México en 1932
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México en 1932

La polémica nacionalista

Guillermo Sheridan

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México en 1932

La polémica nacionalista

Guillermo Sheridan

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Guillermo Sheridan analiza la polémica literaria que se dio en México en 1932, entre el grupo de Contemporáneos y su mentor Alfonso Reyes, entre otros escritores empeñados en la formación de una literatura que dialogara con la producida por el Occidente moderno, y el grupo encabezado por Ermilo Abreu Gómez y Héctor Pérez Martínez, entre otros, para quienes la literatura se debía relacionar esencialmente con la realidad mexicana inmediata. Esta polémica, nos dice el autor, representa uno de los esfuerzos más hondos por discutir el tema de la expresión nacional.

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Documentos
MARZO

ABRIL

7. 2 DE ABRIL

Ramos no fue el director de “Ulises”[1]

GUILLERMO JIMÉNEZ
México, D. F., 2 de abril de 1932
SEÑOR DON CARLOS NORIEGA HOPE[2]
Director del Ilustrado
Presente.
Mi muy querido amigo y director:
Hace unos días se me acercó un inteligente redactor de esa revista, Alejandro Núñez Alonso, a pedirme una opinión sobre si la generación de vanguardia se halla o no en crisis. Con gusto di mi opinión negativa, refiriéndome especialmente al grupo de escritores nuevos que fundaron una revista y un teatro experimental con el nombre del infatigable viajero Ulises, símbolo a un solo tiempo de la curiosidad y de la cordura. Decía yo que dicho grupo estaba formado, integrado, por Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Agustín Lazo y Samuel Ramos, y que el alma del grupo eran Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Que la revista era algo muy personal y hermético. Que sus viajes no fueron, dichosamente, más de seis —¿como los de Simbad?— y que había dejado un amable saldo de ediciones de libros de Gilberto Owen, de Salvador Novo y de Xavier Villaurrutia, además del bello recuerdo de su teatro y de las exposiciones de pintura moderna que organizaron.[3]
Ante mi asombro, en el último número del Ilustrado, Samuel Ramos, aludiendo a mi opinión, se adelanta a hacer una aclaración que si no tuviera otras cualidades tendría al menos la de la inmodestia. Dice que él fue el fundador de Ulises y que dirigió tácitamente los tres primeros números. Que luego se fue a Europa y que la revista quedó en poder de Novo y Villaurrutia. Pero que en los tres primeros números él fue, por decirlo así, el editorialista de Ulises, es decir, su director. Y siguiendo su camino, añade que lo medular de la revista fueron sus artículos sobre Antonio Caso.
Ahora soy yo quien no está de acuerdo con las afirmaciones de Samuel Ramos. Si yo no hubiera asistido, con la simpatía que me han merecido siempre los escritores que lo componían, al desarrollo de las actividades artísticas de Ulises, una simple ojeada a la revista me bastaría para convencerme de que Samuel Ramos no fue sino un colaborador de ella y nunca su director, puesto que desde el primer número de la publicación aparecieron como únicos editores de Ulises, revista de curiosidad y crítica, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Pero esta aventura literaria de los nuevos escritores mexicanos es familiar para mí, hasta el punto de que en la revista puedo reconocer, en los artículos no firmados, el humorismo o la sátira precisos e inconfundibles de Salvador Novo, o bien la agudeza de Xavier Villaurrutia o la de Jorge Cuesta, que sí pueden confundirse entre sí, pero que nada las emparienta con la prosa seca y didáctica de Samuel Ramos. Por lo que toca a los artículos firmados, sólo veo el nombre de Ramos en el artículo en que juzga a su maestro Caso y en otro ensayo sobre el irracionalismo, que no es sino una consecuencia del anterior. ¿Dónde está, pues, la presencia de Ramos? ¿Dónde su orientación en esas páginas escritas por poetas y prosistas que ni por la edad ni por el espíritu podían sentir las ideas de Samuel Ramos como suyas? Y puesto que la actitud del grupo Ulises no se redujo solamente a la publicación de una revista, ¿cómo imaginar a Samuel Ramos traduciendo, dirigiendo y representando una obra de O’Neil o de Cocteau?
Confieso que la filosofía me aburre sobremanera y que los libros de los filósofos no son los míos predilectos, y que los filósofos no son mis amigos. En cambio, la buena prosa y la buena poesía son mi debilidad; los libros de los buenos poetas y prosistas me acompañan siempre; los poetas y prosistas de calidad son mis amigos. Si algo me atraía en la revista Ulises era su calidad poética, su avidez de aventura literaria, su desinteresado juego de ideas. La filosofía en Ulises —en la revista como en el héroe— fue siempre inferior a su curiosidad, a su aventura, a su poesía.
Yo pienso que ni expresa ni tácitamente Samuel Ramos dirigió Ulises. Si se embarcó en la misma nave, que no sabía a dónde iba, ni siquiera si iba a alguna parte, navegando por el deseo mismo de viajar, fue un mero accidente, del que nadie, ni él mismo, es culpable. Pero a la simple vista llegamos a la conclusión de que nunca gobernó aquella nave. De otro modo no habrían aparecido en el texto de Ulises notas como ésta de Salvador Novo, que cito textualmente: “Es honrado aclarar que Ulises no representa de ninguna manera el sentir nacional, si éste se preocupa en semejantes cuestiones. Ulises no implica sino dos criterios personales, más o menos de acuerdo el uno con el otro. Villaurrutia y yo”.[4]
Los escritores del grupo de Ulises han rechazado siempre el nacionalismo a la fuerza, en la literatura. Tienen una idea menos simple de esa cuestión, que parece ser la bandera de la actitud crítica y la filosófica de Samuel Ramos. El mismo Salvador Novo habla ya, en el propio Ulises, del tema, diciendo: “Lo nacional que resulte de nuestra obra no nos habremos puesto a procurarlo”.[5] Idea que está en contraposición con el nacionalismo a priori que Ramos pretende hacer válido en literatura.
Los nombres de los poetas y prosistas más modernos recorren las páginas de la revista Ulises. Son los accidentes, las sorpresas, las islas de aquella travesía. Yo me pregunto si Samuel Ramos era quien podía dar a conocer en México a [Massimo] Bontempelli, Max Jacob, André Gide, Jacques de Lacretelle, Marcel Jouhandeau, Carl Sandburg, James Joyce y tantos otros como lo hicieron los editores de Ulises, Salvador Novo y Villaurrutia, o Gilberto Owen, que sí es un poeta de su tiempo y sensibilidad. Aun las notas que en la revista aparecen acerca de un hombre de ideas, del español Ortega y Gasset, son una de Jorge Cuesta y otra de Xavier Villaurrutia; ninguna es de Samuel Ramos.
Sólo hay un punto en la afirmación de Ramos que yo no puedo juzgar porque él se ha apresurado a hacerlo. Se trata de los dos únicos artículos de que es autor en la revista, artículos contra o en torno a Antonio Caso, que —dice— son lo medular de la revista. Quiero creerlo bajo su palabra, pero pensemos que la revista de los jóvenes escritores mexicanos estaba muy lejos de ser una revista de filosofía doméstica, porque estaba muy cerca de ser una revista de curiosidad y de poesía universales.
Le ruego, mi querido Carlos, que si por azar Ramos es el director del Ilustrado, no publique esta carta.
Ahora las dos manos de su amigo,
GUILLERMO JIMÉNEZ

8. 3 DE ABRIL

Visiones del momento

LIBROS-EXPOSICIONES-AVENTURAS[6]
PABLO LEREDO[7]
FINAL DE UNA ENTREVISTA. Quedé en que había de terminar esta entrevista con José Gorostiza, que sólo interrumpió un momentáneo cansancio y, también, la intención de dar dos oportunidades a los escritores aludidos para que reflexionen sobre las opiniones de nuestro amigo el poeta de Canciones para cantar en las barcas. Así lo dejé, examinando sus manos en las que aparece la huella de su sensibilidad, examen que le es pretexto para desenredar el hilo de su meditación.
Mientras lo logra, quiero ampliar uno de los ejemplos citados por Gorostiza: el de que el Grupo sin Grupo explota unánimemente las últimas tendencias. Según esto, Xavier Villaurrutia conoció a Jean Giraudoux[8] a través de Benjamín Jarnés, con El profesor inútil,[9] y produjo Dama de corazones. Jaime Torres Bodet, a través de Xavier Villaurrutia, conoció a Benjamín Jarnés, a Giraudoux, y a través de Pedro Salinas conoció a Marcel Proust.[10] Me dijo Gorostiza que “Giraudoux y Proust son producto del mismo momento, corresponden a una misma sensibilidad”. Le pregunto si tal vez no es por esto por lo que el Grupo sin Grupo, como lo denominara con acierto Xavier Villaurrutia, los adoptó por unanimidad, pues de Villaurrutia y Torres Bodet su influencia pasó a todos los demás. Aquí reanudamos nuestra conversación, que en realidad no se había interrumpido ni un solo momento, preguntándole yo a Gorostiza cuáles son las posibles direcciones que pueden, que deben darse a la literatura mexicana. Había de responderme, con gesto de médico perplejo ante enfermedad que puede resultarle ignorada:
—No sé, no lo puedo decir ni prever. No tengo ninguna idea de lo que se hará, pero sí de lo que debía hacerse.
—¿Y qué es lo que ...

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