Marx desde cero
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Marx desde cero

… para el mundo que viene

Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero

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Marx desde cero

… para el mundo que viene

Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero

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¿Tiene todavía Marx algo que enseñarnos sobre el futuro que se avecina? El objetivo de Karl Marx en El Capital no fue analizar la situación concreta de ningún país o región en una época determinada sino, por el contrario, dilucidar y determinar las leyes propias del capitalismo considerado en toda su pureza, aquellas que el capitalismo impondría en caso de ser suprimidos todos los obstáculos, interferencias y pautas extrañas que lo limitaban.Hoy nos encontramos en un momento histórico de cambio. Ya no es posible dudar al respecto de la tendencia que mantenemos, en forma de "flexibilizaciones", "desregulaciones" y "liberalizaciones". Según avanza este proceso, va emergiendo poco a poco un mundo en el que la lógica del mercado impera sin cortapisas ni restricciones de ningún tipo, ni sociales, ni políticas, ni siquiera humanas.Así pues, no debe extrañarnos la insólita actualidad del pensamiento de Marx. Si las leyes propias del capital vuelven a operar entre nosotros en toda su pureza, recordaremos entonces con estupor la importancia de una obra que, como El capital, tuvo por objetivo precisamente sacarlas a la luz. En todo caso, aún estamos a tiempo de anticiparnos y conocer esas leyes antes de que vuelvan a operar desbocadas. Y esto sin duda puede resultar de utilidad para evitar lo que hoy se presenta como un fatal desenlace.

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Informazioni

Anno
2018
ISBN
9788446046806
CAPÍTULO IV
La producción de plusvalor
HACIA EL PLUSVALOR
Tenemos ahora que ser capaces de construir el concepto de plusvalor. Ya hemos visto que Marx tiene un interés especial en hacerlo sin violar la ley del valor. Ahora bien, también hemos constatado que el análisis de la mercancía del cual hemos obtenido esta ley no nos deja en condiciones nada fáciles para la deducción del concepto de plusvalor. En el marco teórico de la Sección 1.a, la situación puede resumirse en una ley (la ley de intercambio de equivalentes de trabajo), un teorema (es imposible enriquecerse con el trabajo ajeno) y un presupuesto (una sociedad de propietarios independientes libres e iguales, para los que el derecho de propiedad proviene exclusivamente de su propio trabajo). También nos hemos visto abocados a un teorema importante: solo el capital variable, el capital invertido en salarios, puede producir plusvalor. Sea lo que fuere el plusvalor, como ahora veremos, el plusvalor es valor, y por tanto trabajo cristalizado en mercancías, y solo los seres humanos trabajan: ni las máquinas, ni la tierra, ni el dinero se puede decir que trabajan.
Así pues, con el armazón teórico en el que hemos deducido el concepto de valor nos vemos muy lejos de poder deducir el concepto de plusvalor. Tirando de ese hilo hemos concluido, más bien, la imposibilidad de enriquecerse de un modo sistemático a base de trabajo ajeno. En ese mundo mercantil presidido por el lema liberal «libertad, igualdad, propiedad» es imposible tener acceso a los productos del trabajo ajeno sin enajenar una cantidad equivalente de productos del trabajo propio. Nadie conseguirá aprovecharse de nadie de un modo sistemático y, por lo tanto, no será posible enriquecerse por medio del intercambio.
A partir de las condiciones puestas en juego en la Sección 1.a solo podemos, en rigor, deducir que ese ciclo que comienza adelantando dinero y termina recuperándolo (D-M-D’), o bien no le puede interesar a nadie (si ambas cantidades de dinero son idénticas) o bien no es posible de un modo generalizado (ya que la suerte de conseguir vender por encima del valor, la desgracia de tener que vender por debajo, el robo y la estafa resultan, por un lado, elementos accidentales o ajenos a la lógica que Marx trata de analizar y, por otro, en las coordenadas planteadas hasta aquí, agotan las posibilidades de conseguir que las cantidades de dinero representadas en los extremos sean diferentes). Sin embargo, la Sección 2.a (y a partir de ella todo El capital) queda muy lejos de poder ignorar ese ciclo, por la sencilla razón de que no solo es el ciclo que opera de un modo generalizado en aquellas sociedades en las que de hecho la riqueza se presenta como una enorme concentración de mercancías (a saber, las sociedades capitalistas), sino que es precisamente el ciclo constitutivo del dinero como capital.
Nos encontramos, pues, con que el ciclo en el que se vuelca dinero en la circulación para recuperar una suma de dinero mayor no solo está presente de un modo generalizado en las sociedades capitalistas, sino que es precisamente el elemento definitorio del capital mismo.
A partir de lo expuesto hasta aquí, debe resultar fácil comprender por qué Marx se niega a admitir que el plusvalor (esa diferencia de valor que caracteriza al ciclo específicamente capitalista) pueda generarse en el terreno de la circulación. En este terreno, siempre se puede intentar vender las mercancías propias, por ejemplo, un 10 por 100 por encima de su valor. Sin embargo, solo pueden ocurrir tres cosas: o bien que todo el mundo lo consiga (en cuyo caso solo variaría el valor nominal de las mercancías, ya que sus relaciones mutuas de cambio, sus precios relativos, se mantendrían inalterados); o bien que solo lo consigan algunos debido, por ejemplo, a un exceso de demanda o carencia de oferta de mercancías de un tipo determinado (en cuyo caso se trataría de una situación transitoria, pues cuando el sistema de producción mismo se basa en la búsqueda de la proporción de cambio más ventajosa, debe suponerse que acudirán nuevos productores a esos sectores excepcionalmente privilegiados); o bien que no lo consiga nadie (en cuyo caso, evidentemente, tampoco el terreno de la circulación podría explicar por sí mismo el ciclo que Marx trata de analizar). En efecto, el intercambio de mercancías produce, si se hace abstracción de todas las posibles interferencias, un intercambio de equivalentes[1].
Si se intercambian mercancías, o mercancías y dinero, de valor de cambio igual, y por lo tanto equivalentes, es obvio que nadie saca más valor de la circulación que el que arrojó en ella. No tiene lugar, pues, ninguna formación de plusvalor[2].
En efecto, para que cualquier transacción se realice efectivamente es necesario que ambas partes se hayan puesto de acuerdo sobre la equivalencia de los términos del intercambio (pues, en caso contrario, siendo todos sujetos libres, quien se sintiese perjudicado perfectamente podría no acceder a realizarlo).
CAMBIO DE TERRENO Y CAMBIO DE AXIOMAS
Antes hablábamos de que había que introducir aquí un «cambio de terreno». Pero hay que hacer una observación crucial: tampoco se arregla nada si, abandonando la esfera de la circulación, buscamos el secreto del plusvalor en el terreno de la producción: al menos no se arregla nada si este terreno de la producción lo imaginamos según los parámetros que hemos presupuesto en la Sección 1.a. Sí es cierto que, en esos parámetros, era muy posible enriquecerse: produciendo más y ahorrando mucho. Pero esto significa, en definitiva, trabajar más. Y este procedimiento es, precisamente, a lo que no se refiere el esquema D-M-D’. Lo que este ciclo representa es, por el contrario, la posibilidad de, sin más trabajo que el de adelantar determinada cantidad de riqueza (bajo la forma de dinero), conseguir obtener una cantidad de riqueza mayor que la adelantada. Esto no es posible como resultado de la mera circulación, pero tampoco lo es como resultado de la producción en unas condiciones en las que cada participante pueda reclamar para sí una parte del producto social proporcional al trabajo aportado por él (o, lo que es lo mismo, en unas condiciones en las que siempre pueda cambiar de tarea cuando considere que la venta de los productos de su trabajo no le reporta la proporción de cambio más ventajosa posible). En efecto, si cada productor, poseedor de los resultados de su propio trabajo, no estuviera dispuesto a entregarlos más que a cambio de un equivalente, entonces resultaría imposible obtener en el proceso de producción y circulación una masa de valor mayor a la introducida.
Ya habíamos planteado antes que entre D y D’ no puede haber más que un cambio de terreno: tenemos que salir de la esfera de la circulación y descender al ámbito de la producción. Pero ahora vemos que esto no es ni mucho menos suficiente: también tenemos que cambiar radicalmente las condiciones en las que hemos supuesto que se está produciendo. Abandonar, sencillamente, la suposición fundamental a partir de la cual hemos deducido nada más y nada menos que el mismísimo concepto de valor: una sociedad de productores independientes, libres e iguales, que producen valiéndose de sus propios medios de producción y que son propietarios de los productos que ellos mismos han trabajado. Tenemos que abandonar, por tanto, nada menos que los axiomas de los que hemos partido. Ahora tenemos una población carente de medios de producción, que va a trabajar a las fábricas capitalistas y luego se va a su casa sin tener derecho de propiedad sobre los productos que ha estado trabajando. Lo que ha cambiado radicalmente es la situación general de la producción.
Este cambio de terreno radical, en el que los axiomas mismos de la supuesta deducción han quedado invalidados, fue normalmente escamoteado por la tradición marxista. La tradición marxista se empeñó en pensar una continuidad entre la fórmula M-D-M’ y la fórmula propiamente capitalista D-M-D’. Es verdad que esta «continuidad» era «dialéctica» y, por lo tanto, se hacía cargo de que ahí se escondía una profunda problematicidad, pero, se mirara como se mirara, lo que prevalecía era la continuidad, pues se seguía pensando en un despliegue lógico (dialéctico) que llevaría de M-D-M’ a D-M-D’. Lo que no cambiaban, así pues, eran los axiomas.
Y había, sin duda, un motivo de peso para que la tradición marxista se inclinara a resaltar la continuidad (por problemática que fuese) entre los ciclos. Y este no era otro sino el propio empeño que pone Marx por deducir el concepto de plusvalor sin presuponer violación alguna de la ley del valor. En realidad, es muy importante que el concepto de plusvalor se deje pensar sin presuponer una violación de la ley del valor, porque, como se verá más adelante, de eso depende uno de los mitos fundamentales que la sociedad moderna se cuenta a sí misma. De ello depende, nada menos, el que la sociedad moderna pueda, tan espontáneamente, reivindicar como suyos los principios del mercado. Pero hay que prestar mucha atención en este punto: eso no implica en absoluto que el capitalismo pueda desplegarse lógicamente del universo mercantil de la ley del valor. Eso sería tanto como dar por bueno el principal de sus mitos. Más bien es al contrario: en el empeño de Marx de construir el concepto de plusvalor «sin violar la ley del valor», lo que se esconde es la posibilidad de desvelar el carácter fantasioso de ese mito liberal.
En suma, lo que precisamente no ocurre es lo que la tradición marxista interpretó dejándose llevar fatalmente de una expresión que el propio Engels entronizó: que el concepto de plusvalor surgiera de las entrañas mismas del ciclo M-D-M’, el cual, por lo visto, habría guardado en su interior la realidad del capitalismo como una de sus «potencialidades ocultas». Si fuera así, el capitalismo surgiría de una generalización de las leyes del mercado (lo que explicaría, a su vez, que en la sociedad capitalista «toda la riqueza apareciera como mercancía»). Y, si esto fuese así, el concepto de plusvalor vendría implicado en el concepto de valor, siempre y cuando se llevara este a sus últimas consecuencias. Y la Sección 2.a del Libro I vendría a sacar a la luz las «potencialidades ocultas» de lo ya puesto en juego en la 1.a. Ya vimos antes que interpretarlo así supone malinterpretar por completo lo que en Marx no es más que un golpe de efecto sarcástico, con el que pretendía, más bien, poner contra las cuerdas al liberalismo económico. Este sarcasmo tenía, además, una función epistemológica importante: desvelar el motivo por el que el capitalismo puede vestirse a diario con los ropajes del mercado. Se trata, como estamos diciendo, de denunciar un mito, no de creérselo. El «no se sigue» del que antes hablábamos continúa siendo lo fundamental. El motivo por el que, pese a todo, Marx «sigue» ese camino es muy distinto: se trata de denunciar a los que lo transitan, mostrando que no siguen más que una apariencia mítica.
Es vital, en efecto, que el capitalismo pueda explicarse sin presuponer ninguna violación de la ley del intercambio de equivalentes, es decir, que pueda explicarse el plusvalor sin tener que presuponer que hay algo así como una estafa o un abuso mercantil. Esto es tanto como decir que el capitalismo ni entra ni necesita entrar en colisión con las leyes del mercado. Mas eso no implica –insistimos– que se pueda deducir de ellas. Pese a que gran parte de la tradición marxista así lo pensó, vamos en seguida a comprobar que no es correcto. Pero primero es importante explicar por qué el capitalismo parece tan compatible con las leyes del mercado, es decir, con la ley del valor.
Para ello es preciso deducir la posibilidad del ciclo D-M-D’ (siendo D’ > D) presuponiendo que en todo momento se intercambian cantidades de trabajo equivalentes, es decir, que en todo momento se respeta la ley del valor. Por supuesto que esto no quiere decir que no pueda, en la práctica, violarse esa ley circunstancialmente, sino que, precisamente, a Marx le interesa mostrar que el plusvalor no consiste en esa violación; que no se trata de un robo o una estafa, o de que, por algún motivo, la clase capitalista logre sistemáticamente vender las cosas «por encima de su valor» (violando, por tanto, la ley de intercambio de equivalentes).
LA FUERZA DE TRABAJO, UNA MERCANCÍA MUY PECULIAR
Veamos, entonces, cómo se las arregla Marx para construir el concepto de plusvalor sin presuponer una violación de la ley del valor.
En el ciclo M-D-M’ interesaba intercambiar equivalentes por el diferente valor de uso de M y M’. Es muy lógico que alguien venda zanahoria...

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