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Theodore Zeldin

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Theodore Zeldin

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Cómo el diálogo puede transformar tu vida. ¿Le gustaría mejorar sus conversaciones con la pareja, sus colegas en el trabajo, su familia, los amigos, las personas a las que no conoce o consigo mismo? Conversación, que comenzó siendo una serie de charlas radiofónicas emitidas por la BBC que alcanzaron una notable popularidad, analiza qué tipo de charla encantaba y excitaba a la gente en el pasado y por qué en la actualidad hablamos de una manera diferente. Explora el arte y la historia de la conversación, y cómo esta puede ser la llave para un futuro más feliz e interesante. Muestra cómo las mujeres han cambiado la manera de hablar de los amantes, cómo las familias evitan el silencio o el aburrimiento, cómo el trabajo puede dañar o mejorar nuestra manera de conversar y qué papel desempeñan en la conversación los tímidos y los callados. Este libro nos permitirá ver con mayor claridad de qué queremos hablar y qué puede hacer la conversación por nuestra vida. "Un minitratado brillante sobre cómo y por qué hablamos entre nosotros." Sunday Times "Un librito delicioso… escrito con emoción y humor." L'Express (París) "Es un Balzac moderno." Boston Sunday Globe "Theodore Zeldin es un destello de luz en un mundo muy oscuro." The Express (Londres)

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Informazioni

Editore
Plataforma
Anno
2015
ISBN
9788416096909
Argomento
Historia

1. Cómo cada nueva época cambia
los temas de conversación

«Hablar es bueno», afirma un anuncio de British Telecom. Pero, por supuesto, eso es sólo la mitad de la verdad. Nadie puede decir simplemente «Comer es bueno», sin añadir que muchos de los alimentos que nos gusta ingerir no nos hacen ningún bien. Si utilizásemos para nuestras conversaciones tantos libros sobre dietas como para nuestras comidas, nos advertirían contra muchos tipos diferentes de conversaciones y no les resultaría fácil indicarnos dónde podríamos paladear la haute cuisine de la conversación.
«Hablar es bueno» fue el lema del siglo XX, que puso su fe en la autoexpresión, el intercambio de información y los intentos por comprender a los demás. Pero hablar no cambia necesariamente los sentimientos o las ideas propias o de los demás. Creo que el siglo XXI necesita una nueva ambición para desarrollar no el habla, sino la conversación que cambie a las personas. La verdadera conversación prende fuego. Se trata de algo más que emitir y recibir información.
Imitadores
Existen miles de libros que pretenden versar sobre la conversación, con instrucciones sobre cómo sorprender o engañar, o seducir, o parecer elegante, o cómo tratar a personas como Clark Gable que, según Ava Gardner, era «el tipo de hombre al que saludas con un “Hola, Clark, ¿cómo estás?” y se queda parado sin saber qué contestar». Pero yo no voy a ofrecerle otra colección de recetas que puedan garantizarle una forma de hablar que pueda sorprender a sus amigos. Yo estoy interesado en un tipo de conversación que se emprende con la voluntad de acabarla como una persona ligeramente diferente a la que se era al principio. Siempre se trata de un experimento, cuyos resultados nunca están garantizados. Implica un riesgo. Es una aventura en la que aceptamos cocinar el mundo juntos e intentamos que su sabor sea un poco menos amargo.
Todo lo que voy a explicarle es fruto de la conversación. Mi último libro fue el resultado de conversaciones que mantuve con mujeres de dieciocho países sobre lo que más les importaba, sobre sus deseos y sus miedos. Eso me llevó también a investigar sobre las conversaciones de mujeres y hombres en el pasado, en todas las civilizaciones, sobre sus deseos y miedos. Desde entonces he tenido conversaciones con diferentes personas sobre la manera en que llevan sus conversaciones. He leído todo lo que he podido sobre la conversación, lo que significa que he mantenido conversaciones con autores que sólo he conocido a través del papel. Después he reflexionado sobre todo esto, lo que ha sido una conversación conmigo mismo. He discutido los resultados con mi esposa, Deirdre Wilson, que ha pasado muchos años investigando lo que ocurre en la mente de las personas cuando se comunican; no hemos estado de acuerdo, hemos discutido y hemos intercambiado ideas que no teníamos antes.
Este es el aspecto de la conversación que más me interesa: cómo la conversación cambia la manera en que vemos el mundo e, incluso, llega a cambiar el mundo. Quiero analizar cómo ocurre este fenómeno.
Pero ¿cómo es posible que las conversaciones puedan marcar una diferencia tan profunda? No pueden si cree que el mundo está gobernado por fuerzas económicas y políticas superpoderosas, que el conflicto es la esencia de la vida, que los humanos somos básicamente animales y que la historia sólo es una larga lucha por la supervivencia y la dominación. Si eso es cierto, no se puede cambiar gran cosa. Lo único que puede hacer es mantener conversaciones que le distraigan o diviertan. Pero yo veo el mundo de una manera completamente diferente, como un conjunto de individuos que busca un compañero, un amante, un gurú o a Dios. Los acontecimientos más importantes que cambian la vida son los encuentros de estos individuos. Algunas personas acaban decepcionadas, abandonan la búsqueda y se convierten en cínicos. Pero otros siguen propiciando nuevos encuentros.
La puerta entre lo público y lo privado
Longitudes de onda emocionales
Los humanos ya han cambiado el mundo en muchas ocasiones al variar la manera en que mantenían sus conversaciones. Han existido revoluciones conversacionales que han sido tan importantes como las guerras, las revueltas y las hambrunas. Cuando los problemas parecían insolubles, cuando aparentemente la vida carecía de significado, cuando los gobiernos eran impotentes, a veces la gente ha encontrado la salida al cambiar el tema de su conversación, o la manera de hablar o las personas con las que conversaban. En el pasado esto nos ha proporcionado el Renacimiento, la Ilustración, la modernidad y la posmodernidad. Ahora ha llegado el momento de la Nueva Conversación.
En el pasado, la mayoría de las personas estaban demasiado asustadas para hablar mucho en público e, incluso, en privado. Era demasiado peligroso, embarazoso o doloroso. Aún siguen existiendo lugares en los que hablar resulta peligroso. Los poderosos siempre se han sentido amenazados por la conversación. Durante la mayor parte de la historia, el mundo ha estado gobernado por la conversación de la intimidación o la evasiva. No podemos abolir la timidez de un plumazo, pero podemos reorientar los temores, de manera que puedan estimular la generosidad en lugar de la parálisis.
A veces, cuando las personas se han atrevido a hablar, han tratado las palabras como si tuvieran categoría divina, de manera que se han respetado, pulido y adornado. Esta situación ha producido algunas melodías maravillosas. Pero también ha provocado que algunas personas descubran cómo explotar las palabras. Han intentado abrirse paso con el uso de la retórica, empaquetando lo que tenían que decir de una manera que pareciera atractiva, con un lenguaje florido: metáforas, aliteraciones, repeticiones, ironías y paradojas. El paquete podía tener mucha más influencia que el contenido.
Los poetas Wordsworth y Samuel Rogers recordaban una visita a Coleridge, uno de los mayores exponentes de la retórica, que habló con ellos durante dos horas sin darles la oportunidad de decir ni una palabra. Así lo recoge Rogers: «Cuando salimos de la casa, caminamos durante algún tiempo sin hablar.
Una palabra cruel
El encuentro desaprovechado
–¡Es un hombre maravilloso! –exclamó Wordsworth.
–Maravilloso, sin duda –asentí.
–Qué profundidad de pensamiento, qué riqueza en la expresión –continuó Wordsworth.
–Nunca había escuchado nada igual –añadí.
Otra pausa.
–Pero –preguntó Wordsworth– ¿has comprendido con exactitud lo que ha dicho sobre la filosofía kantiana?
–Exactamente, no.
–¿O sobre la pluralidad de mundos?
–Reconozco que no. De hecho, si debo decir la verdad, no he comprendido ni una sílaba desde el principio hasta el fin de su monólogo.
–Yo tampoco –reconoció Wordsworth.»
La retórica consigue que el discurso sea persuasivo. A veces se utilizó como un conjunto de trucos que conseguía el asentimiento, el embelesamiento y la admiración de los demás, sin importar lo que se decía. Se conseguía poder con el uso de las palabras. Se convirtió en una dieta muy parecida a la cocina antigua, que cubría los alimentos de salsas y especias, ocultando lo que había debajo. A la gente le gustaba porque quería que la encantasen y se convirtió en esclava de lo que creía que era belleza. Ganar una discusión se convirtió en un sustitutivo de descubrir la verdad. Obligar a los demás a estar de acuerdo con uno se transformó en la fuente de la autoestima. La retórica se convirtió en un arma de guerra que subyugaba a millones.
Pero en la vida existen cosas mucho más interesantes que sacar brillo a la armadura. La gente empezó a rechazar este estilo de hablar por dos razones diametralmente opuestas. Parecía inadecuada como herramienta para una descripción científica precisa, un obstáculo positivo que distraía con analogías y comparaciones poéticas. El interés creciente en la ciencia provocó un cambio de estilo. Hablar y escribir con claridad, sin florituras, obligó a las personas a desarrollar una actitud más científica y a abandonar la magia y la superstición. Y la gente también empezó a criticar la retórica por antidemocrática: elitista, deliberadamente oscura y represora de los sentimientos reales. La equipararon con el culto al refinamiento, al deseo de ser superior. La manera de hablar sencilla triunfó en los Estados Unidos durante el siglo XIX, obligando a los pretenciosos a dejar de tiranizar a los demás con su etiqueta y afectación. Pero el habla sencilla degeneró a veces en un rechazo a las normas y en una admiración por la forma de hablar de los más incultos. Se convirtió en algo más oscuro que la retórica. De la misma manera, la claridad científica se llevó tan lejos que se transformó en jerga, comprensible sólo para los iniciados. El habla científica fue el equivalente de la comida sana. El habla sencilla fue lo mismo que la comida rápida.
Los ideales de la conversación siguieron siendo masculinos, hasta que las mujeres cambiaron los temas. Demostraron que hablar sobre las emociones no sólo podía mejorar el trato entre los sexos, sino también disminuir, en general, la brutalidad y la agresividad. Esta nueva conversación fue como la cocina vegetariana: convenció sólo a una minoría. La mayoría de los hombres seguían prefiriendo las obscenidades, las bufonadas, hablar del trabajo o la discusión académica, a las que se podían dedicar cuando no estaban presentes las mujeres.
En el siglo XX se realizó un gran intento por cambiar de nuevo el tema de la conversación al eliminar las expresiones racistas y sexistas. El éxito sólo ha sido parcial, pero ha tenido una gran influencia en la manera en que las personas se comportan entre ellas. Por supuesto, las limitaciones en la expresión pueden convertirse en una «corrección política» y en una represión de un tipo nuevo. Toda dieta de adelgazamiento tiene sus peligros.
Incluso la conversación ingeniosa. El ingenio, que pincha los balones del habla pomposa, permite que los subordinados recorten la estatura de los poderosos. Por ejemplo, Charles Lamb convirtió su tartamudez en una manera brillante de narrar al introducir pequeñas interrupciones y en su negativa a tomarse la vida demasiado en serio. Cuando un médico le recomendó un paseo diario con el estómago vacío, Lamb lo interrumpió preguntando: «¿El estómago de quién?».1 El humor ha sido el liberador de la humanidad contra el aburrimiento que provocan la mayoría de las conversaciones, el protector de la humanidad contra los oradores que se emborrachan con su verborrea. Pero el humor puede ser como la nouvelle cuisine: puede dejarte deslumbrado pero hambriento. Es posible que permita afilar la mente, pero por sí solo no contiene ningún nutriente.
Lillian Glass, la gran experta de Hollywood en conversación, que enseña a las estrellas cómo conversar, revela sus secretos en un libro y escribe: «Como especialista en comunicación, creo que todos los problemas de comunicación tienen solución». British Telecom, después de decirnos que «Hablar es bueno», envió a todos los hogares del país un folleto explicando cómo conseguir que la conversación sea comprensible y con sentido, destacando, sobre todo, la claridad. Pero necesitamos algo más que una especie de guía de bricolaje para arreglar las conversaciones y para evitar que se sigan estropeando. Debemos decidir por nosotros mismos hacia dónde las conducimo...

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