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El P. José Kentenich y el nuevo orden social

P. Humberto Anwandter

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  1. 82 pagine
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El P. José Kentenich y el nuevo orden social

P. Humberto Anwandter

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En este texto se recogen ejemplos y experiencias del P. Humberto Anwandter, vividas en diversas oportunidades junto al P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt. Estas dicen relación con el pensamiento social del padre Kentenich y su preocupación por la formación de un hombre nuevo, empeñado en ser constructor de un nuevo orden cristiano de la sociedad. Tienen el gran valor de mostrar como el padre Kentenich no sólo proclamó una doctrina y mostró ideales, sino que él mismo las vivió.

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Informazioni

Anno
2004
ISBN
9789562465380
0012

0013

Primero, quisiera referirme a algunas actitudes fundamentales que caracterizan y sostienen la nueva cultura, el nuevo orden social. Sobre el aspecto de la paternidad y filialidad, hemos escuchado la mucha vitalidad y profundidad de las experiencias que nos transmitió la Hna. Petra sobre el Padre fundador1. Sobre el contenido y el carácter mariano de este nuevo orden social, el P. Rafael Fernández nos dio una Jornada muy hermosa2. En esta oportunidad, yo quisiera destacar algunos elementos o actitudes necesarias en relación al nuevo orden social.

1. La Hermana Petra, que vivió en Milwaukee, Estados Unidos junto al P. José Kentenich durante sus años de exilio, recorrió nuestro país en el año 2003 dando diversos testimonios de la persona y vida del Padre fundador.
2. Ver “María y el Nuevo orden cristiano de la sociedad”, P. Rafael Fernández de A., Ed. Patris, 2002.
La libertad
En primer lugar, un elemento que para el Padre fundador era fundamental y clave es la libertad. Si queremos un nuevo orden social, éste debe basarse en la libertad. Por eso tenemos que ser libres y educar hombres a la libertad. El gran anhelo del P. Kentenich –en aquel lugar donde justamente se carecía de toda libertad exterior, el campo de concentración de Dachau,– era el ideal de la libertad. Lo formula en el Cántico al Terruño:
¿Conoces aquella tierra, imagen fiel del cielo,
ese reino de libertad
tan ardientemente anhelado:
donde la inclinación a lo bajo
es vencida por la magnanimidad y la nobleza;
donde los menores deseos de Dios comprometen
y reciben alegres decisiones por respuesta;
donde, según la ley fundamental del amor,
la generosidad siempre se impone victoriosa? (HP, 602)
El P. Kentenich fue un modelo de esa libertad interior.
• Algo que sucedió en el mismo campo de concentración.
El P. Fischer, al inicio de los años en el campo de concentración, testimoniaba cómo uno de los oficiales de la SS dijo al P. Kentenich: “El misionero me limpia mi bicicleta”. Y el padre con toda tranquilidad le responde: “Sí, como hombre libre lo haré, y no porque lo debo hacer, sino porque quiero hacerle un favor a usted”.
Una respuesta totalmente inesperada en ese momento y que, en otra circunstancia, hubiera podido significarle un severo castigo e incluso la vida. El oficial quedó tan desconcertado que no le dijo nada, pero más tarde vino a hablar con él y le confió toda su vida. El padre lo había desarmado…
El P. Kentenich quería ser libre no solamente ante las autoridades civiles sino incluso también ante las autoridades de la Iglesia.
• En su primer encuentro con el Visitador, en Roma, el año 1951, el P. Sebastián Tromp, visitador designado por el Santo Oficio para examinar la Obra de Schoenstatt, solicitó al P. Kentenich que renunciara como Director de la Familia para facilitar la visitación apostólica que él estaba iniciando. El P. Kentenich pidió un tiempo para reflexionar. Conocemos el contexto. El padre conversó al respecto con el P. Menningen, su colaborador más cercano y, –explicando su posición–, le hizo la pregunta: “¿Alex, vas conmigo?”. El P. Alex dio como respuesta: “Sí, Padre voy con usted”, usted cuenta conmigo. El P. Kentenich hizo llegar su respuesta al Visitador diciéndole en forma clara y decidida: “Voluntariamente, nunca renunciaría. Si me lo ordena, lo hago de inmediato”.
Este es el hombre de la libertad interior. No solamente vivió él mismo esa libertad interior, sino que trató de educarnos a nosotros, sus hijos, y a su Familia en esa libertad. Fue a Dachau para que Dios regalara a la Familia la libertad interior; por eso él ofreció su libertad exterior y dijo: “Estoy dispuesto a llevar cadenas hasta el fin de mi vida si con ello conquisto, para todas las generaciones –y también para nosotros, para esta generación– esa libertad interior”. Leemos en el Hacia el Padre:
Con tal de salvar la libertad de la Familia,
gustoso llevaré eternamente
las sombrías cadenas de esclavo… (HP 447)
• Un sacerdote alsaciano, el presbítero Haumesser, que estuvo presente en la bendición del Santuario de Cambrai, como traductor, cuenta que llegó como joven sacerdote al campo de concentración, casi recién ordenado y que estaba totalmente angustiado y deprimido por el ambiente que había en ese campo. El Padre fundador describía Dachau como una ciudad de muerte, una ciudad de esclavos, una ciudad del hambre. Un día, tocan las sirenas porque hay amenaza de bombardeos y en la barraca donde estaban los sacerdotes, todos se tiran al suelo y solamente uno queda en pie, imperturbable, como si nada pasara. Y este sacerdote alsaciano dice que cuando lo vio pensó: “Esta persona no tiene miedo, ella puede resolver mi angustia”. Y preguntó quién era. Le dijeron: “Es el P. Kentenich, fundador de un movimiento mariano y de una comunidad de Hermanas…”. Este sacerdote, como alsaciano, era bilingüe; hablaba francés y alemán. Se acercó al P. Kentenich y le dijo: “Padre, disculpe, yo quiero hacerle sólo una pregunta que para mí es muy importante. Lo único que le pido es que no me engañe, que me diga la verdad”. El P. Kentenich le respondió: “¿De qué se trata, confrater 3? Si puedo ayudarle, lo haré con mucho gusto”. El le preguntó: “Dígame, ¿cree usted que vamos a salir con vida de este infierno de Dachau?”. El Padre fundador se sonrió y le dijo: “Confrater, yo no creo que ésa sea la pregunta más importante en este momento”. Y este sacerdote, desilusionado le preguntó: “Si no es ésa, ¿cuál es?”.
El Padre fundador respondió: “La pregunta más importante en este momento es si aquí, en este infierno de Dachau, hacemos o no la voluntad de Dios”.
El sacerdote se fue desilusionado, se le vino el mundo abajo y esa noche no pudo dormir. Estaba enojado interiormente, porque pensaba: “Para él quizás su vida no es importante, pero para mí, lo más importante que tengo es mi vida”. Pero pensó: “… Si no me consoló, al menos no me engañó… ¿Podría acaso darme respuesta a la pregunta que le hice? ¿Quién sabe si saldremos o no con vida? Si me hubiera dicho que sí, ¿cómo lo sabe? Y si dice que no, ¿también, cómo lo sabe? Salvo que tenga una revelación. ¿Quién lo sabe? En el fondo el único que lo sabe es Dios. Y ¿qué dijo él? Que lo importante era hacer la voluntad de Dios”. Entonces, con estas cavilaciones, este sacerdote empezó a reconciliarse. Al día siguiente volvió y así empezó su amistad con el Padre fundador.
Esa es la libertad de los hijos de Dios: descubrir la voluntad divina para guiarse por ella. El Padre fundador quería educarnos a esa libertad interior.
• Una experiencia personal.
El P. Kentenich también me educó a mí a la libertad. En una de mis visitas a Milwaukee, entre las cosas que le consulté fue sobre un problema de una tensión no resuelta entre el amor y el afecto y, por otra parte, la verdad y la justicia.
A lo largo de mi historia, había tenido muchos conflictos con autoridades, con personas que quería y estimaba, por el tema de la verdad y la justicia. Con mi papá, cuando decidí ser sacerdote; con el maestro de novicios, respecto a Schoenstatt; con el superior general de los Palotinos, también por Schoenstatt y la Nueva Fundación (la fundación de los Padres de Schoenstatt); y también con el sacerdote que había sido mi padre espiritual y que me había introducido a Schoenstatt aquí en Chile, por ciertos temas respecto a los problemas en torno a Bellavista.
Siempre había tenido esa tensión: por un lado la verdad y la justicia, y el amor por el otro lado; herir a personas que uno quiere, estar en una confrontación…
El Padre fundador me escuchó y me dijo: “Lo comprendo muy bien. Yo también, en mi juventud, fui un fanático de la verdad y de la justicia. Pida a la Santísima Virgen que ella lo eduque, que aprenda a armonizar verdad y justicia con el amor. Pero no el amor a costa de la verdad y la justicia. La verdad sin amor hiere; pero el amor sin verdad, engaña. Se trata de la armonía de la verdad y el amor, de la justicia y el amor. Eso es autoeducación y son gracias de transformación que la Santísima Virgen, si usted se lo pide, se las dará”.
Y agregó: “Solamente le pido una cosa: que cuando haya algo que yo diga, o que yo haga y que usted no esté de acuerdo o no entienda, me lo va a decir”.
Yo le contesté: “Padre, creo que nunca estaré en desa...

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