Lo puedo conseguir
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Lo puedo conseguir

Historias de superación personal

VV.AA

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Historias de superación personal

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Este es un libro sobre lucha y diferentes capacidades, sobre barreras y sueños cumplidos. Sus protagonistas son personas reales que mantienen una relación muy estrecha con la discapacidad(ya sea física, psíquica, sensorial u orgánica), y que han tomado las riendas de su propio destino.Camila, Martí, Mari Carmen, Víctor, Lahcen, Avi, Ignasi, Àngels, Isidre, Elías, Pedro, Dolors y Albert proceden de ámbitos tan distintos como el deporte, la música, la danza, la educación, el motoro la empresa. Sin embargo, tienen algo en común: conviven con la diversidad funcional desde la naturalidad, el optimismo y la normalidad.Lo puedo conseguir es un canto a la diferencia y, a su vez, a la igualdad. Todos tenemos distintas capacidades. Todos contamos con un aliado infalible: nuestra actitud ante la vida y nuestravoluntad de superación. No existe mayor límite que el que uno se pone a sí mismo.

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Informazioni

Editore
Plataforma
Anno
2019
ISBN
9788417622138

«Mi vida es cantar» Camila Vargas

Esta es su historia
Camila Vargas (Ciudad de Guatemala, 1995) llegó a Barcelona cuando tenía nueve años. La fibrosis pulmonar idiopática que le habían diagnosticado hacía que su única posibilidad de supervivencia fuera someterse a un doble trasplante de pulmón, que recibió, finalmente, en 2005, en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Aun así, a partir de entonces su vida no fue como la de cualquier otra niña de diez años; varias enfermedades la obligaron a pasar largas temporadas en el hospital, hasta que, en 2010, empezó a rechazar los pulmones. Un año más tarde se tuvo que someter a un segundo trasplante. La enfermedad y el doble trasplante afectaron notablemente la capacidad respiratoria de la joven, pero no pudieron arrancarle su pasión por la música. Así, en junio de 2013, grabó un videoclip. En diciembre de ese mismo año, presentó un EP con seis canciones: Lo puedo conseguir.
Es 29 de junio de 2016 y hace calor. Mucho calor. En Barcelona, el verano es caluroso y húmedo, pero no me importa. Hace años que vivo en esta hermosa ciudad y ya nos conocemos las dos; así que basta con que hoy me quede en casa. Esto de estar inmunodeprimida, si queréis que os diga la verdad, es una lata; no se puede salir a la calle cuando quieres, y, claro, los días húmedos, lluviosos o ventosos no son de lo más recomendable para mi enfermedad pulmonar. Así que hay que quedarse en casa. Aquí, la música y yo dejaremos pasar el día.
¡Ah!, me presento, mi nombre es Camila Vargas, acabo de cumplir veintiún años y esta es mi historia.
Lo primero de mí que recuerdo es que nací cantando un 29 de junio. Sí. Esto…, bueno, al menos eso me dijeron siempre, porque en realidad la que tocaba al piano era mi madre. Desde fuera, claro. Cada vez que ella notaba que yo me movía, se acercaba corriendo al piano y hacía sonar sus teclas. Ya veis, cuando yo era tan chiquita que ni había salido al mundo ya había alguien que hacía llegar la música a lo más profundo de mi ser.
¿No os parece mágico?
Quizá, me dicen, por eso aprendí a cantar afinado antes que a andar…, quizá… por eso cantar me ayuda a respirar mejor… Sí, mis pulmones… Mis pulmones empezaron pronto a darme la lata, mucho, y ahora tengo poca capacidad respiratoria, solo un cuarenta por ciento, pero canto…, siempre que puedo canto…
Aunque dejadme que os explique mi vida en orden, no quiero desviarme de mi historia. ¿Por dónde iba? ¿Que dónde nací? Pues en Guatemala.

Idas y venidas de una artista

Mi padre, Jorge Enrique Vargas, es colombiano y catedrático universitario de marketing, y mi madre, Gladys Estrada, que es guatemalteca, es profesora de educación infantil y logopeda. Además de ellos dos, que esperaban ansiosos mi llegada a este mundo, cuando nací había dos personitas más que tenían unas ganas locas de verme: mi hermano Rodrigo, que ahora tiene veintinueve años, y mi hermanita Natalia, que ha cumplido veintitrés.
Nací chiquita, ¿saben?, prematura y chiquita. No pesaba ni dos kilos en ese momento. Y no, no me pusieron en la incubadora y en cuanto pudieron me mandaron a casa. Quién sabe si eso afectó a mis pulmones… El caso es que con solo quince días, ya tuve mi primera neumonía. Sí. Y luego…, claro, otra y otra… Recuerdo que casi todos los años acababa ingresada por uno u otro motivo en el hospital.
¿Mi madre? ¡Mi madre siempre estaba ahí!, claro. Era ella la que trataba de estimularme motora, mental y emocionalmente. Ella quería, siempre lo ha querido, que la enfermedad no afectara a mi crecimiento… y hacía lo imposible por lograrlo… Qué hacer sin las madres, ¿verdad? La mía era la mejor, lo es, quiero decir. Un día, cuando llegué a Barcelona, me ingresaron sola… ¡Ay, ese día! Qué mal lo pasé… Hasta lloré y todo… Claro que era muy pequeña y nunca me había separado de ella…
Pero déjenme que siga contando en orden.
Pasé mi infancia entre la capital y otras ciudades de Guatemala. Sí, no fue fácil, lo reconozco. Íbamos cambiando de ciudad… y de colegio, buscando el mejor clima para mí. No podíamos parar hasta dar con el mejor sitio para que mi salud no se resintiera. Y es que…, ¿saben?, no se sabía ni siquiera cuál era mi enfermedad. Pruebas y más pruebas hasta que daban con una…, y no, luego resultaba que no era esa…
En general, recuerdo, muchos días hacía vida normal. Por aquel entonces, incluso participé en diversos coros junto con mis hermanos.
La música y yo.
Yo y la música.
Y en 2001, con solo cinco años, hice mi primera presentación como solista al lado de otras dos jóvenes en la coral de secundaria de mi colegio. ¡Aquello sí que fue mágico! La experiencia me ayudó tanto que un año más tarde me presenté a un casting para participar en la Coral Nacional de Niños de Guatemala: ¡conseguí el papel de solista! Entonces empecé a compatibilizar mis estudios con la música…, mientras mi salud seguía diciéndome a gritos que algo no acababa de funcionar como debía. Pero yo estaba tan orgullosa… Tan contenta… Por aquellos años, hasta formé parte del Coro Nacional de Niños de Guatemala.
Al final, cuando ya tenía ocho años, me diagnosticaron fibrosis pulmonar idiopática. Al fin mi enfermedad tenía nombre y podían explicárnosla: es una enfermedad degenerativa que hace que los pulmones se vuelvan duros y fibrosos. Sonaba raro cuando lo dijeron. Más tarde entendí que eso dificultaba el paso de la sangre por ellos y, claro, también el del oxígeno.

Rumbo a Barcelona

¿Y saben qué hacía yo cuando me costaba respirar? ¿Cuando estaba triste? ¿Cuando solo veía los días negros? ¿Lo saben?
¡Cantaba!
Cantar era lo único que me ayudaba a respirar. Sí, a mí también me sorprendía; la música curaba todos mis estados de ánimo al momento.
Pero la vida es un ir y venir, un subir y bajar, y las noticias que teníamos acerca de mi enfermedad a veces no eran demasiado buenas. Hasta que un buen día, al poco de diagnosticarme la fibrosis, al salir de una de las pruebas, nos dijeron que la enfermedad estaba demasiado avanzada: lo único que podía hacer era ingresar en un hospital. Allí tratarían de mejorar mi estado de salud. No, no, curarme no, eso ya nos lo explicaron. Ellos no podían curarme. Aquello era solo para poder darme oxígeno y ayudarme a respirar con un respirador mecánico. Al parecer, según les dijeron a mis padres, en Guatemala no se podía hacer mucho más.
«¿Y?», preguntaron ellos, preocupados.
«Camila necesita un trasplante de pulmones», les respondieron.
La noticia les cayó como un verdadero jarro de agua fría, pero rápidamente se pusieron a buscar, dónde, cuándo y cómo podían practicarme esa operación. En mi familia no somos de quedarnos lamentándonos. Así pues, buscaron por todo el mundo cuál era el mejor lugar. Empezó a correr la voz por todo el país. Todo el mundo sabía lo que me pasaba y trataba de ayudar. Para explicar mi caso, uno de los diarios más importantes de Guatemala me hizo un reportaje que tuvo un gran impacto. Hasta que un buen día dieron con el Hospital Vall d’Hebron en Barcelona, que era, les dijeron, la mejor opción.
Y ni cortas ni perezosas, en marzo de 2005, cuando yo solo tenía nueve años, mi madre y una doctora salieron conmigo rumbo a Barcelona. Nada más llegar al hospital me hicieron miles de pruebas durante dos meses. ¡Todas las del mundo!, pensé. Eran necesarias, me explicaron, para comprobar mi estado de salud y poder entrar con todas las garantías en lista de espera para el trasplante.
La suerte quiso que no tuviéramos que esperar mucho: cinco meses después de mi llegada, en agosto de 2005, recibimos la llamada del médico: ¡habían encontrado un donante! ¡Teníamos dos pulmones compatibles! No podéis ni imaginaros la alegría que sentimos. Tardarían poco en operarme, y yo, supuse, en poco tiempo podría hacer una vida normal. ¡Podría ser cantante!, pensé de inmediato, y recuperé de nuevo un sueño que creía aplazado.
La operación era complicada. Implicaba muchos riesgos. Pero a mí…, tan pequeña…, ni se me ocurrió pensar en ellos. ¡Normal! Luego resultó que, a pesar de que duró unas dieciséis horas y de que estuve ingresada un mes, acabé saliendo del hospital respirando por mí misma y sin ayuda alguna. ¡La operación había sido un éxito!
Cuatro años después del trasplante, mi vida era totalmente normal. Iba al instituto, hacía deberes e intentaba hacer amigos. Pero un otoño muy frío volví a coger una neumonía. Mis pulmones no la aguantaron y la infección supuso también un rechazo del trasplante.
Ingresé de nuevo en el hospital. Los bandazos. Los cambios de estado de ánimo. Esa vez fue durante tres meses. Aunque los médicos hicieron lo imposible por parar el avance del rechazo, estaba demasiado desarrollado. De nuevo volvía a necesitar oxígeno y un respirador. Otra vez la vida me ponía a prueba. Y tras unos años de alegrías, parecía que quería devolverme tristezas.
Os confesaré que, al principio, me deprimí. Mucho, diría. Pero los médicos me animaron. En la vida no podemos controlar siempre las circunstancias que nos rodean, pero sí la actitud que tenemos frente a ellas. Así pues, decidí volver a ser la Camila de siempre y buscar la más positiva de mis reacciones. No podía olvidar todas las oportunidades que me había dado la vida. ¿Por qué no pensar que me daría una más?
Durante esos días, los médicos me dijeron que la única solución en mi estado era un nuevo trasplante; aunque esta vez, no sería de los dos pulmones, sino solo de uno: el derecho. Mi vida volvió a cambiar por completo. Debía quedarme en casa, con mi respirador, a la espera del retrasplante, que tardó un año en llegar.
Fue en esa época, y a pesar de haber perdido mucha capacidad pulmonar, cuando la música más me acompañó. Mi afición por cantar, que nunca había desaparecido, me empujaba desde dentro para salir mucho más que antes. Entonces escribí la mayoría de mis mejores canciones. Necesitaba expresar lo que sentía, y la música era la mejor de las maneras para hacerlo. Pero no lo conseguí todo sola. No voy a ponerme medallas que no merezco. Conté con una gran ayuda: en aquellos días, conocí a algunos miembros de la Fundació Ànima. Es una gente que ayuda a cumplir los sueños de los niños enfermos. Para que yo lograra el mío, me presentaron al empresario y alpinista Albert Bosch, que me ayudó a sacar un disco con mi primera canción: Lo puedo conseguir.

La ilusión llega cantando

¡No sabéis la ilusión! ¡La alegría! ¡La felicidad que sentí entonces! Hicimos un doble pacto: él coronaría el Everest; yo saldría con vida del rechazo de mi primer trasplante pulmonar. De conseguirlo, produciríamos un EP (Extended Play, un disco de 5-6 canciones) y un videoclip.
¿Os imagináis la noticia? Empecé a escribir nuevas letras que me servían de «refugio» mientras el trasplante llegaba. Al mal tiempo, buena cara. Cómo no iba a ponerla. La vida me sonreía de nuevo: estaba esperando un trasplante y me iban a publicar un EP. Al fin, en abril de 2011, recibí de nuevo la llamada del médico: me anunciaba la posibilidad de que hubiera un nuevo donante: por suerte, resultó compatible.
Mientras, Albert, en el Everest, le explicó mi historia a una amiga que lo acompañaba en su viaje. Mònica Sans, arquitecta, cantante y una apasionada productora musical. Al escucharlo, se comprometió a conocerme de regreso de la expedición.
A partir de entonces, todo fue a mejor.
Mi r...

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