermo, reflexionar acerca de cómo términos tales como prevención, prepagas, estado terapéutico, etc., se han ido instalando de un modo tan paulatino como poderoso en el vocabulario colectivo, sin que se examinen muchas veces los supuestos beneficios y progresos que estas nociones, no siempre saludables, implican.
Este libro, sin pretensiones de exhaustividad, se orienta a una reflexión acerca de las dificultades, riquezas y enigmas del lenguaje en la medicina, un ámbito en el que la...

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