El mito vegetariano
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El mito vegetariano

Lierre Keith, Violeta Arranz

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El mito vegetariano

Lierre Keith, Violeta Arranz

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Nos han dicho que una dieta vegetariana puede alimentar a los hambrientos, honrar a los animales y salvar el planeta. Lierre Keith creía en esa dieta basada en plantas y pasó veinte años como vegana.Pero en El Mito Vegetariano explica que hemos sido engañados, no por nuestros anhelos de un mundo justo y sostenible, sino por nuestra ignorancia.La verdad es que la agricultura es un asalto implacable contra el planeta, y más de lo mismo no nos salvará. Keith argumenta que si queremos salvar este planeta, nuestra comida debe ser un acto de reparación profunda y duradera: debe provenir de las comunidades internas y activas, no debe imponerse a través de ellas.

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Informazioni

Anno
2019
ISBN
9788412090635

04

Vegetarianos
por razones nutricionales
Empecemos con África hace siete millones de años, porque es allí donde surgió la vida humana. El clima, creación de nuestros antepasados —de nuestros queridos parientes las bacterias, los hongos y las plantas—, pasó de ser húmedo a seco. Los árboles cedieron ante los pastos y una marea de sabanas se extendió por todo el mundo. Los pastos fueron la cuna de los grandes herbívoros. Hace veinticinco millones de años, en la exuberancia de la evolución, unas cuantas plantas decidieron probar a crecer por la base en vez de por la punta. Los grandes herbívoros que se alimentan de pasto no podrían así matar a esas plantas; tendrían el efecto contrario. Las alentarían estimulando el crecimiento de las raíces. Todas las plantas buscan nitrógeno y nutrientes predigeridos y los rumiantes se los entregaban a las hierbas mientras pastaban.[277] Esta es la razón por la que, al contrario que otras plantas, las hierbas no tienen toxinas, ni repelentes químicos, ni elementos disuasorios mecánicos como pinchos o espinas para repeler a los animales. Las hierbas quieren ser pastadas. Fueron las hierbas las que crearon a las vacas; la «domesticación» de las vacas por los humanos fue, en comparación con esto, un minúsculo ajuste en el genoma bovino al mismo tiempo que las vacas respondían con el gen de la tolerancia a la lactosa.
Nuestros antecesores directos vivieron en los árboles hasta que estos empezaron a desaparecer. Contábamos con dos ventajas evolutivas para ayudarnos: nuestros pulgares oponibles y nuestra digestión omnívora. Teníamos la capacidad de manipular herramientas y nuestros cuerpos estaban equipados con el instinto y la digestión necesarios para manejar una amplia gama de alimentos. Algunos animales tienen una alimentación especializada: los koalas solo comen hojas de eucalipto y las avispas del higo solo se alimentan de higos. Ser un animal especializado es apostarlo todo a una única baza; si desaparece la fuente de alimentación, el animal que depende de ella se esfumará también. Por otra parte, el cerebro, que es un importante sumidero de energía, puede ser pequeño en un animal con una alimentación especializada, con lo que se ahorra energía para las demás funciones.
Con la obvia excepción del chocolate, los seres humanos no tienen una alimentación especializada. Mucho antes de ser humanos, cuando vivíamos en los árboles, comíamos fundamentalmente frutos, hojas e insectos. Sin embargo, desde el instante en el que nos erguimos, empezamos a comer grandes rumiantes. Hace cuatro millones de años, los australopitecinos, los predecesores de nuestra especie, ya comían carne.
Antes se creía que los australopitecinos eran frugívoros: se pensaba que la línea divisoria entre el género Homo y los australopitecinos era el gusto por la carne. Sin embargo, los dientes de cuatro esqueletos de hace tres millones de años encontrados en una cueva de Sudáfrica han desvelado una realidad muy diferente. Los antropólogos Matt Sponheimer y Julie Lee-Thorp descubrieron que el porcentaje de carbono 13 en el esmalte de los dientes de esos esqueletos coincidía con el de las gramíneas tropicales y no con la composición isotópica del carbono que se esperaba encontrar en ellos como frugívoros. Dado que la composición isotópica de la dieta queda registrada en los tejidos de sus consumidores, este hallazgo sugiere que los australopitecinos comían grandes cantidades de hierba o bien animales que a su vez se alimentaban de gramíneas tropicales. No obstante, puesto que los dientes no mostraban las marcas de arañazos que se suelen producir al comer hierba, estos datos isotópicos constituyen una prueba sólida de que los animales que comían hierba constituían una parte importante de la dieta de los australopitecinos.[278]
La conclusión fue que los australopitecinos comían animales que se alimentaban de hierba, es decir, los grandes rumiantes que vivían en la sabana.
También se han encontrado herramientas de piedra que han descansado junto a los huesos de animales extintos, enterrados en el silencio del tiempo, durante 2,6 millones de años. Juntos, las herramientas de piedra y los huesos han esperado hasta poder contar su historia, que es la nuestra. En algunos de los huesos se aprecian marcas de dientes debajo de unos cortes realizados con herramientas: la matanza de un carnívoro primero y el paso de un carroñero humano después. En otros huesos se ve lo contrario: marcas de cortes, y después las marcas de dientes afilados, que nos dicen que ahí hubo primero un ser humano con un arma y luego un animal con sus dientes. Provenimos de una larga estirpe de cazadores: 150.000 generaciones.[279]
Esto es lo que aprendió nuestra estirpe y, al aprenderlo, nos convertimos en humanos. Fabricamos herramientas para tomar lo que nos ofrecían los pastos: grandes animales cargados de nutrientes, más nutrientes de los que nunca podríamos encontrar en los frutos y las hojas. El resultado es que leemos estas palabras. Nuestro cerebro es el doble de grande de lo que le correspondería a un primate de nuestro tamaño. Por otra parte, nuestros aparatos digestivos son un 60 % más pequeños. Nuestros cuerpos fueron construidos por alimentos con una alta densidad de nutrientes. Los antropólogos L. Aiello y P. Wheeler denominaron esta idea «la hipótesis del tejido energéticamente costoso». El cerebro australopitecino creció hasta alcanzar las proporciones del género Homo porque la carne nos permitió encoger nuestro aparato digestivo, lo que a su vez liberó energía para ese cerebro.[280]
O podemos comparar a los humanos con los gorilas. Los gorilas son vegetarianos, y tienen el cerebro más pequeño y el mayor aparato digestivo de todos los primates. Nosotros somos todo lo contrario. Y nuestro cerebro, el auténtico legado de nuestros antepasados, necesita que lo alimenten.
Los vegetarianos tienen su propia versión de la historia, una historia muy distinta a la que cuentan los huesos y las herramientas, los dientes y los cráneos. «La auténtica fuerza y el material de construcción provienen de las verduras de hoja verde en las que se encuen...

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