Envejecer bien
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Envejecer bien

Dr. Miquel Vilardell

  1. 128 pagine
  2. Spanish
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Envejecer bien

Dr. Miquel Vilardell

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Envejecer no tiene por qué ser un obstáculo para disfrutar de una buena calidad de vida. Aunque el proceso natural de envejecimiento no pueda evitarse, este libro tiene por objeto preparar a las personas para encarar la vejez de la forma más conveniente, a fin de llegar a esa última etapa de la vida en las mejores condiciones posibles, valiéndose por sí mismas hasta el final en la medida en que su salud lo permita.

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Informazioni

Editore
Plataforma
Anno
2014
ISBN
9788416096329

Segunda parte

En las páginas siguientes describiré algunas situaciones características de ciertos procesos de envejecimiento. Puesto que algunas de ellas han sido descritas anteriormente como «síndromes» (Síndrome de Diógenes, por ejemplo), y así se denominan, he optado por utilizar este sustantivo para titular los apartados que siguen, partiendo de la segunda acepción de esta palabra que ofrece el diccionario de la RAE: «Conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada».

1. Síndrome de la golondrina

–Tenemos que preparar la habitación de mi madre. El domingo la trae a casa mi hermana.
–Pues dile a tu hermana que no se olvide de ponerle la ropa de verano en la maleta, como el año pasado. Tuve que viajar 200 kilómetros para ir a buscarle su ropa de verano y el abanico.
A veces, las personas mayores que se quedan solas se ven obligadas a ir de un hogar a otro: pasan unos meses con un hijo, y al cabo de ese tiempo, tienen que mudarse a casa de otro, y así sucesivamente.
Estos frecuentes cambios de residencia hacen que los ancianos nunca dispongan de un espacio propio. Siempre se sienten extraños, forasteros, no solo en el entorno de su núcleo familiar, sino también en su comunidad, en el barrio, en el pueblo, en la ciudad… No pueden echar raíces, no tienen amigos y solo disponen de espacios vacíos. Son personas que caen fácilmente en episodios de desorientación y pérdida de autonomía.
A veces, estos cambios no se producen en la misma población, sino en poblaciones distintas, lo que todavía favorece más este cuadro de inadaptación al ambiente, dando lugar a lo que más adelante describiremos como «Síndrome de Ulises». En este caso, no se trata de inmigrantes, pero sí de forasteros.
Hay que evitarlo siempre que sea posible. Es importante que las personas mayores dispongan de un espacio propio, donde puedan tener sus cosas y gozar de cierta privacidad, de modo que puedan seguir disfrutando de sus amigos y conocidos; en definitiva, un lugar donde puedan seguir con sus rutinas.
«Es importante que las personas mayores dispongan de un espacio propio, donde puedan tener sus cosas y gozar de cierta privacidad, de modo que puedan seguir disfrutando de sus amigos y conocidos.»
A veces, la familia no puede evitar esta situación, debido a imperativos económicos o laborales, y se ven obligados a repartir la carga entre varios hermanos, en varios hogares. Estas situaciones exigen una reflexión profunda, y hay que buscar por todos los medios la manera de que la persona mayor pueda tener un espacio de intimidad que le permita las relaciones personales, relaciones con los amigos, mantener sus rutinas y todo aquello que la hace sentir bien. No hay nada más triste que pasar el último tramo de tu vida sintiéndote cada día forastero (y, a veces, forastero en lugares distintos).

2. Síndrome de Ulises en el anciano

–No sé qué le sucede a mi padre, doctor… Cuando está en casa de mi hermano y mi cuñada, se pasa el día fuera, en la plaza o jugando al dominó en el casal. Sin embargo, cuando llega a mi casa, no le apetece salir, por más que se lo digo. Va arrastrando los pies de su habitación a la sala y de la sala a su habitación.
El síndrome de Ulises podría llamarse también síndrome del emigrante, que presenta estrés crónico múltiple y añoranza de su tierra de origen, a la que no puede regresar por falta de recursos. En él se mezclan la soledad, el miedo y la lucha por abrirse paso en la vida, todo ello enmarcado por el sueño de regresar al lugar que dejó años atrás.
Este mismo cuadro lo presentan las personas mayores cuando se ven obligadas a cambiar de lugar de residencia, bien porque tienen que ser institucionalizadas en un centro debido a que viven solas y ya no se valen por sí mismas, o bien porque su familia, con la que viven, se muda a otra parte por cualquier motivo. En su nuevo destino, la familia se integra porque tienen trabajo y edad para integrarse, pero el anciano no tiene posibilidad de establecer relaciones y queda aislado en su nuevo domicilio.
«(…) es necesario pensar también en el anciano: ¿El cambio es absolutamente necesario?, ¿cómo se puede amortiguar el impacto del mismo?, ¿podríamos encontrar otras fórmulas para que pudiese seguir en su espacio, en su pueblo o en su ciudad?»
Estos cambios comportan pérdida de amigos y compañeros, pérdida de cosas que traen consigo recuerdos, y, poco a poco, la persona se va aislando, va perdiendo estímulos para seguir el camino y aparece la soledad. Este estado favorece la aparición de cambios conductuales y, a la larga, una aceleración del proceso de envejecimiento.
Antes de tomar la decisión, es necesario pensar también en el anciano: ¿El cambio es absolutamente necesario?, ¿cómo se puede amortiguar el impacto del mismo?, ¿podríamos encontrar otras fórmulas para que pudiese seguir en su espacio, en su pueblo o en su ciudad?
Tenemos que plantearnos nuevas formas de atención a las personas mayores. Probablemente, con ayudas domiciliarias y vigilancia externa podrían continuar en su casa y evitar el traslado. Creo que es necesario potenciar la atención domiciliaria y buscar nuevos modelos de atención, como la teleasistencia móvil o centros de día. Los modelos propuestos por las residencias son óptimos en los casos de gran dependencia, pero cuando el grado de dependencia no es importante y la persona tiene una conciencia clara de lo que hace, lo que quiere y lo que espera, habría que plantearse nuevos modelos que permitan la permanencia del anciano en el lugar donde tiene las raíces, ese pedacito de tierra que, en muchos casos, lo vio nacer y crecer, un lugar que ama. Dejar todo eso atrás hará que la soledad se vaya apoderando de él y que envejezca sintiéndose cada vez más ausente y preguntándose una y otra vez qué hace allí.

3. Síndrome de la soledad

–¿Lo que yo quisiera, doctor? Poca cosa: seguir viviendo como hasta hace medio año, en mi casa, con mis cosas, sin tener que molestar a nadie.
A medida que pasan los años y nos hacemos mayores, vamos perdiendo amigos, conocidos y familiares. Poco a poco, van apareciendo vacíos que difícilmente se podrán volver a llenar. A pesar de ello, mientras se mantenga nuestro entorno próximo (y muy especialmente el núcleo central, la pareja o la unidad familiar), no pasa nada, porque seguimos teniendo compañía y apoyo en los momentos difíciles.
Sin embargo, en las últimas décadas se han producido bastantes cambios en la sociedad, nuevas formas de vida, derivadas a veces de las crisis económicas. En un par de generaciones hemos pasado de la familia patriarcal a la familia nuclear, en la que a menudo los ancianos ya no tienen cabida, no porque no se quiera, sino porque las viviendas son pequeñas. Por otro lado, las obligaciones laborales de los miembros de la familia hacen que esta persona mayor no tenga espacio ni nadie con quien compartir las horas.
«(…) el problema surge cuando falta uno de los dos. El fallecimiento del compañero o compañera es un factor determinante: la persona queda sin apoyo y el vacío que se produce es inmenso.»
Poco a poco, al final del camino, la persona queda en este espacio nuclear en que, si tiene la suerte de compartir con la pareja, ambos se irán ayudando mutuamente y encontrarán entre ellos el apoyo necesario para continuar. Ahora bien, el problema surge cuando falta uno de los dos. El fallecimiento del compañero o compañera es un factor determinante: la persona queda sin apoyo y el vacío que se produce es inmenso. Normalmente, la soledad brota entonces con toda su fuerza, y la persona que se ha quedado sola se hace distintos planteamientos. Puede seguir viviendo en su casa, siempre que pueda valerse por sí misma; y si necesita cierta ayuda, puede contratar los servicios de una persona externa (si tiene recursos suficientes). También pueden proponerle que se vaya a vivir a casa de algún hijo, con los problemas que eso comporta: rompes la intimidad de la familia y sientes que quizá molestas. Otra alternativa es que el hijo o la hija vayan a vivir a la casa de sus padres; al principio, esto puede parecer una solución buena, pero poco a poco percibirá que su intimidad desaparece y quizás empiecen a surgir problemas intergeneracionales.
Todo esto se manifiesta con mucha más intensidad cuando pierdes la autonomía, cuando no puedes valerte por ti mismo porque tienes algún problema añadido. Es entonces cuando se te puede pasar por la cabeza la idea de ingresar en un centro residencial. Entonces aparece otro problema no menor, pero superable si se elige bien el centro: la adaptación a un centro comunitario.
Cuando se les pregunta a los ancianos cuál es su deseo, todos responden que querrían continuar viviendo en su espacio y que alguien los cuide, porque ninguna de las demás opciones termina de convencerlos; todas son posibles, pero acarrean muchos problemas, para el anciano y para los demás. Por tanto, la gran mayoría deciden vivir solos, con ayuda externa o no, y entonces empieza la parte difícil del camino porque deben acostumbrarse a estar solos y no tienen con quién compartir sus inquietudes.
Es entonces cuando se echa de menos, si se carece de ella, una buena red de personas próximas o con inquietudes parecidas que te ayuden en esos momentos, y las redes no se crean de un día para otro. Por eso es importante saber, cuando todavía estamos a tiempo, que hay que cuidar a los amigos, cuidar las relaciones sociales, porque si no lo tendremos muy difícil.
Cuando la persona mayor vive sola y todavía es autónoma, debe plantearse nuevos proyectos y echarlos a andar. Cuando hay proyectos, no se envejece tanto. Eso proporciona una motivación para seguir.
Uno tiene que habituarse progresivamente a la soledad y buscar distracciones para llenar el tiempo. Hay que buscar nuevas maneras de vivir y nuevos estímulos que te incentiven. Asimismo, conviene recuperar actividades que habías hecho en algún momento de la vida y que dejaste de hacer.
A menudo, la soledad va acompañada del miedo. Sin embargo, con frecuencia el miedo va unido a la esperanza, y esta no puede perderse bajo ningún concepto.
Para mitigar el miedo hay que controlar los factores que lo alientan, como la intranquilidad, la inseguridad, el temor a estar solo, etc., y pensar en ello con antelación. A veces es necesario que alguien nos vigile a distancia; puede ser una institución o entidad especializada en servicios a las personas, un profesional, un amigo, un familiar… Da tranquilidad saber que, si nos pasa algo, tenemos cerca a alguien que nos ayudará. Demasiado a menudo leemos la noticia de un anciano al que le sucedió alguna cosa y han pasado días o incluso semanas antes de que alguien se haya percatado de ello. Por tanto, es necesario prever este tipo de situaciones.
A veces necesitamos ayuda para las tareas domésticas y evitar caer en el abandono. Hay que buscarla en personas o instituciones de plena confianza. No es extraño que, en esos momentos, con el problema encima, bus...

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