Cartas a su hijo
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Cartas a su hijo

Lord Chesterfield, José Ramón Monreal

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  1. 352 pagine
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Cartas a su hijo

Lord Chesterfield, José Ramón Monreal

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"Los grandes señores, especialmente los del siglo XVIII, gozan de la fama de ser pésimos padres de familia. Philip Dormer Stanhope, cuarto conde de Chesterfield (1694-1773), el autor de las Cartas que se van a leer, es el prototipo por excelencia del gran señor dieciochesco. Sus costumbres libertinas, el wit que le hacía temible en Londres y ser apreciado por Swift y por Voltaire, se diría que casan mal con el amor paterno y la vocación perseverante del preceptor. Y, sin embargo, fueron precisamente el padre y el preceptor los que prevalecieron, en la fama póstuma de Lord Chesterfield, sobre el hombre de mundo, con su desenvoltura, y sobre el hombre de ingenio. Un año después de su muerte, en 1774, veía la luz la obra que ha hecho de él, quizá a su pesar, un clásico de la literatura inglesa: las cartas que dirige a su hijo Philip desde 1737 [...]. Nunca padre alguno se ha mostrado preceptor tan afectuoso y previsor como este Lord que pasaba por seco y desencantado. Nunca hijo alguno ha sido guiado, seguido, acompañado, adoctrinado, aconsejado, enseñado, reprendido, con más paciente dulzura y vigilancia que este hijo de Lord." Marc Fumaroli

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Informazioni

Editore
Acantilado
Anno
2012
ISBN
9788415277422
Argomento
Literatura

CARTAS DE LORD CHESTERFIELD

CARTA CXC

Londres, 26 de abril, v.s., de 1750
Mi querido amigo:
Dado que está próximo tu viaje a París, y constituirá para ti, de un modo o de otro, un período de infinitas consecuencias, mis cartas estarán a partir de ahora orientadas principalmente hacia este punto cardinal. Serás dejado allí a tu arbitrio, en vez de, al de mister Harte. Y estoy seguro de que me permitirás desconfiar un poco de la capacidad de arbitrio propia de los dieciocho años. En la academia1 conocerás a un gran número de jóvenes mucho menos discretos que tú. Trabarás conocimiento con todos ellos; pero antes de estrechar ningún lazo observa a tu alrededor e indaga en sus caracteres individuales; luego, caeteris paribus [en igualdad de condiciones], elige a quien sea más digno de aprecio por su rango y familia. Reservarás a estos una atención especial, y así serás recibido en sus casas, donde tendrás ocasión de conocer a la mejor sociedad. Por lo general esos jóvenes franceses son demasiado étourdis [atolondrados]; procura evitar líos y disputas, así como toda broma que implique un contacto físico: nada de jeux de main ni de coups de chambrière,2 que son con frecuencia motivo de trifulca. Muéstrate animado como ellos, si tal es tu deseo, pero al mismo tiempo sé algo más prudente. En lo que respecta a las bellas letras, encontrarás las más de las veces ignorantes; pero no por ello los critiques, y no hagas notar tu superioridad. No es culpa suya: han sido educados para el ejército; pero, por otra parte, no permitas que su ignorancia y desidia perturben esas horas de la mañana que querrás consagrar a la seriedad del estudio. No desayunes con ellos, pues es una gran pérdida de tiempo; diles (pero sin la menor afectación ni tono sentencioso) que tu intención es dedicar por la mañana dos o tres horas a la lectura, mientras que el resto de la jornada estás a su entera disposición. Por más que, dicho sea de paso, espero que pases las tardes en compañía de personas más razonables.
Debo insistir para que no vayas nunca a ese café que en París llaman el Café Inglés:3 es la guarida de la escoria de nuestra sociedad, así como el refugio de toda la carne de horca escocesa e irlandesa. Es a menudo teatro de enfrentamientos entre bandas y de reyertas entre borrachos; no conozco lugar más degradante en toda la ciudad, donde, por lo demás, los cafés y las tabernas no son en cualquier caso recomendables. Debes estar particularmente en guardia con la infinidad de chevaliers d’industrie y aventuriers [caballeros de industria y aventureros] elegantes y de fina labia que por allí pululan; y mantén educadamente las distancias con las personas cuya catadura o rango no conozcas. Monsieur le Comte o Monsieur le Chevalier, con una bonita casaca galoneada et très bien mis [y vestidos de veinticinco alfileres] te aborda en el teatro o en cualquier otro lugar público; concibe, a simple vista, por ti un gran aprecio, te juzga un forastero de lo más distinguido, te ofrece sus servicios y no arde sino en deseos de contribuir, en todo cuanto esté en sus manos, a darte a conocer les agréments de Paris [los atractivos de París]. Entre sus conocidos hay unas damas de alto copete qui préferent une petite société agréable, et les petits soupers aimables d’honnêtes gens, au tumulte et à la dissipation de Paris [que prefieren una pequeña reunión agradable, y las modestas cenas placenteras de gente de bien, al jolgorio y a la disipación de París]: y será para él un placer indecible presentarte a esas damas de calidad. Pues bien, si aceptas el amable ofrecimiento y le sigues, encontrarás au troisième [en el tercer piso] a una graciosa, pintada y sif[ilítica] pelandusca, con un vestido de segunda mano hecho de tela de plata y de oro deslucido, ocupada en jugarse unas livres en una fingida partida de cartas con tres o cuatro perillanes ataviados con cierto rebuscamiento, y que se adornan con el título de marqués, conde y caballero. La dama te recibe de la manera más graciosa y cortés, y con todos esos compliments de routine [cumplidos de rutina] que son propios, sin distinción alguna, de toda mujer francesa. Dice que le gusta llevar una vida retirada, y que rehuye le grand monde [la alta sociedad], y sin embargo confiesa sentirse sumamente agradecida hacia el marqués por haberle permitido el selecto e inestimable privilegio de conocerte; pero ahora se pregunta cómo podrá tenerte entretenido, toda vez que en su casa no tolera apuestas en el juego superiores a una livre; si estás dispuesto a darte por satisfecho, en espera de la cena, con tan baja apuesta, à la bonne heure [tanto mejor]. Así, pues, tomas asiento y entras a jugar en tan modesta partida; y al punto tus excelentes compañeros se preocupan de hacerte ganar quince o dieciséis livres, lo cual les brinda la ocasión de congratularse de la habilidad de que das muestra y de tu suerte con los naipes. Llega la hora de la cena: una buena cena, por la simple razón de que serás tú quien la pague. La marquise en fait les honneurs au mieux [La marquesa hace los honores lo mejor posible], habla de sentimientos, moeurs et morale [costumbres y moral], sazonados de enjouement [jovialidad] y acompañados de miradas furtivas tendentes a darte a entender que no debes desesperar con el tiempo. Te levantas de la mesa, la conversación recae como por casualidad sobre el faraón, el lansquenet y el quinze, y uno de los caballeros propone dedicar media hora a uno de estos juegos; la marquesa protesta enérgicamente, jura y perjura que no lo permitirá, pero finalmente se deja convencer con la promesa de que ce ne sera que pour des riens [no será más que por pequeñas cantidades]. Ha llegado el momento tan esperado, se pone en marcha la operación: en el mejor de los casos, acabarás aligerado de todo el dinero que llevas en el bolsillo, y muy probablemente, si te entretienes algo más de tiempo, también del reloj y de la tabaquera, siempre que, para mayor seguridad, no acabes asesinado. Te aseguro que no se trata de ninguna exageración, sino del informe fiel de cuanto acontece en París a diario a cualquier forastero ingenuo e inexperto. Recuerda acoger siempre con gran frialdad a estos señores que se muestran tan solícitos contigo apenas verte, y ten la prudencia, sea cual sea la diversión que te propongan, de aducir siempre un compromiso previo. Podría suceder, encontrándote en tan buena e importante compañía, que conocieras a determinados nobles avispados que se mostrarán particularmente ansiosos, además de sumamente seguros, de birlarte tu dinero, no bien consigan inducirte a jugar con ellos. Sea por ello tu regla inquebrantable no jugar jamás con hombres, sino solamente con mujeres distinguidas y en partidas con apuestas bajas, o bien con hombres y mujeres juntos. Pero al mismo tiempo, si te pidieran que aceptases apuestas más altas de lo que tú quisieras, no emplees para tu negativa un tono serio y sentencioso, alegando que sería locura arriesgar lo que supondría un gran perjuicio perder por algo que no se desea ganar, sino que elude la invitación con ingenio et en badinant [y bromeando]. Di que si estuvieras seguro de perder acaso te decidirías a jugar, pero que dado que podría suceder también lo contrario mucho te asustaría l’embarras des richesses [la incomodidad de hacerte rico], porque viste los grandes apuros que ella causó al pobre de Arlequín,4 y que por dicho motivo te prometiste no exponerte jamás al riesgo de ganar más de dos luises por día. Este modo ligero y frívolo de declinar las invitaciones al vicio y a las locuras es lo que mejor conviene a tu edad, y al mismo tiempo es más eficaz que una negativa seria y filosófica. Un joven que se muestra carente de voluntad propia y dispuesto a hacer siempre lo que se le pide pasa por agradable, pero se le juzga al mismo tiempo un necio. Actúa con prudencia, sobre la base de unos principios sólidos y con razones válidas; pero guárdatelas para ti, y no sueltes sentencias. Si te invitan a beber di que con mucho gusto lo harías, pero que basta con tan poco para embriagarte y hacerte sentir mal que le jeu ne vaut pas la chandelle [la cosa no merece la pena].
Te ruego que muestres muchas atenciones y no dejes de hacer la corte a monsieur de la Guérinière, que está en París en buenas relaciones con el príncipe Carlos y otras muchas personalidades muy distinguidas; tu reputación se verá acrecentada con su apoyo, para no hablar de lo positivo que te será su favor en la academia. Por las razones que te expuse en mi carta anterior, deseo que durante seis meses permanezcas en ella como interne; pasado este período, te prometo que podrás alojarte dans un hôtel garni [en una casa de alquiler amueblada], siempre que reciba entre tanto noticias de que frecuentas la mejor sociedad francesa y gozas de su consideración. Nada te falta, gracias a Dios, excepto las prendas exteriores, el último toque, esa tournure du monde [ese talante mundano] y esas buenas maneras tan indispensables para adornar y hacer valer el mérito más sólido. Son cualidades que solamente se adquieren frecuentando los más selectos círculos sociales, y en Francia mejor que en ninguna otra parte. No te faltarán las ocasiones, pues te haré llegar cartas de presentación que servirán para introducirte en los ambientes más selectos, no sólo del beau monde [buena sociedad], sino también de los beaux esprits [hombres cultos]. Te exhorto por ello a que dediques todo el año a mejorar con miras al éxito final, sin permitir que una ociosa vida disipada, unas bajas tentaciones o unos malos ejemplos te aparten de tus fines. Pasado el año, harás lo que te plazca; no interferiré más en tu conducta, porque estoy seguro de que en este punto estaremos ambos a cubierto de todo riesgo. Adieu!

CARTA CXCI

Londres, 30 de abril, v.s., de 1750
Mi querido amigo:
Me dice mister Harte, que en todas sus cartas hace algún tipo de panegírico de ti, en la última algo que me complace en extremo: que en Roma has preferido constantemente frecuentar las bien consolidadas amistades italianas a las camarillas organizadas para hacerles la competencia a determinadas damas disidentes compatriotas nuestras.5 Lo cual denota buen sentido y que eres consciente del objeto por el que te encuentras en el extranjero. Es mucho más importante conocer las mores multorum hominum [costumbres de numerosos hombres] que las urbes [ciudades]. Te exhorto a perseverar en esta conducta razonable adondequiera que fueres, y sobre todo en París, donde no conocerás a treinta ingleses, sino a trescientos, siempre en rebaño y sin intercambiar palabra con ningún francés.
Ésta es por norma general—o contra toda norma, si lo prefieres—la vida de los milords anglais. Apenas se levantan, es decir, muy tarde, desayunan juntos, malgastando así un par de horas de la mañana. A continuación se hacen llevar en coche al Palais, a Les Invalides y a Nôtre-Dame, y de allí al Café Inglés, donde se encuentran para ir a almorzar en cualquier taberna. Después de la comida, regada con abundantes libaciones, se trasladan en grupo al teatro y abarrotan el palco, luciendo unos hermosísimos trajes pésimamente confeccionados por sastres escoceses o irlandeses. Terminado el espectáculo, ahí los tienes de nuevo en la taberna, donde empinan el codo hasta emborracharse o se pelean entre ellos, para salir acto seguido a provocar algún altercado público, acabando infaliblemente detenidos por la ronda. Todo el que no hable el francés antes de salir de su país puede estar seguro de que no lo aprenderá jamás. Sus promesas de amor están dirigidas a sus lavanderas irlandesas, a menos que éstas no se vean por algún azar sustituidas por una señora inglesa de paso, que huye del marido con su amante o de los acreedores. De modo que vuelven a su patria más petulantes, pero no más informados de lo que salieron de ella; y exhiben lo que creen haber aprendido afectando vestir a la francesa y haciendo crueles estragos con el francés.
Hunc tu, Romane, caveto.6
Mientras estés en Francia, relaciónate tan sólo con franceses; aprende de los mayores, diviértete con los jóvenes; adáptate de buen grado a sus costumbres así como a sus pequeñas locuras, pero no a sus vicios. Con todo, no adoptes un tono de reproche o de censura, que no es propio de tu edad. No encontrarás por lo general frecuentando los círculos sociales franceses mucha cultura, por lo que guárdate bien de hacer alarde de la tuya delante de ellos: la gente detesta a quien le hace sentir su inferioridad. Disimula, pues, con extremo cuidado tu saber, y resérvalo para los encuentros con las gens d’Église o las gens de Robe; pero incluso en estos casos deja que sean ellos quienes te lo sonsaquen, evitando parecer ansioso de exhibirlo. Gracias a esta aparente reticencia pasarás por más sabio de lo que en realidad eres, y se te atribuirá además la virtud de la modestia. Raramente se da crédito a alguien que proclama, o simplemente da a entender, que tiene bonnes fortunes [aventuras galantes], o, si se le da, lo único que se gana son críticas; en cambio, a quien se preocupa de esconderlas se le suponen a menudo más de las que tiene, y otras se las proporciona su reputación de persona discreta. Otro tanto sucede con el hombre de cultura: si la exhibe, logra escaso crédito, y se le juzga superficial; si luego se comprueba que realmente la posee, se le tacha de pedante. Cualquier mérito, cuando es real, ubi est non potest diu celari [allí donde lo hay, no puede permanecer por mucho tiempo oculto]: saldrá a la luz, y nada podrá disminuirlo, salvo el exhibicionismo de quien lo posee. Pudiera ser que no se viera recompensado como merece, pero en ningún caso se dejará de reconocerlo. De ordinario, encontrarás a las mujeres del beau monde parisino más ilustradas que los hombres, a quienes se educa exclusivamente para el ejército en cuyos brazos se les arroja a la edad de doce o trece años; pero aunque este tipo de educación los convierte en unos ignorantes en lo que hace a los libros, les proporciona por otra parte un gran conocimiento del mundo, un trato fácil y unos modales corteses.
La moda es más tiránica en París que en cualquier otro lugar del mundo; su poder es más absoluto incluso que el del propio rey, lo que no es decir poco. Hasta la más mínima rebelión se castiga con la proscripción. Deberás seguir y adaptarte a todas sus minuties [minucias], si quieres estar tú también a la moda; el que no lo está no es nadie. Dirígete a cualquier evento siempre en compañía de los hombres y de las mujeres qui donnent le ton; y aunque seas admitido al principio en este brillante teatro sólo en calidad de persona muta, persiste, persevera, y verás que pronto se te asigna un papel. Cuídate mucho de no decir nunca en un grupo de personas lo que has visto u oído en otro, y sobre todo guárdate de divertir a estos a costa de los otros; ingéniatelas, en cambio, para que la discreción y la reserva sean consideradas consustanciales a tu carácter. Te llevarán bastante más lejos y serán para ti una mejor garantía que el más brillante talento. Evita, además, en París, con el máximo cuidado cualquier pelea: son allí extremadamente puntillosos en lo que al honor se refiere, por más que las leyes sean muy severas con quien se toma la justicia por su mano.7 Por ello, point de mauvaises plaisanteries, point de jeux de main, et point de raillerie piquante [nada de bromas pesadas, nada de enfrentamientos brutales y nada de sarcasmos].
París es el lugar del mundo donde, si lo deseas, puedes unir mejor lo ...

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